El número 59 de Los Cuatro Fantásticos (febrero de 1967), certeramente titulado El Día del Juicio Final, comienza con Reed Richards emitiendo un siniestro comunicado al mundo:¡Ha llegado el momento de que todas las naciones, todos los bloques enfrentados, olviden sus diferencias y se unan contra un enemigo común, tal vez el más mortífero al que el hombre civilizado se haya enfrentado jamás!. Una declaración nada tranquilizadora viniendo de alguien que se ha enfrentado a amenazas como Galactus. Pero lo que diferencia a Galactus de Muerte es que mientras el primero no siente amor ni odio por lo que destruye, el segundo está enteramente alentado por la ambición y el resentimiento. Y así, el mundo tiembla imaginando el siguiente paso de Muerte mientras Reed se enclaustra en su laboratorio para inventar un arma que pueda derrotarle, y Johnny practica con sus llamas para lanzarse a un nuevo duelo de poder contra el monarca de Latveria.
En mitad de esta tragedia y sin que la Antorcha sepa nada al respecto, su sueño se hace realidad. En la página 11, Rayo Negro, el digno monarca de los Inhumanos, se coloca al borde de la Gran Barrera, toma aire y lanza un angustiado y destructor grito. Es un acto cataclísmico, ensordecedor, que redujo la aparentemente impenetrable Gran Barrera –y a la ciudad de los Inhumanos con ella– a la nada. Todo lo que quedó fueron ruinas. Por fin se descubre el secreto del permanente silencio del rey de Attilan. Fue uno de los clímax más poderosos jamás vistos en el cómic, uno que sólo Jack Kirby podría haber imaginado.
La alegría de los Inhumanos al recuperar su libertad pasa desapercibida en un mundo que sufre los caprichos y locuras de un Muerte cegado por su poder. El episodio finaliza con un tono sombrío: Reed, Sue y Ben, angustiados, comparten la cena en una habitación en penumbra.
La historia llega a su apoteósico final en el número 60 (marzo de 1967), cuando Muerte decide tomar las riendas del poder de todos los países del planeta y se declara gobernante supremo. En el explosivo desenlace, Kirby se suelta y deja salir toda la energía y dinamismo del estilo que había pasado años desarrollando. Conforme cada miembro del equipo va turnándose en su lucha contra Muerte, Kirby retrata sus combates individuales con todo el vigor de una épica de Homero. La Antorcha Humana, con su poder al máximo, es el primero en llegar hasta Muerte y su choque tritura el territorio circundante; el siguiente es La Cosa, que carga contra su adversario en lo que resulta ser un duelo más de voluntades que de fuerza bruta, cuando el héroe de piedra se niega a rendirse ante el cósmicamente reforzado cuerpo de Muerte. Nada sirve contra él y cuando, arrinconados, a punto están de morir a manos de su enemigo, éste es golpeado por un Ala Volante Anticósmica, uno de esos convenientes inventos de Reed. El artefacto succiona parte del poder cósmico de Muerte, pero no el suficiente. Recobrado de la sorpresa, decide perseguir el ingenio volador y destruirlo antes de regresar y rematar a los Cuatro Fantásticos.
Resulta que eso es exactamente lo que Reed Richards esperaba: al perseguir al Ala, Muerte choca contra la barrera invisible dejada por Galactus para impedir que Silver Surfer escapara de su exilio en la Tierra. Instantáneamente, pierde su poder y éste regresa a su legítimo propietario. El propio Muerte parece desintegrarse en el proceso.
Ese fue el final de uno de las mejores historias de la Marvel de los sesenta, página tras página de acción yuxtapuesta con inquietantes momentos de calma dramática, el mismo contraste y sofisticación narrativa que inmortalizó la saga de Galactus. No es, ya lo he dicho, la única similitud entre ambas aventuras: los héroes se enfrentan a una amenaza demasiado poderosa como para derrotarla con sus poderes y la única forma de superarla es recurriendo a la astucia. Rebosante de drama, suspense, terror, maravilla y heroísmo, tuvo la ventaja –de la que careció la aventura de Galactus– de contar con más espacio para desarrollarse e ir cogiendo ímpetu. Además, la amenaza que suponía el Doctor Muerte era tal que permitía albergar la esperanza de victoria para los héroes. Al fin y al cabo, Victor con Muerte no dejaba de ser humano.
