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«Batman: El regreso del Caballero Oscuro» (1986), de Frank Miller

Frank Miller siempre había sentido un interés especial por Batman, y ya cuando se ocupaba de revitalizar a Daredevil a principios de los ochenta declaró en varias ocasiones su deseo de trabajar con él. De hecho, presentó a Dick Giordano, a la sazón editor de los títulos de ese personaje, un proyecto titulado Batman: Diez años después, que no llegó a fructificar. Pero pasado un tiempo ocurrieron dos cosas. Primero, que DC, consciente por fin de la parálisis en que habían entrado sus personajes tradicionales, decide remodelar su universo de arriba abajo con la miniserie Crisis en Tierras Infinitas (1985). Tras ella, el pasado de todos los superhéroes clásicos de la editorial había quedado en blanco, listo para que los autores los llenaran con nuevas y más modernas interpretaciones.

Por otra, Miller era ya una superestrella de los cómics. En 1984, había guionizado y entintado para DC Ronin, un cómic novedoso y atrevido que, sin embargo, no acabó de funcionar bien entre los aficionados. La editorial, no obstante, era consciente de su talento creativo y decidió seguir confiando en él. Es ahora cuando Dick Giordano le da paso para ocuparse de Batman. Curiosamente, su reinterpretación del héroe de Gotham, a la postre tremendamente influyente, no tuvo lugar en las colecciones regulares del justiciero (como sí había sido el caso de las nuevas versiones de Superman, Wonder Woman o La Liga de la Justicia), sino en una especie de What If…? derivada de aquel proyecto primigenio y que no sólo transcurría en una suerte de universo paralelo –o, como mínimo, en el futuro– sino que apareció en una edición independiente de la continuidad oficial.

El regreso del Caballero Oscuro debutó originalmente como una miniserie de cuatro números en formato prestigio (marzo-junio de 1986), escrita y dibujada por Frank Miller, entintada por Klaus Janson y coloreada por Lynn Varley. El tono intenso y épico de la obra, su mezcla de acción superheroica, profunda caracterización y crítica social así como la sorprendente versión de personajes como el Joker o Robin, llamaron inmediatamente la atención de toda la industria, profesionales y aficionados por igual. Desde el principio, El regreso del Caballero Oscuro causó un terremoto en el género cuyas ondas han perdurado décadas. Estableció un nuevo baremo, tanto en términos de popularidad como en calidad artística, que influiría profundamente en la industria, para bien o para mal. Es, en definitiva, uno de los cómics más importantes jamás publicados.

La historia está ambientada, como he dicho, fuera de la continuidad oficial de DC, en un futuro no demasiado lejano. Bruce Wayne, superando ya los cincuenta, ha colgado el traje y la capa en aras de una vida en principio menos peligrosa. Pero la inactividad, la amargura y la frustración con el mundo y con una existencia insatisfactoria lo impulsan al alcoholismo y la práctica de actividades deportivas de riesgo. Se ha convertido en una leyenda, y de hecho, los más jóvenes, que no lo han conocido en activo, ni siquiera creen que fuera real.

Es el imparable auge de unos crímenes urbanos especialmente crueles cometidos por una banda conocida como los Mutantes lo que le saca de su sopor. A ellos se suma el regreso de dos de sus viejos enemigos: Dos Caras y, posteriormente, el Joker. Batman regresa a las calles, pero su época de esplendor físico ha quedado atrás y comete errores en otro tiempo imperdonables. Además, su presencia es ahora motivo de fractura social. El comisario Gordon, su tradicional valedor, se jubila y su sustituta no está dispuesta a permitir a los vigilantes justicieros. Alfred, muy envejecido, se inquieta y gruñe más de lo habitual; una autonombrada Robin adolescente se une a su ídolo, más necesitado que nunca de ayuda; y Superman, otrora amigo y aliado, le amenaza con pararle los pies siguiendo órdenes del presidente de Estados Unidos.

