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«All-Star Superman» (2005-2008), de Frank Quitely y Grant Morrison

Resulta curiosa la forma en que los cómics mainstream americanos parecen haberse dividido en dos líneas diametralmente opuestas. Una parte de ellos adolecen de una obsesión enfermiza por la continuidad. Sobre todo a partir de los años sesenta, se fue construyendo el concepto de realidad compartida –el “Universo Marvel”, el “Universo DC”–, gran idea que con el tiempo parece haber acabado convirtiéndose en una necesidad que supera incluso a la de contar buenas historias. Así, se ha llegado un punto en el que muchos cómics contemporáneos son extraordinariamente difíciles de seguir porque incluso aunque se lean todos los números de una colección, por ejemplo Green Lantern o Spiderman, lo que ocurra en otras series influye en éstas de manera decisiva. Por no hablar de la interminable diarrea de crossovers y “eventos” que se desparraman por todo lo largo y ancho del universo al que afecten.

Por otra parte, tanto Marvel como DC han abierto series que desconectan a sus principales héroes de la continuidad oficial, a menudo respondiendo a las exigencias de libertad creativa de autores muy populares (una iniciativa loable que, dicho sea de paso, no hace sino enturbiar todavía más la sacrosanta continuidad). Precisamente ése fue el origen de la fallida línea All-Star – remedo de lo que años antes había ya hecho con éxito Marvel con su sello Ultimate–, un proyecto que, además de atraer creadores de prestigio, pretendía aprovecharse de la cantera de nuevos lectores atraídos por las películas de personajes DC y que podían sentirse intimidados por la continuidad desarrollada en las colecciones regulares (La mencionada línea se cerró tras sólo dos miniseries, la presente y otra de Batman escrita por Frank Miller).

Y así, en un intento de reducir al Hombre de Acero a sus valores esenciales con el fin de apelar a una audiencia superior a la de los fieles seguidores de la continuidad DC, la editorial contrató a Grant Morrison, uno de los guionistas más personales, transgresores y originales del medio. Esto no quiere decir ni que deba gustarle a todo el mundo ni que siempre acierte en sus frecuentes excesos y extravagancias, pero hay que concederle que no tiene miedo a introducir en sus cómics conceptos de lo más extraño y darle la vuelta a viejos mitos como si de un calcetín se tratara. En este sentido, como nueva perspectiva sobre un material viejo, All-Star Superman es uno de sus trabajos más reconocidos y una de las obras consideradas clave en la historia del personaje.

Morrison empezó revisando todas las películas, series televisivas de imagen real y animación, seriales radiofónicos e innumerables cómics de Superman desde su creación setenta años atrás, tratando de destilar la esencia del personaje y su peculiar universo a partir de las diferentes versiones que de él han dado cada época y cada autor, desde lo más loco a lo más realista, de la comedia al drama y la aventura. El resultado fue una miniserie de doce números, independiente de la continuidad oficial de la casa y alternativa a la misma, en la que Morrison conjuga ideas rescatadas tanto del universo DC pre–Crisis como de los tiempos más modernos, y las combina con adiciones originales para la ocasión, salpicando la mezcla con algo de poesía, nostalgia y acción tradicional. All-Star Superman es una auténtica carta de amor al primer superhéroe en la que se van pelando las diferentes capas del personaje y revisitando los elementos del mito hasta llegar a su esencia más pura, algo que puedan disfrutar tanto los aficionados más veteranos como los más novatos.

La premisa básica de la historia es que el Hombre de Acero se muere. Mientras rescata a una nave tripulada en viaje de exploración al interior del Sol, Superman sufre una sobredosis de radiación.

