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«Superman: Las cuatro estaciones» (1998), de Jeph Loeb y Tim Sale

Las líneas generales de este cómic son harto conocidas no sólo para el fan del personaje, sino incluso para el lector esporádico e incluso el público en general gracias a la bien asentada mitología que envuelve a Superman y que ha sido difundida, más allá del cómic, en múltiples películas y series de TV. Así, la historia comienza en Smallville cuando Clark termina sus estudios en el instituto, y continúa en Metrópolis, donde el rústico muchacho se transforma en un capaz y bonachón periodista por una parte y en héroe admirado por otra. Forja amistades (con Lois, con Jimmy) y, también, enemistades, sobre todo con el otro hijo predilecto de la ciudad, Lex Luthor. Lo verdaderamente interesante no es tanto la historia en sí como la forma en que Jeph Loeb explora al personaje y su entorno, no cambiando ni un ápice de su mitología pero sacando el máximo provecho de aquellos huecos más íntimos que sus antecesores –sobre todo John Byrne– habían obviado.

Jeph Loeb y Tim Sale venían de realizar Batman: El largo Halloween, una maxiserie de doce números en la que el héroe de Gotham se enfrentaba a un asesino que sólo actuaba un día festivo cada mes. En Superman: Las cuatro estaciones (Superman for All Seasons, septiembre-diciembre de 1998), ambos autores retoman la estructura narrativa con base en el calendario, en esta ocasión dividiéndola en cuatro volúmenes, cada uno de los cuales titulan como las estaciones del año.

Por una parte, ese ciclo transmite la idea de un periodo acotado y coherente que, aunque en la narración no se corresponde exactamente con un año –hay evidentes saltos temporales más amplios que ese–, sí hace referencia a que lo que aquí se cuenta transcurre en los primeros tiempos de Superman como héroe, su época de maduración. Por otra parte, el tono de cada volumen se pone fácilmente en equivalencia con los atributos tradicionales de la naturaleza en cada una de esas épocas del año. Así, en “Primavera” vemos en el inseguro Clark el brote de lo que poco después se convertirá en Superman; “Verano” es un episodio luminoso y centrado en el lado más heroico del personaje con el trasfondo de la arquitectura retrofuturista de Metrópolis; “Otoño” (que, en inglés es “Fall”, palabra que también significa “caída”), marca el primer fracaso de Superman, el amargo reconocimiento de que tiene límites al tiempo que ignora cómo convivir con ellos; e “Invierno” empieza con un Clark-Superman derrotado de regreso en Smallville en busca de calor humano, de regeneración emocional, terminando con la promesa de una nueva primavera. Es, en definitiva, la historia de un joven que descubre su potencial y trata de conocerse a sí mismo al tiempo que busca su lugar en el mundo.

Otro de los principales aciertos de Loeb es darle a cada volumen su propia voz, haciendo que el narrador de cada capítulo sea uno de los personajes cercanos a Clark–Superman (una idea que halla reflejo gráfico en la rotulación de Richard Starkings, quien utiliza una tipografía adecuada a la personalidad de cada uno): su padre, su amor, su archienemigo y su mejor amiga. ¿Quién mejor para aprender a conoce a un hombre?

“Primavera” tiene de fondo la voz de Jonathan Kent, su padre adoptivo y quien transmite con sus reflexiones una mayor emotividad. Son los pensamientos angustiados de un padre preocupado que ve crecer a su hijo y acercarse el momento en el que dejará el nido para volar –nunca mejor dicho– por su cuenta. Lois Lane narra “Verano”, Luthor “Otoño” y Lana Lang el capítulo final, “Invierno”; y aunque Loeb demuestra una gran capacidad de penetración a la hora de articular los pensamientos y personalidad de todos ellos, no llega a la altura de ese primer número, quizá porque de todos ellos, ninguno conoce a Clark como su padre. Sus metáforas campesinas y la honestidad, sabiduría y robustez moral que evidencian los pensamientos de Jonathan Kent son difíciles de superar.