El regreso del Caballero Oscuro fue un reflejo de la angustia y el miedo al crimen que sentía el propio Miller, algo que el artista había ido incubando durante los años que residió en Nueva York, una ciudad –como comenté en el artículo dedicado a su Daredevil– mucho más peligrosa entonces de lo que puede serlo hoy día. Por aquel entonces y en varias entrevistas, Miller habló sobre la impotencia que sentían aquellos que vivían con temor a ser víctimas de algún delito y de los sacrificios y compromisos que tenía que asumir la gente ordinaria obligada a formar parte de una sociedad lastrada por el crimen. Así, el autor utilizó su propia ansiedad para mezclarla con una tendencia latente en el personaje de Batman, que llevaba ya casi medio siglo siendo famoso pero que muchos fans y personas ajenas al cómic aún seguían viendo como ese ridículo fantoche de baratillo de la serie de televisión de los sesenta. (De hecho, el humor que encontramos en El regreso del Caballero Oscuro es de tono cruel y retorcido, como la definición que Dos Caras da de Robin: “el Chico Rehén”, en lugar del tradicional, Robin, el Chico Maravilla).

En este contexto, Miller veía a Batman como un contrapeso a la desesperación y vileza presentes en una sociedad enferma, por lo que decidió representar al héroe en relación a un mundo futuro que era una extrapolación exagerada del presente en vez de insertarlo en la continuidad regular de los superhéroes DC. Miller pensaba que los superhéroes se habían “humanizado” en exceso en los últimos años, veía a Batman como “un dios de la venganza” y quería devolverle algo de ese poder mítico que él creía que se le había arrebatado. Declararía: “Los cómics han sido cada vez más privados del contenido que daría a los héroes razones para existir (…) Supongo que buscaba devolver a los cómics un poco más de filo”.

Cada uno de los cuatro episodios de los que constó originalmente la miniserie presenta un villano singular. El primero es Harvey Dent, alias Dos Caras, uno de los enemigos tradicionales de Batman. Una vez curada la lesión que dividía su cara y que supuestamente también había fracturado su mente, resulta que en realidad o bien siempre había sido un monstruo en su interior o bien jamás dejará ya de serlo. La recaída de Dos Caras es uno de los detonantes del regreso de Batman de su retiro y también su gran decepción por la pérdida del que siempre pensó que en el fondo era un buen hombre. La suya es una victoria agridulce, la primera de varias.

El segundo capítulo presenta al enemigo físico por antonomasia de esta saga: el líder mutante, cabecilla de la banda criminal que tiene sojuzgada a Gotham. No sólo derrota a Batman físicamente en su primer encuentro, sino que le impulsa a olvidar su sentido común provocándole, retándole, haciéndole creer que todavía es joven, que puede igualarle en un combate directo.

Batman a duras penas sobrevive para comprender que no es la fuerza bruta ni la ferocidad lo que debe utilizar, sino la sangre fría y la experiencia y técnica atesoradas en décadas de combates. Al término del obligado segundo enfrentamiento (puesto que la victoria en duelo físico directo es la única forma en que los mutantes cambien de líder y lo sigan a él), Batman saldrá triunfante, pero de nuevo por menos margen del que debería. Y por cierto, es en este punto donde Miller cambia el uniforme vigente hasta ese momento en DC para Batman, con el murciélago en el pecho sobre un óvalo amarillo, por su versión primigenia de un murciélago negro sencillo, toda una declaración de principios.

También aquí entra en juego el nuevo Robin, esta vez femenino aunque con cierto aspecto andrógino: Carrie Kelly, una adolescente salvada por Batman y que, inspirada por él, sale a patrullar por su cuenta rescatando a su vez al envejecido héroe de la muerte a manos del líder mutante. Aún atormentado por la muerte de su anterior compañero -aunque no lo admita-, Batman se muestra reticente a aceptarla pero al final la convierte en su compañera, estableciendo una suerte de relación paterno-filial. Robin funciona más que nunca como contraste de Batman. Tal y como los dibuja Miller, Batman es un gigante a su lado; el colorido de su traje frente al negro y gris de su mentor; su entusiasmo, continua sorpresa, rebeldía e ilusión frente al cansancio, disciplina y cinismo de él … Y otra novedad: el Batmóvil; o habría que decir Bat-tanque, una idea que dibujada por Miller parece casi una caricatura pero que luego sería adoptada y pulida por Christopher Nolan para las películas en lugar de recurrir al clásico coche bat-tuneado.