Conforme su muerte va acercándose, la serie sigue al héroe en sus últimos días mientras intenta poner orden en su mundo. De hecho, muchos de los capítulos de esta miniserie tienen el carácter de “última entrega” de toda una serie de argumentos arquetípicos y bien consolidados en el mito de Superman. Por ejemplo, las ridículas historias en las que Jimmy Olsen o Lois Lane adquirían poderes; aquellas en las que Superman resultaba no ser el último kryptoniano; el milésimo plan urdido por Luthor; o aquellas que le daban vueltas al romance de Lois y Clark sin resolver nada en el fondo. Antes de morir, Superman realiza hazañas asombrosas con su fuerza e inteligencia, revela su amor a Lois Lane, cura todas las enfermedades de la Tierra, combate a algunos de sus más persistentes villanos y salva el planeta.

El tono de las historias es de completa maravilla. El héroe pasa de aventura a aventura, cada una tan fantástica como las más extravagantes que aparecieron en los años cincuenta: le otorga poderes a Lois y ambos pelean contra los Hombres Dinosaurio del centro de la Tierra; se enfrenta a kryptonianos que quieren remodelar el planeta, se queda atrapado en el Mundo Bizarro sito en el Infraverso, colabora con el Escuadrón Superman del futuro… Son propuestas que pueden sonar ridículas, pero Morrison no las trata con sorna o siquiera humor, sino que se las toma cariñosamente en serio, animando al lector a acompañarle en ese viaje prodigioso. Ese brillante y desenfadado despliegue de locuras y extravagancias queda compensado por el conocimiento siempre presente de que Superman está muriendo y sus desesperados esfuerzos por hacer todo el bien que pueda antes de que su tiempo acabe.

Al utilizar la muerte como motor de la trama para esta historia definitiva de Superman, Morrison recuerda algo a lo que Frank Miller había ya hecho en la historia definitiva de Batman, El regreso del Caballero Oscuro. Ambas versiones alternativas sirven de epílogo a las carreras de sus respectivos personajes e intentan sintetizar su esencia y significado enmarcándolos en un contexto más amplio en el que se enfrentan a su inevitable final, cada uno a su manera. Resulta también interesante ver cómo cada cómic interpreta a su héroe invitado. En El regreso del Caballero Oscuro, Superman es una marioneta manejada por el gobierno americano, un mero secuaz de su amo el Presidente. En All-Star, por el contrario, Batman es un amigo, “una bendición”. En el mundo de Superman, incluso Batman resulta algo más luminoso de lo habitual.

Morrison sugiere que aunque Superman efectivamente muera, no le dejaremos desaparecer de nuestras vidas. Su legado –la dinastía de los Superhombres al que apunta el final del cómic– no es tanto biológico como espiritual, un mensaje de esperanza e inspiración. De hecho, es el muy humano científico Leo Quintum quien al final averigua cómo crear un sucesor para Superman: “Un mundo sin Superman. Ese sí que es un desafío para el ingenio humano. Todos tenemos que asegurarnos de cuidarlo mientras él no está”. Y lo logramos. En su conversación final con su hijo, el espíritu de Jor-El subraya que Superman nos ha servido de ejemplo: “Les has mostrado el rosto del hombre del mañana. Les has dado un ideal al que aspirar, has personificado sus más altas aspiraciones”.

El nombre de Superman pervivirá en las generaciones venideras. En uno de los mejores momentos de la serie, Morrison sugiere que un mundo sin Superman estaría abocado a crearlo. Una de las cosas que Superman hace al enterarse de que va a morir es crear una Tierra en miniatura para ver cómo vivirían los humanos sin él. La llama Tierra Q, inicial del principal científico humano, Leon Quintum, quizá la mejor adición de Morrison al mito de Superman.