Sobre todo, había quedado claro que Lee y Kirby encontraron una fórmula con la que producir clásicos instantáneos. Consiguieron crear de cero un mundo propio y dejaron atrás al resto de las editoriales. Fue una fórmula, no obstante, a la que no se adhirieron permanentemente. Cuando el editor y los guionistas se dieron cuenta de que las sagas de larga duración sólo satisfacían a un grupo reducido de lectores muy entregados, probaron a atraer otro tipo de comprador menos fiel mediante historias más simples, con más acción y menos subtramas.
Por otra parte y si se examina con más frialdad la etapa que abarca los números 44 al 60, se detectan algunas debilidades notables que en un primer análisis pueden quedar ocultas por el carisma de los personajes y el feroz ritmo de las aventuras. Así, tenemos un guionista sin supervisión de un editor que detectara los gazapos y fallos en los que incurría; y un dibujante cuyo lápiz apenas podía seguir la velocidad de su propia imaginación. No eran estos detalles nimios en lo que a mantener coherencia y estabilizar tramas se refiere. Una solución podría haber sido poner a Roy Thomas a supervisar la continuidad. Habría sido perfecto para el trabajo.
En cualquier caso, ese nivel de creatividad y frescura no podía durar para siempre. Tanto Lee como Kirby llevaban décadas trabajando a destajo en la industria del cómic y aunque todo lo que habían hecho anteriormente podría ser considerado una especie de prólogo para su edad de oro en Marvel, el acto final no estaba ya lejos.
A mediados de los sesenta y en el mundo real, Stan Lee se encontraba en la cresta de la ola. Gracias a su convencimiento del potencial del comic-book como medio válido para contar historias, a partir de 1964 éste empezó a desprenderse de parte de su complejo de inferioridad. Desde su nacimiento, los comic-books habían sido considerados como basura subliteraria, algo de lo que más valía la pena no presumir so pena de ser considerado poco más que un analfabeto. Fuera de sus dedicados aficionados, el medio era visto con universal desprecio por cualquiera mayor de quince años.
Pero eso estaba cambiando. Desde 1965, el resto de medios había ensalzado reiteradamente el catálogo de nuevos superhéroes neuróticos de Stan Lee. Éste se encontró en el centro de un incuestionable éxito de crítica y público. Contra todo pronóstico, su fantasía más loca se estaba haciendo realidad: sus historias eran leídas por adultos maduros e inteligentes… y les encantaban. Periódicos y revistas le solicitaban entrevistas y a su mesa llegaban invitaciones para aparecer en la televisión. Artistas reconocidos y celebridades como el director de cine Federico Fellini y la estrella del rock Peter Asher visitaban su oficina asegurando ser sus fans y Stan recibió la adoración de estudiantes universitarios por todo el país. No pasó mucho tiempo antes de que el editor y guionista se integrara en el circuito de conferencias por los campus y adoptara éstas como un segundo trabajo. En 1966, Dow Jones informó de que Marvel vendía 33 millones de cómics al año. Estaba claro que las aspiraciones de Stan de convertirse en un escritor serio habrían de aguardar. Era este un éxito del que no podía prescindir.
Por entonces, Stan Lee era el mejor dialoguista del mundo del cómic. Sus guiones eran tan buenos como el arte que sus mejores ilustradores eran capaces de realizar. En su decisión más innovadora hasta la fecha, empezó a utilizar con creciente frecuencia sus artículos en las páginas de texto de sus cómics para romper la cuarta pared y hablar directamente a sus lectores, señalando con humor los absurdos y errores de sus propias historias y divirtiendo a los fans con su descarado tono autoparódico. Era el mismo estilo que utilizaba en sus páginas de correo y sus Bullpen Bulletins: la voz de un adulto en la onda, al tanto de las últimas tendencias de los más jóvenes. Lee empezó a utilizar sus cómics como púlpito desde el que predicar su filosofía a las masas. Lo hizo tanto en su columna Stan´s Soapbox como a través de las voces de sus personajes más representativos, como Reed Richards, Thor o el Capitán América.
