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«Los Cuatro Fantásticos», de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 78-88 (septiembre de 1968-julio de 1969)

En el que quizá fue el último de los grandes episodios de Los Cuatro Fantásticos de Lee y Kirby, el nº 77 ofrecía un espectacular clímax tras casi siete años de continuada excelencia e imaginación desbordante. El dúo seguiría colaborando en la colección durante casi dos años más, pero a partir de este punto el declive artístico y argumental que ya se había apuntado desde hacía varios números se hizo todavía más evidente.

Aunque ya he apuntado las razones de esa decadencia en alguna ocasión, no estaría de más recordarla en este momento. El problema fue la relación creativa entre Stan Lee y Jack Kirby. Desde que ambos comenzaron Los Cuatro Fantásticos casi una década atrás, aquélla había evolucionado hacia algo poco definido pero que claramente dejaba al dibujante la responsabilidad no solo artística, sino de idear la trama, mientras que Lee se limitaba a escribir los textos sobre las páginas ya terminadas e indicar correcciones cuando lo estimaba adecuado. Una señal de ese cambiante equilibrio lo podemos encontrar en los créditos iniciales, que en este número en concreto se limitan a decir: «Otra creación cósmica de Stan (The Man) Lee y Jack (King) Kirby» en lugar de definir claramente las funciones de guionista y dibujante, como sí se había hecho en el pasado. Al tener menor ayuda editorial y argumental de Lee, Kirby empezó a perder las riendas y con la excepción del arco de los números 84-87 (que no dejaba de ser una copia de la serie británica de televisión El Prisionero que por entonces se emitía en Estados Unidos), la calidad de las historias fue en general mediocre.

Otra razón para el declive de la colección fue el creciente disgusto de Kirby con su posición en Marvel. Mientras que la popularidad de Lee iba en aumento y éste se relacionaba con celebridades de Hollywood, escritores y estrellas del rock and roll, Kirby sentía que su aportación era constantemente minimizada. Este resentimiento culminaría al cabo de unos meses con su salida de Marvel y su marcha a DC, tal y como narré con cierto detalle en los artículos dedicados a el Cuarto Mundo.

Simultáneamente al aumento de su control sobre Los Cuatro Fantásticos en lo que a historias se refiere, se produjo un empeoramiento en la calidad de su dibujo. Siendo justos, mucha de la responsabilidad en este apartado la tuvieron sus entintadores –Vince Colletta en Thor y Joe Sinnott en Cuatro Fantásticos–. Aunque este número 77 es un buen ejemplo del dinamismo y la inventiva visual que todavía desprendía el arte de Kirby, también es cierto que se detectan ciertas pautas y repeticiones. Demasiadas poses y composiciones resultan familiares y el nivel de detalle ya no es el de etapas pasadas. Excentricidades como los dedos y rodillas cuadrados se han convertido en molestos amaneramientos. Mientras que antes Sinnott complementaba las fortalezas del dibujo de Kirby, ahora parece acentuar sus debilidades.

Pero con todo, si la fructífera asociación de Lee y Kirby tenía que llegar a una conclusión, este número con el melodramático título ¿Sobrevivirá la Tierra?, hubiera sido el ideal para ello. El clímax de la batalla de los Cuatro Fantásticos contra el siniestro Psicoman es el equivalente visual de una matrioska rusa, en la que la derrota de cada versión de su enemigo revela la existencia de otra adicional con una forma algo diferente. «Debemos recordar que es un maestro de las imágenes mentales y emocionales. Puede hacernos imaginar prácticamente cualquier cosa», advierte Reed. Uno tras otro, los héroes vencen a una imagen de Psicoman inducida por el uso de un encéfalo-proyector; un robot gigante y, finalmente, una versión mejorada del propio villano. El enfrentamiento no termina con una victoria rotunda porque éste deja marchar a los Cuatro Fantásticos para que se enfrenten con Galactus, que constituye una amenaza incluso para la existencia de Subatómica (sin saber ninguna de ellos que el peligro ha sido ya conjurado por Silver Surfer).

En el nº 78 (septiembre de 1968), El Fin de la Cosa, comienza un arco de dos episodios en el que Reed Richards, por fin, consigue revertir permanentemente el estado pétreo de Ben Grimm a su forma humana. Sin embargo, ello ocurre justo cuando el Brujo lanza un ataque contra los Cuatro Fantásticos. Es una historia cuya premisa se desliza claramente hacia lo implausible. Si el Brujo, un villano de segunda, había sido incapaz de derrotar a los Cuatro Fantásticos formando parte de los Cuatro Terribles, ¿cómo iba ahora hacerlo en solitario? Por suerte, el todavía poderoso trazo de Kirby y Sinnot compensa el flojo argumento. La página de viñetas que muestra la transformación de la Cosa en Ben Grimm aún transmite ese sentido de lo maravilloso tan característico de la colección en sus mejores momentos. Por otra parte, Lee empieza a introducir una subtrama de suspense relacionada con el embarazo de Sue, un proceso que, dada la exposición que ella sufrió a radiaciones cósmicas y que le otorgó sus poderes de invisibilidad, va a registrar serias complicaciones.