El tercer capítulo muestra que Batman, después de todo, también puede tener un efecto nocivo para la sociedad. Los mutantes, ahora sus fanáticos seguidores, se toman sin su consentimiento la justicia por su mano ejecutando o mutilando sobre la marcha a quienes consideran transgresores de la ley. Y sobre todo, el Joker. Éste, que había permanecido catatónico durante años, sale de su sopor al ver el logo de Batman por televisión.

Miller critica al sistema judicial y médico por “buenista” en la figura de los dos psiquiatras que consiguen liberar a Dent y darle manga ancha al Joker…con las predecibles consecuencias. El Joker siembra el caos y la muerte a su paso, más desbocado, terrorífico, despiadado y letal que nunca, hasta que Batman, otra vez a durísimas penas, lo vence… sin lograrlo del todo. Es otra victoria pírrica puesto que el Joker se suicida para que autoridades y sociedad culpen al héroe de su muerte. Un intensísimo, grotesco, violento y perfectamente coreografiado enfrentamiento final que tiene lugar, por cierto, en el túnel del amor de un parque de atracciones, un lugar bien escogido por Miller: se dice que el odio y el amor se tocan y en este caso casi se puede afirmar que la razón de ser del uno es la destrucción del otro.

(Hay cierta ambigüedad en la muerte del Joker derivada de un elemento técnico. Antes de suicidarse, el Joker dice sus últimas palabras en bocadillos teñidos de gris, el mismo recurso que Miller había utilizado para transcribir los monólogos interiores de Batman. Así, ¿quizá Batman, gravemente herido y sumido en el delirio, mató al Joker pero se arrepintió acto seguido, autoconvenciéndose en su alucinación de que aquél se había suicidado? ¿O, si es ese el caso, puede siquiera considerarse asesinato en lugar de defensa propia o enajenación temporal? De todas formas, posteriores lapsos en los códigos de colores de los bocadillos sugieren que no había subtexto en esa escena.).

En el cuarto capítulo, Batman, el eterno outsider, se enfrenta al sistema corrupto dirigido por funcionarios incompetentes, liderado por un presidente idiotizado y representado por nada menos que Superman. Éste, tradicionalmente, simbolizaba al héroe ejemplar y más característico de todo el género, pero aquí Miller lo toma como encarnación de todo lo que va mal en la sociedad moderna: indiferente al crimen ordinario, complaciente con la villanía gubernamental, siervo obediente de los políticos… La desesperada y épica lucha a muerte entre Batman y Superman en la última parte simboliza el choque entre el bien individual y la maldad colectiva, la moralidad contra la inmoralidad. De hecho, Miller evita referirse a él con su famoso apelativo, como si hubiera perdido el derecho a portarlo: Batman lo llama Clark; Robin, “Él”; el presidente (un envejecido Ronald Reagan), “Hijo”… Superman ya no es el campeón de la Humanidad sino un soldado al servicio de los intereses de Estados Unidos. Esto es algo que se evidencia en varias ocasiones, como en el montaje en el que una bandera ondeando va metamorfoseándose hasta convertirse en el emblema de Superman; o cuando el presidente, en un discurso a la nación, dice antes de entrar en guerra: “Tranquilos. Dios está de nuestro lado. O, al menos, lo más parecido a Dios. Je…”.

Miller, en su mejor momento, fue quizá no sólo uno de los principales guionistas del comic-book norteamericano, sino además uno que era capaz de expresarse gráfica y literariamente. Su habilidad para los diálogos es magnífica. Puede que sus personajes no hablen como la gente común, pero sí como desearíamos que lo hicieran, mezclando el naturalismo con el ingenio. Hace que sus personajes, mediante el uso de diferentes lenguajes, se interrelacionen sin perder sus respectivas personalidades y sin caer en lo abiertamente histriónico. En El regreso del Caballero Oscuro, Batman utiliza un estilo formal con un toque siniestro y cínico que contrasta con el habla callejero del nuevo Robin. Si a ello le añadimos el uso intensivo de monólogos, tenemos un cómic en el que casi cada escena aparece filtrada por las opiniones de los personajes. El lector entra así en la cabeza de Batman, Gordon, Robin, Superman e incluso el Joker (un lugar donde a nadie le gustaría estar). Es, por tanto, un cómic que conjuga perfectamente la acción y la aventura propia del cómic de superhéroes con la caracterización dramática.

