El trabajo que Alan Moore ha realizado para DC Comics no es ni mucho menos escaso, pero aún así su impacto supera con creces el volumen de páginas del mismo. Ya fuera por su terror psicológico adulto en La Cosa del Pantano, la violenta locura que destila Batman: La Broma Asesina o la revolucionaria Watchmen, que cambió para siempre el cómic de superhéroes, la influencia que sobre el medio siguen teniendo las obras firmadas por Alan Moore para DC es enorme.
Sin embargo, Moore no es un guionista que se asocie inmediatamente con Superman. Y ello es porque sólo escribió tres historias de ese personaje (aunque sí revisitaría muchos tópicos del mismo en su serie Supreme para Image Cómics a finales de los noventa). Además, esos cómics se publicaron en el espacio de un solo año y en un momento en el que la popularidad del Hombre de Acero estaba claramente en declive, dejado de lado por unos fans que buscaban historias más adultas en la línea de lo que Chris Claremont o John Byrne estaban realizando para Marvel o Marv Wolfman para DC.
Y es que, por entonces, Superman se había convertido en el ser más poderoso del Universo: sus ojos podían ver los quarks, era capaz de escuchar susurros al otro lado del planeta y su invulnerabilidad era tal que podía penetrar en el corazón del Sol sin sufrir ni una calentura. Como resultado de ello, era difícil cuando no imposible crear drama o sensación de peligro. Sus cómics, dejando aparte el episodio ocasional escrito por Cary Bates, Marv Wolfman o Elliot S. Maggin, se habían convertido en meras fórmulas, sosos y repetitivos rellenos con los que cubrir el compromiso de publicación mensual.
Entre 1985 (cuando se publicaron las dos primeras historias escritas por Moore) y 1986 (cuando apareció la última), DC se zambulló en un masivo proceso de renovación y reordenación de todo su universo, cuyo catalizador fue una maxiserie titulada Crisis en Tierras Infinitas. Esta historia constituiría un punto y aparte, estableciendo una nueva continuidad y, para muchos personajes, enfoques diferentes y frescos. En el caso de Superman, sus poderes serían rebajados a unos niveles manejables por los guionistas, se eliminarían algunos de sus conceptos más infantiles y/o bizarros y se reunió a un equipo creativo formado por algunos de los nombres más populares de la industria para ofrecer relatos más “verosímiles” y adecuados al lector moderno.
Pero fue precisamente el todopoderoso Superman pre-Crisis aquel con el que Moore hubo de lidiar en sus guiones de la época. Y a la vista de lo que más tarde hizo con el mencionado Supreme o sus declaraciones en varias entrevistas, ello no le supuso problema alguno, sino todo lo contrario. “Lo que importaba de Superman era la increíble imaginación que había en el personaje original (…) Muchos de los conceptos asociados a Superman, que hoy pueden parecer cursis o caducos, eran maravillosos entonces. La ciudad embotellada de Kandor, Krypto el Superperro, Bizarro… son ideas fantásticas. Era eso lo que hacía que volviera a Superman mes tras mes cuando tenía diez años. Quería averiguar más acerca de ese increíble mundo y todos sus fascinantes detalles”.
Toda esa mitología asociada con Superman sería borrada de la continuidad del universo DC tan solo un mes después de que Moore escribiera su última historia para el personaje, pero al menos tuvo tiempo de añadir su propio granito de arena a ese mundo a punto de extinguirse (de la oficialidad editorial que no del corazón de los aficionados, quienes reclamarían su regreso tan solo unos años más tarde).
En los años ochenta, Superman era incuestionablemente el rostro de DC Comics, protagonizando nada menos que cuatro títulos mensuales: Superman, Action Comics, World’s Finest (un título en el que forma equipo con Batman) y DC Comics Presents. En este último, el Hombre de Acero unía fuerzas con otro héroe (u héroes) del universo DC, normalmente de segunda o tercera fila. Para su número 85 (septiembre de 1985), Alan Moore escribió “Los confines de la jungla” («Superman and Swamp Thing: «The Jungle Line»), episodio en el que participaba otro personaje del que por entonces se encargaba el guionista en su serie regular: La Cosa del Pantano.