Tomemos un ejemplo: “Algunas veces, cuando se ha plantado el maíz, crece demasiado pronto”, nos cuenta papá Kent. “Las raíces no han arraigado y la planta no puede soportar su propio peso. El maíz se torna amargo. No sé si Clark sabe lo afortunado que fue por crecer en un lugar como Smallville”. ¿Quién sino un granjero compararía la brújula moral de su hijo con la fragilidad de una planta de maíz? Al criarse en una ciudad pequeña, Clark ha tenido el tiempo, el entorno y la tranquilidad necesarios para asentar sus raíces y obtener una cierta perspectiva del mundo y un claro sentido de la ética, algo que le ayudará y le fortalecerá en el futuro. Es un don inmaterial que nada tiene que ver con la riqueza financiera sino con la familia, la solidaridad y la satisfacción que se encuentra en los pequeños placeres cotidianos. Se plantea asimismo una relación entre la madurez emocional de Clark y el desarrollo pleno de sus poderes. Éstos emergen en su plenitud sólo al final de su adolescencia, cuando ha absorbido las lecciones que le guiarán en la vida y que le permitirán hacer un uso adecuado de esas capacidades. Ciertamente, aún le queda mucho por aprender en relación a sus poderes y limitaciones –y en eso se centran otros pasajes de los siguientes números– pero lo más importante, las raíces, los cimientos, son lo suficientemente fuertes como para guiarle.

“Verano” está narrado por Lois Lane, la intrépida y ambiciosa reportera. Para ella, Clark es un paleto venido a más mientras que Superman es una suerte de ídolo al que reverenciar y que ha deshecho sus ideas preconcebidas acerca de la figura del héroe (además de la oportunidad de añadir una nueva primera plana a su currículo).

En “Otoño”, Luthor es un monstruo sin corazón que ve al superhéroe con el ciego resentimiento propio de un niño celoso de la atención de su madre, Metrópolis. El retrato que de Luthor hace Loeb en este tercer volumen es conflictivo. Por un lado, acierta al plantearlo como una figura trágica, un hombre que en su enferma mente se ve a sí mismo viviendo una historia de amor con su ciudad, Metrópolis. Ha dado forma a esa ciudad, la ha hecho suya y se ha comprometido con su desarrollo… para verse luego “traicionado” por sus habitantes a favor de un advenedizo de otro planeta. Ni siquiera su intento de desplazar a Superman como superhéroe mediante una brigada de individuos dotados de trajes hipertecnológicos da el resultado buscado.

Por supuesto, todo esto no son sino fantasías de una mente enferma que trata de justificar sus crímenes y sociopatía enarbolando la bandera del amor. De ahí que no dude en poner en peligro a todos los habitantes de la ciudad –asesinando a muchos de ellos– con un virus diseñado por él mismo con tal de satisfacer su orgullo y ver a Superman suplicando su ayuda. Sin embargo, es también en la figura de Luthor donde más problemas encuentra la miniserie. Y ello porque a su alrededor hay demasiados agujeros de guión e incoherencias con lo que se supone es el personaje. Por ejemplo, ¿en qué consiste el estúpido plan del submarino en el segundo volumen? ¿Qué ganancia habría en disparar un misil contra Metrópolis? Puede que Luthor tenga sus razones, pero no se nos indican. Ni siquiera se nos dice si verdaderamente él tuvo parte en ello (o, ya puestos, cómo había podido Lois Lane introducirse y esconderse en el submarino repleto de terroristas). Aparte de insertar una secuencia en la que Superman luce sus poderes, esa parte de la historia ni aclara ni completa nada.

