Si hay un aspecto en el que DC Comics ha superado tradicionalmente a su mayor rival, Marvel, ha sido en el del cómic bélico ambientado en la Segunda Guerra Mundial. En 1954, el establecimiento del Comics Code Authority conllevó el cierre de los que quizá fueron los mejores cómics bélicos americanos, Two-Fisted Tales y Fronline Combat, editados por EC y escritos por Harvey Kurtzman. Fue entonces cuando DC (entonces conocida como National Periodical Publications) aprovechó para consolidar su posición en el género. A finales de esa década adquirió los derechos de dos títulos de Quality Comics, Blackhawks y G.I. Combat, sumando esas cabeceras a su línea de cómics bélicos, que ya incluía Our Army At War, Star Spangled War Stories, Our Fighting Forces y All-American Men of War.
Marvel, que por entonces aún se llamaba Atlas Comics, también publicó varias antologías de historietas de guerra: en 1956 su catálogo ofrecía nada menos que diez colecciones bélicas, pero ninguna de ellas podía compararse en longevidad, calidad y popularidad con las de DC. Valga un ejemplo, el título de mayor recorrido de Atlas, Battle, llegó a los 70 números antes de ser cancelado en 1960. Aquel mismo año, Our Army At War, de DC, alcanzó su número 100 y sus ventas iban en ascenso gracias a la presentación en sus páginas del Sargento Rock, creación de Bob Kanigher y Joe Kubert.
En 1961, Atlas cambió su nombre por el de Marvel y con él también llegó un nuevo enfoque editorial: se priorizaron los títulos de ciencia ficción y superhéroes, manteniendo una presencia testimonial en los géneros de western, romántico y terror. Por entonces, Stan Lee tenía ya 39 años, pero le sobraban energía y entusiasmo juveniles y gracias a su carisma Marvel pronto consiguió distinguirse como la alternativa moderna a la más acartonada DC. Y aunque en esa nueva visión editorial, los cómics de guerra no tenían buen acomodo, Lee tampoco quería dejar pasar la oportunidad de ampliar el espectro de los lectores potenciales.
En 1963, el legendario dúo compuesto por Lee y Jack Kirby había lanzado en la renovada Marvel un western, media docena de superhéroes y suficientes monstruos de absurdo nombre como para llenar todo el archipiélago nipón. Sargento Furia y sus Comandos Aulladores fue su primera y única colaboración en el ámbito del cómic de guerra, un género que ya no gozaba del favor de los lectores. Sin embargo, muchos de los aficionados a Thor o Los Cuatro Fantásticos siguieron a los creadores en esta nueva aventura, quizá animados por el eslogan «La revista de guerra para quien odia las revistas de guerra».
Dice la leyenda que un día, a finales de 1962, Stan Lee trataba de convencer a su escéptico tío y propietario de Marvel, Martin Goodman, de que el nuevo éxito que estaba cosechando la editorial se debía al nuevo estilo narrativo que él y Jack Kirby habían desarrollado, un estilo que podía aplicarse a cualquier género más allá de los superhéroes.
Para demostrarlo, Stan apostó a que podía convertir en un éxito incluso una colección sobre algo tan poco apreciado entonces como el cómic bélico y que, además, llevara en portada un título horrible. Esa fue la génesis de Sargento Furia y sus Comandos Aulladores. Lee optó por la Segunda Guerra Mundial, un conflicto que en la cultura popular gozaba de mejor prensa que el entonces creciente problema de Vietnam, guerra esta última que dividía a la sociedad y que podía ser fuente de polémicas. La opción más obvia para ilustrar aquel nuevo título era Jack Kirby. Más allá de su increíble capacidad para dibujar decenas de páginas cada mes con un nivel de calidad notable, Kirby ya había tocado el tema bélico en el pasado con títulos como Boy Commandos, Foxhole, Warfront o Battle.
Hay otra historia distinta, menos apócrifa, acerca de la génesis de esta colección y que en su día contó John Severin. Según éste, fue Jack Kirby quien propuso a Lee colaborar en una serie sobre un duro sargento de infantería al mando de un grupo de soldados durante la Segunda Guerra Mundial –quizá intentando emular el éxito del Sargento Rock en la competencia–. Sea como fuere, Sargento Furia y sus Comandos Aulladores, cuyo primer número apareció en mayo de 1963, fue un producto interesante e injustamente olvidado de la Edad de Plata por cuanto en él, Lee y Kirby se saltaron muchas de las barreras que obstruían los comic-books de la época de una forma que nunca osaron hacer en los títulos de superhéroes.
Kirby abordó con entusiasmo el encargo. Al fin y al cabo, él mismo había combatido en Europa en la Segunda Guerra Mundial. Y una de las cosas que quiso hacer fue algo bastante inusual para la época: formar el comando protagonista con personajes que representaran –de forma muy tópica, eso sí– el microcosmos étnico americano. En sus filas militaban Timothy «Dum-Dum» Dugan, de ascendencia irlandesa, grandullón y pelirrojo, tan bruto como bonachón; Isadore «Izzy» Cohen era un mecánico de Brooklyn, el primer héroe judío en los cómics; Dino Manelli era un atractivo italoamericano que había hecho carrera en Hollywood y que estaba claramente inspirado en Dean Martin; «Rebel» Ralston era un ex jockey de Kentucky con un marcado acento sureño; y «Junior» Juniper era un universitario, el listillo del grupo.
