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«Superman» (1987), de John Byrne

Una vez terminada la miniserie de El hombre de acero (1986), resultó claro por qué había sido elegido el proyecto de Byrne sobre otros firmados por nombres también muy importantes del medio: modernizaba el personaje, adecuándolo a los nuevos tiempos pero, al mismo tiempo, era también el más respetuoso con el mito. Otras propuestas pretendían ser más radicales (una de ellas empezaba con Superman muerto), pero probablemente habrían despertado más polémica.

Tampoco es que Byrne volviera a los orígenes –lo que hubiera significado, por ejemplo, hacer que Superman no volara sino que se limitara a dar grandes saltos. Más bien, abordó la creación de un nuevo personaje construido con los retazos que más interesantes y convenientes le parecieron, independientemente de su origen: los cómics, las películas, los cortos de animación, el serial radiofónico…

El relanzamiento de Superman atrajo una atención sin precedentes por parte de los medios de comunicación ajenos normalmente al mundo del cómic. Los canales nacionales de televisión dedicaron al acontecimiento reportajes, John Byrne fue entrevistado y las agencias extendieron la noticia por todo el mundo a través de radio, periódicos y televisiones. En esta ocasión, los responsables de publicidad y marketing de DC se lucieron, aunque también es cierto que tratándose de una figura tan conocida como Superman, su labor fue menos complicada de lo que hubieran supuesto otros personajes.

La expectación que levantó toda esta publicidad tuvo efecto y no sólo Man of Steel, sino la subsiguiente colección regular, Superman, fueron un enorme éxito de ventas. El que el Hombre de Acero volviera a estar en boca de todos, medios de comunicación incluidos, trajo de vuelta a muchos fans largo tiempo ausentes y reclutó otros nuevos. Todos ellos acudieron a sus tiendas de cómics locales para comprar El hombre de acero en cantidades inauditas desde hacía décadas.

En las cifras de ventas tuvo también que ver el mercado especulativo, al que se animó publicando dos versiones del número 1 que se diferenciaban sólo en la cubierta: la primera mostraba la tradicional imagen de Clark Kent abriéndose la camisa para revelar su uniforme de Superman sobre un fondo de Krypton explotando; la otra era un primer plano de las manos de Superman realizando la misma acción, una escena icónica e inspiradora. Esta práctica de lanzar determinados números uno de colecciones con varias portadas no tardó en extenderse en los años siguientes, inflando una burbuja especuladora que acabaría por explotar a comienzos del nuevo siglo.

Bajo la firme guía de John Byrne, Superman cumpliría perfectamente su misión: su colección, que había estado entre las peor vendidas de DC, de la noche a la mañana, literalmente, pasó a ser el cómic más vendido del año, totalizando más de un millón de copias y generando una ilusión y expectación tremendas. Hacía mucho tiempo que DC no vendía el doble de copias que el título más popular de Marvel.

Superman (ya editado por Mike Carlin, que anteriormente había supervisado la obra de Byrne en Los Cuatro Fantásticos y que también acabó despedido por Jim Shooter) se convirtió en punta de lanza de la renovación del universo DC, algo muy meritorio para ser una colección que no había sido reiniciada ni remodelada en sus largas décadas de historia (si exceptuamos la débil y breve tentativa de Denny O’Neil en 1971).

Fue un movimiento valiente por parte de la presidenta y editora en jefe de la compañía, Jenette Kahn, pero dio resultado. Superman nº 1 (enero de 1987) apareció justo después de terminar El hombre de acero y, para aprovechar la inercia y convertir la serie en la piedra de toque del nuevo universo DC, la acción daba un salto desde los orígenes de Superman hasta la actualidad (aparecieron, además, como he dicho, Adventures of Superman y Action Comics).