En cuanto al plan de liberar el virus letal en Metrópolis, parece algo exagerado incluso para un villano de la altura de Luthor. ¿Este es el sutil, inteligente y maquiavélico villano que Wolfman y Byrne habían presentado tras Crisis en Tierras Infinitas? ¿De verdad creía que culpar a Superman de algo tan fácilmente rastreable como un virus iba a funcionar? Todo su intelecto tampoco le sirve para contratar a auténticos especialistas bien adiestrados para su ejército de supervigilantes; en lugar de eso, elige a matones que en lugar de mejorar su prestigio pueden dejar su imagen para el arrastre.

Es en este tercer volumen donde encontramos quizá el elemento más chirriante de todo el cómic: la nueva heroína llamada Toxina, creada por Luthor para que ayude a Superman a salvar la ciudad del virus letal. En un cómic que, en general, parece pensado y dibujado para resistir el paso de las décadas, el alias del personaje, su traje y su arma son en exceso deudores de la década en la que se publicó la miniserie. Las botas altas de cuero de la heroína y el pistolón tan grande como su torso estarían a tono en un cómic noventero de los X-Men o de la editorial Image, pero quedan totalmente fuera de lugar en la Metrópolis atemporal que dibuja Sale.

“Invierno” es el otro episodio que más se aproxima a la cercanía y emotividad del primer capítulo y ofrece una conclusión satisfactoria al viaje emocional y el proceso de madurez de Clark. Loeb prefiere en esta ocasión dejar a Lois al margen de los intereses románticos del joven Clark y centrarse en su relación con Lana como mujer torturada y luego renovada por el secreto que custodia acerca de la identidad de su amigo. Y es que esta historia supone un viaje de madurez no sólo para Clark, sino también para ella. La jovencita de diecisiete años que era una de las pocas personas que conocían el secreto de Clark, tuvo dificultades para asimilar ese descubrimiento y la pérdida que ello suponía: jamás podría estar como había soñado desde pequeña. Su vida tal y como la había imaginado nunca se haría realidad y tardaría años en darse cuenta que al confesarle su mayor secreto, Clark le había demostrado la máxima confianza y afecto que alguien puede tener hacia otra persona. Mientras que Lois Lane aparece en esta miniserie retratada como una mujer ambiciosa, brusca, arrogante y, en general, bastante desagradable, Lana es dulce, serena y comprensiva, alguien con quien Clark sí podría mantener una relación sólida.

Aunque el catalizador para convertirse en héroe se detalla en el primer volumen (el tornado que asola Smallville), es en esta última entrega donde se describe la verdadera naturaleza de Superman, que no es tan diferente de la del bombero local, el oficial de policía, la enfermera o el sacerdote: cualquier persona, en realidad, que actúa desinteresadamente en beneficio del prójimo, a veces incluso arriesgando sus propias vidas. La única diferencia con Superman es la escala de los peligros a los que debe enfrentarse dadas sus capacidades. Por lo demás, sus conflictos internos son los mismos que los de cualquier otro: el deseo de utilizar los dones que nos han sido concedidos y el miedo a fracasar y dañar a otros.

Aunque el propio Clark carece de voz propia en este cómic, Loeb acierta al introducir también cierta visión omnisciente mediante el dibujo de Sale, yuxtaponiendo lo que el narrador sabe u opina de Superman-Clark con las imágenes de aquellos aspectos más íntimos que ignoran de él. Mientras que Jonathan Kent o Lana Lang tienen un conocimiento más profundo de Clark, otros como Lois Lane o Lex Luthor lo ven como un enigma o una amenaza respectivamente. De esta forma, mediante la combinación de escenas heroicas e íntimas, Superman: Las cuatro estaciones ofrece una mirada profunda al corazón del protagonista sin necesidad de meternos en su cabeza y “escuchar” sus pensamientos. Y aunque las narraciones en primera persona bordeen a veces la pretenciosidad, la propia naturaleza de la historia, elegante y serena, evita que esos momentos suenen abiertamente forzados. Gracias a su honestidad, Superman: Las cuatro estaciones consigue atrapar el corazón de los lectores página tras página.

