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«Crisis de identidad» (2004-2005), de Brad Metzler y Rags Morales

La muerte no es lo que solía en los comic books. Hubo un tiempo en el que la muerte de los personajes causaba una enorme conmoción entre los aficionados. Gwen Stacy, Jean Grey, el Capitán Marvel, Elektra… fueron momentos clave en la historia del género superhéroico. Desgraciadamente, editores y autores, por motivos que ahora no vienen al caso, no respetaron el legado de aquellas buenas historias y antes o después acabaron resucitando a casi todos los héroes (y villanos) caídos en acto de servicio. Los lectores aprendieron a no creerse esas muertes y, por tanto, éstas dejaron de tener el dramatismo pretendido. ¿Alguien creyó por un momento que Superman / Clark Kent, por mucho que se difundiera en la prensa de todo el mundo, iba a permanecer muerto definitivamente? ¿O el Capitán América?

Hay una segunda opción, menos espectacular pero con sus propias ventajas: tejer la tragedia alrededor de la muerte de un personaje conocido pero secundario. El impacto será menor, claro, pero de esta forma los autores pueden disfrutar de mayor libertad e incluso ciertas garantías de que esa muerte sea definitiva.

Ese fue el punto de partida que el novelista Brad Metzler eligió para escribir una miniserie de siete números, Crisis de identidad, que se convirtió en el gran acontecimiento DC de 2004 y arranque de uno de esos macroeventos con los que las grandes editoriales afligen regularmente al aficionado.

En el primer episodio, Sue Dibny, la esposa del Hombre Elástico, es brutalmente asesinada mientras prepara una fiesta. Ninguno de los miembros de la Liga de la Justicia, equipados con sus sofisticados artefactos tecnológicos, poderes, talento mágico o habilidades detectivescas, es capaz de hallar pistas en el lugar del crimen. Pronto, otros allegados de algunos héroes sufren atentados o amenazas con resultado incluso de muerte, ante la incapacidad de toda la comunidad superheroica de atrapar al responsable. Aún peor, esos trágicos acontecimientos sacan a la luz una antigua conspiración de algunos de los miembros de la Liga de la Justicia para ocultar un comportamiento de ética cuanto menos cuestionable.

Lo primero que llama la atención es que, a diferencia de otros macro crossovers anteriores y posteriores, Crisis de identidad no pretende deslumbrar con grandes incidentes cósmicos o enfrentamientos de dimensiones épicas. Meltzer no busca el efectismo ni lastra la historia con una sobredosis de acción, sino que la dosifica con habilidad de tal forma que, cuando llega el momento, conserva toda su carga dramática: el combate con Deathstroke es sencillamente espectacular, como también el asesinato del padre de uno de los héroes o la violación y muerte de Sue Dibny.

De hecho, lo que ofrece Meltzer es más un thriller policiaco que un relato de acción superheroica al uso, thriller que gira tanto alrededor del misterio planteado por el asesinato como de la interacción de los personajes entre sí y con sus seres queridos. Todos éstos, que forman un elenco de lo más amplio y diverso, aparecen muy bien diferenciados gracias a la experiencia como novelista de Meltzer. Todos tienen su momento de protagonismo y sus personalidades quedan claramente descritas. Es más, la comunidad superheroica aparece como algo más que un grupo de enmascarados que se reúnen ocasionalmente para pelear contra el villano de turno. Aquí, los héroes charlan de su vida privada con otros compañeros, cenan juntos sin llevar disfraces, se apoyan y consuelan, lo que les da una dimensión mucho más humana, más cercana al lector.

La muerte de personajes veteranos, el engaño de varios miembros del grupo, la horrible traición de uno de ellos… Hay muchos giros argumentales, sorpresas y acontecimientos destinados a cambiar las vidas de los héroes implicados en mucha mayor medida que el evento cósmico de turno. Brad Meltzer teje una historia que impulsa al lector a seguir leyendo hasta el sorprendente e inesperado desenlace. Y lo hace manteniendo a los pesos pesados en un segundo plano. Superman, Batman y Wonder Woman juegan un papel marginal –aunque su influencia es determinante en la historia–, mientras que los “segundones” –perdóneseme la expresión– son los que soportan el peso dramático y experimentan cambios y revelaciones trascendentales: El Hombre Elástico, Green Arrow, Canario Negro, Atom, Flash, Zatanna, Robin, Hawkman, Linterna Verde…

