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«Superman: La caída de Camelot» (2006-2008), de Kurt Busiek y Carlos Pacheco

Como todo el mundo sabe, Superman es un alienígena venido de otro mundo que protege del peligro a su planeta adoptivo con sus enormes poderes y su férrea voluntad y recta moral. Peligros que van desde catástrofes naturales a delincuentes de diferente rango pero normalmente del tipo extravagante o superletal: extraterrestres, robots, genios criminales…. ¿Pero qué pasaría si sus bienintencionados actos de heroísmo hubieran, de hecho, ralentizado e incluso detenido el progreso de la especie humana? ¿Qué ocurriría si cada una de sus hazañas nos situara un paso más cerca de la extinción global, simplemente porque ha impedido que nuestra civilización evolucione?

Esta es la cuestión central de La caída de Camelot, un arco argumental que se desarrolló entre los episodios 654 y 658, 662 a 664 y 667 de la serie regular de Superman y su Anual nº 13; todo ello tras el reinicio en falso del Universo DC que supusieron los Nuevos 52, macroevento en el que cada colección mensual daba un salto de un año en el futuro, presentando a los personajes cambiados de una u otra forma.

En el caso de Superman y tras Crisis en Tierras Infinitas, quedó privado de sus poderes tras su enfrentamiento con Superboy Prime, y durante un tiempo se limitó a vivir como Clark Kent. Geoff Johns y Kurt Busiek se encargaron tanto en Action Comics como en Superman (en el arco “Up, Up and Away”, 2006) de reconstruir de nuevo al personaje, resaltando la importancia de su personalidad, inteligencia y fortaleza espiritual más que sus habilidades.

La caída de Camelot es una historia que en su recorrido inicial vino lastrada por el pecado capital de DC: los retrasos y los números de relleno que rompieron el flujo narrativo inicialmente establecido. La colección hermana, Action Comics, contaba paralelamente la historia Último hijo, escrita por Geoff Johns y Richard Donner, y dibujada por Adam Kubert. Cuando éste empezó a tener problemas de salud, comenzaron los retrasos y la serie Superman tuvo que cubrir sus huecos y, además, acoger los números de enlace con el evento de turno de aquel año, interrumpiendo su propia línea narrativa. Estas razones hicieron que la historia se cortara tantas veces que al final, habiéndose saltado todos los calendarios de publicación previstos, hubo de resolverse en un número especial independiente, el Anual nº 13 , que para cuando apareció fue ya ignorado por muchos lectores que habían abandonado la serie enojados por la tomadura de pelo de la editorial.

La historia arranca con Clark Kent tratando de celebrar un aniversario especial con su esposa, Lois Lane, continuamente pospuesto a lo largo de ese día debido a sus compromisos profesionales como periodista y obligaciones como Superman. Muchos creadores han afirmado que en el caso de Superman, Clark Kent es la personalidad dominante mientras que el superhéroe no es más que una fachada que le permite poner sus capacidades al servicio de los demás. La dificultad que entraña semejante compaginación es algo que Busiek entiende y plasma perfectamente: la vida de Superman es tan imprevisible y absorbente que su identidad como Clark Kent se resiente de ello (un tema, por cierto, que Busiek ya había tratado en el personaje del Samaritano en el número 1 de Astro City).

Clark/Superman recibe una petición de ayuda por parte de una antigua novia, la doctora Callie Llewellyn, que ha llegado a ser una reconocida arcanobióloga o experta en criaturas extrañas. Ha descubierto en Kazajstán unas instalaciones soviéticas abandonadas donde se custodiaba un alienígena que todavía sigue vivo. El extraterrestre, bautizado Sujeto 17, ha sobrevivido a décadas de incontables y crueles experimentos que han resultado en una personalidad trastornada y unos poderes que rivalizan con los de Superman. Su enfrentamiento es tan explosivo que provoca una respuesta de quien menos se espera: un brujo rendido a la vida hedonista en el siglo XVII. Se trata nada menos que de Arión, el hechicero de la Atlántida (un personaje de los ochenta que llegó a tener su propia colección pero que permaneció luego olvidado durante bastantes años), a quien atormentan visiones premonitorias del futuro del hombre.