Curiosamente, en aquel momento Superman y la Cosa del Pantano habían sido los únicos personajes de DC en dar el salto a la gran pantalla. Superman tenía ya tres films a sus espaldas, si bien la calidad de los mismos iba en franco declive y Superman III (1983) había dejado un mal recuerdo en casi todo el mundo. Mientras que la Cosa del Pantano protagonizó su propio film en 1982, dirigido por Wes Craven. En cualquier caso y a primera vista, los dos personajes no parecían los candidatos idóneos para compartir una aventura.
“Los confines de la jungla” es mucho menos conocido que las otras dos historias de Moore para Superman y, desde luego, que su seminal recorrido en la colección regular de la Cosa del Pantano. Pero atentos a los nombres del equipo artístico que acompañó a Moore en esta aventura de 23 páginas: dibujos de Rick Veitch –que ilustraría lo mejor de La Cosa del Pantano de Moore y luego heredaría la colección como autor completo–, tintas de Al Williamson (con un currículo extraordinario en cantidad y calidad que resulta imposible glosar aquí) y colores de Tatjana Wood (que también trabajó en La Cosa del Pantano de Moore o el Animal Man de Grant Morrison). Todos ellos prestan a la historia un aspecto visual barroco y orgánico más acorde con lo que Moore y Veitch estaban haciendo en la serie de La Cosa del Pantano que con lo aburrido y habitual en las colecciones de Superman.
Superman sufre un envenenamiento causado por un hongo kryptoniano que ha llegado a la Tierra adherido a un meteorito. A consecuencia de ello, empieza a perder sus poderes conforme su cuerpo y su mente se debilitan. Enloquecido por la fiebre, se dirige al sur en coche para encontrar algún lugar aislado en el que morir. Su vehículo se estrella y el héroe, consumido por las alucinaciones, se interna en el cercano pantano, atrayendo la atención de su particular residente…
El Superman que vemos aquí no es en absoluto heroico. La historia arranca con él ya enfermo y padeciendo alucinaciones antes de que un breve flashback nos narre qué ha sucedido previamente. Superman acepta que va a morir y luego encuentra a La Cosa del Pantano, quien sana y limpia su enfebrecido cerebro. Las tres historias de Superman escritas por Moore sitúan al héroe en situaciones de las que no puede escapar por sí mismo y «Los confines de la Jungla” es, probablemente, aquella en la que adopta un rol más pasivo.
Es este un Superman claramente pre-Crisis (Crisis en Tierras Infinitas alcanzó su ecuador el mismo mes en el que apareció este episodio) del que Moore demuestra su conocimiento a través, por ejemplo, de la inclusión de referencias a las Junglas Escarlatas de Krypton, una idea que había dormitado en los márgenes de la mitología del personaje desde los años cincuenta. El afecto del guionista por el Superman clásico volvería a manifestarse de forma aún más evidente en sus siguientes incursiones en el Hombre de Acero.
Como curiosidad, cabe mencionar que (hasta donde yo sé) esta es la primera y única vez que vemos al Superman clásico con una sombra de barba. Después de ser curado por la Cosa del Pantano, utiliza su visión calorífica reflejada en un espejo para afeitarse, un pequeño truco cuya invención generalmente se le atribuye a John Byrne para su serie limitada El hombre de acero, publicada un año después.
Aparte de esa anécdota, nos encontramos con la que quizá sea la más floja del trío de historias de Superman escritas por Moore, un episodio que no se acerca ni remotamente al peculiar y enfermizo ambiente que guionista y dibujante estaban construyendo simultáneamente en la colección regular de La Cosa del Pantano.
Si el resultado artístico de “Los confines de la jungla” no convenció a muchos fans por su alejamiento de los cánones del personaje, la asociación de Moore y Gibbons para el Anual nº 11 de Superman (noviembre de 1985) obtuvo una mucho mejor acogida. Menos de un año después, ambos firmarían la obra que cambiaría la industria del comic book: Watchmen. Gibbons ofrece ya en esta historia una línea a mitad de camino entre el clasicismo y la modernidad, equilibrada entre la claridad narrativa y la atención por el detalle y, sobre todo, con un potencial dramático muy superior al desplegado por Curt Swan y sus compañeros de la etapa clásica de la serie.
