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«Superman: Paz en la Tierra» (1999), de Paul Dini y Alex Ross

Como bien indica el tópico, los superhéroes pasan la mayor parte de su tiempo combatiendo a infames villanos aspirantes a dictadores mundiales. Pero al comienzo no siempre fue así.

Desde el momento en que nació de la imaginación de dos adolescentes de Cleveland en la época de la Gran Depresión, Superman fue una fuerza del bien. Lo que lo hizo especial desde el principio es que disponiendo de esos fenomenales poderes, eligiera utilizarlos a favor de la humanidad: defender a los débiles y luchar por la verdad y la justicia. Pero en sus primeras aventuras y quizá acorde con los tiempos, su código moral era algo más laxo de lo que los lectores de hoy admitirían, tratando con bastante rudeza a sus enemigos. Y éstos no eran villanos superpoderosos con ínfulas de dominador global, sino gangsters, maltratadores de mujeres, empresarios que descuidaban la seguridad de sus empleados para ahorrarse dinero, especuladores y linchadores. En sus inicios, por tanto, Superman fue un personaje con los pies en la tierra, un campeón de los verdaderos desahuciados. Con la fama mundial y su diversificación en múltiples formatos, ese molde acabó diluyéndose a favor de las aventuras de corte netamente fantástico que dominarían su trayectoria hasta hoy.

En 1993, el dibujante Alex Ross y el editor de DC Charles Kochman empezaron a darle vueltas a la posibilidad de realizar un proyecto, quizá una serie, de volúmenes ilustrados más que de comic books propiamente dichos, que exploraran la esencia de los principales héroes de la casa, liberándolos del lastre de la continuidad y recuperando su carácter social al enfrentarlos a problemas reales. Aquella idea fraguó con la entrada del editor Joey Cavalieri, quien contrató al guionista Paul Dini para que pusiera textos a las ideas y dibujos de Ross. El resultado fue Superman: Paz en la Tierra (Superman: Peace on Earth, enero de 1999), cuya publicación coincidió con el sexagésimo aniversario del personaje.

Dini era entonces un recién llegado al cómic, habiendo desarrollado casi toda su carrera en el ámbito de las series televisivas. Fue, de hecho, el artífice del éxito de los dibujos animados de Batman en los años 90, donde junto a Bruce Timm creó al personaje de Harley Quinn, que no tardaría mucho en ser adoptado por la continuidad oficial de los cómics. En 1994, ambos firmaron el magnífico cómic Batman: Amor loco y a partir de esta obra que comentamos y junto a Alex Ross, escribió la comentada serie de novelas gráficas examinando el alma de los más grandes héroes de la editorial.

Paz en la Tierra es una mirada introspectiva al Hombre de Acero (está narrado en primera persona) en el momento en que, escandalizado por la situación de desnutrición de una niña durante las fiestas navideñas, debe decidir si debe y puede intentar aliviar el hambre en el mundo. No tarda mucho en reconocer que semejante problema no es tan sencillo como vencer a Lex Luthor o Brainiac y que está más allá de sus extraordinarias capacidades. Todo lo que puede hacer es aquello que siempre se le ha dado mejor: inspirar con sus actos a otros para que sigan su ejemplo y se involucren en la lucha contra esa lacra global. Así, decide acometer una hazaña menor pero tampoco nada fácil: repartir tanta comida por el mundo como pueda en un plazo de 24 horas. Sin embargo, conforme vuela por todo el planeta cargando con contenedores llenos de alimento, Superman debe afrontar la desilusión de que ni siquiera algo de esa “modesta” escala va a ser fácil y que su gesto será siempre insuficiente e incluso en algunos casos inadecuado. Además de afrontar cara a cara el espectro del hambre, se encuentra con que la reacción a su iniciativa no siempre es la de la gratitud que podría esperarse. El hambre es sólo una consecuencia. El verdadero enemigo es la política, el ansia por el poder, el egoísmo, las ansias aislacionistas y, en último término, nuestra propia naturaleza.