En Tierra Q, seguimos la evolución de un mundo sin el Hombre de Acero, una evolución que nos resulta familiar y en la que incluso contiene una viñeta con Nietzsche meditando sobre el concepto de superhombre. Lo último que vemos de ese mundo es el boceto que realiza un dibujante de una figura claramente reconocible: Superman, mientras su autor piensa “Esto lo va a cambiar todo”. Necesitamos a Superman y si no existe tenemos que crear su idea. Es uno de esos momentos metalingüísticos tan del gusto de Morrison: nosotros hemos creado un universo en el que situar a Superman, que a su vez crea una Tierra para observarnos a nosotros y en la que a su vez creamos a Superman…

De hecho, y según declaró el propio Morrison, todos somos Superman: “Entendí bien el concepto de lo que es Superman cuando, tras todo este estudio, le vi como un hombre cualquiera. Es el sueño de un hombre cualquiera. La S es el emblema de la divinidad que revelamos cuando nos quitamos nuestra camisa diaria, nuestras máscaras sociales, nuestras neurosis, nuestras identidades preconcebidas y nos convertimos en quien somos de verdad”.

A lo largo de los doce episodios que conforman la historia de los últimos días de Superman, Morrison encuentra la forma de condensar un extraordinario volumen de información, rematar muchos de sus asuntos pendientes (revelar su identidad a Lois, resolver el problema de la ciudad embotellada de Kandor…) e insertar comentarios acerca de ciertos aspectos del mito Superman. Aparece el mundo Bizarro, la muerte de Jonathan Kent y varios personajes y enemigos icónicos junto a otros tan bien insertados que resulta difícil detectar que son de nueva creación.

Resulta interesante la clara preferencia de Morrison por las ideas, conceptos y personajes de la Edad de Plata. Naturalmente y dada su edad, el guionista siente un afecto especial por ese periodo. De hecho, uno de los aspectos definitorios de su etapa en Batman fue la recuperación para la continuidad oficial de ciertas aventuras bastante olvidadas de aquellos años clásicos. Batman & Robin es básicamente un comic book de aquella época pero con un sesgo oscuro y mejor escrito. Así que no es de extrañar que la aproximación que realiza Morrison a Superman gravite hacia la Edad de Plata, con su alocado sentido de lo maravilloso, historias absolutamente extravagantes y generosas dosis de ingenuidad, humor y autoparodia, rasgos que habían sido eliminados del universo de Superman treinta años atrás. Puede que parezca este un proyecto extraño para Morrison y su dibujante Quitely, a menudo más asociados con cómics extremos, cínicos y descarnados, pero está claro que en esta ocasión Morrison decide entregarse a la nostalgia por aquellos cómics contra los que él mismo decidió un día rebelarse. Resulta paradójico que esta mirada y recuperación del pasado haya sido interpretada y bienvenida como una bocanada de aire fresco.

Morrison no atiborra la historia con todos y cada uno de los personajes que han formado parte del mito de Superman. Todo lo que encontramos en All-Star encaja bien porque pertenece al entorno del héroe, no porque el guionista haya forzado su presencia. Naturalmente, encontramos a Lois, Jimmy Olsen, Perry White, Cat Grant e incluso a Steve Lombard, que había permanecido en el limbo desde su creación por Cary Bates allá por los años setenta (y que aquí recibe un aspecto muy remozado). También hay espacio para los villanos: Lex Luthor, el Parásito, Bizarro… y las localizaciones: Metrópolis, Smallville, la Ciudad Embotellada de Kandor, Mundo Bizarro, la Fortaleza de la Soledad…

Por supuesto, Morrison incluye también referencias a momentos más modernos del personaje. Por ejemplo, el primer nuevo poder que el héroe manifiesta tras sufrir la sobredosis de radiación solar es muy similar al del Superman “Azul” de los noventa, y también aparece Doomsday, de La muerte de Superman; Jonathan Kent muere de un infarto en su granja, como en la película de 1978… Sin embargo, estas referencias actuales son remodeladas para aparentar una procedencia más clásica: evita recuperar el desafortunado aspecto del Superman Azul, y Doomsday resulta ser una de las ridículas transformaciones del Jimmy Olsen de la Edad de Plata, que lucha para salvar a Superman y no para matarle.

