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Chagall, el moderno arcaico

Si usted quiere saber sobre Marc Chagall todo lo que no se atrevió nunca a preguntar, lo mejor es que concurra a la exposición del pintor ruso en los salones de la Fundación Mapfre de Madrid (del 2 de febrero al 5 de mayo de 2024). Hallará sus obras de cada época y de cada tamaño, en su versión definitiva y en los esbozos previos, sus dibujos, sus colores, sus temas y, lo principal: las obsesiones que configuran su mundo. Es sabido que, en arte, tema es obsesión y que un artista es tanto más personal cuanto más claras tenga esas insistencias, es decir las que construyen su subjetividad.

En estas encrucijadas Chagall ha compuesto su legado. Cabe pensar, al menos, en dos vértices. Uno es al país de origen, Rusia, un pueblo antiguo y, mirado desde Occidente, vacilante entre Europa y Asia y, francamente, una sociedad atrasada. A la vez, de Rusia provienen ciertas decisivas vanguardias a comienzos del siglo XX, incluidas entre ellas, si se quiere, la revolución bolchevique.

Chagall se hace cargo de este cruce. Por un lado, descarga de su trazo cualquier academicismo, librándose a un dibujo si se quiere desprolijo y a excesos de color entre feroz y naïf. Además, hay en sus escenas y retratos un encuentro entre libertad de avanzada y evocación del arte popular ruso, leyendas judías y el cuento infantil, es decir un callado clamor de arcaísmo. Al decir más allá, el pintor se refiere a la vez al futuro de los futuristas –valga el eco– y al pasado de los ancestros. Así vemos sus pajarracos gigantescos, sus sirenas en el desierto, sus campesinos volando a gran altura, sus ganados que los imitan o viceversa, sus Cristos escuálidos y sus profetas pensativos, acaso preguntándose en silencio a quién se le ocurrió meterlos en ese mundo tan cercano a la amabilidad de un infierno.

Chagall, en estas simbiosis de vanguardia y Arcadia, se aproxima a un ilustre compatriota, el músico Igor Stravinski, quien cumple en su Consagración de la primavera un ejercicio de ruptura en materia tonal y rítmica, al mismo tiempo que sitúa la acción de este ballet en la prehistoria. Como siempre, el arte anuncia lo que vendrá, este diabólico pacto que caracteriza al siglo XX, tan contemporáneo y tan escasamente moderno, según la fórmula de Ortega y Gasset. Vanguardia tecnológica y primitivismo ideológico. Orden mundial y guerra mundial. ¿Qué hace el violinista tocando su instrumento sobre un tejado, según lo pinta Chagall? ¿Está subiendo a los cielos por medio de la música o se está por dar un trastazo al resbalar sobre las tejas? ¿Será que la beatitud inmortal que se alcanza con la muerte sintetiza ambas cosas? El arte sabe preguntar sabiamente pero nada contesta. Si acaso traza las encantadoras viñetas chagallianas donde un cuento infantil se narra ante las puertas del Infierno.

Imagen superior: Marc Chagall, Le Marchand de bestiaux [El vendedor de ganado], c. 1922-1923 © Marc Chagall / VEGAP, Madrid, 2024 © Centre Pompidou, MNAM-CCI, Dist. RMN-Grand Palais / Philippe Migeat

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Blas Matamoro.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")