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«El mundo de Metrópolis» (1988), de John Byrne y Win Mortimer

En anteriores artículos, hemos recorrido la trayectoria de Byrne a cargo de Superman: la miniserie Superman: El hombre de acero (1986), la serie regular de Superman (1987), su etapa en Action Comics y las series El mundo de Krypton (1987-1988) y El mundo de Smallville (1988).

El comienzo de su siguiente serie limitada, El mundo de Metrópolis (agosto-noviembre de 1988), tiene un arranque sospechosamente parecido al de Smallville. Un todavía joven Perry White, reportero del Daily Planet, regresa a Metrópolis tras pasar dieciocho meses en las selvas de Asia sólo para encontrarse con que, en su ausencia, su novia ha tenido un lío con Lex Luthor, ya por entonces un rico hombre de negocios que, para colmo, pretende comprar el periódico y cerrarlo, o, mejor dicho, transformarlo en una cadena de televisión.

Indignado, White se las arregla para convencer a unos inversores externos para que se queden con el diario, si bien éstos insisten en que, a cambio, Perry asuma el puesto de editor y deje de ejercer de reportero.

Al final de la historia se deja bastante claro –a tenor de lo que se contaría en las series regulares de Superman, especialmente en Adventures– que el hijo de Perry White es en realidad fruto de la relación entre su entonces todavía novia y Lex Luthor. En fin, un culebrón un tanto predecible que, además, no será tenido en cuenta en los años por venir: Lex cumpliría su promesa y se haría con el Planet diez años después (en el curso de la saga sarcásticamente titulada “¡Salvar el Planet!”), pero para entonces nadie se acordaba ya de que él y Perry habían sido amigos, sobre todo porque Lex debía ser, por lógica, mucho más joven que Perry.

Hay también una sorprendente escena en la que Perry sale de la oficina de su editor maldiciendo y recriminando a todo el mundo allí reunido. Y entonces se da cuenta de la presencia de un grupo de niños de visita en las oficinas del diario. Uno de ellos, de nombre Lois Lane, le espeta: “¡Bien dicho, Sr. White!».

La idea de que Lois Lane pudiera ser fan de un reportero por lo demás bastante anónimo, es ridícula, pero queda bien y sirve para enlazar con el nº 2 de la miniserie, centrado precisamente en ella.

Con quince años, una desenvuelta Lois le pide trabajo a Perry White en el Planet, naturalmente, sin resultado. Pero una conversación que escucha por casualidad la anima a entrar a hurtadillas en las oficinas de Luthor en busca de una información que puede ser una importante noticia. Consigue más o menos lo que busca, pero no sin que antes el personal de Luthor la atrape y éste le propine unos azotes. Para colmo, se nos dice que el villano grabó en vídeo el momento y probablemente sigue satisfaciendo en la actualidad sus fantasías pedófilas con esa cinta. Todo lo cual, por cierto, contradice lo que se nos había contado en la miniserie El hombre de acero, en la que Lois no tenía inconveniente en acudir a las fiestas de Luthor antes de que éste se obsesionara con matar a Superman.

¿Cómo es posible que, tras sufrir ese abuso a sus manos quince años atrás y sabiendo que guarda una poco edificante cinta de ella con poca ropa, accediera siquiera a relacionarse socialmente con Luthor aunque fuera por una sola vez?

El tercer número narra los primeros pasos de Clark en Metrópolis tras abandonar Smallville. Así que lo vemos impidiendo crímenes vestido de paisano y sin revelar su intervención (entre ellos, salva la vida de Lois) mientras trata de entrar en la Universidad de la ciudad. Lo consigue y para pagarse los estudios, trabaja simultáneamente en una cafetería, donde conoce a una camarera algo mayor que él llamada Ruby, con la que supuestamente mantiene una relación durante dos años. En sus palabras: “Era una mujer de armas tomar. Si hay alguien responsable de haber convertido a un muchacho de pueblo en un urbanita, es ella”.

Aunque no se muestre mucho gráficamente, esas palabras bastan al lector avispado para entender lo que hubo entre ellos… El número que cierra la miniserie, el menos interesante de una colección poco interesante, cuenta la historia de cómo y por qué Jimmy Olsen inventó su famoso reloj de señales, ese con el que avisa al Hombre de Acero de que su presencia es requerida con urgencia (y que en la versión pre-Crisis había sido un regalo de Superman a Jimmy).

En cuanto al dibujo, en esta ocasión tal labor recae en Win Mortimer, otro miembro de la vieja guardia de DC. Mortimer había empezado a trabajar en la editorial en 1945 y su nombre se relacionó con Superman gracias a su labor en la tira del personaje para los periódicos desde 1949 a 1956. Pero en 1988, y no es de extrañar, ya estaba al final de su carrera y, de hecho, esta miniserie fue lo último que dibujó antes de retirarse definitivamente. El suyo es un estilo clásico que funciona mejor en los primeros y medios planos que en las escenas de acción, bastante poco inspiradas. En cualquier caso, su dibujo, como el de Schaffenberger, había quedado caduco al menos desde hacía quince años y la serie se resiente de ello.

En conjunto, de las tres miniseries Mundo de …, la única que verdaderamente se puede recomendar es la primera, una sólida historia de ciencia ficción ilustrada por un Mike Mignola que, aunque primerizo y algo inseguro, ya demostraba más talento y estilo que los veteranos Schaffenberger o Morrtimer.

La intención de Smallville y Metrópolis esta clara: dotar de mayor profundidad a los personajes secundarios del universo de Superman, dotarles de un pasado que explique sus personalidades y motivaciones y, además, abra potenciales argumentos que poder desarrollar en las series ordinarias. Pero salvo excepciones, esto nunca ocurrió y autores posteriores (puesto que Byrne abandonaría sus responsabilidades en el Hombre de Acero poco después) decidieron obviar totalmente estas historias que oscilaban entre lo soso, lo manido y lo rocambolesco. No es que Byrne careciera del talento preciso para dar vida a gente ordinaria –lo había demostrado en otras ocasiones y lo seguiría haciendo en el futuro– pero desde luego aquí, por el motivo que fuera –sobrecarga de trabajo, apresuramiento o falta de ideas– el resultado no estuvo a la altura de lo que debería esperarse.

Dejando de lado ese tropezón, la visión de Superman que aportó Byrne resultó la adecuada para los nuevos tiempos. En 1985, su colección principal vendía alrededor de 98.000 copias por número; a finales de 1987 esa cifra ascendía a 161.000. Action Comics aún arrojaba mejores cifras. Superman, el mayor héroe de todos, era también y por fin, el mayor superventas.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".

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