De hecho, una de las novedades de El regreso del Caballero Oscuro fue ofrecer un viaje a la mente y personalidad peculiares de Batman, una aproximación que nunca antes se había realizado. El Batman que vemos aquí es un tipo no sólo envejecido sino amargado, debilitado físicamente –y, en algunos momentos, incluso mentalmente–, frágil y con tendencias autodestructivas. Por si esto no fuera poco, los lectores se quedaron de piedra cuando al empezar a leer se encontraron con un Batman más violento y despiadado que ninguna de las versiones vistas hasta el momento, un Batman que llegaba a extremos como montar a caballo por las calles de una Gotham sumida en el invierno nuclear, liderando un ejército de skinheads y tomando medidas extremas contra los criminales. Un Batman quizá más cercano al concepto original de Kane que a la evolución posterior del personaje en los cincuenta y sesenta.

Sean cuales sean las debilidades de carácter de Batman, éste aparece retratado como alguien de enorme fuerza emocional, tan demolido por la situación de decadencia general que no tiene más opción que alzarse de su vida de molicie y autocompasión, regresar a la batalla y luchar con uñas y dientes por extirpar el cáncer que afecta a la sociedad. Sólo enfrentándose y venciendo a los fantasmas de su pasado (Dos Caras, el Joker, Superman), “muriendo” él mismo y dejando morir los restos del ayer (Alfred, la Mansión, la Batcueva), puede deshacerse de sus cadenas y comenzar de nuevo, como un renacido y clandestino Robin Hood acompañado de sus leales.

Al menos superficialmente, El regreso del Caballero Oscuro es una obra bastante simple. Los personajes principales son muy conocidos, la trama es lineal, no hay pistas escondidas en los dibujos y algunos secundarios quizá menos populares, como Oliver Queen (un Flecha Verde mutilado por Superman para que dejara de ejercer de vigilante no sometido a supervisión gubernamental) o Selina Kyle (Catwoman, una proxeneta lastimosamente envejecida), no son tan importantes en el argumento como para que su desconocimiento dificulte su entendimiento. Sin embargo, lo cierto es que el cómic requiere de varias lecturas para detectar todos sus matices y sutiles presagios; o la forma en que ciertas frases se repiten en diferentes escenas, adquiriendo nuevos significados.

El dibujo de Miller puede ser un gusto adquirido, una mezcla de realismo, estilización y caricatura. Hay quien no le considera un buen dibujante. En mi opinión, esto es una apreciación errónea. Lo que puede que no sea es un gran ilustrador naturalista. La principal preocupación de Miller es utilizar el elemento gráfico del cómic como debe hacerse: como herramienta para contar la historia y no una forma de exhibicionismo visual. Y eso lo hace de primera. Tiene un magistral talento para la composición de página y cuándo utilizar tal o cual recurso: un primer plano, un plano general o uno subjetivo, una página viñeta, una multitud de viñetas diminutas, cuándo utilizar el claroscuro y cuándo ceder el protagonismo al color…

Por otra parte, y a pesar de que, como he dicho, no se le puede calificar como un gran dibujante naturalista, sí es capaz de transmitir emociones sutiles mediante las expresiones faciales. Por otra parte, Gotham City es aquí otro personaje más, una ciudad sobre la que reina una perpetua atmósfera de pesadilla, de violencia y de caos a punto de explotar e invadirlo todo, como, de hecho, sucede.