«Para el hombre que lo tiene todo…» («For the Man Who Has Everything», Superman Annual nº 11, 1985) está considerada como una de las mejores historias de Superman jamás contadas y uno de los clásicos de la editorial.
Hay que considerar el momento en que apareció para comprender su impacto. Con las excepciones de costumbre, los cómics de Superman a comienzos de los años ochenta adolecían de unos guiones pedestres incapaces de aportar nada nuevo al personaje. Así que no es de extrañar que este especial sobresaliera inmediatamente sobre el resto. Pero es que incluso hoy, con una industria que lleva treinta años mirándose el ombligo a la búsqueda del siguiente Watchmen, «Para el hombre que lo tiene todo…» sigue manteniendo toda su fuerza emotiva.
La acción tiene lugar el 29 de febrero, el día del cumpleaños de Superman. Una de las bromas habituales entre los aficionados al personaje gira en torno a la eterna juventud del héroe, explicándola gracias a que su aniversario sólo se celebraba cada cuatro años. Pues bien, Moore tomó ese chiste como punto de partida para el arranque de su trama: Batman, Robin y Wonder Woman viajan hasta la Fortaleza de la Soledad (me pregunto seriamente si Moore tomó ese emplazamiento como modelo para la base ártica secreta de Ozymandias en Watchmen) para ofrecerle a Superman sus respectivos regalos de cumpleaños.
Ese arranque recuerda sospechosamente a una de esas estúpidas historias “imaginarias” tan populares en las décadas de los cincuenta y los sesenta, cuentos de “¿qué hubiera pasado si?”. Pero Moore y Gibbons, tomando efectivamente una premisa de ese tipo, evitan contagiarse de la simpleza que lastraba los argumentos de los cómics de la Edad de Plata y tejen una buena historia de ciencia ficción narrada en dos niveles, con un sólido soporte emocional y notables caracterizaciones.
Así, resulta que los tres héroes visitantes encuentran a Superman físicamente paralizado y psíquicamente atrapado dentro de su propia mente. Como había sucedido en “Los confines de la jungla”, es víctima de un ser vegetal, en esta ocasión uno denominado la Piedad Negra, una planta alienígena que se ha fusionado con el bio aura del kryptoniano gracias al villano de turno, Mongul, con quien Superman había peleado anteriormente unas cuantas veces en las páginas de DC Comics Presents. Alan Moore utiliza la unión de ese parásito y Superman, para explorar la mente de éste, forzándolo a la inacción física y mostrándonos las fantasías que pueblan su torturada mente.
Y es que la planta en cuestión lee las mentes de sus presas y las alimenta con una simulación lógica de los deseos más profundos de éstas. “Por supuesto, las víctimas se la podrían arrancar… pero es que no quieren”, explica Mongul. En su ilusión, Superman nunca salió de Krypton, que en lugar de ser destruido sigue siendo un mundo floreciente. Creció junto a su familia y, una vez adulto, formó la suya propia, casándose y teniendo hijos. Todo parece perfecto, feliz… excepto que no lo es. Quizá como alerta subconsciente de que algo va mal, su “utopía” va acumulando problema tras problema. Su madre falleció a resultas de una enfermedad y Jor-El se ha convertido en un anciano amargado tras su repudio por el Consejo Científico al no cumplirse sus agoreras profecías sobre la destrucción del planeta. Ello le lleva a simpatizar con un movimiento extremista de corte político-religioso llamado La Espada de Rao que siembra el miedo y el odio mediante sus llamadas a purgar Krypton de inmigrantes alienígenas y regresar a un pasado más “puro”.
