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Pinacoteca canora: Jonas Kaufmann

Seguramente, si hablando de ópera hoy se cita la palabra «tenor», el término se identificará, de inmediato, con el cantante alemán, muniqués para mayor datación, Jonas Kaufmann. Entrado ya en la cincuentena, pues nació el 10 de junio de 1969, mantiene una actividad incesante en salas de concierto y escenarios operísticos, siendo probablemente el intérprete mejor pagado de la actualidad. Y, dada la edad, es posible que esté «quemando sus últimas naves» con tan incesante y variopinta presencia ante el público preferentemente europeo. No hay que olvidar que suele ocurrir, especialmente en la idiosincrasia nacional, esa muy injusta o caprichosa decisión de quien llega a lo más alto hay que hacerle caer por una fuerza de gravedad a veces justificada por el paso del tiempo pero a menudo pronosticada sin motivos.

Kaufmann, al momento de redactar este homenaje pictórico-vocal sigue en plena y segura actividad, siendo en Salzburgo en su Festival de Pascua un destacadísimo Enzo Grimaldo de La Gioconda de Ponchielli junto a Anna Netrebko.

Kaufmann estudió en su ciudad natal, la capital bávara, y completó la preparación bajo docencias de dos celebridades, el legendario bajo-barítono Hans Hotter y el no menos elogiable tenor James King. Desde 1992 participo en papeles pequeños en dos teatros de Múnich, comenzando a cimentar su carrera paulatinamente, como miembro fijo en varias compañías, en especial la de la Ópera de Zúrich. Aquí interpretó un repertorio variopinto, lo que le dio una amplia formación y experiencia tanto musical como escénica. De esa etapa se conservan testimonios visuales que relejan semejante actividad que le dieron a conocer más allá de los meros límites locales. Como la lista es amplia, los monteverdianos Telemaco del Ulisse y Nerone de la Poppea, la rarísima Fierabras de Schubert, Tamino, Idomeneo y Tito de Mozart, Königson de Los Hijos del rey de Humperdinck, Florestan de Beethoven para combinarlos, en un alarde de enorme versatilidad, con partes tenoriles italianas o francesas más habituales en la programación: el Don Carlo verdiano, Don José  de Carmen y Rodolfo y Cavarasossi puccinianos. Entre toda esta generosa oferta, en 2002, Nina, la pazza per amore de Paisiello donde, siendo la estrella del equipo Cecilia Bartoli, Kaufmann destacó soberanamente como un atractivo y muy bien cantado Lindoro. Una etapa que puede concretarse en la primera década del siglo en curso.

El sello Decca le echó el ojo y le firmó un contrato. Su primer recital en solitario es el que le va a representar en esta pinacoteca. Posteriormente fue Sony el que le incluyó en su falange. En ambos sellos, más lógicamente en el segundo, disfruta de un catálogo extensísimo, añadiendo puntuales  ejemplos de música navideña o de filmes cinematográficos. Dos modelos de realización muy por encima de la media en ambos casos. En el apartado visual su legado es de paralela importancia. Y, seguramente, tanto en un medio como en otro, aún se seguirá enriqueciéndose la oferta.

En Praga entre el 5 y el 15 de agosto de 2007, con la orquesta Filarmónica de la ciudad checa y la competente batuta de Marco Armiliato surgió ese disco dedicado a momentos más o menos populares del repertorio italiano, alemán y francés. La presencia de una dócil y flexible orquesta y con un  Armiliato de enorme experiencia en fosos y como acompañante discográfico de numerosos solistas (Carreras, Pavarotti, Domingo, Villazón, Vargas, Calleja, citando únicamente colegas de su misma cuerda), el provechoso resultado era predecible.

El programa, pues, no podía integrarse más que con un repertorio que sea el habitual de la voz tenoril. Para ser considerado un tenor «tradicional», «con todas las de la ley», ha de interpretar todo aquello más popularmente asociado a su cuerda. Y así lo hace Kaufmann eligiendo arias de los tres mundos que ha frecuentado o frecuenta: el italiano, el alemán y el francés. Hasta ahora, el ruso lo tiene orillado, salvo alguna que otra canción, él que podría ser un Hermann de La dama de picas excepcional.

El racconto de Rodolfo de La Bohème no sólo se trata del autorretrato que hace de sí mismo  el poeta a Mimì. La está también seduciendo con su lenguaje moderadamente florido. La música, las melodías lo expresan perfectamente y el cantante ha de hacerse eco de ello.

Aunque con el paso del tiempo y la madurez personal le han dado a la voz de Kaufmann mayor oscuridad y anchura, aquí en la treintena, ya refleja su personal timbre. Un colorido de un tenor poco o nada mediterráneo, pese a estar sus medios encuadrados exactamente en esa cuerda vocal masculina.