En lo que es el dibujo propiamente dicho, Miller mantiene una evolución respecto a lo ya visto en Ronin un par de años antes, manteniendo los aciertos pero simplificando el estilo. El que Miller utilizó aquí puede calificarse de minimalista tanto en lo literario como en lo gráfico, una decisión que se desviaba del embellecimiento de los dibujos y la prosa recargada que caracterizaban a los cómics mainstream de la época. Cada página, cada viñeta, está pensada para causar el mayor impacto posible con los mínimos elementos necesarios. Miller, Janson y Varley le dieron al cómic un nuevo aspecto. El tratamiento de sus escenas de acción, por ejemplo, es sobresaliente, reflejando perfectamente los esfuerzos de un Batman incapaz ya de las hazañas de antaño y que se maldice por ser demasiado blando. Juega con la forma de las viñetas y consigue momentos de verdadero suspense difíciles de ver en otros cómics o incluso otros medios como el cine o la literatura. En el primer volumen, por ejemplo, la forma en que utiliza una tormenta, los truenos cada vez más intensos y los rayos para preceder y acompañar la primera aparición de Batman en la historia es extraordinario.

La narración viene continuamente punteada por pasajes, plasmados como viñetas cuyos marcos representan pantallas de televisión, en los que diversos individuos discuten sobre temas como el significado de Batman para la sociedad o las consecuencias de su reaparición. Son discusiones muchas veces estúpidas y vacuas que tratan de distraer la atención mientras el mundo a su alrededor colapsa debido al crimen y la amenaza de guerra nuclear. El crimen en las calles y la política internacional resultan tan aterradores como su deliberada ignorancia o tratamiento frívolo por parte de los medios. Aunque no es un recurso nuevo (Howard Chaykin, por ejemplo, lo había utilizado en abundancia años antes en su también magnífica American Flagg), sí lo dosifica de forma inteligente para ayudar al lector a introducirse en ese mundo del futuro y sus directrices éticas (o la ausencia de ellas).

Es obligado destacar la sobresaliente contribución de Lynn Varley al color, profesional que ya había trabajado con Miller en Ronin, también con resultados notables. Aplica un color rico en tonalidades que nunca tapa el dibujo. Varley da vida a este futuro creado por Miller y Janson utilizando tonos apagados, azules y grises, puntualmente salpicados por explosiones de color, como los trajes de los mutantes o el de Robin. El color tiene también aquí una función narrativa: por ejemplo, cuando los mutantes pasan a prestar servicio como “ayudantes” de Batman, cambian sus vestuarios por otros más apagados.

A pesar del excelente resultado artístico, lo cierto es que El regreso del Caballero Oscuro supuso el final de la colaboración entre Miller y Janson, un equipo que había trabajado durante años en Daredevil y que parecía guardar una excelente sintonía. Pero aquí Janson se sentía decepcionado por lo que describió como un cómic de tono y ritmo estáticos, pensando además que no podía utilizar sus capacidades ni ofrecer un trabajo suficientemente interesante al disponer de muy poco espacio en las viñetas. Miller y Janson sostuvieron importantes discusiones sobre la labor del último en El regreso del Caballero Oscuro, coincidiendo ambos en que su aportación en el tercer episodio no había estado a la altura. De hecho, a punto estuvo Janson de ser destituido de su labor para el cuarto y último número de no haber sido porque al final prevaleció el sentido común.

En DC no estaban muy seguros de que una reinvención tan radical como la que acometía Miller fuera a ser del agrado de los fans, especialmente tratándose de un personaje tan veterano y consolidado como Batman. En parte fue por ello por lo que lo segregaron de la nueva continuidad establecida tras las Crisis y lo “arrinconaron” en una miniserie. A la postre, a Miller semejante decisión le vino de perlas pues utilizar un universo alternativo y desvincularse de la continuidad oficial le daba libertad para tomarse cuantas licencias considerara oportunas, muchas de ellas inadmisibles en las colecciones regulares. Miller cogió el batuniverso establecido durante décadas y lo retorció a voluntad sin respetar nada.

Los temores de los ejecutivos de DC resultaron infundados. A pesar de que cada número de la miniserie, con 48 páginas, costaba 2.95 dólares –casi cuatro veces el precio de un cómic normal–, las ventas fueron impresionantes. En ello influyó sin duda el que se le dedicaran artículos en publicaciones como Rolling Stone o periódicos importantes.