Joe Sinnott estaba también ofreciendo lo mejor de su carrera. Se enorgullecía tanto de su trabajo que algunas veces invertía todo un día en el entintado de una sola página. Cuando al principio comenzó a encargarse de Los Cuatro Fantásticos, modificaba las caras dibujadas por Kirby, imponiendo su propio estilo y enterrando parte del de éste. Pero ahora había tomado la decisión consciente de dejar intacto en mayor grado el arte original del dibujante. El resultado fue el apogeo de la colaboración Kirby/Sinnott: un grafismo inspirador que se asentaba cómodamente entre el realismo y la caricatura. De hecho, el entintado de Sinnott tenía tanta fuerza que comenzó a influir en el dibujo de Kirby. Ciertos aspectos visuales de los Cuatro Fantásticos, como las sombras en la piel pétrea de La Cosa, eran plasmadas por Kirby tal y como él había visto entintarlas a Joe.
La comprensión intuitiva que Sinnot tenía de las composiciones de viñeta de Kirby le permitió añadir profundidad y dimensión a éstas, separando los planos del dibujante mediante cambios en el grosor de las líneas de las figuras y el entintado de los fondos. Los lápices de Kirby nunca habían gozado de un acabado tan meticuloso (si exceptuamos el de Wally Wood en Sky Masters). El firme control del pincel y la pluma de Sinnott suavizó los aspectos más bastos del trazo de Kirby sin disminuir su energía.
Mientras tanto, las ambiciones de Kirby no disminuían. A los 49 años, una edad en la que la mayoría de artistas hubieran quedado satisfechos de mantenerse donde estaban hasta su jubilación, él seguía haciendo gala de una creatividad fenomenal. Su capacidad, su velocidad, su trazo… seguían siendo únicos en la industria del cómic. El sentido del drama que insuflaba en algunas de sus viñetas era conmovedor. Variaba los ángulos de cámara y utilizaba las capacidades distorsionadoras de la perspectiva para resaltar la sensación de poder, tamaño o movimiento. Hacía tiempo que dominaba el manejo de los tiempos narrativos pero ahora disponía del soporte perfecto para exhibir su maestría. Sobre todo, lo que lo distinguía de sus colegas era la energía de sus composiciones. Deseaba a toda costa transmitir movimiento en sus viñetas evitando diseños repetitivos. Podía dibujar figuras heroicas de poder monumental desde cualquier ángulo que la acción exigiera. «Siempre cambiaba la perspectiva de una habitación para hacerla menos estática», afirmó.
Es curioso que el personalísimo estilo de Jack Kirby fuera, a la vez, tremendamente influyente en el mundo del comic-book de superhéroes. Desarrolló nuevas técnicas narrativas que luego, en manos de otros artistas, se convirtieron en clichés a base de repetirlas una y otra vez. Los héroes y dioses cósmicos imaginados por Kirby eran todo masa, densidad, movimiento y empuje.
Tras el arco narrativo con el Doctor Muerte y Silver Surfer, finalizado en el número 60 (marzo de 1967), habría muchos números de gran calidad y la colaboración de Kirby y Sinnot seguiría produciendo imágenes de gran poder visual. Pero el nervio y vitalidad de Kirby en los Cuatro Fantásticos ya nunca volverían a brillar a la misma altura. Sólo quedaba un largo pero constante declive.
Si los lectores habían olvidado el breve incidente del número 57, en el que el Hombre de Arena escapaba de la prisión, el 61 (abril de 1967) les recordaba a lo grande cómo Kirby podía transformar un viejo y bastante estúpido villano en una gran amenaza. Desde la aparición de los Cuatro Terribles en el nº 36, Kirby había dibujado más veces al Hombre de Arena que su creador original, Steve Ditko. La versión de este último había aparecido por primera vez en Amazing Spiderman nº 4 (1963) como el típico matón urbano que tanto le gustaba. Sin embargo, a finales de los sesenta, su característica camiseta a rayas parecía algo anacrónico, especialmente en el ámbito de una colección tan marcada por la tecnología como los Cuatro Fantásticos. Kirby le dotó de un nuevo uniforme más acorde con el tono de sus adversarios.
Pero no sólo eso. Ya no iba a ser tan sencillo vencerle como utilizar un aspirador contra él –el primer método que utilizó Spiderman– ni iba a necesitar el Hombre de Arena apoyo de socios o aliados como los Cuatro Terribles a la hora de enfrentarse a sus enemigos. No, ahora tenía suficiente poder y recursos como para poner contra las cuerdas, él sólo, a los Cuatro Fantásticos. Y esta hazaña la consiguieron Lee y Kirby no limitándose a hacer del Hombre de Arena un villano más fuerte, sino imaginando nuevas e imaginativas posibilidades para su poder. Por ejemplo, atrapar a sus enemigos en un pasillo y llenarlo con sus partículas de arena para asfixiarlos, una trampa de la que sólo escaparán cuando La Cosa abra un agujero de salida en la pared; o moviendo su arena en torbellinos de tanta fuerza que su impacto sea muy doloroso. Localiza a la Chica Invisible extendiendo arena sobre el suelo para que se revelen sus huellas; o extingue el fuego de la Antorcha sofocándolo con un embudo de arena.