Es de destacar que hoy, ya habiendo interpretado partes tan pesadas y dramáticas como Otello, Peter Grimes o Parsifal no ha dejado de lado a Rodolfo habiéndolo cantado recientemente, manteniéndolo aún en su repertorio..

Para este seductor racconto Kaufmann aclara un timbre, acudiendo a unos tonos suaves como si la hablara al oído a la muchacha con unas medias voces que parecen las más oportunas para encandilarla. Pero lo más llamativo es el juego, la delectación que realiza desarrollando las acariciantes melodías de la página. Si la voz no suena italiana, su lirismo es perfectamente meridional. Esa mezcla de posibilidades resulta para un oyente desprejuiciado una combinación subyugante. No es necesario recalcar que el ascenso al do agudo en la palabra speranza es deslumbrante. La exposición del aria al completo consigue una redondez y un equilibrio inusitados. Conviene asimismo resaltar que la orquesta «canta» a la par del solista en la fusión deseada. Kaufmann no ha grabado en estudio esta obra pucciniana, pero existen accesos al dúo con el que finaliza el acto i en diversas ediciones (audio y vídeo), así como una ejecución al completo live en la Ópera de Zúrich (2007) junto a Elena Mosuc.

Con la llamada «aria de la flor» de Don José en la Carmen de Bizet, pasa el tenor al repertorio francés. Una declaración apasionada de amor en todo la regla. El compositor va marcando in crescendo  esa exposición sentimental y así la ha entendido el intérprete quien comienza, tras el corno inglés con el tema del destino que le une irreversible y trágicamente a la gitana, en una sedosa media voz. Poco a poco la voz se va expandiendo o reduciendo en unos claroscuros de extraordinario valor expresivo. Con el si bemol conclusivo morendo rubricando una lectura de canto e intensidad dramática realmente asombroso. Don José es uno de los papeles que más satisfacciones le ha dado a Kaufmann dada su especial ósmosis con el soldado navarro. Lo ha grabado para EMI y cuenta con dos ediciones videográficas. Destacando la de la Royal Opera londinense en 2006 junto a la fascinante Anna Caterina Antonacci, en un montaje de Francesca Zambello y con la batuta de Antonio Pappano con quien el tenor «se entiende» a la perfección:

Martha del compositor alemán Friedrich von Flotow, casi estrictamente contemporáneo de Wagner y Verdi (era de 1812), salvo en países de filiación germánica es más excepcional verla representada fuera de esas fronteras. Es una deliciosa comedia estrenada en Viena en 1847 y su aria para tenor, Lionel, hace que esté presente en la memoria. Multitud de cantantes se han interesad por grabarla, desde que lo hiciera Caruso en 1906 (luego también en 1917) en su versión italiana; M’appari tutto amor. Kaufmann la canta en su original alemán, Ach so fromm y la resuelve de la manera adecuada, combinando entusiasmo y recogimiento, conforme a la visión que en su interior le produce el encuentro con Lady Harriet, una dama de honor inglesa disfrazada de campesina.

El contenido canoro y dramático de la popularísima E lucevan le stelle de la Tosca pucciniana está claro: Cavaradossi evoca los momentos amorosos con su amada y, próximo a la muerte, sabe desesperado que no volverán a repetirse. Kaufmann refleja el primer  íntimo  nostálgico sentimiento con unas medias voces suntuosas con un control y amplitud del fiato. Luego, a partir de svanì per sempre il sogno mio d’ amore soltar la opulencia de su plena voz logrando con ello una lectura que puede servir de modelo a sucesivas generaciones. Cavaradossi es un personaje a la medida del arte kaufmanniano: lirismo y heroicidad combinaos, los propios de la ardiente personalidad del pintor revolucionario y amoroso. Por suerte, existen documentos al completo el Cavaradossi de Kaufmann que, al tratarse de ediciones en imágenes, completan el retrato del cantante, un actor sólido con un físico imponente. Siempre cuando llega este momento, conocido como el «Adiós a la vida», el intérprete (que a menudo lo repite dado el entusiasmo producido) alcanza su mayor grado de atención.