El último de la tropa era Gabriel Jones, un músico de jazz que fue el primer héroe negro de Marvel (anterior incluso a Pantera Negra, también creado por Lee y Kirby unos años después en Los Cuatro Fantásticos). Durante los primeros años de la Edad de Plata (1956-1969), los americanos de raza negra eran inexistentes en los cómics de superhéroes de DC. Éstos eran hombres blancos atractivos que actuaban en ciudades futuristas de rascacielos de cristal o agradables suburbios ajardinados poblados por gente bien vestida y tan blanca como ellos mismos. Fue en el Universo Marvel donde, desde su nacimiento con el número 1 de los Cuatro Fantásticos en 1961, empezaron a verse personas de color de vez en cuando, como ciudadanos anónimos en una escena de multitudes urbanas o como alumnos de una escuela.
En una época en que los derechos civiles era un tema de potencial polémica, Kirby y Lee –sin preocuparles cómo afectaría su decisión a las ventas en los estados sureños– utilizaron la inclusión de este personaje en el pelotón para mostrar cuál era su postura respecto a la segregación. Naturalmente y habiendo servido ambos en el ejército durante la guerra, eran perfectamente conscientes de que lo que hacían en el cómic era una licencia artística, ya que en las tropas americanas sí había segregación. Fue, por tanto, una expresa postura política.
Dicho esto, el comando multirracial de Furia no era, de todas formas, el único ni el primero. Este honor corresponde a Jackie Johnson, uno de los hombres de la compañía Easy del Sargento Rock, que había tenido un papel protagonista en la historia Eyes for a Blind Gunner, en el número 113 (diciembre de 1961), editada por DC. Lo que hizo la participación de Gabe Jones en los Aulladores algo nuevo fue su visibilidad. Puede que Jackie Johnson hubiera aparecido dos años antes que Gabe, pero no volvería a vérsele en la misma colección hasta cuatro años después. En cambio, dado que los Aulladores eran en realidad un pelotón, Jones estaba, a la fuerza, siempre presente en todas las misiones.
Puede que hoy en día todo esto no parezca motivo de asombro, pero hay varias razones por las que la inclusión de Gabe en los Aulladores fue un hito importante. Los cómics bélicos habían sido tradicionalmente muy populares entre los niños; en ellos se presentaba una imagen idealizada de los Estados Unidos y una definición sencilla del heroísmo con los que articular lecciones morales. Los héroes de los cómics de guerra –Furia y sus comandos incluidos– eran, sobre todo y en primer lugar, hombres de honor que vivían sometidos a un código moral estricto y que trataban con justicia a todo el mundo, especialmente a sus enemigos. Al situar a Gabe Jones como parte del equipo y sin hacer de ello algo especial, Lee y Kirby lanzaban un mensaje valiente y nítido: los americanos negros eran tan normales y honorables como cualquier otro ciudadano del país.
La figura de Stan Lee divide hoy a muchos aficionados a raíz de los conflictos que tuvo con Kirby y Ditko, diferencias acerca de las aportaciones que unos y otro realizaron en los comics en los que colaboraron. Pero si hay una cosa en la que todo el mundo debería estar de acuerdo es en el compromiso de Lee, en su calidad de guionista y editor, con la promoción en sus cómics de la diversidad, el multiculturalismo y la armonía racial, algo que enseguida pasó a formar parte del espíritu editorial de la casa en todas sus publicaciones.
Como curiosidad cabe decir que los encargados de imprimir el cómic no se esperaban algo así y en el primer número lo colorearon como si fuera un blanco. Lee hubo de enviar a la compañía encargada de la separación de colores de los cómics Marvel instrucciones detalladas para que entendieran que Gabe Jones era un hombre negro. Aun así, ese error continuó produciéndose de vez en cuando en los primeros números. Si eran auténticas equivocaciones o actos deliberados del colorista –figura que no fue acreditada en el cómic hasta su número 106– nunca se sabrá con certeza (los errores de coloreado sí han sido solventados en las reediciones más modernas).
Este surtido grupo de parias cuyo grito de batalla, «¡¡Wah-Hoo!!» les había hecho merecedores del sobrenombre Comandos Aulladores tenía al frente como líder a Nicholas Joseph Furia, un sargento duro como el acero, masticador de puros y eterno gruñón cuyos elementos físicos diferenciadores eran una perpetua faz mal afeitada y una camiseta hecha jirones a las primeras de cambio.
Hijo de la Gran Depresión, Furia nació y se crió junto a su madre viuda (su padre, Jack Furia, había sido un piloto de la I Guerra Mundial muerto en combate) en la empobrecida zona del barrio neoyorquino del Lower East Side conocida como Cocina del Infierno. Furia era el clásico bala perdida: frecuentaba las salas de billar, iba siempre marcado con moretones y rasguños y trabajaba lo mínimo posible. Su vida cambió cuando se unió a la parroquia del padre Lewis Hargrove. Furia hizo gran amistad con el hermano menor de éste, que murió durante el ataque a Pearl Harbor. Para vengar la muerte de su amigo, Furia se alistó en 1941, se sometió a entrenamiento en Fort Dix y sirvió como sargento en Europa liderando a los Aulladores.
Los personajes secundarios de la colección incluían al Capitán «Happy Sam» Sawyer, el superior de Furia; Pam Hawley, interés romántico del sargento; el Baron Strucker, némesis del protagonista en el bando nazi; y el sargento «Bull» McGiveney, al frente de un comando en perpetua rivalidad con los Aulladores. En solo ocho números, Stan Lee y Jack Kirby presentaron un reparto lo suficientemente sólido como para sobrevivir casi dos décadas.