Las ganas de Byrne por establecer una nueva dirección quedan patentes ya en la misma portada de ese número: en lugar de elegir la típica imagen genérica representando a un Superman victorioso, lo muestra postrado y a punto de ser derrotado por un misterioso enemigo. En la historia del interior podía encontrarse una ecléctica mezcla de lo viejo y lo nuevo. Clark Kent es representado como un hombretón musculoso y de aspecto aseado, un periodista de éxito lejos de esa imagen de hombre apocado, torpe y tímido que Jerry Siegel había creado y la película de Richard Donner consagrado.

Pero quizá el mayor cambio respecto a la tradición fue la forma en que Superman era derrotado por la nueva versión de Metalo, un ciborg que irradiaba radiación de kryptonita desde sus ojos –una sustancia, por cierto, cuya existencia y propiedades Superman ignoraba hasta ese momento–. Byrne quería dejar claro al lector que este no era el Superman que habían conocido su padre y su abuelo, aquel que podía mover planetas enteros sin sudar. Es más, en el número 584 de Action Comics (enero 1987), el primero del que se encargó Byrne, Superman era poseído por una mente ajena y obligado causar la devastación en Metrópolis. Era un Superman clara y dolorosamente vulnerable; ya no se podía dar por sentado que iba a salir indemne –ni los que le rodeaban– de las amenazas que debía enfrentar. Por otra parte, Byrne no sólo eliminó las kryptonitas multicolores de la etapa pre-Crisis dejando únicamente la verde, sino que hizo que sólo existiera un fragmento en la Tierra…y que Luthor se hiciera con él.

Durante el resto de 1987, Byrne seguiría presentando las nuevas versiones de los secundarios clásicos mezclando, también aquí, lo nuevo con lo viejo. Volvíamos a encontrarnos, claro, con Lana, Lois, los Kent o Jimmy Olsen. Pero también con Cat Grant (creada por Marv Wolfman en Adventure Comics) o la capitana Maggie Sawyer, al frente de la Unidad de Crímenes Especiales de Metrópolis, uno de los primeros personajes de cómic abiertamente gay, elección que resultó de lo más oportuna y actual: el 11 de octubre de 1987 se celebró la primera marcha Gay en Washington D.C.

Byrne también abordó el tema de la identidad secreta de Superman desde un nuevo punto de vista: nadie sospecharía que un héroe sin máscara ni antifaz tendría algo que esconder, así que el público no sabe ni se imagina que Superman lleva una doble vida como “hombre normal”.

El propio Byrne se preguntaba: “¿Cuándo fue Superman tan estúpido como para contarle a la gente que tenía una identidad secreta? ¿Por qué haría tal cosa?”.

En el número 2 (febrero de 1987), Lex Luthor ponía toda su organización a trabajar para averiguar quién se escondía tras la identidad de Superman, contrata expertos en ordenadores, envía agentes a Smallville para investigar, secuestra y tortura a Lana Lang, analiza toda la información disponible sobre Superman y Clark Kent…y finalmente, todo resulta obvio: Superman es Clark Kent, tal y como apuntan todas las pruebas. Luthor, en cambio, se niega a creerlo: “¿Lógico? ¿Sí? Para una máquina tal vez sí. Esa conclusión la sacaría una máquina sin alma… pero Lex Luthor no. ¡Para nada! ¡Se que un hombre tan poderoso como Superman jamás fingiría ser un mero humano. Ese poder hay que explotarlo constantemente. ¡¡Ese poder hay que usarlo!!”.

En resumen: su egocentrismo, megalomanía y falta de empatía le incapacitan para aceptar la verdad (una solución original pero que a mí particularmente no me satisface, puesto que va en contra de la interpretación de Luthor como genio de mente brillante. Ese tipo de ceguera le habría impedido ascender de desposeído de los barrios bajos a multimillonario todopoderoso).

También es en este número cuando se confirma que Luthor fue quien se apoderó de Metallo y, por tanto, de la kryptonita que éste llevaba en su interior. Como ya dije anteriormente, Byrne eliminó el arco iris de kryptonitas que tanto juego había dado durante la etapa clásica del personaje. Ahora no sólo existía una única clase de kryptonita, la verde, sino que el único mineral que había llegado a la Tierra había sido junto a la nave que transportó a Superman…y Luthor se había hecho con él. Es más, hace que engasten un trozo de esa kryptonita en un anillo que llevará permanentemente, impidiendo de esta forma que Superman se le acerque.