Lo que una vez fue una imparable progresión de novedades, estaba ahora degenerando hacia un estado de inercia, tal y como demuestra el nº 79 (octubre 1968), donde Ben se enfrenta a otro mediocre androide construido por el Pensador Loco. El principal fallo de Lee y Kirby fue siempre su incapacidad para generar villanos de peso. Sí, dieron en la diana con el Doctor Muerte o Galactus, pero éstos no fueron sino excepciones a la regla. En sus primeros días en la colección, siempre que tenían problemas para dar con un enemigo digno de los héroes, recurrían al monstruo o al alienígena de turno. Ahora sustituyeron éstos por androides, a menudo mudos o de diálogos absolutamente estúpidos. Así, desde el número 70, habían presentado a los androides asesinos del Pensador Loco (70-71), el Castigador de Galactus (74), el Androide Indestructible de Psico-Man (76) y ahora otra vez se retomaba el siempre conveniente Pensador Loco.

Este tipo de adversarios, además de lastrar a la serie a base de monotonía y predictibilidad, anulaba uno de los puntos más interesantes de los mejores –aunque no abundantes- momentos de la colección: los villanos carismáticos, con motivaciones y matices en su personalidad. La mayoría, como he dicho, ni siquiera podían hablar y en el resto de los casos, como este, sus líneas de diálogo eran tan malas como «¿Qué? ¿Ese insecto humano se atreve a volver a atacarme?».

Además, las tramas bien enlazadas que habían hecho resaltar la etapa de mediados de la década dado paso a tramas mucho más sencillas y autoconclusivas centradas en preparar y ejecutar combates. Sólo cabe destacar la viñeta-página en la que Kirby nos muestra a Reed y Sue en la sala de maternidad del hospital. Durante este periodo, estas ilustraciones fueron algunas veces mejores que las que aparecían en los Anuales.

En el nº 80 (noviembre de 1968), los autores, como en los viejos tiempos, cambiaron de androides…a monstruos. Tomazooma no era sino el último de una larga lista de grotescas criaturas que se remontaban a los tiempos en los que Marvel se llamaba Atlas: Groot, Tom-Boo-Ba, Vandoom, Goom, Oog,Googam, Fin-Fang-Foom, Taboo… (no tengo explicación a esa especial predilección por incluir una doble o en sus nombres). Parece ser que Lee y Kirby habían decidido inicialmente contar una historia muy diferente, pero el segundo, ya fuera porque lo olvidó o porque no estaba de acuerdo con lo hablado, entregó esta nadería sin conocimiento previo de su editor y guionista nominal. Lo único destacable –y no es mucho- es la recuperación de Wyatt Wingfoot, un personaje del que nunca supieron sacar el partido que merecía.

Si los Cuatro Fantásticos hubieran pretendido ser una larga maxiserie, entonces el Anual nº 6 (noviembre de 1968) habrían sido el clímax perfecto. Sus 48 páginas lo convirtieron en el número de los 4F más extenso hasta la fecha. Para entonces, la tradición de reservar los momentos más importantes del grupo para los anuales ya había quedado bien establecida. En esta ocasión, Reed y Sue se convertían en padres. De acuerdo con Stan Lee: «El Anual nº 6 fue, hasta donde yo sé, el primer comic-book en el que una heroína da a luz. Mucha gente nos dijo que estábamos locos por introducir el tema del embarazo de una heroína en una serie de acción y fantasía, pero, como de costumbre, esa gente infravaloró la inteligencia de nuestros lectores; lectores que siempre habían disfrutado de que pudiéramos combinar la fantasía más alocada con el realismo más creíble y empático».

En los episodios anteriores se había ido creando suspense respecto al peligro que iba a correr Sue Richards cuando llegara el momento del parto. Y ese momento ya estaba aquí. Con su mujer y su hijo no nato en peligro de muerte, la única solución que encuentra Reed es someterlos a una dosis de un elemento de antimateria que sólo se halla en la Zona Negativa. Pero en cuanto él, Johnny y Ben entran en esa dimensión, son capturados por el insectoide Annihilus, el último gran villano que imaginaron Lee y Kirby, y que resulta llevar consigo un «cetro de control cósmico», exactamente lo que Reed necesita. No hace falta decir que tras una encarnizada lucha, Annihilus es derrotado y los tres Fantásticos regresan a tiempo con el cetro para salvarle la vida a Sue y a su hijo.

Esta historia tenía todos los ingredientes de una épica firmada por Lee y Kirby: de tres a cinco viñetas por plancha, un impresionante fotomontaje a doble página, uno de los finales más dramáticos de la colección hasta esa fecha y el nacimiento de un nuevo miembro de la familia. Y, aun así, a pesar del nervio y extensión de la historia, de alguna manera ésta se diría forzada, artificial, como si los autores estuvieran tratando a duras penas de mantener una era de grandeza que estaba lenta pero indefectiblemente escapándosele de las manos.