Todos los villanos de la serie eran (¿cómo no?) nazis con nombres como Hans, Fritz u Otto; y todos eran unos teutónicos despiadados, sanguinarios y asesinos. Este desfile de estereotipos unidimensionales entraba en claro conflicto con los intentos de caracterización que se perciben en el bando aliado.
En cuanto a las tramas, giran siempre alrededor de lo mismo: Furia guía a sus hombres en una misión imposible tras otra (el título del número 9, Misión: Capturar a Hitler ya lo dice todo). Algunas veces, el tono se aproximaba al de los cómics superheroicos de Marvel; otras veces remedaba más al cine bélico y en otras se reproducían experiencias personales de Kirby en el frente de batalla (Lee, aunque fue reclutado, nunca salió de Estados Unidos). Sea cual sea la dirección que tome el guión, los números dibujados por Kirby (sobre todo, los nº 4 al 7 y el 13) tienen un nivel de calidad destacable incluso para los estándares modernos, todo un logro si tenemos en cuenta la colosal carga de trabajo que soportaba el dibujante en aquellos años.
Lee y Kirby trataron de combinar en su nuevo título bélico el talento para la caracterización de Lee y la energía gráfica de Kirby con los que tan buenos resultados habían obtenido en Los Cuatro Fantásticos. Así, los primeros números (entintados por Dick Ayers) se parecen mucho a las historias de superhéroes de la casa, una premisa que empezó a dejarse de lado en el cuarto episodio. Así, el realismo brillaba por su ausencia en momentos como aquel en el que Dum Dum derribaba un avión nazi con una granada mientras caía en paracaídas (nº 1, mayo de 1963); o cuando ese mismo personaje se enfrenta a todo un escuadrón a base de pedradas. Dignas de mención son, sin embargo, las escenas en el campo de concentración del segundo número. Jack y Stan eran ambos judíos y no evitaron el tema del genocidio de su pueblo. En una viñeta pueden verse los rostros demacrados de los prisioneros de guerra y en otra lo que claramente es una cámara de gas. En el número 3 (septiembre de 1963), Medianoche en la Montaña Masacre, tiene lugar un cameo del comandante Reed Richards, de los servicios secretos, lo que ponía a la serie en el continuo temporal del resto del Universo Marvel. A partir de este punto, la colección experimentaría un gran salto.
La primera sorpresa del nº 4 (noviembre de 1963) es la entrada de George Roussos como entintador de Kirby (aunque acreditado como G. Bell), un profesional cuyo estilo apresurado no acababa de encajar en el género de los superhéroes pero al que el bélico le sienta mucho mejor. En este episodio, Furia conoce a Lady Pamela Hawley, una joven voluntaria de la Cruz Roja que, además, es hija de un lord inglés. Ambos empiezan una relación sentimental que se prolongará catorce números y cuya química será, de lejos, una de las más logradas por Lee hasta la fecha.
Su enfoque romántico habitual (ver Donald Blake/Jane Foster; Scott Summers/Jean Grey o Matt Murdock/Karen Page) era el de que ambos miembros de la pareja se amaban profundamente, pero ninguno de los dos se atrevía a confesárselo al otro, una situación de bloqueo que pronto se tornaba aburrida. En cambio, Furia y Hawley dejan claros sus sentimientos mutuos y el hecho de que sus personalidades y trasfondo fueran tan distintos (él, burdo y criado en las calles; ella sofisticada y miembro de la nobleza) daba a su unión un toque distinto.
Otro momento importante tiene lugar al final de ese número 4. «Junior» Juniper, el Aullador con menos potencial en términos de caracterización, se convirtió en el primer héroe en morir del Universo Marvel. Puede que hoy no sorprenda a nadie, pero en 1963, los personajes de los cómics, simplemente, no morían, al menos de forma definitiva. De un plumazo, la muerte de «Junior» aportó a la serie cierta distinción al aproximarla algo al verdadero drama bélico, en el que la gente muere para no volver nunca más.
Entre los números 4 y 5 de la colección, un moderno Nick Furia hacía su aparición en las páginas del título emblemático de la editorial: Los Cuatro Fantásticos, que en su número 21 (diciembre de 1963), nos lo presenta convertido en un coronel de la CIA (había ascendido de sargento a teniente en la guerra de Corea y luego, tras espiar para Francia en Vietnam en la década de los cincuenta, directamente a coronel). En ese capítulo une fuerzas con los Cuatro Fantásticos para derrotar a un villano llamado Aborrecedor –y que resulta ser nada menos que Adolf Hitler–. La historia no era demasiado buena y se limitó a ser una excusa para que los autores situaran a Furia en un contexto diferente y con un aspecto remozado que incluía un parche en el ojo izquierdo, producto de la explosión de una granada en la II Guerra Mundial.
Todo gran héroe necesita de un villano a la misma altura y en el nº 5 (enero 64) Furia encuentra al suyo: el barón Wolfgan Von Strucker, el Nazi definitivo. Strucker fue para Furia lo que el Doctor Muerte para los Cuatro Fantásticos o Magneto para los X-Men: una némesis malvada y carismática que regresaba una y otra vez de la derrota o incluso la muerte para atormentar al héroe.