Durante este primer año de la colección, Byrne aprovechó la oportunidad que le brindó la miniserie Legends para volcar en Superman su cariño por los conceptos creados por Jack Kirby para DC en los setenta, en particular el universo de El Cuarto Mundo.

Ya hablamos en otro artículo de Legends, la participación de Byrne en ella y de cómo sirvió para presentar a las nuevas generaciones de lectores las creaciones de Kirby e insertarlas definitivamente en la nueva continuidad post-Crisis. Dado que los acontecimientos narrados en la misma tuvieron ramificaciones por el resto de colecciones de DC, ¿qué mejor que, en lo tocante a Superman, trasladar al héroe nada más y nada menos que a Apokolips, la fuente última de la amenaza contra la que luchaban los héroes en Legends ? Al fin y al cabo, pocos son los personajes de DC que puedan hacer frente a un villano del poder de Darkseid, y Superman es uno de ellos.

Así, en Superman nº 3, Adventures of Superman nº 426 (éste con guión de Wolfman y dibujo de Jerry Ordway, aunque el argumento era de Byrne) y Action Comics nº 586 (todos ellos correspondientes a marzo de 1987), se narraban las desventuras del Hombre de Acero en Apokolips. Y digo desventuras porque, también aquí, Byrne aprovecha para subrayar la vulnerabilidad de Superman.

Tras caer derrotado en un combate contra una criatura acorazada, su cerebro se sume en la confusión y Darkseid aprovecha, a través de sus sicarios, para lavarle el cerebro y obligarle a actuar como agente doble a su servicio. Se erige en líder de los descontentos de Apokolips y les incita a una revolución para luego abandonarlos a las crueles manos del tirano. Superman se acuesta con la malvada manipuladora que obedece órdenes de Darkseid y contempla impasible la masacre que él mismo ha organizado. Sólo la intervención de dos Nuevos Dioses provenientes de Nueva Génesis, Orion y Lightray, lo sacarán de su estupor y restaurarán parcialmente la memoria para que recuerde de qué lado está pero no las atrocidades en las que ha participado. Fue una solución de compromiso quizá no completamente satisfactoria (tampoco se decidía a llevar el enfrentamiento físico entre Superman y Darkseid hasta sus últimas consecuencias) pero que dejaba claro, otra vez –y no sería la última– que este Superman podía ser derrotado de una forma muy dolorosa.

Byrne volvería a retomar los personajes creados por Kirby en DC dos veces más en el siguiente año., la primera de ellas en Action Comics nº 587 (abril de 1987), recuperaría otro de los personajes creados por Kirby para la editorial: Demon, en una de esas aventuras de viajes temporales y realidades alternativas que tanto gustan a Byrne.

A mediados de los ochenta se produjo en Estados Unidos un periodo de reflexión y profunda crítica hacia la intervención en Vietnam dos décadas atrás, tal y como se refleja en la cantidad de películas de esa temática que por aquella época se estrenaron: Platoon (1986), La chaqueta metálica (1987), Good Morning Vietnam (1987), Jardines de piedra (1987), Nacido el 4 de julio (1989), Recuerdos de guerra (1989)…

La figura del veterano mutilado o traumatizado por la guerra halló reflejo en el número 4 (abril de 1987) de Superman, en el que se nos presentaba la primera adición a la galería de nuevos villanos de Superman: Bloodsport, un desequilibrado veterano (o eso es lo que inicialmente parece) de Vietnam al que alguien ha dotado de superpoderes y que se dedica a perpetrar matanzas por Metrópolis.

Este episodio supone, además, la entrada de Karl Kesel como entintador regular de la colección. Kesel, digno heredero de Terry Austin, comprende perfectamente los lápices de Byrne, llenando las viñetas de detalles con su fina pluma, terminando con precisión los fondos y las figuras secundarias y, en general, haciendo gala de una limpieza y claridad extraordinarias.