En sus momentos de mayor desánimo, Kal-El desea que su padre hubiera estado en lo cierto y que el planeta hubiera volado en pedazos. Las frustraciones e ira del populacho se acaban volviendo contra la familia de Kal-El y su prima, Kara, es apaleada por un grupo de alborotadores
Mientras Superman permanece sumergido en sus ensoñaciones kryptonianas, Wonder Woman libra un combate desesperado contra Mongul, y Batman y Robin tratan de averiguar cómo liberar al Hombre de Acero. En el interior de la mente de éste, conforme la utopía que había construido se va desintegrando, aumenta la tensión y la sensación de que todo ese mundo es una ilusión. De ahí que cuando Krypton empiece a sumirse en el caos social, abrace llorando a su hijo y le diga con el corazón destrozado: “Creo que no eres real”.
La brillantez de la historia reside en la forma en que Moore y Gibbons toman el casposo envoltorio de una historia de ciencia ficción llena de tópicos acerca del peligro de los deseos concedidos y dejan que los personajes habiten “realmente” las fantasías generadas por esos anhelos el tiempo necesario para hacer palpable el daño emocional que sufren a raíz de la experiencia. Si esta historia hubiera visto la luz en, por ejemplo, 1958 (y por lo que sé, probablemente existieron varias historias en las que Superman soñaba estar viviendo en su planeta natal), las secuencias de Krypton habrían sido breves y frías. Aquí, son intensas, respiran emotividad. Superman, como Kal-El, tiene tiempo de experimentar no sólo la parte más negra de su realidad alternativa, sino de sentir angustia y pérdida por lo que deja atrás al abandonarla. Como dice Mongul cuando Superman se libera de su prisión psíquica: “Diseñé una cárcel de la que no podías escapar sin renunciar a lo que más anhelas”.
«Para el hombre que lo tiene todo…» despoja a Superman de su faceta de héroe de acción durante la mayor parte de la trama. Si en “Los confines de la jungla” Superman había despertado de sus alucinaciones sintiéndose liberado, como si hubiera conquistado algún demonio interno (y sin saber que había recibido la ayuda de la Cosa del Pantano), aquí su reacción al salir de su ilusión no es ni mucho menos la misma.
Tampoco es el típico “¡Todo había sido un sueño!” exclamado con sorpresa, alivio y un guiño pícaro dirigido al lector. No, Superman recuerda con todo detalle haber vivido una vida completa y diferente, una en la que Krypton sobrevivió y él tuvo una existencia feliz, con una familia que le amaba. Sabe que ese recuerdo y el dolor asociado con él, le acompañará por siempre (o al menos hasta el año siguiente, cuando este Superman y sus vivencias fueron barridos de la nueva continuidad que se estableció a partir de Crisis en Tierras Infinitas). Por supuesto, no se lo toma a bien y en el combate subsiguiente, libera toda su rabia contra Mongul, aniquilando en el curso de la batalla y sin darse cuenta otras formas de vida que custodia en la Fortaleza de la Soledad.
Moore introduce con soltura referencias a la historia kryptoniana desde la primera página, con una mención a “Los confines de la jungla”, publicada solo unas semanas antes de este anual: cuando un agotado Kal-El regresa a casa, piensa que sus hijos le pedirán que les lea otro relato de “La jungla escarlata”, quizá como manifestación inconsciente de sus recientes vivencias en los pantanos.
Aunque los elementos básicos y la estructura de la historia son atemporales, «Para el hombre que lo tiene todo…» funciona mejor en el marco de la etapa clásica de Superman. Aquí, él no es sólo un héroe de la Tierra, sino una figura de talla galáctica. La Piedad Negra consigue atraparlo porque él asume que es un regalo de cumpleaños de alguna civilización alienígena a la que ayudó en una de sus incontables aventuras. Salvar mundos a todo lo largo y ancho de la galaxia era el pan nuestro de cada día para ese Superman. En cambio, el torbellino mental que le provoca la planta, haciéndole vivir treinta años en el interior de su cerebro, es algo totalmente nuevo.
La historia ofrece por tanto un logrado contraste entre el superhéroe de acción, y el hombre de alma mortal que esconde dentro, entre la sensibilidad de los personajes de la Edad de Plata y la nueva visión que del género ofrecía Moore.