Aristócrata prusiano de la vieja escuela, con monóculo, boquilla y una cicatriz en el rostro recuerdo de un duelo a espada, Strucker era el enemigo natural de Furia, al que consideraba un salvaje retrasado proveniente de las clases más bajas y despreciables de la sociedad. Aquí, Strucker retaba a Furia a un duelo entre caballeros –que él mismo se encargaba de amañar, claro está–, pero en números posteriores reclutaría un escuadrón de comandos que actuaba como contrapartida nazi de los Aulladores. Años después, Jim Steranko encontró durante su brillante etapa en la serie Nick Furia, Agente de SHIELD la forma de recuperar aquella rivalidad, convirtiendo a Strucker en el líder de Hidra.
Aunque Marvel aún tardaría unos años en empezar a tocar temas sociales y políticos de calado como el deterioro del medio ambiente, el consumo de drogas, las revueltas estudiantiles o la guerra de Vietnam, sí hubo algo que Lee abordó desde los primeros cómics de fantasía y western de esta primera época de la nueva Marvel. Durante la Segunda Guerra Mundial, Lee había sido destinado a un departamento del ejército que producía material didáctico para los soldados en forma de cómics. No olvidó aquella experiencia y desde entonces tuvo la certeza de que los cómics, como medio, podían servir tanto de entretenimiento como de aprendizaje. Así y como ya comenté al principio, incluyó con toda normalidad a un personaje negro como parte del reparto principal; y en el número 6 (marzo de 1964), en la historia titulada Los Colmillos del Zorro del Desierto, fue un paso más allá al entrar de lleno en el tema del racismo.
Se trata de un cuento moral ambientado en el escenario desértico del norte de África, donde los tanques británicos se enfrentaban a los Afrika Korps del general Erwin Rommel. Dino Manelli resulta herido durante un entrenamiento en Inglaterra y es reemplazado para la siguiente misión por el racista George Stonewell, que desde el principio muestra desprecio por sus compañeros italiano y judío respectivamente además de un abierto prejuicio contra Jones. Furia expresa con su peculiar estilo lo que los autores –y muchos lectores– pensaban de esa incorporación: «¡Eres un genuino racista de 14 quilates! ¡Tenemos que aguantarte porque debemos salir al alba y no hay tiempo para cambiarte por un verdadero ser humano! Pero te lo advierto… ¡Como se te ocurra mirar mal a Izzy o Gabe o a nadie por culpa de su raza o color, te haré desear no haber nacido. ¡Las ratas como él no están del lado de nadie! ¡Salen arrastrándose del barro el tiempo justo para envenenar todo lo que tocan!».
Ya en el transcurso de la misión, un nazi prisionero simpatiza con Stonewell y le dice: «No permitimos que las razas inferiores se mezclen con nosotros, que formen parte de nuestra cultura». Pero mientras que otros guionistas antes y después de Lee habrían hecho de Stonewell un individuo claramente odioso en todos sus aspectos, aquí aparece retratado en tonos grises y más realistas, puesto que, con todos sus execrables prejuicios raciales, es un soldado valiente y entregado.
Al final, su actitud intolerante hacia el judío Izzy hace que resulte herido y es precisamente éste quien le pone a salvo. Cuando la gravedad de sus heridas hace necesaria una transfusión, es el negro Gabe Jones el único que tiene el tipo de sangre compatible con el de Stonewell.
Otros guionistas habrían finalizado el episodio bien matando a Stonewell como castigo por sus pecados, bien haciéndole experimentar una epifanía que le hace abandonar sus prejuicios raciales. Pero Lee se permite una conclusión más ambigua rematada por las palabras finales de Furia: «Las semillas del prejuicio, que tardan toda una vida en crecer, no se pueden aplastar de la noche a la mañana. Pero si no dejamos de intentarlo, si no dejamos de luchar, tal vez llegue el día en que Ama a tu Prójimo sea algo más que una frase que oímos en la iglesia».
Introducir en los cómics el tema del racismo era contemplado como un movimiento arriesgado en aquel tiempo ya que los editores tenían miedo de perder ventas si los estados del sur de percataban del contenido de la historia en cuestión y reaccionaban contra ella. Por tanto, la decisión de Lee (y del propietario de Marvel, Martin Goodman) requirió de no poco coraje. En cualquier caso, este episodio de la colección ha quedado no sólo como un ejemplo temprano de lo que la editorial haría en años posteriores sino como testimonio del valor de Lee y Kirby en un medio, el del cómic, que desde hacía diez años había vivido acomplejado y temeroso de suscitar cualquier tipo de polémica.
En El consejo de guerra del Sargento Furia (nº 7, mayo de 1964), el amnésico héroe titular debe afrontar un juicio e incluso una posible ejecución por actos que él no puede recordar haber realizado. Aquí nos encontramos un tipo distinto de drama bélico, aquel que transcurre principalmente en la sala del juzgado. Kirby, que se había pasado años dibujando cómics románticos, sabía cómo narrar una historia que, sin faltarle dramatismo, careciera de acción física, una experiencia que le sirvió de mucho a la hora de abordar este episodio.
En el número 9 (julio de 1964), una adición al equipo viene a sustituir al fallecido «Junior» Juniper: Percy Pinkerton, un británico que amplió aún más la diversidad étnica y cultural de los Aulladores, si bien volviendo a apoyarse en los tópicos, porque Percy era el previsible inglés remilgado y siempre aferrado a un paraguas –que, eso sí, utilizaba hábilmente como arma personal–. En una entrevista realizada en 2002, Lee afirmó que su intención original había sido que Pinkerton fuera gay, pero que nunca lo mostró explícitamente en los cómics debido a las restricciones impuestas por el Comics Code.