De hecho, desesperados, la única forma que encuentran los Cuatro Fantásticos de derrotarlo es abriendo un portal a la Zona Negativa y esperando que la succión lo absorba hacia ese plano dimensional. Por desgracia, el plan de Mr. Fantástico no sale como esperaba: el Hombre de Arena se ancla al suelo y resiste antes de lanzarse por una ventana del Edificio Baxter mientras el propio Reed Richards acaba atrapado en la Zona Negativa. Este número ejemplifica bien la magia de esos años de formación de la épica Marvel: coger la típica trifulca entre héroe y villano y convertirla en algo más espectacular y grandioso. Cuando el Hombre de Arena siente la poderosa atracción de la Zona Negativa, es golpeado por fuerzas que ni él ni los lectores pueden ver pero que tanto el guión como el dibujo dejan claro que están más allá de nuestra comprensión: «¡Jamás había esperado algo así!», exclama el Hombre de Arena, «¡Es como el fin del mundo! Está empezando a arrastrarme hacia ese portal que da…¿a dónde?»
Por su parte y a estas alturas, el antiguo aliado del Hombre de Arena, el Trampero, hacía tiempo que había experimentado su propia actualización gracias a Kirby. Su nuevo aspecto y alias lo transformaron de uno de los villanos más bufonescos del Universo Marvel (Bote de Pasta Pete fue su nombre de guerra inicial) en un enemigo a tener en cuenta. En el numero 78, como veremos en su momento, llegará el turno de El Brujo. Como nota final de este episodio, Wyatt Wingfoot, el compañero indio de Johnny, tiene un rápido cameo junto a Crystal en la Universidad Metro, la última mención que se hará a esa institución de la que la Antorcha, aparentemente, se había marchado para siempre.
Aunque Galactus y Ego, el Planeta Viviente, fueron las cimas de la épica cósmica del Marvel de estos años, podemos encontrar en la misma época otros conceptos igualmente interesantes, como Subatómica o la Zona Negativa. Presentada en el número 51, ésta última no se mostró ampliamente a los lectores hasta el nº 62 (mayo 67). Inicialmente llamada subespacio, se trataba de una idea con largo recorrido en el ámbito de la ciencia ficción y que suponía que el universo estaba compuesto a nivel atómico de energía positiva y negativa. Cuando esas dos fuerzas opuestas entraban en contacto, se aniquilaban mutuamente. A menudo, las historias de ciencia ficción imaginaban sistemas planetarios, o incluso universos completos, formados con energía negativa y a la espera de contactar con el nuestro, de carga positiva.
Cuando Lee y Kirby presentaron la Zona Negativa no parecían tener muy claro qué propiedades tenía ese lugar. Obviamente, era otro universo, pero los humanos podían sobrevivir e incluso respirar sin ayuda de trajes especiales. Toda la materia de ese universo se veía atraída hacia un punto singular, un mundo semejante a la Tierra, en cuya atmósfera explotaba. Pero, ¿era verdaderamente ese planeta una versión «negativa» de nuestra Tierra? ¿Y por qué todo era atraído hacia él? En el fondo, no importaba demasiado. Resultaba peligroso e impresionante y eso era suficiente a efectos dramáticos.
Los lectores quedaron cautivados por la forma en que, en ese número 62, ese lugar fue dibujado por Kirby (esa doble página de collage en la que Mr. Fantástico flotaba a la deriva en el inmenso vacío de la Zona) y evocado por Lee en su característico estilo dramático: «Hay tanto que aprender todavía.. tanto que ver y por lo que maravillarse», murmuraba Reed asombrado mientras se acercaba a lo que parecía su inevitable final, «¡Qué lástima que todo deba terminar tan pronto… antes de tener la oportunidad de desentrañar la miríada de misterios de este extraño universo!» Y aunque a menudo las amenazas que los Cuatro Fantásticos hallaron aquí no estaban a la altura del misterio que el lugar suscitaba en la imaginación, tampoco diluyeron su encanto.