Leo Quintum es quizá la adición más acertada de Morrison al reparto clásico de Superman. Mucho se ha discutido acerca de este personaje y su posible identidad y papel en la historia, pero básicamente se ajusta al arquetipo del “científico aliado de Superman” tan común en las aventuras de los cincuenta (de hecho, su apellido significa “la quinta vez” en latín), el genio de cuyo cerebro sólo pueden esperarse maravillas. Por qué Morrison no recurrió a algún personaje equivalente ya bien establecido en la historia de Superman, como el profesor Emil Hamilton, es algo que quizá esté relacionado con la mencionada y ambigua auténtica identidad de Quintum.

Menos acertada me parece la forma que tiene Morrison de introducir su creación Solaris en la historia (como “aliado secreto” de Luthor). Solaris, el Tirano Solar, fue presentado como el principal villano del crossover de los noventa orquestado por el propio guionista, DC 1.000.000 (1998). No es que su inclusión aquí carezca de sentido –de hecho, un enemigo “solar” como adversario de Superman es un concepto ingenioso– pero quizá resulte algo forzado encajarlo súbitamente en la trama sin un mínimo de preparación en el propio argumento. Solaris merece formar parte del panteón de enemigos del Hombre de Acero, pero parece extraño darle el papel de némesis de pleno derecho tras sólo una aparición previa.

A Morrison siempre le ha fascinado el personaje de Lex Luthor. En su etapa de la Liga de la Justicia, por ejemplo, evitó su versión de cínico e intrigante hombre de negocios presentada por John Byrne en los ochenta. Para Morrison, Lex no es un hombre esencialmente noble atormentado por un demonio interior, como otros autores han querido interpretarlo. Si Superman es un icono que representa las mejores virtudes que adornan al ser humano, Luthor es su contrapartida, la encarnación de sus peores defectos. Intelectualmente es casi perfecto, pero toda esa capacidad mental la dirige –junto a su tiempo y recursos– a destruir a Superman intentando al tiempo parecer superheroico. Presume continuamente de su genialidad mental pero no soporta la “arrogancia” de Superman; incapaz de ver la inspiración que aquél representa, lo acusa de anular la capacidad de los seres humanos para progresar pero en el fondo quiere ocupar su lugar como guía del mundo; envidia su juventud, su apostura y su poder físico, por lo que cultiva también sus propios músculos. Reúne en sí, por tanto, la envidia, el orgullo, la vanidad, la codicia, la ira y la arrogancia.

Para Morrison, por tanto, Luthor es simple y llanamente un villano, un hombrecillo que trata de justificar con argumentos elevados lo que en realidad es un odio infantil derivado de su sentimiento de inferioridad y su necesidad de ser reconocido. Por mucho que diga, Lex no desea hacer del mundo un lugar mejor.

El moribundo Superman aún conserva la esperanza de que su archienemigo pueda redimirse: “Todo eso que siempre has dicho que habrías hecho en beneficio de la Humanidad si yo no te lo hubiese impedido… No es demasiado tarde para poner a trabajar tu brillante cerebro. Lex, sé que no eres del todo malo”… A lo que Luthor responde escupiéndole a la cara.

Cuando Luthor afirma que podría haber salvado al mundo si no hubiera sido por Superman, éste le responde inmediatamente “Podrías haber salvado al mundo hace años si eso te importara”. Es un momento bastante inusual en el que Superman, que simboliza nuestros mejores valores como humanos, deja aflorar su resentimiento, puede que hasta su odio. Lo que le molesta no es que Luthor haya tratado de matarlo, sino que se niegue a utilizar su potencial para ayudar a otros.

Y retomando el asunto de la auténtica identidad de Leo Quintum, la opción favorita es… Luthor. Morrison afirmó una vez que la mejor idea que había tenido sobre Superman fue la que le regaló a Mark Millar para Hijo Rojo (2003): el que Superman había sido no enviado desde otro planeta a la Tierra, sino desde el futuro de nuestro propio mundo al pasado. Ello añadía además un elemento de predestinación al tiempo que estrechaba los lazos entre Superman y Luthor porque se descubría que el segundo había fundado la dinastía del primero, enviando un bebé hacia atrás en el tiempo.