De hecho, lo único que salva a la historia de ser una vacía y monótona sucesión de escenas de acción al estilo Kirby es, precisamente, su significado y propósito: la lucha a muerte por la vida de la esposa, hermana y amiga así como de su hijo, ilustra a la perfección los valores positivos y el enfoque optimista de la Marvel de los sesenta. En este caso, el valor de todas las vidas humanas, sin importar lo insignificantes que sean, incluso si todavía no han visto la luz: «¡Parece tan indefenso, tan pequeño, en un mundo tan grande y lleno de peligros desconocidos!», murmura un sombrío Reed, acunando a su recién nacido hijo entre sus brazos. Los lectores no necesitaban tener supervillanos en su mundo para comprender tales sentimientos. «No cejaremos en nuestro empeño por hacer de este loco mundo un lugar mejor. Para que él y todos los niños del mundo puedan crecer en paz y hermandad», dice Johnny, dando voz a cualquier adulto responsable y con valores humanos.

El nacimiento del bebé de Sue y Reed podría haber constituido un nuevo comienzo para Lee y Kirby, una nueva etapa. De hecho, el cómic finalizaba exactamente con esa frase: The Beginning. En lugar de ello, demostró ser un crepúsculo melancólico. Si la colección hubiera terminado aquí, con esa escena final que cerraba el ciclo natural de la vida que había arrancado con el cortejo entre Reed y Sue en los primeros números, aquélla habría tenido la coda perfecta a uno de los cómics más creativos, imaginativos y poderosos de la historia del género. Pero, claro está, no fue así. Además, aunque el ritmo de ese número especial era intenso y su premisa y conclusión satisfactorias, adolecía de los mismos problemas que la colección regular, a saber: un cansancio en el dibujo de Kirby y un entintando menos certero de Sinnott. No se entienda esto como que el arte es mediocre. En comparación con muchos de sus contemporáneos, Kirby aún era sobresaliente; pero si se echa la vista atrás sobre su propia carrera, es fácil detectar signos de agotamiento. Y guste o no, su tiempo estaba agotándose. Nuevos artistas con estilos más sofisticados estaban entrando en la industria del comic-book y a no mucho tardar, el dibujo de Kirby, que había dominado ese medio durante treinta años y definido la Edad de Plata de Marvel, sería visto como algo anacrónico.

En el nº 81 (diciembre de 1968), Sue se toma una baja por maternidad y Crystal la sustituye. Fue una buena idea por parte de los autores que encajó sin problemas con el espíritu del grupo. Y aunque la nueva dinámica que esa inclusión podría haber suscitado nunca llegó a explorarse y a pesar de que se vuelve a recurrir al Brujo como villano, éste es uno de los pocos cómics de cierta calidad de la época de declive de Lee y Kirby. Crystal demuestra a sus compañeros varones su valía en tan solo veinte páginas rematadas por un final optimista. Lástima que las historias no tardaran en colocar a la Inhumana en la misma posición que había ocupado la Chica Invisible tantas veces en el pasado: la de damisela en apuros que los malos secuestran con facilidad y a la que sus compañeros varones tratan con condescendencia y sobreprotección.

En el nº 82 (enero de 1969), Crystal regresa al Gran Refugio para conseguir el beneplácito de la Familia Real de los Inhumanos que le permita unirse a los Cuatro Fantásticos durante la baja maternal de Sue. La aventura continuaría en el número siguiente, el 83 (febrero de 1969), otra vez, y odio repetirme, bien dibujado y entintado con profesionalidad pero con abuso de las plantillas de cuatro viñetas y viñetas –página (la mitad parecen ser meros pin-ups), figuras rotundas en las que ya no se tiene en cuenta el personaje o las proporciones anatómicas (Reed y Johnny, por ejemplo, tienen unos músculos de los que carecían cuando Kirby los dibujó inicialmente) y la tediosa sucesión de batallas con adversarios de escasa enjundia, en este caso los Alpha Primitivos y ¡sorpresa! otro androide llamado Zorr. Los ya mencionados problemas de Lee y Kirby a la hora de crear villanos vuelven a aflorar: durante 14 meses, no presentaron ni a uno nuevo, limitándose a reciclar al Brujo, Maximus, el Doctor Muerte, el Topo, los Skrulls y los Cuatro Terribles.

Quizá el momento más llamativo de esa nueva saga de los Inhumanos sea la página once del nº 83, cuando se regresa brevemente al Edificio Baxter para ver a Sue arropar a su bebé en la cuna y deseando que Reed estuviera con ella para elegir juntos un nombre para él. Es otro de esos tranquilos momentos de humanidad que, yuxtapuestos a la fantasía dinámica propia de los superhéroes, hicieron grande a Marvel (curiosamente, el niño aún tardaría nada menos que catorce meses en adquirir su nombre, Franklin Benjamin, en el número 94 (enero de 1970).

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".

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