Como de costumbre, hay que coger con pinzas lo que dice el por otra parte entrañable Stan Lee, alguien que siempre ha sido un excelente publicista de sí mismo. Hay razones para dudar de esas declaraciones, puesto que contradicen el lacrimógeno origen del personaje narrado por él mismo en el número 23. En un pasaje de ese episodio, ambientado en Birmania, Pinkerton le cuenta a Furia cómo su gusto por las «chicas guapas» arruinó sus estudios en la academia militar (aunque, naturalmente, también es posible que el inglés mintiera a Furia por miedo a la discriminación. Al fin y al cabo, sus compañeros se burlaron de él cuando se unió al pelotón por sus modales afectados).
Fue también este número 9 el momento en el que Dick Ayers, quien normalmente ejercía de entintador de la casa, asciende a dibujante titular de la colección. En esta ocasión, los hombres de Furia se infiltraban nada menos que en el corazón de la Alemania nazi para enfrentarse con un barón Zemo anterior al enfrentamiento con el Capitán América que cubriría su rostro para siempre.
Quizá para conjurar la mala suerte asociada con el número 13 (diciembre de 1964), Lee quiso incluir en él a dos ases ganadores: Kirby regresa para encargarse del dibujo –con entintado de Ayers–; y Furia lucha codo con codo con el Capitán América y Bucky en el que fue uno de los más importantes crossovers de la época. Anteriormente, Lee ya había establecido conexiones entre la continuidad Marvel contemporánea y la Segunda Guerra Mundial (Reed Richards, ya lo mencioné, apareció en el nº 3 de esta misma colección; en el 8 se había presentado al Barón Zemo; se había visto en un flashback de Los Cuatro Fantásticos nº 11 a Ben Grimm como piloto de los marines en el Pacífico; y también en el nº 21 de los 4F había intervenido un maduro Furia como agente de la CIA). Pero fue con la aparición del Capitán América en este episodio que los lectores ya no tuvieron ninguna duda acerca de que la continuidad Marvel se extendía más allá de Los Cuatro Fantásticos nº 1, hacia el pasado.
Se abría de esta forma un nuevo abanico de inmensas posibilidades. ¿Podían ser los viejos héroes de los años cuarenta parte de ese mismo universo? ¿Vivían todavía en algún lugar del presente esperando para resurgir? ¿Y qué pasaba con los héroes del Lejano Oeste que también publicaba la compañía? ¿También estaban incluidos en la misma línea temporal? Lee tuvo el acierto de ir eligiendo ciertos personajes y elementos de los cómics del pasado para ir actualizándolos y luego insertarlos en el nuevo universo Marvel con un enfoque más maduro. Por ejemplo, el estilo y tono que adoptó para el Capitán América y, especialmente, Bucky, fue bastante más realista que el de los guiones de los cómics de los años cuarenta, destinados a los niños.
El vengador del escudo es el auténtico protagonista de esta historia en la que se siembran las semillas de la amistad entre ambos guerreros y su colaboración futura en SHIELD. Es una peripecia repleta de acción y humor. El guión de Lee recoge y sintetiza rápidamente las personalidades de los numerosos intervinientes desde las primeras páginas, cuando Furia y su novia, Pamela Hawley, visitan un pub local. Cuando su rival Bull McGiveney entra y empieza a atormentar a un desgraciado soldado (que resulta ser nada menos que Steve Rogers), Furia no puede contenerse: «¿Fuera el cigarro de la boca, grosero! ¿Quieres que me queme mis delicados nudillos mientras te acaricio los morros?». Cuando llega la policía militar para detener la multitudinaria pelea, lo hace con los habituales diálogos que Lee encajaba en todos los números exagerando la reputación de los Aulladores: «¡Debemos estar locos para entrar ahí sin tanques! No me extraña que el capitán pidiese voluntarios. ¡Sabía que era una misión suicida!». Pero las bromas y los juegos no duran para siempre y pronto Furia y sus hombres se unirán al Capitán y Bucky para encontrar y destruir un túnel que los nazis están excavando bajo el Canal de la Mancha y a través del cual pretenden invadir Gran Bretaña.
Publicada justo antes de la inauguración de la nueva serie del Capitán en la cabecera genérica Tales of Suspense, posiblemente su intervención en Sargento Furia fue o bien su inspiración o una suerte de tráiler de presentación de la misma. En cualquier caso, Lee, Kirby y Ayers contribuyeron decisivamente con este episodio a la consolidación del Universo Marvel.
La mayoría de expertos sobre cómic consideran que las únicas historietas bélicas dignas de tal nombre en Estados Unidos durante la época clásica fueron las que Harvey Kurtzman escribió para la EC en los cincuenta, historias desmitificadoras que reflejaban toda la barbarie y el sufrimiento de las batallas y las guerras. Desde luego, Sargento Furia y sus Comandos Aulladores no sigue esa estela lúgubre, y más que un cómic realista sobre la dureza de los conflictos armados y los trances que experimentan los hombres en combate era una exageración inverosímil de la vida militar que se acercaba más a los títulos de superhéroes de la casa.