Los números 5 y 6 (mayo-junio de 1987) enfrentan a Superman contra unos peculiares invasores alienígenas dormidos en las ruinas de una civilización precolombina hasta que un grupo de arqueólogos –entre los que se encuentra Lois Lane cubriendo la noticia– los reaniman. Historia intrascendente pero bien narrada y dibujada, recupera la tradición de Superman venciendo a la amenaza de turno no con su fuerza o sus poderes, sino con la astucia. Otro villano efímero será el presentado en el número 7 (julio de 1987), una salvaje mujer gigante, Rampage, sin demasiado carisma.

El Superman de Byrne, tal y como se nos había narrado en El hombre de acero, había asumido su identidad superheroica ya en la madurez, por lo que el concepto clásico de Superboy –el joven Clark Kent y sus aventuras adolescentes en Smallville– fue también eliminado del nuevo universo post-Crisis en aras de situar toda la atención en el Superman adulto y construir un personaje más coherente y sólido. Byrne retomó así la idea original de Jerry Siegel y Joe Shuster de que Clark Kent no apareció como Superman hasta la madurez. Byrne sí barajó inicialmente la idea de mostrar un Superman en sus primeros años, inseguro e inexperto, aprendiendo todavía a asumir su nueva identidad, qué hacer y cómo hacerlo. Pero esa propuesta no obtuvo la aprobación de la editorial, que deseaba tener al héroe “plenamente operativo” tan rápido como fuera posible.

Ahora bien, la decisión creativa de eliminar del mito a Superboy tenía otras consecuencias, en concreto sobre la colección de La Legión de Superhéroes, puesto que este grupo de héroes del siglo XXX se había fundado inspirado en el ejemplo de Superboy.

Paul Levitz, guionista por entonces de esa colección, y John Byrne fueron instados por la editorial a resolver tal problema de continuidad entre los números 37 y 38 de la Legión de Superhéroes (agosto-septiembre de 1987), Superman nº 8 y Action Comics nº 591 (agosto de 1987). Para ello, crearon un Superboy que nada tenía que ver con el de la ahora continuidad regular, un Superboy creado por el Amo del Tiempo en un universo de bolsillo y que sería el que, efectivamente, llevaría a la creación de la Legión y que moriría heroicamente en el número 38 de la Legión, eliminándolo así de esta forma del nuevo universo DC para impedir interferencias con el personaje titular de las colecciones de Superman.

Este asunto de Superboy se convirtió en la primera señal de aviso de que algo no iba del todo bien. A Byrne le molestó que se le obligara a explicar la existencia de un personaje que se había propuesto –y así se lo habían autorizado– no ya eliminar, sino ni siquiera mencionar. Estaba claro que la editorial temía que un núcleo duro de lectores tradicionalistas y nostálgicos del antiguo mito de Superman comenzara a hacerse oír y crear polémica.

El número 9 (septiembre de 1987), trae a Metrópolis al villano principal de Batman: el Joker. A pesar de los grotescos asesinatos que perpetra, ésta es una historia bastante liviana que recurre a un esquema clásico de la colección antigua: el enfrentamiento entre el poder bruto de Superman y la inteligencia de su enemigo.

Efectivamente, aquí el héroe atrapará al Joker gracias a su astucia y a la mala interpretación que éste hace de sus poderes. Pero el verdadero plato fuerte de este número es, no obstante, la historia corta “Metrópolis, 1.400 km”, en la que en tan solo siete páginas, Byrne traza un retrato magistral de la maldad de Luthor.

En una pausa durante un viaje en una cafetería de carretera, disfruta arruinando la vida de una de las camareras, averiguando sus secretos, enfrentándola a su frustración, tentándola, destruyendo lo que ella creía eran sus inquebrantables principios y luego abandonándola.

Byrne nos muestra aquí que Luthor no sólo dedica su vida a destruir a Superman, sino que apabulla a la gente normal por el simple placer de ejercer su poder y ver tambalearse la moralidad de alguien indefenso ante su carisma y fortuna. Sin duda, una de las mejores historias de toda la trayectoria de Superman…aunque el héroe no aparezca aquí ni mencionado.