En este episodio también aparece por primera vez Blastaar, la Bomba Viviente, un nombre no muy afortunado para el que en realidad fue un villano a tener en cuenta por su crueldad y poder. Monarca tiránico en su mundo de la Zona Negativa, había sido derrocado por sus súbditos y enviado al exilio, donde por accidente los Cuatro Fantásticos lo acaban introduciendo en nuestra dimensión. Pero eso sólo es después de que los lectores pudieran acompañar a Ben, Johnny y Sue en su angustioso seguimiento de Reed mientras éste, atrapado en la Zona Negativa, flota hacia su destrucción. Desesperados e impotentes, reciben la ayuda de Crystal y Mandíbulas (recordemos, libres junto a sus compañeros inhumanos desde el número 59), que, a su vez, acuden a sus amigos en busca de auxilio (irónicamente, tras pasar meses buscando a Crystal, no es Johnny quien la encuentra sino al revés). De todos los Inhumanos, Tritón parece el más indicado, gracias a sus poderes acuáticos, para sobrevivir en la Zona Negativa y rescatar a Richards. Pero sin que nadie lo sepa, el despiadado Blastaar los sigue a la Tierra con intenciones de conquistar el planeta y, una vez aquí, recluta al Hombre de Arena –aún rondando por el Edificio Baxter- como ayudante.
Aun cuando la trama general recicla a grandes rasgos la del número 51, la grandeza de esta historia, como fue habitual en estos años, reside en buena medida en el trabajo de Lee. No tanto en sus palabras como en las emociones que sabía transmitir, especialmente ese inquebrantable optimismo y fe en las capacidades y destino de la especie humana. En lo que él cree van a ser los últimos momentos de su vida, Mr. Fantástico reflexiona: «Pero ya habrá otros que sigan mis pasos y descubran los misterios del cosmos, uno tras otro. Porque la mente del hombre es la llave más poderosa de todas, la que algún día abrirá la puerta de la inmortalidad. Y cada uno de nosotros ayuda, a su manera, en cuanto está en su mano, a aquéllos que nos seguirán. Ése es el único y auténtico legado que podemos dejar a nuestros seres queridos: haber dejado el mundo un poco mejor de cómo lo encontramos».
El nº 62 (mayo de 1967) marcaría un punto y aparte en las subtramas que hasta ese momento se habían ido desarrollando en la colección. Obviamente, la búsqueda de Crystal por parte de Johnny concluía al reencontrarse aquí los amantes. Por otra parte, el drama de los Inhumanos también llegó a su final. Lee y Kirby podrían haber seguido contando las peripecias de la Familia Real de Attilan en estas páginas pero no lo hicieron porque Martin Goodman les aseguró que éstos pronto dispondrían de su propia cabecera, una promesa que por el momento no se concretó. Rayo Negro y los suyos continuarían presentes en el Universo Marvel aquel mismo año en historias de complemento en Thor (a partir del número 146 y sustituyendo a Cuentos de Asgard). Habrían de esperar hasta 1970 para tener su propia serie, y no en un tebeo independiente sino como parte de una cabecera genérica, Amazing Adventures. Pero eso es otra historia.
El destino de Tritón también es interesante. Tras salvar a Reed de la muerte en la Zona Negativa (y corresponder así el gesto humanitario que el científico tuvo con él en el número 47), el inhumano anfibio se queda a vivir en Nueva York, residiendo en el Edificio Baxter y ejerciendo como aparente «carabina» de Crystal.
La incursión de Blaastar en la Tierra continuaba y terminaba en el número siguiente, el 63 (junio de 1967). Poseedor de una fuerza sobrehumana y de la capacidad de emitir rayos de energía de sus dedos, fue uno de los antagonistas más peligrosos de los Cuatro Fantásticos, con una ambición y locura tan grandes que hasta su aliado, el Hombre de Arena, se da cuenta de su equivocación al asociarse con él. El número consiste básicamente en el enfrentamiento de los héroes contra Blaastar, ayudados puntualmente por Tritón y Crystal y rematado con la victoria para los primeros gracias al siempre conveniente chisme inventado por Reed Richards en el último momento.