Al final de All Star, Leo Quintum (cuyo nombre sólo se diferencia del de Lex en la letra final), da origen a una nueva estirpe de superhombres. Esta idea de que alguien pueda alcanzar su propio pasado y ayudar a convertirlo en un lugar –y tiempo– mejor, se hallaba también presente en la conclusión que Morrison dio a su etapa en Nuevos X–Men. Resulta reconfortante pensar que Superman consiguió, al final, reformar a su gran adversario en lo que constituye la muestra más representativa de lo que puede lograr la inspiración, aliviando de esta forma su preocupación acerca de si la humanidad podría hallar su destino en su ausencia.

Si John Byrne, en su actualización del personaje de los ochenta, había presentado a un nuevo Clark Kent, atractivo, seguro de sí mismo y perfectamente integrado profesional y socialmente, Morrison nos vuelve a traer a la torpe y titubeante versión que sirvió de guía para la película de 1978. El guionista, incluso, amplifica más esos tics, convirtiéndolo en un gigantón desmañado tan incómodo con su físico que nadie podría imaginar que tras ese pelo alborotado y postura de individuo tímido se esconde Superman. Tropieza, tartamudea y rara vez habla con firmeza y decisión. Cuando Luthor le pregunta por qué no usa una grabadora mientras lo entrevista, Clark responde: “Esos trastos… Eh… No… No consigo hacer que… eh… funcionen cuando estoy cerca… aprendí taquigrafía de mi madre”.

En lo que se refiere a su alter ego y adoptando un punto de vista verdaderamente optimista, Morrison sugiere que el poder de Superman proviene de su bondad esencial. En “Dulces Sueños, Superwoman”, nos presenta a Atlas y Sansón, dos personajes que igualan la fuerza física del kryptoniano pero que carecen de su madurez e integridad. En “¡La Guerra entre Superman y Olsen!”, se nos viene a decir que cuando se vuelve malvado (debido al fallido experimento de turno), Superman es más débil que en su “versión” íntegra. Olsen observa: “Lo curioso es que, cuanto peor se comportaba, más débil se volvía”, algo que tiene sentido por cuanto, después de todo, Superman es un personaje al que da fuerza la luz, literal y figuradamente.

Pese a que a muchos comentaristas se les acaban los adjetivos elogiosos cuando hablan de este cómic y que no dudan en calificarlo como obra maestra sin paliativos ni defecto alguno, en mi opinión All-Star Superman no es del todo perfecta.

Por ejemplo, los dos episodios relacionados con Bizarro estropean el ritmo de la miniserie. El capítulo 9, “La maldición de los sustitutos de Superman”, plantea también un terreno resbaladizo del que Morrison no Sale indemne. Como el primer arco argumental de su etapa en la Liga de la Justicia, esta historia está pensada para justificar por qué Superman no ha cambiado el mundo radicalmente teniendo el poder para hacerlo. “¿Qué derecho tengo a imponer mis valores a nadie?”, pregunta a los recién llegados refugiados de Kripton, como si eso explicara por qué no ha transformado el mundo en una utopía. Este es un argumento poco convincente aunque al tiempo imprescindible si se quiere dar un mínimo de coherencia al personaje: después de todo, si Superman acabara con todos los crímenes en su primer año de superhéroe, ¿qué quedaría por contar? Así que los lectores dan implícitamente por bueno ese argumento. Sin embargo, atraer la atención sobre ese tema convirtiéndolo en el motor de una trama, plantea todo tipo de cuestiones espinosas. Por ejemplo: ¿la negativa de Superman a imponer sus valores significa que no interfiere en los asuntos políticos de estados soberanos aun cuando violen flagrantemente los derechos humanos? ¿Existen en su mundo genocidios como el de Ruanda o Yugoslavia, o efectivamente él sí interviene en esos casos derrocando gobiernos tiránicos? De hecho, muchos de los cambios que quieren implementar los nuevos kryptonianos en la Tierra con miras a fundar un Nuevo Kripton, mejorarían la calidad de vida de incontables ciudadanos. “En Metrópolis lo han reparado todo… y lo han mejorado”, debe admitir Superman. Bar-El y Lilo no son una pareja agradable (son racistas, arrogantes y temerarios), pero no constituyen un contraargumento convincente a las razones de Superman para no intervenir más profundamente en los asuntos de los hombres por miedo a caer en el fascismo.