Hablando de Luthor, el nº 10 (octubre de 1987) narra cómo Superman debe superar otro de los ataques de aquél, esta vez bajo la forma de un robot llamado Klaash. Es un episodio bien escrito y dinámico, pero sin demasiado interés en el fondo si exceptuamos el que la capitana Maggie Sawyer cobra aquí un mayor peso, no sólo gracias a su enfrentamiento con Luthor, sino a la subtrama que se inicia en este capítulo y que desembocará en el dramático episodio “Alas” un poco más adelante.

El nº 11 (noviembre de 1987), supuso la reintroducción de uno de los villanos clásicos del héroe en el nuevo universo post-Crisis: Mr. Mxyzptlk. Aparte de la malintencionada broma de representar inicialmente a este duendecillo casi omnipotente de la Quinta Dimensión como el Todopoderoso que había protagonizado las Secret Wars II de Marvel (lo que, a la postre, es una burla a Jim Shooter), en mi opinión el intento de Byrne no acaba de cuajar dentro de los parámetros que él mismo se había fijado, algo que el propio autor reconoció posteriormente, calificando a este episodio como “error colosal”.

Mr. Mxyzptlk es una esas enloquecidas creaciones de la etapa primeriza del personaje (apareció originalmente en 1944), un ser relativamente benigno y cuyas ganas de pasarlo bien combinadas con sus inmensos poderes ponían en apuros a Superman. Ya de primeras, su aspecto, personalidad, poderes y forma de actuar casaban mal con el mundo verosímil y anclado en la realidad que Byrne había creado para Superman. Quizá hubiera sido más sensato dejarlo fuera de esta nueva versión del personaje, pero en cambio lo que decidió hacer fue resaltar las nefastas consecuencias de las pesadas “bromas” de Mxyzptlk: un individuo con un miembro achicharrado, un gorila de juguete transformado en una salvaje criatura que pone en peligro a un niño, personas convertidas en maniquíes, un camión transformado en una especie de caballo salvaje que aplasta coches y, para colmo, insufla vida a todo el edificio del Daily Planet… con sus trabajadores dentro.

Mr. Mxyzptlk había sido creado como personaje con el que se podían urdir historias ligeras y cómicas, pero en el nuevo Metrópolis sus “travesuras” ya no lo son, ni mucho menos. Tal y como Superman le dice a Lois: “Puede que el ala de psiquiatría del Hospital tenga que abrir una sala nueva debido a los traumas causados por Mxyzptlk. Las cosas que hizo dejaron cicatrices más profundas que las lesiones físicas”. Por supuesto, se trata de una cuestión de gustos y sensibilidades, pero en lo que a mí respecta ese absurdo personaje –¡al que Superman derrota haciéndole que escriba su nombre al revés en una máquina de escribir gigante!– cuyos juegos intrascendentes tenían cabida en los livianos cómics de los años cincuenta o sesenta, tiene difícil acomodo en el universo DC más sofisticado y “realista” de los ochenta.

Mucho mejor resultó ser el nº 12 (diciembre de 1987), una inesperada y trágica historia de amor narrada con maestría por Byrne en forma de flashback.

En “Superman 129” (mayo de 1959), el guionista Bill Finger y el dibujante Wayne Boring firmaron la historia titulada “La chica en el pasado de Superman”. En ella, cuando Clark Kent asistía a la Universidad de Metrópolis, se enamoró de una misteriosa joven en silla de ruedas que se recluía en su habitación todas las tardes. A pesar de la perplejidad que ello le provocaba, Clark le declaró su amor, pero ella le rechazó diciendo que tenía que regresar a su tierra… que resultó ser Atlantis.