Quizá una de las cosas que más chocaron a los lectores de la época fuera que el cómic no se intimidara a la hora de hacer que los soldados cumplieran con su obligación: matar enemigos. Los héroes clásicos siempre se tomaban muchas molestias para evitar la muerte de sus adversarios e incluso los villanos rara vez mostraban algo más duro que un comportamiento desordenado y gamberro. Sin salir de la propia Marvel, en los cómics de Rawhide Kid, un héroe del western, éste siempre acertaba con sus disparos a desarmar a sus enemigos. Furia y sus Aulladores no tenían esos remilgos: disparan, arrojan granadas, ametrallan a mansalva, lanzan cartuchos de dinamita…
Lo cual no quiere decir que el cómic se regodee en cadáveres, cuerpos calcinados o miembros mutilados. En lo que se refiere a la plasmación visual de la violencia, ésta no era en absoluto explícita ni reflejaba de ninguna manera la brutalidad de los campos de batalla. Es más, las historias mostraban una visión de la guerra casi alegre y juguetona. Naturalmente, esto obedecía en parte a las imposiciones del órgano censor de la industria, el antes mencionado Comics Code Authority, que prohibía la inclusión de violencia gráfica o literaria en los comic-books. Pero también es probable que en ello influyeran las inclinaciones de los propios autores. Por una parte, el temperamento optimista de Stan Lee seguramente le previno de escribir historias lastradas por el sufrimiento, la pérdida, la muerte y las mutilaciones, prefiriendo enfocar el asunto con su habitual estilo ligero, casi superficial.
Así, el cómic tenía más en común con películas como Jornada desesperada (1942) que con dramas bélicos más serios como Guadalcanal (1943) o la serie televisiva Almas en la hoguera (1964-1967). Las tramas se dividían entre misiones imposibles tras las líneas enemigas y la rivalidad con la unidad dirigida por el sargento Bull McGiveny, dejando poco espacio para la introspección.
Por otra parte, Kirby ofreció en las páginas de esta colección algunas de las mejores escenas de acción que dibujó para Marvel, pero su creciente tendencia hacia la estilización de sus figuras (y que evolucionaría hasta su estilo definitivo a mediados de los sesenta) impedía tanto una aproximación realista al fenómeno de la guerra (que sí hacía el mencionado Sargento Rock de DC) como reflexiones éticas complejas (como las que insertaba Kurtzman en sus comics de la EC).
Tampoco significa todo esto que Sargento Furia trivializara o pasara por alto la muerte. De hecho, algunos de los mejores números de la colección tenían que ver con la muerte repentina y trágica de alguno de los personajes. Para entonces, los todavía no muy numerosos fans de Marvel ya habían leído en sus comics las muertes del Baron Zemo y Franklin Storm (el padre de la Antorcha Humana y la Chica Invisible) y en los años venideros contemplarían las de Frederick Foswell y Gwen Stacy en la colección de Spiderman. En Sargento Furia, ya lo conté más arriba, los comandos habían tenido que pasar por el mal trago de la muerte de su camarada Junior. Y en el número 18 (mayo 65) tuvo lugar la igualmente inesperada muerte de Pam Hawley tras meses de relación sentimental con Furia.
Aunque no había jugado un papel verdaderamente relevante en la colección, Pam se había convertido en una cara familiar y su influencia dulcificadora sobre Furia era siempre bienvenida. De manera silenciosa y sutil, había conectado con los seguidores de la serie quienes, probablemente, esperaban que ambos amantes fueran fortaleciendo todavía más su relación. Furia, al parecer, tenía la misma idea, porque al comienzo del episodio lo vemos comprando un anillo de compromiso para Pamela. Pero antes de que pueda entregárselo, el deber lo reclama en la forma de otra misión imposible. Él no lo sabe, pero nunca volverá a ver a Pam. Cuando regresa, se entera de que ha muerto mientras ayudaba a los heridos durante un bombardeo. Su muerte dejó a Furia con el mismo tipo de trauma que Steve Rogers/Capitán América arrastraría durante décadas a raíz de la pérdida de su amigo Bucky en la guerra.
Curiosamente, aunque es Dick Ayers quien se encarga de dibujar la mayor parte del cómic, Jack Kirby firma la página-viñeta inicial y la plancha final del mismo. Quizá Lee pensara que los primeros números de Ayers como dibujante titular carecían de la intensidad emocional que esas escenas exigían. En cualquier caso, Kirby tiene la última palabra en este episodio gracias a esa página de cierre, sencilla pero sentimental.
Pese a la ya mencionada valentía de Lee a la hora de tocar el tema del racismo en su país, no tuvo la misma sensibilidad a la hora de retratar a los enemigos alemanes y japoneses a los que se enfrentaban los héroes. Todos ellos están construidos en base a los más rancios tópicos: malvados hasta la estupidez, fanáticos sin redención y tan incompetentes que entraban abiertamente en lo absurdo. Por el contrario, los Aulladores eran auténticas máquinas de matar, capaces de liberar en solitario un campo de concentración o frustrar todo el programa atómico nazi. Sólo en algunas ocasiones puntuales se conseguía escapar de ese hoy molesto maniqueísmo, como por ejemplo en el caso de Eric Koenig, un nazi que «vio la luz» en el número 27 y que, más tarde y con guiones de Roy Thomas, acabaría pasándose a los aliados y uniéndose a los Aulladores. Dado ese planteamiento, no puede extrañar que, aunque la ambientación general sea correcta –al fin y al cabo Kirby había luchado en el frente europeo y conocía el material–, el rigor histórico es prácticamente nulo.