Otros episodios, hay que admitirlo, tienen tramas muy endebles que parecen haber sido escritas en el tiempo que Morrison se tomaba un café. Sí, hay ideas extravagantes y mucha imaginación (sólo en el número 2, la visita a la Fortaleza de la Soledad, encontramos conceptos como el devorador de soles, al que Superman alimenta creando estrellas en miniatura forjadas en el yunque cósmico del Nuevo Olimpo; o la llave de medio millón de toneladas, el Espejo de la Verdad o el Telescopio Temporal); pero el verdadero desafío no es dar con ellas, sino imaginar una historia a su altura en la que poder engarzarlas. Si Morrison toma como inspiración los cómics de los años cincuenta, también debería haberse percatado de que aquellas historias duraban diez o doce páginas, no veintidós. Es el caso del episodio 8, “Nosotros hacer lo contrario”, en el que nos presenta a un Superman atrapado en un planeta de Bizarros, donde encuentra a un Bizarro que es, a su vez, un Bizarro en su propia comunidad debido a su inteligencia y capacidad para sentir. Es un hallazgo brillante, pero la trama que lo articula todo es muy débil. Además y dado que estamos ante un homenaje, parte de esas llamativas ideas ni siquiera son de Morrison.

Incluso la línea argumental que sirve de base para la miniserie está tratada de forma un tanto torpe. En el número 3, a Superman le desvelan que antes de su muerte realizará doce “supertrabajos legendarios” en clara referencia al mito griego de Hércules y en una historia donde además aparecen Sansón, Atlas, la Esfinge o la Atlántida (en su versión de Poseidonis). Pero la identificación posterior de esas tareas resulta bastante vaga –después de todo, casi cualquier cosa que hace Superman puede ser calificado de hazaña mítica–, como si a Morrison le hubiera gustado la idea al principio para utilizarla como hilo conductor y conforme avanzara la miniserie pensara que no la necesitaba en realidad.

Hay otro problema añadido que surge al escribir historias que tratan de ser homenajes a un estilo clásico de hacer cómics, pero en las cuales Morrison no puede deshacerse del todo de su actitud provocadora. Así, hay algunas escenas un tanto inquietantes por el exceso de violencia y humor negro. En el episodio 5, “El Evangelio según Luthor”, Clark Kent visita al villano en prisión justo cuando el Parásito se libera. Para empezar, en esta versión, ese enemigo de Superman tiene un aspecto especialmente grotesco y repugnante; pero es que además, hay un momento en el que tras ser abatido, Luthor empieza a patearlo en el suelo, esparciendo grumos púrpuras de su carne por toda la estancia. Este tipo de humor sangriento y basado en la violencia no parece casar bien con un cómic que quiere recuperar el espíritu inocente y la grandeza del viejo Superman. Es cierto que estos lapsus no son frecuentes en la miniserie, pero lastran hasta cierto punto lo que parece ser el propósito de la misma: rebatir el tono oscuro y violento de los cómics de los noventa, que el propio Morrison, hay que decirlo, había ayudado a promover.

La caracterización de Superman y los secundarios aún es más floja, como si al tratar de capturar el espíritu y la imaginación de los cómics del pasado, Morrison hubiera olvidado el factor humano, que existen personajes en los que el lector quiere creer y por los que quiere preocuparse.