El Don Carlo verdiano es otro personaje rabiosamente romántico que conviene a Kaufmann. Siendo el que lleva el título de la obra, originalmente francesa y luego en varias ediciones italianas,  es quien disfruta de una página solista, aunque bella y descriptiva algo amorfa, pero sin el impacto de las que disfrutan sus compañeros de equipo: el rey Fillippo II (Ella giammai m’amò), la princesa de Eboli (O don fatale) y Elisabetta di Valois (Tu che le vanità). Además se estar situada al inicio de la obra, bien se elija la versión parisina en cinco actos, bien se acuda a la italiana en cuatro, parece encontrar al público poco dispuesto a recibirla. Por ello el intérprete ha de solventar esta llamémosle carencia y eso es lo que hace Kaufmann tanto en el recitativo (Io l’ho perduta) como en el aria (Io la vidi). Un ejemplo de sensibilidad musical que de inmediato pone al oyente a favor de tan desvalido príncipe, puesto que el muniqués nos descubre matices que normalmente pasan de largo para otros colegas. De hecho, plantea el momento como una progresión desde el recuerdo doloroso a una resignada aceptación de su destino. Un milagro. De este Don Carlo cuenta Kaufmann con un lectura en imágenes que es de obligada visión, captada en Viena en 2013 con Antonio Pappanno y montaje de Peter Stein.

Como es Kaufmann es alemán resulta lógico que incluyera en repertorio la obra romántica por antonomasia de su tierra: Der Freischütz de Weber. Compositor de quien asimismo grabó su hermosísimo y no tan frecuentada Oberon, parte heroica la de Huon de formidable empuje y agudos generosos:

De ese Cazador furtivo como se conoce en nuestro idioma el aria de Max permite al cantante una solvente exhibición de medios  al servicio de una equivalente expresividad. El muchacho se halla agobiad por su torpeza en los ejercicios de tiro, máxime cuando en el concurso previsto quien triunfe se llevará a mano de su amada Agathe. De ahí surge todo el problema de la obra ya que Max se concierta con poderes infernales para conseguir el triunfo. Todo acaba bien, tan bien como resuelve el tenor esta exposición de inquietudes en una parte que en principio parecería ideal para un cantante de corte lírico pero que, alternativamente, exige una voz potente e intensa. De ahí que en su decurso Kaufmann combine acentos enérgicos (colores oscuros en la voz) con expansiones d1e amplio lirismo (timbre más claro).

De este agobiado Max el tenor da un salto cualitativo pues  pasa a un Alfredo verdiano que es bastante opuesto en vocalidad, personalidad y estado anímico. Un lírico puro dando rienda suelta a la felicidad que le produce un amor correspondido. Kaufmann canta, por supuesto, su aria con  la cabaletta. El tenor ha cantado La Traviata en algunas ocasiones en la parte inicial de su carrera junto a Violettas como Christine Schäfer, Angela Gheorghiu  o Anna Netrebko. Aunque oficialmente no ha dejado un registro al completo su lectura viene bien documentada en otros espacios.

Kaufmann, desde luego, extrae de toda la escena repitiendo la cabaletta y con sobreagudo, con todos sus dispositivos ya anteriormente destacados: canto cuidadoso, dicción nitidísima, intenciones definidas en un claroscuro de atices exquisitos. Todo ello lo correspondiente a la juventud y entusiasmo del personaje (¡cómo destaca los varios Quasi in ciel!). La anchura  de medios recuerda las interpretaciones de Jussi Bjoerling o Richard Tucker. Cuenta con la participación como Annina de Jana Sibera.

Kaufmann, como tenor de bagaje completo, canta los dos Des Grieux más famosos de la escena operística: el de corte lírico de Massenet y el más exigido de Puccini. Del primero no tienen ningún testimonio completo oficial, pero sí una toma en vivo desde Chicago 2008 con Nathalie Dessay. Del segundo, el pucciniano, una toma visual desde el Covent Garden de 2014 con la bella Kristine Opolais, una pareja perfecta.

En este disco ofrece el aria de Saint-Sulpice del massenetiano Des Grieux con su acalorado recitativo. Es el momento más tenso de la partitura y sus recursos para reflejar la situación son infalibles: la consabida dicción francesa inmaculada, variedad de matices, detalles de una elegante sensibilidad, pues ha entendido que aquí por encima de la pulcritud del canto francés ha de primar el contenido dramático. La atmósfera de la situación del pretendiente a abate con sus dudas, está captada perfectamente, preparando así su renuncia posterior a las ordenes sagradas cuando llega seductora Manon. En general, da la sensación de que se escucha por vez primera tan extraordinaria aria, con todas las que se nos ha legado, incluyendo la tan genuina de Georges Thill de 1936. .