La primera edición del primer número se agotó en todo el país aun cuando DC imprimió un 40% de ejemplares por encima de las órdenes de compra iniciales emitidas por las tiendas especializadas. Los lectores, veteranos o nuevos, que acudían a las tiendas gracias al boca-oído, se encontraban con los dos primeros números agotados…si es que siquiera la tienda los había pedido, porque algunas no lo hicieron desconfiadas ante su elevado precio y que la obra anterior de Miller, Ronin, había resultado un relativo fiasco de ventas. Hubo vendedores que, a la vista de la escasez, llegaron a pedir treinta dólares por número y aún así los vendían todos. DC se vio obligada a hacer rápidamente segundas y terceras ediciones de los dos primeros números. Y los retrasos de varias semanas en el lanzamiento de los episodios tres y cuatro sólo sirvieron para calentar todavía más el ánimo de los fans. La demanda había sido tan fuerte que sobrepasó totalmente la capacidad de DC y de los distribuidores para atenderla. Al final de aquel mismo año, DC reeditó los cuatro números reuniéndolos en un volumen único, bien en tapa blanda o dura y a un precio bastante más elevado (hasta 39.95 dólares). No sólo eso, fue una edición que salió del “guetto” de las librerías especializadas para saltar al mercado de las librerías generalistas, uno de los primeros cómics en hacerlo. No ha parado de reeditarse hasta el día de hoy.

Y todo ello a pesar de que no todas las críticas que recibió la obra fueron entusiastas. Varios de los conceptos e imágenes que ofrecía el cómic eran inquietantes y no fueron pocos los que se lo tomaron más en serio de lo que debían. Algunos comentaristas, por ejemplo, se sintieron ofendidos por la versión afeminada del Joker, viendo en ella una sátira ofensiva de la homosexualidad. Pero el ataque más extendido y persistente fue el que tachaba a Batman de fascista, y ello aun cuando Miller insistió repetidamente en que nunca trató de hacer una declaración política a través del personaje.

En la revista Village Voice se calificó a este Batman como “Rambo con Capa”, quejándose sobre el “racismo astutamente disfrazado” de los Mutantes en el segundo episodio y concluyendo que el cómic era “propaganda neoconservadora”. También Art Spiegelman encontró la obra “fascista” y el editor de Comics Journal, Gary Groth, opinó que era moralmente censurable, llegando al debate político personal con Miller durante la Dallas Fantasy Fair de 1986.

El propio Miller tenía su propia visión del personaje: “Esa es una de las cosas que más me divierten de la serie. Creo que para que funcione el personaje, tiene que ser una fuerza que en algunos aspectos esté más allá del bien y del mal. No puede juzgársele con los parámetros que usaríamos para describir algo que un hombre ordinario haría, porque no puedo pensar en él como un hombre. He hecho esta serie en un momento personal muy adecuado, porque me parece evidente que nuestra sociedad está suicidándose debido a la ausencia de una fuerza semejante y su incapacidad para abordar los problemas que están destruyendo todo lo que tenemos. En lo que se refiere a si Batman es fascista, mi opinión es … que sólo lo sería si asumiera un cargo público”.

Miller tiene también tendencia a jugar a dos bandas, criticando tanto a la izquierda como a la derecha. Esto puede ser una decisión artística que pretenda reflejar la ambigüedad y dualismo del mundo… o un ejercicio mercenario de cinismo con el fin de llegar al máximo número de lectores. En este sentido, algunas veces sus ataques no tienen sentido en su propio contexto: presenta de forma ridícula a un psiquiatra new age como un idiota que denuncia a Batman por ser el catalizador del crimen que él mismo combate…, pero luego Miller le da la razón al personaje cuando hace que el Joker vuelva a las andadas tras ver el retorno de su némesis en la televisión.

Para bien o para mal, esa ambigüedad está presente en el corazón de El regreso del Caballero Oscuro. ¿Cuánto de lo que se nos muestra hemos de tomarlo literalmente y cuánto es una metáfora? ¿Qué opiniones y personajes son los que reciben una aproximación más satírica? Desde un punto de vista metafórico, el cómic es un agrio ataque contra la sociedad en general, contra un mundo en el que los criminales deambulan libremente por las calles y en el que los asesinos en masa ocupan sillones oficiales.