En 1985, Miracleman aún era una novedad y su versión de La Cosa del Pantano estaba ya revolucionando el cómic americano alejándolo de sus raíces pulp y folletinescas e introduciendo un sustrato literario. En el caso de Superman, Moore aún bebía de la influencia del editor por excelencia del personaje, Mort Weisinger, pero supo extraer ideas de otros medios, tanto de la literatura y el cine como de las décadas de historia del cómic que le precedieron. Ello dio como resultado una caracterización y una vertiente dramática que rara vez se había visto antes en las múltiples colecciones de Superman.
Aunque Superman es obviamente el protagonista de esta aventura, el trío de héroes que le acompañan tampoco merecen ser ignorados. Batman está retratado como un individuo distante y analítico, pero alejado del sujeto paranoico en que luego otros guionistas lo convertirían pocos meses después. También a él le toca vivir su parte de drama cuando la planta se adhiere a su cuerpo y le provoca su propia fantasía, una en la que sus padres no murieron y él creció feliz para formar su propia familia. A Wonder Woman le corresponden un par de violentos momentos de acción, puesto que es la única que puede rivalizar en poder físico con Mongul. Y en cuanto a Robin (en su breve encarnación de Jason Todd), el menos poderoso de los cuatro héroes en liza, resulta ser al que todos deban la derrota última del villano gracias a su ingenio y determinación: lo ordinario salvando a lo extraordinario. Superman es una especie de Dios, pero lo que esta historia nos dice de él es que no es necesario estar físicamente a su altura para vencerlo o rescatarlo de un peligro. Basta con apelar a su lado humano, dominado por los sueños, los deseos y los impulsos, con el que cualquier lector puede identificarse y que Moore sabe construir tan bien.
Imaginemos por un momento un universo alternativo en el que Moore y Gibbons no hubieran creado Watchmen en 1986, sino que hubieran pasado un par de años ejerciendo de equipo creativo en Superman o Action Comics. Quizá entonces no hubiera sido necesaria la entrada de John Byrne en el personaje…
“Para el hombre que lo tiene todo…” fue adaptado con bastante fidelidad en un episodio de la serie de animación Justice League Unlimited en 2004. No creo que nadie tenga jamás los arrestos de trasladar esta historia al cine en forma de película de acción real.
Con fecha de portada septiembre de 1986, DC publicó cuatro comic books con guiones de Alan Moore. Y no fueron cuatro cómics del montón. En La Cosa del Pantano nº 52, el ser vegetal llegaba a Gotham para rescatar a su amada; sobre Watchmen nº 1 poco hay que decir, aunque en ese momento nadie podía sospechar en lo que se iba a convertir; y dos números de sendas colecciones dedicadas al Hombre de Acero, Superman nº 423 y Action Comics nº 583, narrando una sola historia… en la que el icono de la editorial ¡moría!
Bueno, en realidad lo que hizo Moore fue poner punto y final a toda una etapa del personaje a la que ya la maxiserie Crisis en Tierras Infinitas había dado carpetazo poco tiempo antes como parte, ya lo dijimos, de la renovación del universo superheroico de DC. Solo un mes después, en octubre de 1986, John Byrne reformuló las bases de Superman en la miniserie El hombre de acero dando un nuevo inicio a la mitología del emigrante kryptoniano con un enfoque más humanista.
Lo cierto es que la elección de Alan Moore como guionista de esa “última” aventura de Superman tuvo que levantar entonces cierta polémica entre los fans del personaje. Un guionista inglés, que apenas tiene conexión con el héroe y al que se le encarga realizar una historia trascendental antes de hacer borrón y cuenta nueva. La opción más conservadora y lo que probablemente se esperaba es que se hubiera llamado para la ocasión a alguna vieja gloria del cómic muy ligada a Superman…o, simplemente, dejar a la serie agonizar y morir sin ningún broche de despedida especial. La decisión de DC fue una prueba de que los tiempos habían cambiado, que la tradicional ranciedumbre que dominaba la editorial estaba disipándose a favor de la asunción de nuevos riesgos y, sobre todo, que comprendían muy bien lo importante que iba a ser Alan Moore para el cómic en los próximos años.