Como muchos otros cómics que tratan de recuperar la nostalgia de viejos títulos o personajes (y escritos por gente de la altura de Alan Moore o Mark Waid), éstos se sienten algo vacíos y artificiales, como una copia del original que haya perdido el alma que los hizo funcionar en su día. Dado que Morrison cuenta con que conocemos a estos personajes tan icónicos (Superman, Lois, Jimmy) no cree que deba invertir demasiado esfuerzo en desarrollarlos o dar su propia versión. Así, aunque esta es una visión alternativa y apócrifa del mito de Superman, se presupone que ya estamos totalmente familiarizados con ese mismo mito. Ese afecto por el icono, el simbolismo y la casi religiosa adoración por estos superseres, los sitúa a ellos y a quienes les rodean en su ficción en un plano alejado de los aspectos más mundanos con los que quizá una mayoría de lectores podría simpatizar.

No quisiera que estos puntos que yo considero los menos acertados y sobre los que posiblemente me haya extendido demasiado hagan pensar que mi valoración de la obra es negativa. Todo lo contrario. Las historias son en general dinámicas, muy divertidas, variadas y totalmente impredecibles. Una de las mejores es la sexta, “Funeral en Smallville” , que incluye un flashback a los tiempos juveniles de Superman en su ciudad “natal”, los personajes de aquellos años (Krypto, Pete Ross, Lana Lang, los Kent) y el encuentro con el Escuadrón Superman, peculiares versiones de sí mismo provenientes del futuro y de dimensiones alternativas. Es un episodio con un argumento bien desarrollado, cuestiones intrigantes y un sólido componente emocional. Hay también abundantes momentos de emotividad, como cuando Superman abraza por última vez a Lois antes de su muerte; o ese momento en el que, delante del Espejo de la Verdad, mira su reflejo y a las gafas de Clark Kent reflexionando acerca de lo que su disfraz humano ha interferido en su relación con Lois durante años.

En cuanto al apartado gráfico, Morrison vuelve a colaborar aquí con Frank Quitely, con quien ya había forjado una rara sinergia en proyectos tan diversos como We3, Flex Mentallo, New X-Men, Tierra-2 o Batman & Robin. Ambos componen un equipo formidable que, también es cierto y como sucede con Morrison, no es plato de gusto para todo el mundo. Quitely tiene un estilo gráfico y una manera de dibujar las figuras y las expresiones muy personales y que muchos encuentran irritantes. Pero esto es una apreciación estética, no técnica, campo éste en el que el dibujante escocés es impecable.

Quitely es también famoso por ser un dibujante lento –tanto que jamás ha sido capaz de ajustarse a las exigencias de una colección mensual–, algo que no extraña cuando se examina el minucioso grado de detallismo que despliega en sus páginas y su cuidadosa composición de plancha y viñeta. De hecho, ese ritmo provocó continuos retrasos en la publicación de la miniserie, hasta tal punto que los doce números acabaron apareciendo en un periodo de tres años. El que editorial y lectores permitieran semejante dilación sólo viene explicado por la extraordinaria calidad de su trabajo.

En cualquier caso, su arte, influido a la par por Katsuhiro Otomo y Moebius, es idóneo para el mundo de Superman. Su línea fina y sentido de los espacios amplios subrayan el lado más amable del mundo más hostil imaginable, algo a lo que contribuye también el alegre coloreado del traje y los fondos.

Cada página, cada viñeta, está repleta de detalles sin que ninguno de ellos resulte superfluo y sin que la composición transmita sensación de apabullamiento. Puede dibujar con igual facilidad los personajes humanos como las variadas extravagancias que salen de la mente de Morrison, y hacerles actuar con sutiles cambios de expresión, de postura o de lenguaje corporal. En este sentido destaca su Clark Kent tan diferente de Superman, como si el kryptoniano estuviera verdaderamente esforzándose por esconderse tras ese disfraz… y sin embargo podemos reconocerlo allí al fondo, tras su apariencia de hombrón despistado y torpe.