¿Es El regreso del Caballero Oscuro una glorificación del fascismo? En cierto modo sí, pero la aproximación de Miller, aunque cruda y efectista, no es ni mucho menos única en el mundo de la ficción norteamericana. Basta con recordar la ingente cantidad de películas, series de televisión, novelas y cómics que presentan héroes (policías, soldados, espías o incluso hombres corrientes) que se toman la justicia por su mano –mano armada, claro– en mundos en los que la gente corriente está aborregada, los políticos son corruptos, ineptos o débiles, los reporteros obedecen sólo al sensacionalismo… Son cantos al individualismo que rechazan la posibilidad de que los valores sociales puedan tener recorrido en un mundo que se interpreta como peligroso e injusto.

En cualquier caso y aunque uno no tenga que estar necesariamente de acuerdo con los puntos de vista políticos de Miller (y, de hecho, en varios de ellos, no debería), Batman y sus reacciones, por muy extremas que puedan parecer, sí son en general coherentes con la sociedad y el estado de violencia y relatividad moral que se describe en el cómic. De la misma manera que ofrece versiones torturadas, siniestras y violentas de héroes clásicos (Batman, Superman, Flecha Verde, Catwoman), ataca con bilis y veneno a la vacuidad e ineptitud de los medios de comunicación y la clase política, a menudo dejados al margen de la villanía en los cómics o, al menos, a un segundo nivel. Miller expresa su ira (sea ésta real o afectada) algunas veces mediante el drama y otras recurriendo a la sátira, pero al final propone una pregunta interesante y digna de reflexión: ¿Un hombre que no responde a ninguna autoridad superior es más peligroso que los hombres que sí lo hacen, cuando dicha autoridad en sí misma tampoco responde ante nadie?

Algunos meses después, entre 1986 y 1987, Miller volvería a Batman, pero esta vez a contar no su final sino su origen. Batman: Año Uno narraría otra vez la génesis del héroe, pero esta vez de una forma absolutamente depurada, con un tono de serie negra y poniendo el énfasis en la relación simbiótica entre Batman y el (futuro) comisario Gordon.

Casi inmediatamente, la reinterpretación que Miller hizo de Batman, oscura y violenta se extendería y luego amplificaría en otras obras e incluso en las series regulares del personaje. Tras las Crisis en Tierras Infinitas, las colecciones regulares de Batman (Detective Comics y Batman) no habían contado, como sucedió con otros superhéroes de la casa, con un reinicio y nueva numeración ni presentaron grandes alteraciones en su mito. Su origen siguió siendo el mismo, pero muchas de sus aventuras pre-Crisis desaparecieron del canon, así como la Familia Batman y su amistad inquebrantable con Superman que tan gran papel habían jugado en la Edad de Plata.

Ahora bien, influidos por El regreso del Caballero Oscuro, las historias de Batman, dentro o fuera de las colecciones, se hicieron más lóbregas, ásperas y psicológicas. Por nombrar sólo algunos ejemplos: el Joker asesinaría a Robin (en Una muerte en la familia) y dejaría inválida a Batgirl (La broma asesina); Batman, víctima de un lavado de cerebro, se convertiría en sicario de un fanático (El culto), aparecerían villanos tan despiadados como Bane y Gotham city acabaría destruida por un terremoto…

Este cómic, junto a Watchmen (1986), marcó por tanto una nueva tendencia en el género de superhéroes. Por desgracia, ninguno de los émulos e imitadores supo comprender el mensaje, ni tampoco tenían el talento de Frank Miller o Alan Moore, así que acabaron regodeándose en el pesimismo, la violencia y el cinismo per se, sin aportar verdaderamente nada nuevo a los personajes. Por fortuna, el género superaría esos excesos y llegaría una corriente contraria que propugnaría el regreso a versiones más inspiradoras y luminosas, conservando, eso sí, gran parte del interés por la psicología de los personajes y un cariz en general más adulto.

Batman: El regreso del Caballero Oscuro es un espectáculo de talla épica y un drama emocional íntimo, una historia de ritmo imparable y creciente que marcó un antes y un después en uno de los principales héroes de la historia popular y de la propia industria del comic-book, haciendo de paso a Batman uno de los héroes más populares de la historia del género quizá sólo por detrás de Superman. Fue un cómic rompedor en su momento y lo sigue siendo hoy. Imprescindible.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".