Localizando el origen del problema, viaja en el tiempo y visita a Superman en el presente, compartiendo con él sus visiones de una Metrópolis postapocalíptica en la que un puñado de supervivientes se enfrentan a un invierno nuclear. Lois Lane y Jimmy Olsen exploran las ruinas a la búsqueda de provisiones cuando son atacados por unos asesinos cibernéticos y rescatados por un extraño dúo de antiguos villanos redimidos: Lex Luthor y el Parásito. Este último insiste en que Lois le llame Clark, pues absorbió los últimos restos del poder de Superman , asesinado años atrás por el responsable de esa devastación, Khyber, el mítico Viejo de la Montaña o Señor de los Asesinos, transformado en un supervillano a punto de conquistar el planeta.

A esa visión del futuro acceden también los Lois, Jimmy y Perry White del presente. Todos ellos coinciden en que parece real. Arion señala que aunque el mundo ha ido sobreviviendo a una sucesión de crisis, estos acontecimientos han ido cobrando más y más fuerza cada vez. La intervención de la comunidad superheroica sólo ha servido para empeorar la situación y el siguiente cataclismo podría ser el último. Arión le exige a Superman que no intervenga más en el destino de la humanidad porque pone en peligro la vida de las generaciones futuras. En las semanas siguientes, mientras combate otras amenazas, el Hombre de Acero trata de averiguar cuánto hay de verdad en las afirmaciones del hechicero atlanteano y tomar una decisión al respecto.

A menudo se critica a Superman por ser tan poderoso que resulta difícil creer que los enemigos que se le inventan puedan estar a su altura; que esa invencibilidad le hace aburrido y previsible. Pues bien, Busiek nos presenta una situación en la que, efectivamente, el propio Superman puede no correr peligro inmediato, pero sí su sueño y su autoimpuesta misión de hacer un mundo mejor. Fuerzas más allá de su comprensión operan contra él. Cada vez que salva a la humanidad, la empuja al mismo tiempo hacia la destrucción. ¿Cómo encarar semejante amenaza? ¿Se puede siquiera hacer algo? ¿No sería mejor apartarse y dejar morir a millones para que el resto pueda sobrevivir? ¿Cómo puede alguien como Superman aceptar esa solución?

Kurt Busiek ofrece aquí un claro ejercicio de metalenguaje: el que la humanidad haya ido sobreviviendo a un encadenamiento de crisis no es sino una referencia a la interminable secuencia de eventos y reboots a que DC somete a sus lectores. Sí, nos dice el guionista, los héroes y los humanos-lectores han sobrevivido, pero cada Crisis es peor que la anterior y puede llegar un momento en el que unos y otros fenezcan. Sabido es que Busiek fue fan antes que guionista y que no sólo es un experto en el género sino que siente auténtico amor por los héroes, ya sean de Marvel o DC. Pero lo que él aprecia son las encarnaciones clásicas de esos personajes, aquellas que los muestran como la esencia del heroísmo, el modelo de ejemplo a seguir y fuente de inspiración, sin renunciar, eso sí, a la complejidad en la caracterización. Los continuos vaivenes y reinvenciones, los macroeventos que complican inmensamente la continuidad… no son de su gusto. Al mismo tiempo y en relación al amor que siente por los superhéroes, ha venido tratando de enmarcarlos en una realidad más cercana, hacerlos más verosímiles. Su trabajo para Marvels, Superman: Identidad secreta o Astro City son ejemplos perfectos de su forma de entender el género.

Así, La caída de Camelot es una aventura llena de acción y suspense al estilo superheroico que no trata de reformular al personaje, explorar las facetas ocultas de su vida íntima o volver a contar una vez más su origen de otra manera. Es aventura pura y dura, pero muy bien narrada. Y en ese sentido funciona, lo que demuestra que para que un cómic de superhéroes cumpla su cometido basta con una historia relativamente sencilla relatada con maestría sin que sea necesario reinventar la serie o introducir profundos cambios en el personaje.

Los números en los que se cuentan los últimos días de los héroes supervivientes, su agónica derrota y muerte a manos de la coalición de villanos (con una Wonder Girl marcada por las cicatrices, un Flash paralítico y prematuramente envejecido, la hija de Hal Jordan..), el paso de los años y las décadas, la desaparición de la civilización y la especie humana narrados en el diario de Lois y luego de Jimmy Olsen, son auténticamente conmovedoras para quien conozca la mitología de Superman. Menos acertado me parece el soso ultravillano Khyber, sublimación del miedo al terrorismo internacional, del que no se nos cuenta prácticamente nada, no se explica cómo ha llegado a tener unos poderes que le permiten liquidar a Superman y cuyo único y anodino papel en la historia consiste en servir de catalizador del desastre. Como tantos villanos aspirantes a conquistadores del mundo, tampoco este explica qué gracia encuentra en gobernar un planeta devastado carente no ya de civilización sino siquiera de gobernados.