Fusiona su estilo moderno con el de la imaginería de la ciencia ficción de los cincuenta dando como resultado imágenes verdaderamente extraordinarias: Superman volando en mitad de la furia nuclear del Sol; Lois Lane y él besándose apasionadamente en la Luna con la Tierra de fondo; el Hombre de Acero abrazado a la lápida de la tumba de su padre poco después de su muerte, el Parásito cayendo mientras rompe y dobla los límites de la viñeta, Superman dictando mentalmente su testamento, débil, sudoroso y vulnerable…

El Superman de Quitely es un hombre grande y de pecho y espaldas anchas y poderosas. Pero al mismo tiempo no cae en la trampa de marcar de forma imposible todos sus músculos y venas tal y como ordena el canon del género superheroico. Recoge de algún modo aquel aspecto de forzudo de circo con el que empezó el personaje en sus orígenes. Además y a pesar de su físico imponente, su figura y su expresión transmiten serenidad, madurez y paz

El traje clásico de Superman también experimenta algunos cambios menores en manos de Quitely. Sus calzones le quedan holgados, más como unos shorts que como un bikini; y su capa, más corta, le cae sobre la espalda ocultando siempre sus anchos hombros. Su Lois Lane es una mujer atractiva que muy comprensiblemente puede atraer tanto a los titanes Sansón y Atlas como a Superman. El artista transforma a Parásito, ya lo he comentado, en una criatura de aspecto repulsivo que, ahora sí, hace honor a su nombre. Por su parte, el físico de Bizarro remite al de los zombis clásicos en lugar de mantener los rasgos angulares de su contrapartida de los cincuenta. Lex Luthor sigue siendo básicamente el mismo, aunque destaca su mirada mezquina y una mejor forma física de lo acostumbrado dado que, tal y como he mencionado y según lo concibe Morrison, invierte tanto esfuerzo en mejorar su cuerpo como su mente. Los kryptonianos Bar-El y Lilo, simbolizan en su estética esa fusión de lo moderno y lo retro, con esos monos integrales amarillos y púrpura y las protuberancias metálicas que les emergen de la cabeza y bajan por su espalda. Los hallazgos visuales de Quitely son tan numerosos que su relación exhaustiva sería tediosa.

Hay que destacar la excelente labor de Jamie Grant, que se encarga de entintar y colorear las páginas de Quitely. Con igual cuidado, limpieza y atención por el detalle que éste, Grant recoge y resalta cada arruga de las caras de los personajes, cada pliegue de la ropa, cada roca del suelo, cada cable del laboratorio… Sus colores son igualmente ricos en matices y sutilezas, pero también atrevidos y vivos, apoyando así el tono esencialmente optimista y esperanzador del cómic.

All-Star Superman es quizá la historia definitiva del Hombre de Acero, pero no del Superman canónico de la continuidad oficial DC, sino del arquetipo en el que se inspira, la expresión última de lo que el kryptoniano habría sido de haber reunido en sí las mejores versiones que ha recibido a lo largo el tiempo. Superman, quizá más que Batman, es un personaje que encaja perfectamente con la sensibilidad y visión de Morrison. Es inteligente, poderoso y está relacionado con una innumerable serie de conceptos de la ciencia ficción.

Otras historias modernas sobre Superman (como es el caso de Hijo rojo) lo definen por lo que no es, pero Morrison no tiene miedo de explorar lo que sí es, lo que significa en su mundo y en el nuestro, de reflexionar sobre la importancia del personaje como icono y símbolo de lo mejor de lo que es capaz la humanidad. Lo que lleva a Luthor a lanzar su ataque final y definitivo sobre Superman es la toma de conciencia de que “Me estoy haciendo viejo… y él no”. Superman vivirá para siempre. Claro, podría desaparecer de los cómics y del cine, podría dejar de surcar los cielos de Metrópolis, pero siempre estará entre nosotros de una u otra forma.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".