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Thomas Mann, mago enfermo

Con 23 años, en 1898, terminó Thomas Mann Los Buddenbrook. Decadencia de una familia, destinada a ser la última gran novela familiar de Europa. No porque no hubiera otras en barbecho, sino porque, con la muerte sin descendencia del último Buddenbrook, el adolescente Hanno, se indica que un mundo se cierra y sitúa su borde final ante un abismo.

En 1901 inicia la novela su feliz y escandalosa carrera, a la vez que el joven maestro es empujado a la primera fila de las letras germánicas. Hombre de la burguesía patricia de la Hansa, nacido en una perfilada ciudad gótica nortealemana, Lübeck, Mann guardará siempre ante su clase y sus señas de identidad una distancia irónica que la historia irá impregnando de diversos matices. En parte porque recoge la herencia romántica anunciada por Goethe en su Wilhelm Meister: la oposición entre el artista y el burgués, entre el vagabundo estéril, enfermizo y creador, y el hombre afincado, sano y productor/reproductor.

El uno apunta al ser de la obra inmarcesible, inmortal. El otro, al devenir de la vida que muere y se perpetúa, a la vez. Y, en parte, porque las astucias de la historia pondrán al escritor siempre en jaque. Primero, cuando la unidad imperial alemana arruina a Lübeck y la muerte del padre empuja a la familia hacia Munich, bávara, bohemia, barroca y católica. Luego, porque la guerra lo obliga a defender el ideal aristocrático germánico frente al democratismo francés, escribiendo Consideraciones de un apolítico, melancólica evocación de la Alemania guillermina que ansía triunfante y considera decadente.

Durante la República de Weimar, Mann es uno de los intelectuales de la democracia alemana y se acerca al Partido Socialista. Sigue afirmando la vigencia de los valores nobles –exigencia, excelencia, ética del servicio– ahora compatibles con el sistema democrático.

La crisis final viene en 1933, cuando la democracia consagra a Hitler. El «gitano elegante», el artista romántico, se convierte en exilado perpetuo. Cuando sea posible, en 1945, volver a Alemania, se negará a hacerlo, lo mismo que en 1951, cuando el maccarthysmo lo compulse a abandonar Estados Unidos. Su patria es su lengua y morirá en la Suiza que habla alemán, la patria de Mayer y de Keller, los dos grandes prosistas del Ochocientos teutón. El nazismo sólo podrá superarse si los alemanes hacen ante la humanidad un reconocimiento de su deuda simbólica.

La tradición abierta con Los Buddenbrook se mantiene en la obra de Mann, en historias que acaban con la cancelación de una herencia, con la aniquilación de un patrimonio. Así Hans Castorp, el joven aprendiz de La montaña mágica, quien, tras recibir las inconcluyentes lecciones de sus maestros en un sanatorio de tísicos que parece un hotel de lujo, muere en la guerra sin poder ocupar un lugar en la sociedad. Y así también Adrián Leverkühn, el músico que pacta con el Demonio en Doktor Faustus, perdido en la esterilidad helada de la belleza y la sífilis.

La excepción sería José, en su tetralogía bíblica, pero este héroe productivo y solidario es una alegoría del Nuevo Pacto de Roosevelt, es un personaje oblicuamente americano y no europeo.

El príncipe de Alteza Real se casa con una millonaria y salva a su señorío de opereta de la ruina, mas esta conciliación de la solitaria nobleza improductiva con el gran dinero sólo ocurre en un cuento de hadas. La radical realidad del artista, hermano del príncipe, es la de Tonio Kröger en el relato homónimo: el burgués al que su clase trata como a un extranjero.

La simpatía por el abismo fue más que una metáfora en su existencia. El suicidio se instaló como una ética en su familia: el padre, sus dos hermanas, dos de sus hijos, el mayor y el menor. Sus diarios, exhumados un cuarto de siglo tras su muerte, dan detalles de estos quites con la nada, la desazón de un mundo que se apaga, la obra incesante encerrada en la burbuja del trabajador cotidiano de la palabra, el intento de hacer una familia y el imposible erotismo homosexual que lo llama como al Aschenbach de La muerte en Venecia: la bella juventud masculina como enigma del propio cuerpo. Es hora de un balance.

La pompa olímpica de Mann se ha disuelto por obra de su propia ironía y su minucia confesional. Queda una obra que discurre, en parte, por la suntuosa parodia de varios estilos: el bíblico de José y sus hermanos, el académico de Doktor Faustus, el goetheano de Carlota en Weimar. Junto con Kafka, es hoy el escritor en alemán que suscita más crónicas, monografías, tesis y libros. Su mágica montaña se sigue poblando de lectores.

Copyright del texto © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en ABC. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")