Un par de años después del debut de la serie, Stan Lee empezó a dar vueltas a la idea de un segundo título protagonizado por Nick Furia, pero no tenía muy claro qué contenido podía darle. La respuesta le llegó de la televisión y, concretamente, de la serie El Agente de CIPOL, que se había estrenado el otoño anterior. Y así, el sargento Furia cambió su andrajoso uniforme por un parche en el ojo y se convirtió en Agente de SHIELD, la respuesta de Marvel a James Bond, en el número 135 (agosto 65) de la cabecera genérica Strange Tales, saltando a su propia colección en junio del 68. Durante un tiempo, por tanto, disfrutó de nada menos que dos colecciones simultáneas en el catálogo marvelita.
Sin embargo y antes de la partida de Lee, empezaron a surgir problemas a la hora de compatibilizar la existencia de Nick Furia en dos momentos temporales distintos –pero de publicación simultánea– del Universo Marvel. Así, por ejemplo, en el número 27 (febrero de 1966) se ofrecía una retorcida e insatisfactoria explicación de cómo Furia había perdido su ojo.
Los primeros 28 números de la serie, entre 1963 y 1966, pueden considerarse los mejores y más representativos de toda la colección. En concreto y durante sus dos primeros años de vida, la serie fue capaz de mantener el suspense gracias a que sus creadores demostraron desde el principio que ninguno de sus personajes, excepto el propio Furia, estaba a salvo de morir. No había garantía de que los Aulladores, sus amigos, novias o aliados llegaran vivos al final de la guerra. Sin embargo, conforme más y más personajes del reparto fijo fueron apareciendo como agentes de la moderna SHIELD en la colección Strange Tales (Dum Dum y Gabe entrarían en SHIELD y alcanzarían el rango de altos oficiales de esa organización, siempre bajo las órdenes de Nick Furia. Reb, Dino e Izzy vivieron al menos hasta finales de los sesenta, ya que participaron en la guerra de Vietnam (Sargento Furia Anual nº 3, agosto de 1967), este tipo de tensión narrativa se hizo insostenible.
Por otra parte, se dio la circunstancia de que el Nick Furia moderno, tal y como aparecía en Strange Tales, no era sino una versión algo más suave y envejecida del personaje ya presentado en Sargento Furia y sus Comandos Aulladores, lo que limitaba a los guionistas de aquélla en lo que se refiere al desarrollo del personaje. Sencillamente, Furia y sus camaradas ya habían sido bien delimitados en las aventuras de la guerra y no se podían hacer cambios radicales (un problema por cierto, al que también hubo de enfrentarse en DC Robert Kanigher cuando el Sargento Rock empezó a aparecer en los cómics de superhéroes modernos. Su solución fue muy otra: ignorar todas esas aventuras. En una carta editorial en Sgt. Rock nº 374 –marzo de 1983–, escribió respecto a la Compañía Easy que «todos, hasta el último hombre, morirán en la Segunda Guerra Mundial. Sin disfraces, trajes ni superpoderes»).
La serie perdió buena parte de su vitalidad a partir del nº 13, cuando Kirby abandonó el título. Aunque Lee se las arregló para mantener cierto interés en las historias, ni siquiera él pudo impedir que la colección fuera quedando arrinconada ante la creciente popularidad de los superhéroes que publicaba la editorial. Tampoco ayudó el dibujo de Dick Ayers, quien, aunque de vez en cuando tenía momentos de cierta inspiración, resultó incapaz de mantener un nivel de calidad suficiente durante muchas páginas seguidas. Por otra parte, Sargento Furia no se benefició del tono épico y las tramas interrelacionadas que empezaron a instalarse en el resto de colecciones de la casa. Las historias seguían siendo autoconclusivas y los personajes nunca se desarrollaron demasiado más allá del momento de su presentación en el número 1.
A comienzos de 1966, con el número 28 (marzo), Lee dejó los guiones de la colección en manos de su mano derecha, Roy Thomas. Curiosamente, y quizá no fue casualidad, al año siguiente se estrenó una serie televisiva en Estados Unidos, Comando en el desierto, que guardaba una curiosa semejanza con el Sargento Furia y sus hombres. Estaba protagonizada por un grupo de cuatro comandos, tres americanos y un británico, que realizaban misiones suicidas de guerrilla contra las tropas alemanas de Rommel en el norte de África.
A pesar de las limitaciones creativas con las que tuvieron trabajar, Roy Thomas y Gary Friedrich –que reemplazó a Thomas como guionista fijo en el número 42 (mayo de 1967)–, ambos consiguieron exprimir de la colección algunas buenas historias. Thomas hizo un notable trabajo narrando la evolución del mencionado nazi Eric Koenig entre los números 35 y 37. También es destacable el número 29 (abril de 1966), en el que se le da al Baron Strucker cierta personalidad e incluso auténtico sentido del honor –a pesar de una mediocre labor gráfica de Ayers–. En cuanto a Friedrich, probablemente hizo más en sus primeros quince números por desarrollar las personalidades, motivaciones y trasfondo de los Aulladores que Lee y Thomas en todo el tiempo que escribieron la colección. Fue entonces cuando el tono de la serie fue acercándose más y más al Sargento Rock de la competencia, ganando en realismo y tono fatalista pero perdiendo por el camino el humor y peculiar encanto que habían impregnado su primera etapa.
Eso sí, los números dibujados por Kirby y entintados por Ayers tenían una energía especial, pero también eran el trabajo de artistas en mitad de sus respectivas evoluciones creativas, lo que daba como resultado un continuo vaivén en la calidad de los números. En cambio, el equipo que formaron de 1967 a 1970 un más experimentado Ayers en los lápices y el gran John Severin (que ya había dibujado episodios bélicos en Two-Fisted Tales de la EC) en las tintas, demostraron mayor consistencia y confianza en sus respectivas técnicas y estilos.