Por aquel entonces Moore ya estaba causando cierta sensación en Estados Unidos gracias a su valiente trabajo en La Cosa del Pantano. Watchmen, una historia muy inusual para el tipo de material que DC solía publicar, había recibido luz verde gracias a lo interesante de su propuesta. Quizá fuera ese reconocimiento del talento de Moore y las historias que ya había escrito sobre el personaje el año anterior, lo que llevó a Julius Schwartz, editor del personaje desde hacía quince años, a encargarle aquella historia. Lo cierto es que su primera opción había sido Jerry Siegel, el creador junto a Joe Shuster del personaje allá por 1938. Pero surgieron problemas legales que impidieron su colaboración y Alan Moore, enterado casualmente del proyecto de boca del propio Schwartz, le insistió en que fuera a él a quien se asignara ese final de etapa de Superman. Dicho y hecho.
Así, en «¿Qué fue del hombre del mañana?» («Superman: Whatever Happened to the Man of Tomorrow?», Superman vol. 1, 423, septiembre de 1986), Moore trató de sintetizar todas las historias de Superman en una, poniendo cumplido punto y final a la versión clásica del personaje.
Superman se ve acosado por un ataque combinado de algunos de sus peores enemigos. Una de las trampas que le tienden revela públicamente su identidad secreta, lo que automáticamente convierte en objetivos a sus seres queridos. Para su seguridad, los traslada a la Fortaleza de la Soledad, donde recibirá la visita de algunos amigos y aliados (Krypto, Supergirl, la Legión de Superhéroes) antes de enfrentarse al asedio y ataque final por parte de sus enemigos, un desafío del que sabe que no podrá salir vivo. Superman derrota la amenaza, pero debe pagar un precio…
Por desgracia, esta aventura en dos partes no es una historia particularmente memorable, especialmente teniendo en cuenta que Moore no sufrió restricción alguna. Dibujada por un clásico de la casa y del personaje, Curt Swan, es de lectura entretenida y, para muchos, forma parte de las historias imprescindibles del personaje. Pero en mi opinión, el intento de Moore de rendir homenaje al mito de Superman se convierte en una sucesión algo acelerada de escenas al estilo Edad de Plata, de desvíos y apariciones de “estrellas invitadas” que, aunque entrañable como tributo, no acaban de funcionar como un todo.
Tampoco mantiene una lógica interna, ni siquiera para los estándares propios de la Edad de Plata. (Atención: Espóiler). En la escena final de la historia, antes del epílogo, Superman mata a un más perverso que nunca Mxyzptlk para evitar que cause más daño en el mundo (y, probablemente, también para vengar los asesinatos de sus amigos). Y como Superman siempre ha defendido la vida, opta por “matarse” a sí mismo exponiéndose a la kryptonita dorada, una decisión un tanto absurda… pero que resulta no ser tal cuando se revela en el epílogo que sobrevivió aunque sin poderes, asumiendo una nueva identidad, dejándose bigote y formando una familia feliz con Lois. La última viñeta del cómic nos lo muestra guiñando un ojo al lector y cerrando la puerta de su hogar –y literalmente, la de su etapa clásica. (Fin del espóiler).
En lo que sí acierta Moore es en la estructura y progresión de la historia: ésta es narrada en flashback por Lois, una Lois retirada del periodismo, casada (su nuevo apellido es Elliot) y con un hijo que ha rehecho su vida desde los acontecimientos que tuvieron lugar un decenio atrás y que relata en el curso de una entrevista que concede a un joven periodista que prepara un artículo para el Daily Planet. Desde el comienzo, todo le sale mal a Superman, las tragedias se van sucediendo y la tensión va in crescendo conforme queda claro que no va a conseguir salir indemne del trance. El lector tiene la impresión cada vez más firme de que, en esta ocasión, tras la confrontación final con el verdadero villano en la sombra, no va a encontrar un final feliz.
«¿Qué fue del hombre del mañana?» es una historia que quiere ir en dos direcciones diferentes cuyo tono y aproximación se neutralizan mutuamente. Por una parte, su fantasiosa (por no decir tontorrona) premisa al estilo de la Edad de Plata: la conjunción de villanos clásicos a cual más extravagante, la aplicación exagerada de sus poderes, la intervención de personajes como Krypto, la inclusión de elementos como las kryptonitas multicolor o la llave gigante de la Fortaleza de la Soledad, la absurda conversión de Jimmy y Lana en superhéroes… Y por otra, las trágicas consecuencias y derivaciones de los hechos que se narran: la búsqueda de consuelo mutuo de Lois y Lana, el ominoso regalo de la Legión de Superhéroes, los problemas conyugales de Perry White y esposa, la muerte violenta de personajes clásicos… Hay un momento en el que incluso Superman se viene abajo y no puede evitar echarse a llorar.