Tampoco hay grandes supervillanos implicados en el complot. No veremos aquí a Luthor o al Joker, sino a “malos” de segunda fila, como Merlyn, el Capitán Boomerang, Dr. Luz o Deathstroke. Y, sin embargo, Metzler sabe darles una profundidad y matices como antes no habían tenido. La psicopatía violenta del Dr. Luz; la mezcla de decrepitud, humanidad y desesperación de Boomerang o la fría determinación de Deathstroke son toques geniales, lecciones de cómo deberían ser tratados los supervillanos en los cómics de superhéroes en lugar de manejarlos como intercambiables peones megalomaniacos, imposibles de distinguir si se quitan el disfraz y prescinden de sus poderes.

Normalmente, los comic books muestran a los buenos luchando contra los malos. En Crisis de identidad no sólo vemos a los héroes comportándose casi como villanos, sino a éstos ayudándose entre sí y mirando los unos por los otros. Sí, Deathstroke y el Calculador sólo lo hacen por dinero, pero también vemos el sentimiento paternal del Capitán Boomerang –detalle que lo aproxima a los héroes– o varios villanos charlando amigablemente e interesándose por la suerte de otros “colegas”. Lo que tenemos aquí no es tanto un enfrentamiento héroe–villano como una coexistencia alrededor de una fina línea que todos cruzan alguna vez. Los héroes actúan de vez en cuando como villanos y éstos tienen el potencial para ser héroes.

No obstante, no es una historia perfecta. Quizá su principal fallo sea la identidad del asesino –que no quiero revelar aquí–. La gracia de los relatos de misterio consiste en ir diseminando pistas que el lector avispado pueda detectar y relacionar con el fin de adelantarse a la resolución o, al menos, formular hipótesis sobre la identidad del criminal. Pero en Crisis de identidad no las encontramos. Sólo hay una revelación sorpresa al final, exponiendo una motivación que resulta impredecible para todo aquel que no sea un fan incondicional de los números de la Liga de la Justicia de los años setenta y ochenta.

Mención destacada merece también el dibujo a cargo de Rags Morales, sólido y detallado. El artista opta por eliminar esa convención en virtud de la cual los huecos de los ojos de las máscaras y antifaces quedan cubiertos por espacios en blanco. Los ojos de los héroes son siempre visibles, ganando con ello no solo verosimilitud, sino expresividad –la única excepción es Batman, que, por consiguiente, muestra un aspecto menos humano que el de sus compañeros–. Por otra parte, todos los personajes cuentan con su propia y diferenciada identidad gráfica, destacando por ejemplo las impresionantes figuras de Hawkman o Deathstroke, la decadencia alcoholizada de Boomerang o la fragilidad emocional de El Hombre Elástico.

La miniserie se vendió muy bien. Fue un gran éxito para DC ese año y recibió incluso una temprana edición de lujo en tapa dura. Se hizo merecedora de multitud de premios y mucha atención por parte no sólo de los medios especializados, sino de la prensa generalista, como The New York Times o Entertainment Weekly. En buena medida, ello fue debido a que Meltzer era ya una personalidad conocida fuera del ámbito del cómic gracias a sus novelas policíacas de éxito (The Tenth Justice y The First Counsel). De hecho, era su nombre el que destacaba en las portadas de las recopilaciones de la miniserie destinadas a las librerías, puesto que el departamento de marketing de DC sabía muy bien que su nombre podía favorecer las ventas entre los lectores ajenos al cómic.

En cambio, la experiencia de Meltzer en el ámbito de las viñetas era mucho más reducida: tan sólo un arco narrativo de seis números en Green Arrow tras la etapa de Kevin Smith en esa colección. Atrapado por la marea superheróica levantada por las películas de Marvel, Meltzer decidió aprovecharse de ella.