Más allá de su valor como metáfora del devenir reciente del género, tampoco parece muy sólida –ni siquiera en el marco de un cómic de superhéroes– la explicación que da Arión acerca de los ciclos históricos. La evolución de la especie humana, nos dice, consiste en una serie de ascensos y descensos, una suerte de espiral creciente en la que no se puede avanzar si de vez en cuando no se producen retrocesos en forma de guerras o caídas de imperios. Los superhéroes han impedido, por tanto, el normal transcurso de la historia y esto, merced a fuerzas que no se explican en ningún momento, hace que se vaya acumulando una especie de “tensión histórica” que antes o después se liberará y se llevará a humanos y superhéroes por delante. Parece todo algo cogido por los pelos, una mera excusa para situar a Superman ante un dilema ético.

La primera parte de la saga, desde la aparición de Sujeto 17 a las visiones del futuro apocalíptico, tiene buen ritmo y se centra sobre todo en ir construyendo la atmósfera de catástrofe inminente al tiempo que plantea las bases de la disyuntiva a la que Superman deberá enfrentarse. Especialmente en el primer capítulo, Busiek escribe unos perfectos Clark y Lois con los que es fácil simpatizar y cuya relación se siente afectuosa y verosímil. La segunda parte del arco argumental, en cambio, aborda los aspectos más cerebrales del problema, enzarzando a Superman y Arión en debates éticos y filosóficos sobre la naturaleza de la humanidad y el heroísmo en general. Al final, todas esas disquisiciones no aportan nada a Superman que ya no sepamos y los números en sí no ofrecen ni una adecuada solidez y cohesión argumental ni resultados particularmente notables en cuanto a caracterización.

Y es que, en buena medida, La caída de Camelot parece una colección de episodios independientes vagamente unidos entre sí mediante la intervención de Arión y su enfrentamiento con Superman. Así, el primer capítulo, el del aniversario de Clark y Lois, puede leerse de forma prácticamente independiente del resto, como también el choque del Hombre de Acero y el Sujeto 17, interrumpido bruscamente por la aparición del hechicero. En otro episodio, Superman debe poner orden en el caos desatado por una “salida escolar” de los Nuevos Dioses a Metrópolis; en otro, lucha contra el Escuadrón K, creado para detenerlo en caso de que alguna vez perdiera el control de sí mismo. Son todas ellas aventuras que bien podrían haber funcionado independientemente de la trama de Arión. Ninguno de los personajes secundarios, villanos o no, tiene un papel verdaderamente memorable (el Bromista, Zatanna, Lightray, la Liga de la Justicia, Siroco, Power Girl…) y, al final, el dilema de Superman no es tal, puesto que todos los lectores saben cuál será su respuesta.

La conclusión de la saga en el Anual resulta asimismo decepcionante, con la intervención de los tópicos monstruos lovecraftianos repletos de colmillos y tentáculos y una derrota absurda de alguien tan poderoso como Arión por el tramposo procedimiento de hacer que el Fantasma Errante proteja a Superman de su magia. Todo ese dilema ético, las dudas del héroe sobre su misión y su papel entre los humanos, se resuelven a puñetazos y recurriendo al puro poder físico en lugar de la opción mucho más satisfactoria de utilizar el intelecto, la astucia y la voluntad. Ni siquiera Pacheco está a la altura de sus páginas para la serie regular y el colorista Pete Pantazis le hace flaco favor (a diferencia del excelente Dave Stewart del comienzo de la saga).