Algo parecido ocurre con el final. Todos los detalles de la trama que apuntaban hacia en un desenlace trágico –quizá algo suavizado por el tiempo al ser la historia narrada por una madura Lois diez años después de esos acontecimientos– son escondidos rápidamente bajo la alfombra para terminar con ese tono optimista e incluso pícaro propio de la Edad de Plata.
En cuanto al dibujo, puede que Curt Swan, quizá el artista que más vinculado haya estado a Superman, fuera una elección natural. Pero a mediados de los ochenta, pese a ofrecer algunas composiciones de página y perspectivas interesantes, su línea aburridamente clásica había quedado obsoleta y, desde luego, incapaz de seguir el camino oscuro que Alan Moore quería imprimir a la historia. Lo irregular de sus dibujos se pone de manifiesto al observar la diferencia que sobre el resultado final tiene la aplicación de las tintas de dos profesionales muy dispares. En la primera parte, las tintas de George Pérez embellecen el dibujo de Swan, añaden detalles, marcan volúmenes y potencian la perspectiva. En cambio, en el segundo episodio, Kurt Schaffenberger (otro veterano de la “familia” Superman) realiza un trabajo plano que en nada ayuda a acentuar el dramatismo de la historia.
«¿Qué fue del hombre del mañana?» es, en definitiva, una historia entretenida con buenos momentos, pero algo deslavazada y por debajo de lo que podía esperarse de un final de etapa tan significativo como este, un argumento que navega entre dos aguas y en el que Moore parece contener su capacidad para el drama y la caracterización a favor de rendir un homenaje tanto al personaje como a los aficionados más veteranos del mismo.
En definitiva, estas tres historias escritas por Alan Moore –que se pueden hallar recopiladas en un tomo editado por ECC– ponen de manifiesto la extraña dicotomía que anida en su mente y corazón. En todas ellas demuestra conocimiento, cariño y un toque de nostalgia por un tipo de cómic de superhéroes que ya no existe, cómics a los que no importaba nada la continuidad, ni siquiera la verosimilitud o la profundidad psicológica de sus personajes, sino la grandeza de conceptos, la imaginación de sus ideas y la nobleza espiritual de los protagonistas.
Sin embargo, previa y simultáneamente a estos trabajos de inspiración clásica para Superman, Moore extraía de los laberintos de su mente Miracleman y Watchmen, retorcidas versiones de ese mismo ideal superheroico que torpedeaban la línea de flotación de la nostalgia con historias oscuras, violentas, complejas argumental y psicológicamente, que desmitificaban el objeto de adoración infantil de generaciones enteras de lectores entre las que el mismo Moore se encontraba.
En realidad, vista su ya larga carrera con la perspectiva que da el tiempo, la mayoría de sus cómics de superhéroes –desde Supreme hasta estos relatos de Superman pasando por los superhéroes que se deslizan por los márgenes de La Cosa del Pantano– tratan a éstos como iconos, traslaciones algo más elaboradas de la forma en que el joven Moore los vio y disfrutó cuando era un niño.
En general, las tres historias que recoge este volumen tienen argumentos interesantes firmados por un guionista de primera fila e ilustrados por unos dibujantes como mínimo competentes. Pero el lector potencial debe ser consciente de que, aunque no se trata de cómics pertenecientes a la Edad de Plata propiamente dicha, sí tienen su sensibilidad. Si no comulgas con un Superman que ejerce de boy-scout galáctico, que no mataría a nadie bajo ninguna circunstancia, que tiene un perro con capa llamado Krypto y una segunda residencia en el Ártico llamada Fortaleza de la Soledad a la cual accede con una llave dorada gigante… este no es un cómic para ti.
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