Afortunadamente, lo hizo escribiendo una historia que podía disfrutarse de forma autónoma, sin depender de la habitual e insufrible lectura de todos y cada uno de los crossovers en las colecciones regulares. De hecho, el propio guionista afirmó que su idea era la de ofrecer una historia pequeña y emotiva. No fue hasta que Meltzer hubo terminado de escribir y presentó el guión al editor Dan Didio y al guionista Geoff Johns, que éstos decidieron insertarlo en una línea narrativa mucho mayor. Didio decidió reutilizar algunas ideas –como el borrado de memoria de Batman o la recuperación de ciertos villanos– en otros títulos y utilizarla como base para el primer macrocrossover que supervisaría como editor en jefe: Crisis infinita.

Crisis de identidad levantó no poca polvareda en los foros de Internet durante meses, demostrando el por qué las editoriales se muestran siempre cautas a la hora de introducir cambios radicales en sus personajes bandera. Había una parte no despreciable de los aficionados que se quejaban del abandono de la clara dirección moral de los héroes. Para ellos, éstos eran, sin lugar a dudas, los “buenos”. Defendían el bien, siempre trataban de hacer lo correcto, eran decentes, provenían de buenas familias y mantenían vivo el sueño americano. Incluso los villanos tenían líneas rojas que nunca traspasaban: Lex Luthor o Brainiac cometían crímenes y trababan de conquistar el mundo, pero nunca violarían a una mujer…

La inserción retroactiva de la agresión sexual a Sue Dibny y otros elementos igualmente siniestros en la historia de la Liga de la Justicia (traición, conducta poco ética, violencia sexual, mentiras y engaños…) llevaron a estos fans a poner el grito en el cielo y protestar enérgicamente afirmando que se había traicionado la leyenda y naturaleza de esos héroes.

Pero fue precisamente esa deriva moral desde el blanco y negro al gris lo que fascinó a otros lectores, cansados ya de las versiones tradicionales. Dan Didio profundizará en esa línea en los dos años siguientes, alejando a todos los héroes de la casa de su impecable currículo ético. Hasta Wonder Woman dejó de ser la embajadora de la paz de Isla Paraíso para convertirse en una vigilante callejera.

La conmoción que Crisis de identidad supuso para el Universo DC, en contra de lo que muchos aficionados interpretaron, no fue gratuita ni obedeció a un capricho insustancial del guionista. Meltzer demuestra ser muy consciente de lo que ha hecho– la violación, los borrados de memoria…– en una conversación entre Wally West y Green Arrow, el primero se lamenta: “Pero ¿no lo entiendes? Lo habéis arruinado”. Oliver Queen no responde, pero con anterioridad le había dicho a Wally que “la gente siempre creyó que entonces era más sencillo. Pero no lo era”. Esa es la clave. Wally piensa que las hazañas de la Edad de Plata han quedado empañadas; y Ollie, en cambio, sabe que, por fin, han sido explicadas. Si no fuera por estas escenas, uno podría pensar que Crisis de identidad no fue más que un desperdicio, un deseo banal de polemizar. Pero está claro que Meltzer tenía un motivo para aportar ese nuevo enfoque, un motivo sobre el que se puede discutir, pero motivo al fin y al cabo: darle un sentido a las ingenuas historias de antaño.

Crisis de identidad es una deconstrucción del género superheroico que consigue enriquecer a los personajes y hacerlos más humanos, rebajarlos del pedestal de dioses tanto en el plano físico como moral. Es una historia cuyo final, con tristeza y amargura, nos dice que, pese a todo, la vida sigue, y que Supermán seguirá volando sea como sea, incluso con su inocencia ya perdida.

Lo cierto es que, al final, los lectores más conservadores se salieron con la suya. Una vez más, los editores no supieron respetar una buena historia y Sue Dibny volvió de entre los muertos…o algo así. Dos años después de la miniserie, en la macrosaga 52, el Hombre Elástico moriría para reunirse con su esposa y formar una pareja de “detectives fantasma”, lo cual parece una burla a la intensidad con la que se habían tratado en Crisis de identidad la muerte de Sue y sus efectos emocionales en su marido.

En resumen, esta miniserie es una buena historia de superhéroes. Puede que quienes busquen una aventura al uso no encuentren aquí lo que desean, pero Crisis de identidad mantiene al lector atrapado tanto por el misterio planteado y la investigación que desata como por la atención, cariñosa pero sin renunciar a la dureza, que se les presta a los personajes.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".