Sí, Lori era en realidad una sirena y el motivo de que estuviera en una silla de ruedas es que no tenía piernas, sino cola –que ocultaba hábilmente con una manta–. En esta recreación, Byrne se limita en realidad a seguir muy de cerca la trama aquella vieja historia, pero hay que otorgarle el mérito de, por un lado, tener el valor de ofrecer una historia de Superman sin apenas acción y por otro, su hermoso y poético final.

(Por cierto, como curiosidad cabe destacar que Lori Lemaris es otra de las novias de Superman cuyo nombre y apellido comienzan por L. Así, tenemos a Lana Lang, su novia de juventud; Lyla Lerrol, la actriz kryptoniana de la que se enamoró durante un viaje en el tiempo a su mundo natal; y, por supuesto, la intrépida Lois Lane).

La colección Superman también tuvo un Anual, el primero, este año 1987. Por desgracia, se trata de una de las peores historias de la etapa de Byrne.

Durante un tiempo, en DC pensaron que todo aquello que llevara un mono en la portada se vendería como rosquillas. Y así, todas las colecciones de la casa, en un momento u otro, hubieron de albergar alguna aventura con simios, ya fueran inteligentes, gigantes o malvados. Superman, claro está, no fue una excepción. En febrero de 1959, en el nº 127 de la colección, el guionista Jerry Coleman y el dibujante Wayne Boring contaron la historia de Toto, un chimpancé que hacía buenas migas con Lois Lane y que era lanzado al espacio en un satélite como parte de una campaña publicitaria. Sometido a extrañas radiaciones, el animal regresa a la Tierra convertido en un enorme simio rebautizado Titano, al que Superman debe enfrentar no sin dificultades, puesto que de sus ojos emana radiación de kryptonita. Al final, con la ayuda de Lois, envían al mono a la prehistoria, donde –más bien “cuando”– podrá vivir con animales de su tamaño.

Aquélla fue una historia hija de la Carrera Espacial de los años cincuenta y cuando Byrne –inexplicablemente en mi opinión– decide recuperarla, la convierte en una crítica a la experimentación con animales. En esta ocasión, Titano es un chimpancé con el que experimentan en un laboratorio para disgusto de Lois Lane, presente en las instalaciones para cubrir un reportaje. Cuando se produce un accidente y el animal recibe una sobrecarga de energía, empieza a crecer hasta convertirse en el antedicho mono gigante, que también es capaz de herir a Superman.

A ello hay que añadir que resulta difícil tomarse en serio cualquier historia con un mono gigante; que, además, esta es un plagio –uno de tantísimos– de King Kong (1933); y que el Anual está ejecutado de forma mediocre en todos sus aspectos. En esta ocasión, los responsables –puesto que el guión viene firmado por Byrne y el dibujante Ron Frenz– intentan darle un toque “adulto” a la infame historia, por un lado, rematándola con un final dramático que la aleje del espíritu camp de la original, pero cuya emotividad está tan exagerada que entra en el sentimentalismo; y, por otro, incluyendo una crítica social, como hemos dicho, contra la experimentación con animales.

El problema es que en lugar de plantear un dilema ético o una situación que pueda dar lugar a un debate serio, ofrecen un escenario sacado de los estereotipos más sobados de la literatura pulp. En vez de presentar a un científico sensato que experimenta con animales intentando hallar una vacuna que salve a millones de seres humanos, nos encontramos con un científico malvado hasta la psicopatía que lo que busca en realidad es desarrollar clandestinamente un arma para el gobierno. ¿Dónde está el debate aquí? ¿Quién, en su sano juicio, va a considerar la defensa de semejante individuo?

Para colmo, el dibujo, a cargo de ese alumno de Sal Buscema que es Ron Frenz, es soso por no decir mediocre. Empezando por la portada, en la que la cara de Superman aguantando el peso de Titano parece más la de alguien aquejado de un constipado o un terrible estreñimiento que de angustia o desesperación. Tres años atrás Frenz hizo un muy aceptable trabajo para Spiderman (fue él quien dibujó por primera vez el traje negro de ese héroe de la Marvel), pero aquí lo encontramos verdaderamente poco inspirado a pesar del entintado del normalmente efectivo Brett Breeding.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".