El verdiano Duque de Mantua de Rigoletto no es un personaje demasiado asociable a la carrera de Kaufmann. Su gran escena del acto II describe el compositor su doble carácter: el noble orgulloso y prepotente en el recitado, el conquistador repentinamente sentimental en el aria y la decisión perturbadora del violador en la cabaletta. Tres cualidades que el cantante refleja, con especial cuidado en la parte central de la página recurriendo a la mayor suavidad y terciopelo de los medios. Puesto que Verdi aquí le da una fugaz humanidad al lascivo noble que, por un momento, logra la simpatía del oyente. Al contrario de lo que en el corte anterior de La Traviata, Kaufmann no incluye esa cabaletta que, recordemos, por primera vez en disco la grabó Mario del Monaco en 1954 sin sobreagudo. La impondría definitivamente en las representaciones, al igual que hiciera con la homóloga de Traviata, el gran Alfredo Kraus.

El Faust de Gounod fue asumido por Kaufmann en varias ocasiones. Una de ellas inmortalizada en imágenes desde el Metropolitan neoyorkino en 2011. Indudablemente su Fausto suena con mayor cuerpo y oscuridad que escuchándolo a los tenores que habitualmente lo asumen. Pero, juzgando lo que consigue con su popularísima aria Salut, demeure chaste et pure, se comprueba la acertada caracterización. La exquisita melodía, tan típica del compositor, encuentra eco en el  elegante intérprete dejando para el final un regalo: ese do agudo emitido con una mágica regulación. Pero es necesario destacar cómo plantea el pequeño recitativo que encabeza el aria: Quel trouble inconnue… Del sonido piano va pasando paulatinamente al forte en un efecto descriptivo acorde con el texto: el amor «apoderándose de su ser».

El repertorio wagneriano de Kaufmann comenzó con el lírico Walther de Los maestros cantores. Luego pasó de Siegmund y Parsifal a Tristan. Quizas no cante ya el temible Siegfried, tan extenso como agotador. La lectura que hace de la canción del premio de Walter es, por supuesto, excepcional y le va como hecho a medida al cantante y al intérprete. Arrebatadora ejecución, ajustada a la nobleza, juventud y apasionamiento del personaje.

Con el otro Faust francés, el de Berlioz porque hay otros menos considerados, tras haberlo ofrecido antes en Bruselas o Ginebra, pisó Kaufmann la Bastille parisina en 2015. Una horrorosa producción del lituano Alvis Hermanis que, sin éxito quiso dar un sentido teatral a una partitura desordenada pero por momentos magnífica. El tenor tuvo en Sophie Kocho y Bryn Terfel dos compañeros a su altura. Antes de ese mal trago escénico grabo el espléndido cato a la naturaleza tan goetheano dando con ello una lección de disposición y de talento canoro. Y de una voz completamente resuelta y emitida, ya que la escritura vocal de la página es bien complicada.

Gracias a un montaje irregular pero con escenas bien logradas, estrenado en la Royal Opera en 2010, responsable Benoit Jacquot, se pudo apreciar que Kaufmann daba la imagen ideal del atormentado héroe romántico, frágil y enfermizo. O sea, Werther. Como adelanto de aquella interpretación, enriquecida con el físico apropiado inmortalizada en imágenes, cerrando el presente recital desgrana el tenor su fragmento más conocido: la canción de Ossian.  Desde que la grabara Ernest van Dyck, su creado en 1903, hay versiones para multitud de gustos y expectativas.

Kaufmann, muy acertadamente, incluye las cinco palabras previas a la canción, «toda mi alma está acá». Las hace a media voz como reflexionando en un inteligentísimo acierto. Las dos estrofas están diferenciadas en la dinámica, la primera más meditativa; la segundo más angustiosa dado el contenido literario. Apreciables las diferencia que impone  entre las dos O soufflé du printemps. ¡Cuánto contenido en lo que parece una simple canción! Es tal la sabia apreciación del texto que cuando pronuncia caresses (las caricias primaverales) su voz traduce en sonidos esas «caricias».

Un remate extraordinario para un disco excepcional.

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Fernando Fraga

Es uno de los estudiosos de la ópera más destacados de nuestro país. Desde 1980 se dedica al mundo de la música como crítico y conferenciante.
Tres años después comenzó a colaborar en Radio Clásica de Radio Nacional de España. Sus críticas y artículos aparecen habitualmente en la revista "Scherzo".
Asimismo, es colaborador de otras publicaciones culturales, como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Crítica de Arte", "Ópera Actual", "Ritmo" y "Revista de Occidente". Junto a Blas Matamoro, ha escrito los libros "Vivir la ópera" (1994), "La ópera" (1995), "Morir para la ópera" (1996) y "Plácido Domingo: historia de una voz" (1996). Es autor de las monografías "Rossini" (1998), "Verdi" (2000), "Simplemente divas" (2014) y "Maria Callas. El adiós a la diva" (2017). En colaboración con Enrique Pérez Adrián escribió "Los mejores discos de ópera" (2001) y "Verdi y Wagner. Sus mejores grabaciones en DVD y CD" (2013).