En las postrimerías de la etapa dorada de los Cuatro Fantásticos, las ideas seguían fluyendo. Tras dos aventuras épicas como las del Doctor Muerte/Silver Surfer y la de la Zona Negativa, el dúo Lee–Kirby no daba respiro al aficionado antes de presentarle su siguiente saga cósmica. Reciclando una vieja idea de la ciencia ficción disfrazada de género superheroico, el nº 64 (julio de 1967) introduce otro elemento clave del Universo Marvel: los Kree, la única raza extraterrestre de peso que aparecería en la colección además de los Skrulls y un concepto del que futuros escritores extraerían innumerables aventuras.
Los Kree dominaban un vasto imperio galáctico en el que la Tierra no era más que un planeta insignificante indigno de su atención. Tanto era así que ningún Kree lo había visitado en decenas de miles de años. Sin embargo y como era su costumbre, dejaron asignado un Centinela robótico para defender este alejado enclave contra posibles intrusiones. Y es en el número 64 que dos arqueólogos que siguen la pista de una antigua civilización hasta una isla del Pacífico Sur, descubren ese Centinela, el nº 459, y lo activan. Reed, Sue y Ben, que están pasando unos días de asueto en el lugar, se enfrentarán a él.
Temáticamente, los Kree, como Galactus, tenían el propósito de subrayar el insignificante lugar que ocupan los humanos en el universo y, como aquella legendaria trilogía, Lee los utilizaría para demostrar el valor de la especie humana y que virtudes como el amor, el valor y el honor pueden vencer a una raza tecnológicamente avanzada pero moralmente decadente. Era un mensaje que llegó a muchos lectores de Marvel en un momento en el que la sociedad americana se cuestionaba sus propios valores. El camino a la Luna se estaba allanando rápidamente pero la Tierra seguía acosada por problemas como la contaminación, el racismo o la guerra. Cuando en el siguiente número, el kree Ronan el Acusador llega a nuestro mundo, lo deja claro: “Han dejado de ser salvajes descerebrados y parecen hallarse en la fase secundaria del progreso racial. Su estructura sociológica aún es de naturaleza básicamente económica, y los avances científicos han superado ampliamente los conceptos morales y espirituales (…). Aunque empiezan a dominar el mundo físico, todavía sufren el azote de la avaricia, el odio, el miedo y otros virus del espíritu”.
Continúa en el siguiente artículo
Los cómics de Jack Kirby en Cualia
Sky Masters of the Space Force (1958-1961), de Jack Kirby y Wally Wood
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núm. 1 (noviembre de 1961)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 2-3 (enero-marzo de 1962)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 4-6 (mayo-septiembre de 1962)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 7-13 (octubre de 1962-abril de 1963)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 14-18 (mayo-septiembre de 1963)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 19-26 (octubre de 1963-mayo de 1964)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 27-33 (junio-diciembre de 1964)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 34-38 (enero-mayo de 1965)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 39-42 (junio-septiembre de 1965)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 43-45 (octubre-diciembre de 1965)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 46-50 (enero-mayo de 1966)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 51-55 (junio-octubre de 1966)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 56-58 (noviembre de 1966-enero de 1967)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 59-64 (febrero-julio de 1967)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 65-67 (agosto-octubre de 1967)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 68-77 (noviembre de 1967-agosto de 1968)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 78-88 (septiembre de 1968-julio de 1969)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 89-97 (agosto de 1969-abril de 1970)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 98-108 (mayo de 1970-marzo de 1971)
Sargento Furia y sus Comandos Aulladores (1963-1981), de Stan Lee, Jack Kirby y Dick Ayers
El Increíble Hulk (1962-1963), de Stan Lee y Jack Kirby
El Cuarto Mundo, de Jack Kirby (1970): Superman’s Pal Jimmy Olsen
El Cuarto Mundo, de Jack Kirby (1971): The Forever People, New Gods y Mister Miracle
El Cuarto Mundo, de Jack Kirby (1972): The Forever People, New Gods y Mister Miracle
El Cuarto Mundo, de Jack Kirby (1973-1985): Mister Miracle y The Hunger Dogs
Kamandi (1972-1978), de Jack Kirby
Demon, de Jack Kirby (1972-1974)
OMAC (1974-2009), de Jack Kirby y John Byrne
2001: Una Odisea del Espacio (1976), de Jack Kirby
Los Eternos (1976-1978), de Jack Kirby
Pantera Negra (1977-1978), de Jack Kirby
El Hombre Maquina (1978), de Jack Kirby y Steve Ditko
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.