Las ventas del cómic se mantuvieron razonablemente bien en los setenta, pero ya fuera debido al cambio en la sensibilidad popular respecto a la guerra a raíz de Vietnam o bien a la fatiga de los propios creadores, se detecta una clara sensación de fatiga en la última etapa. De hecho, en su número 80 (septiembre de 1970), la colección cambia su planteamiento para alternar material nuevo con reediciones de viejos episodios. El número 120 sería el último en publicar material nuevo (una eficaz pero nada destacable historia escrita por Larry Lieber, el hermano menor de Stan Lee), aunque continuaría su andadura reimprimiendo historias pasadas nada menos que otros 47 episodios hasta su cancelación en 1981, tras 167 números.
Lo cierto es que Marvel siempre trató a la serie como un producto de segunda división, asignando a la misma equipos creativos de poco peso. Y, sin embargo y a pesar de ello, su longevidad sólo fue posible gracias al apoyo de los lectores. Sargento Furia fue el cómic bélico de mayor éxito jamás publicado por la editorial. Otros títulos anteriores y posteriores, como Combat Kelly (tanto en su primera versión de los cincuenta, ambientada en Corea, como en la de los setenta, en la Segunda Guerra Mundial), War Is Hell (1973-1975) o Captain Savage & His Leatherneck Raiders (1968-1970, claro sosias de Furia, realizado también por Friedrich y Ayers), nacieron y murieron mientras Sargento Furia les sobrevivía a todos.
A pesar de su incapacidad para recrear la creatividad y éxito de ventas del Sargento Furia y el decreciente interés del público por estas historias, Marvel no se rindió y en 1986, lanzó otro cómic bélico, ahora ya para una nueva generación de lectores, escrito y dibujado por veteranos de un conflicto más reciente pero menos popular: The Nam. Pero es otra historia.
¿Cuál fue la fórmula que explica la larga vida de Sargento Furia y sus Comandos Aulladores? Es difícil decirlo, pero probablemente entre sus ingredientes se encuentran el grandilocuente texto y diálogos de Lee, su don para las caracterizaciones, el dibujo de Kirby y Ayers, las dosis precisas de violencia aprobada por el Comics Code y un adecuado equilibrio entre comedia y tragedia. Gracias a ello, Sargento Furia pudo hacerse con su propio espacio en lo que era un género básicamente dominado en los cómics por DC. La colección entretenía a adolescentes y adultos por igual, pero su caricaturización del combate y la vida militar lo hacía accesible también a aquellos lectores demasiado jóvenes para recordar la Segunda Guerra Mundial o la de Corea.
Por otra parte y visto con cierta retrospectiva, parece extraño que un título que duró tanto tiempo (dieciocho años y medio) y vendió tanto durante su etapa clásica, no reciba hoy más atención. Parte de ello probablemente se deba a que la versión moderna de Nick Furia diseñada por Steranko, eclipsó a la anterior. El superespía vestido con su elegante y ajustado traje azul, su estiloso parche, el coche volador, su sexy amante y una infinidad de modernos artefactos de todo tipo, sintonizaban mejor con los gustos de los lectores de superhéroes que el soldado andrajoso y mal afeitado que había sido durante la guerra.
Y, desde luego, la etapa clásica de Sargento Furia y sus Comandos Aulladores es un producto de su tiempo que hay que abordar con la mente puesta en su contexto. Los cómics bélicos ya no tienen ni la sombra de popularidad que una vez disfrutaron, lo cual, por otra parte, quizá sea una buena señal. Es un cómic que hay que leer como lo que es y sus autores pretendieron: puro entretenimiento sin pretensiones.
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Los cómics de Jack Kirby en Cualia
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Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núm. 1 (noviembre de 1961)
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Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 19-26 (octubre de 1963-mayo de 1964)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 27-33 (junio-diciembre de 1964)
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Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 39-42 (junio-septiembre de 1965)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 43-45 (octubre-diciembre de 1965)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 46-50 (enero-mayo de 1966)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 51-55 (junio-octubre de 1966)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 56-58 (noviembre de 1966-enero de 1967)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 59-64 (febrero-julio de 1967)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 65-67 (agosto-octubre de 1967)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 68-77 (noviembre de 1967-agosto de 1968)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 78-88 (septiembre de 1968-julio de 1969)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 89-97 (agosto de 1969-abril de 1970)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 98-108 (mayo de 1970-marzo de 1971)
Sargento Furia y sus Comandos Aulladores (1963-1981), de Stan Lee, Jack Kirby y Dick Ayers
El Increíble Hulk (1962-1963), de Stan Lee y Jack Kirby
El Cuarto Mundo, de Jack Kirby (1970): Superman’s Pal Jimmy Olsen
El Cuarto Mundo, de Jack Kirby (1971): The Forever People, New Gods y Mister Miracle
El Cuarto Mundo, de Jack Kirby (1972): The Forever People, New Gods y Mister Miracle
El Cuarto Mundo, de Jack Kirby (1973-1985): Mister Miracle y The Hunger Dogs
Kamandi (1972-1978), de Jack Kirby
Demon, de Jack Kirby (1972-1974)
OMAC (1974-2009), de Jack Kirby y John Byrne
2001: Una Odisea del Espacio (1976), de Jack Kirby
Los Eternos (1976-1978), de Jack Kirby
Pantera Negra (1977-1978), de Jack Kirby
El Hombre Maquina (1978), de Jack Kirby y Steve Ditko
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.