Paz en la Tierra es un cómic de superhéroes atípico en tanto se basa en el drama y no en la acción –aunque hay algunas magnificas escenas repletas de dinamismo–. El por qué alguien como Superman no trata más a menudo en los cómics de solucionar los grandes problemas de la humanidad y cambiar radicalmente el mundo siempre ha sido un terreno resbaladizo por varias razones. En primer lugar, para no matar a la gallina de los huevos de oro: si Superman acabara con todos los crímenes e injusticias en su primer año de superhéroe, ¿qué quedaría por contar? Así que los autores han inventado ese argumento en virtud del cual él no quiere imponer sus valores ni transformarse en un dictador, razonamiento que los lectores dan por bueno implícitamente. Por eso, cuando Paul Dini decidió convertir en núcleo de la trama precisamente ese espinoso tema significó elegir un camino difícil en el que se planteaban cuestiones complicadas de abordar. Por ejemplo: ¿la negativa de Superman a imponer sus valores significa que no interfiere en los asuntos políticos de estados soberanos aun cuando violen flagrantemente los derechos humanos? ¿Existen en su mundo genocidios como el de Ruanda o Yugoslavia, o efectivamente él sí interviene en esos casos derrocando gobiernos tiránicos?

Dini encuentra una solución alternativa al dilema: el hambre es un problema que ni él puede solucionar, probablemente ni siquiera utilizando la fuerza y derrocando gobiernos. Su discurso ante el Senado americano subrayando la gravedad de la situación choca con el escepticismo, la desconfianza y la mezquindad de los políticos. Así que decide actuar por su cuenta aunque, como he dicho, con un objetivo más limitado. En muchos sitios lo reciben con alegría, pero en otros se encuentra con una pesimista resignación. En la Bosnia desgarrada por la guerra, un niño le pregunta: “¿Volverás mañana?”. Él no puede más que desviar su mirada avergonzado. En otros países, rechazan su ayuda por miedo, por considerarlo un fraude o un representante de la política de “su” país. En otros sitios, aunque deja los alimentos, sabe que antes o después el déspota local impedirá que lleguen a quienes los necesitan. Dini no cae en el paternalismo ni da respuestas categóricas. No las hay. Sólo ofrece preguntas para que cada cual, si lo desea, reflexione sobre ellas.

También aciertan los autores al no resolver la historia con el típico final feliz en el que los poderes o la inteligencia de Superman prevalecen sobre la amenaza de turno. Ya han demostrado que ni siquiera alguien como él está a la altura del problema y la fuerza de la historia reside precisamente en la forma en que debe reconocerlo y asumirlo. Aun siendo agridulce, el final está en completa armonía con el espíritu íntimo e irreductible del personaje y una de sus características eternas: la humildad. Clark Kent, el hombre, puede ser tan importante como Superman, el héroe. Aunque nadie puede resolver el problema individualmente, todo el mundo puede marcar la diferencia con pequeños actos cotidianos y aparentemente insignificantes.

Al mismo tiempo, el cómic contiene un grado –no muy acusado, es verdad– de crítica política. Superman aparece aquí como un símbolo de Cristo (especialmente en esa escena en la que desciende junto al Corcovado de Río de Janeiro), pero también funciona como metáfora de Estados Unidos. Trata de arreglarlo todo él mismo en lugar de inspirar a otros a seguir su ejemplo. Los autores nos dicen que su país tiene el deseo compulsivo de solucionar los problemas de forma directa e instantánea, pero carece de la sabiduría, la capacidad y el derecho para hacerlo. Otra de las moralejas de esta historia bien podría ser que las mejores intenciones no siempre son recompensadas y que incluso pueden tener un efecto contraproducente.

¿Es este un cómic moralista?, Sí, pero es que precisamente lo que los autores trataron es de alejarse de esa tendencia al cinismo y el relativismo ético que parecía impregnar el panorama superheroico de la época. Con Superman: Paz en la Tierra (y luego con las sucesivas revisiones que, como he apuntado, realizaron de los principales iconos de la casa), recuperaron el positivismo, el tono intrínsecamente heroico de los grandes héroes de la editorial, aquellos que dieron origen a todo el género. Decía Alex Ross: “Para mí, Superman como personaje de ficción es tan importante como si existiera en carne y hueso. De cualquier manera, es inspirador y eso es lo importante”.