Pero no todo son pegas a La caída de Camelot, ni mucho menos. En general la aventura tiene buen ritmo y salvo algunos pasajes un poco recargados de texto se lee con agrado. Busiek introduce elementos interesantes. Su Superman es la versión inmensamente poderosa del personaje. Es capaz de escuchar a Lois desde la otra punta del planeta, lo que crea entre ambos una conexión íntima muy especial; su memoria es tal que mientras viaja en avión como Clark Kent lee novelas en cuyas páginas ha insertado micropuntos que contienen libros científicos enteros, absorbiendo toda esa información simultáneamente. Asimismo, y esto es una de sus especialidades, Busiek sabe construir momentos de gran intensidad emotiva que acercan más los personajes al lector: la muerte de Rudy gritando el nombre de Lois y las lágrimas de ésta llamándolo, por primera vez, Clark; el vacío que siente Lana tras haber salvado su empresa al no poder compartir tal logro con su hijo; el vuelo de aniversario de Clark y Lois al atardecer; la progresiva desaparición del núcleo de resistentes del futuro; la desesperación de Sujeto 17 cuando ve que Superman no permanecerá a su lado contra la humanidad…

También resulta acertado el paralelismo entre el Hombre de Acero y el Sujeto 17, un alien tremendamente poderoso como él, pero que tuvo el infortunio de caer en malas manos. De alguna forma, es una versión oscura y torturada de sí mismo. De la misma manera que Superman ama a toda la Humanidad, él la odia a causa de los crueles experimentos que sufrió en sus carnes, pero el lector no puede sino sentir pena y cierta simpatía por este ser patético, amargado, abandonado y solitario. Por desgracia y como ya he apuntado antes, Busiek lo utiliza como un mero peón de relleno en la trama, un personaje que sólo sirve como catalizador de la intervención de Arión, un papel que bien podría haber cumplido cualquier otro villano con cierto grado de poder. Su subtrama –si es que se la puede llamar así– era merecedora de un mayor desarrollo.

El villano principal, Arión, tiene una presencia imponente, un hechicero de tal poder gracias a su milenaria vida que incluso el Fantasma Errante no puede localizarlo. Y ello aun cuando su magia, pasada su época de máxima gloria, depende del uso de amuletos y objetos de poder. Lejos del histrionismo y los excesos que han caracterizado a tantos enemigos de Superman, Arión resulta ser un gran rival; y no sólo porque el kryptoniano sea vulnerable a la magia, sino por su inteligencia, su habilidad para la manipulación, su inquebrantable disposición a sacrificar a una minoría (aunque ésta sea de miles de millones) para garantizar la supervivencia de la mayoría y su absoluto convencimiento de que la razón está de su parte.

Desde su irrupción en el mercado norteamericano, Carlos Pacheco ha venido siendo uno de los mejores dibujantes de cómics de superhéroes, un artista que no sólo sabe dibujar sino narrar, que aprovecha las enseñanzas de los clásicos (desde Alex Raymond a Neal Adams, de Jack Kirby a Gil Kane) y las integra en un dibujo elegante que se desenvuelve igual de bien en el movimiento que en la reflexión.

Pacheco es el colaborador perfecto para Busiek por cuanto es capaz de tomar la estética propia del género superheroico, rebajar su inherente inverosimilitud y barnizarla con una pátina de realismo. Su Superman es todavía joven y su musculatura está perfectamente definida. El vuelo y sus movimientos están retratados con elegancia y sin histrionismos, huyendo de las poses tópicas aunque sí recuperando como homenajes momentos clásicos de sus cómics o películas.

Cuando en la primera plancha de la saga vemos a Lois recién salida de la cama vestida tan solo con una camiseta y unas braguitas, no estamos ante una imagen cursi ni forzadamente sexual, sino algo sensual por su realismo y cotidianidad. Esa atención por las figuras y el naturalismo no se detiene en los personajes principales, ni siquiera en los secundarios. Incluso los transeúntes que circulan por el fondo de la acción tienen rasgos distintivos y diferenciadores.

Su capacidad para introducir multitud de detalles sin perjudicar la claridad compositiva y narrativa de la viñeta se extiende a los fondos, aspecto este en el que el cómic europeo suele sobrepasar con creces al norteamericano. La profundidad de campo de sus viñetas y la elaboración de sus decorados, ya sean realistas o imaginarios, es extraordinaria.

En resumen, La caída de Camelot es un cómic entretenido pero que no entra ni mucho menos en la categoría de obra de referencia, ni siquiera en lo que se refiere a la mitología de Superman. Aunque el argumento es menos denso de lo que podría haber sido, que hay tramas desaprovechadas, personajes desdibujados y cierta sensación de dispersión, la saga contiene suficientes puntos de interés como para hacerse merecedora de al menos una lectura, sobre todo por esa fusión que Busiek sabe hacer tan bien entre el ideal superheroico y la verosimilitud, los puntuales momentos de gran emotividad y, desde luego, el sobresaliente dibujo de Carlos Pacheco.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".