Este cómic fue publicado por DC como novela gráfica y en un formato considerablemente superior en tamaño al del comic book. Asimismo, se utilizó un papel de calidad que hiciera justicia al sobresaliente trabajo de Alex Ross. Su estilo fotorrealista es suficiente por sí solo para atrapar la vista del lector gracias a su forma de plasmar de manera absolutamente verosímil la a priori absurda idea de un luchador contra el crimen vestido de licra ajustada. Pero no se trata solamente de que sus superhéroes resulten creíbles, sino de su talento para captar el espíritu del personaje, ese espíritu que ha permitido a esos héroes mantener su poder de fascinación durante generaciones. Con su frente amplia, mandíbula ancha y firme y cuello tan sólido como un roble, el Superman de Alex Ross es un héroe que transmite solidez, bondad y honradez. Sus ojos claros mandan un mensaje de resolución y devoción por el bien, integridad y decencia. Es un Superman, en definitiva, que aúna el aura de realidad con el aliento mítico.

Eso sí, en contra de lo que suele ser habitual, DC le permitió a Ross alejarse del Superman que en ese momento podía verse en las colecciones regulares y dar su propia versión, que en realidad era una revisión de una de sus encarnaciones más icónicas: la del actor George Reeves, que protagonizó la serie de televisión de Superman de los cincuenta, alcanzando cotas de popularidad colosales. Este Hombre de Acero sigue las pautas del que ya había presentado dos años antes en la miniserie Kingdom Come: un hombre maduro al que se le empiezan a notar algunas arrugas y gestos de cansancio; su uniforme no es una segunda piel que deja traslucir hasta el más pequeño de sus músculos, sino que recuerda a los trajes que llevaban los forzudos de circo –y que era, no conviene olvidarlo, el concepto original imaginado por Siegel y Shuster–, marcándose claramente los pliegues y texturas de la tela. Hay aficionados a quienes no acaba de convencer esta aproximación estética, si bien hay que reconocer no sólo que está realizada desde el más absoluto cariño, respeto y conocimiento del personaje, sino que casa bien con el tono realista de la historia. Un realismo que se extiende al resto de participantes, secundarios de diversas razas y culturas y cuyas expresiones faciales están magníficamente retratadas.

Ross utiliza la libertad que le proporciona el formato (el texto de Dini acompaña a las ilustraciones, pero no hay bocadillos de diálogo que irrumpan en las mismas) y regala al lector un continuo torrente de imágenes míticas sin necesidad de recurrir a los estereotipos gráficos del género, como músculos apretados, trajes ajustados, villanos rimbombantes o acción explosiva. Ross no quiso en ningún momento que éste fuera un trabajo experimental, ya que ello hubiera ido en detrimento de la sencillez de la historia, pero sí juega mucho con las angulaciones y los puntos de vista –siempre sin que resulten artificialmente forzados–, especialmente cuando se trata de mostrar a Superman desde abajo, desde el punto de vista de un espectador que lo contempla con la boca abierta. Su representación de las oficinas del Daily Planet precede a la revolución digital y es todavía un lugar bullicioso repleto de papeles, carpetas y archivos de fotos. El Superman de Ross es un héroe atemporal; su Clark Kent, por el contrario, es más el símbolo de una época.

Superman: Paz en la Tierra ganó el Premio Eisner a la mejor novela gráfica. Pero no fue ese su principal mérito. Igual que había tratado de hacer Superman en el cómic, su creador decidió dar ejemplo y poner su granito de arena. Subastó sus páginas originales en Sotheby’s, recaudando 81.000 dólares y donándolos a UNICEF y Harper House de Chicago (una institución benéfico-religiosa que ayuda a construir casas para los más desfavorecidos).

Como ya he apuntado, Dini y Ross repetirían la misma fórmula, con resultados de interés decreciente, con otros iconos de la editorial. Pero este volumen puede disfrutarse perfectamente sin necesidad de leer los demás. Como otras de las mejores historias de Superman, es un viaje de autodescubrimiento, un cómic escrito desde el corazón, fiel a los principios básicos del personaje, con un planteamiento diferente a lo habitual en el género y un arte espectacular. Imprescindible para todo amante del cómic de superhéroes.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".