¿Por qué algunas de las mejores historias de Superman son las que tienen que ver con su origen en Smallville y años previos a su madurez como héroe? La respuesta probablemente resida en que esos son los momentos en los que Clark Kent domina sobre Superrman y en los que, por tanto, donde más humanidad podemos encontrar en el ídolo. Ver a un hombre inseguro buscar su destino en la vida es mucho más inspirador que contemplar a un dios invencible proteger la Tierra. Naturalmente, hay muchas excepciones a esta regla no escrita (sin ir más lejos, el All-Star Superman de Grant Morrison), pero hacer que el relato descanse en los años formativos de Superman supone poner el foco de atención en aquellos aspectos de su vida y personalidad más cercanos a nosotros, los humanos, y que mejor podemos comprender. Tradicionalmente, ha sido muy raro ver a Superman dudar de sí mismo, pero eso es precisamente lo que ocurre aquí. Y cuando Clark Kent se cuestiona su propósito en la vida y considera seriamente continuar siendo Superman, resulta coherente con lo que se nos ha narrado hasta ese punto.

Desde el principio hasta el final, Superman: Las cuatro estaciones es una historia mucho más íntima y compacta que la mayoría de las épicas sagas en las que ha intervenido el héroe. Jeph Loeb no se aventura más allá de un reducido círculo de personajes y se centra más en la maduración de Superman como persona que en cualquier confrontación de altos vuelos. Las principales amenazas son o bien desastres naturales y accidentes o bien las maquinaciones de Lex Luthor. No interviene ningún villano y, de hecho, resulta crucial para el relato que el clímax tome la forma de una tormenta, una fuerza de la naturaleza impersonal al que ningún hombre puede hacer frente…excepto Superman. Y es entonces, tanto en el tornado del primer volumen como en la tormenta del último, cuando emerge la auténtica naturaleza de Superman: antes que intentar detener esos fenómenos naturales, opta por proteger a las personas.

Por supuesto, encontramos aquí a un Superman que sigue siendo más rápido que una bala, que puede volar al espacio y sacar un submarino del agua. Pero también a Clark, el chico criado en una granja, que tiene un enorme corazón y que no saber hacer otra cosa que lo correcto. Ya sea en la escena en la que Superman responde a un cumplido sobre su traje con un “”Mi mamá me lo hizo”, esa otra en la que se puede leer una carta dirigida a sus padres cargada de nostalgia, o aquella en la que abraza a su viejo perro, Loeb deja claro que Superman no es sólo un superhéroe con capa, sino también alguien que, en el fondo, es una excelente persona.

Superman: Las cuatro estaciones es un cómic independiente de cualquier otro arco argumental o saga y cuya trama no queda ahogada por el peso de décadas de mitología acumulada. Esa atemporalidad que logra Jeph Loeb viene reforzada por el extraordinario equipo gráfico que forman el dibujante Tim Sale y el colorista Bjarne Hansen. Como le sucede al guionista, Sale se muestra particularmente inspirado en el primer volumen, aquel que retrata esa idílica América rural que nunca existió. No en vano, homenajea expresa e inconfundiblemente al gran pintor de la América utópica, Norman Rockwell, en viñetas como la de la cena familiar o el bar de Smallville. Es una existencia idílica (tranquilos atardeceres en el porche de la granja, chicas llevando sus libros escolares atados con una correa, amables párrocos, picnics a la sombra de árboles centenarios…).

Sale es, además, uno de esos maestros del dibujo capaces de llenar sus viñetas de detalles sin que en ningún momento den la impresión de hallarse abarrotadas. En la página dos del primer número, por ejemplo, encontramos una viñeta doble con un plano general del porche de la granja de los Kent. Sólo se ve una figura, de espaldas y en un extremo. El resto sirve para que el lector se sumerja perfectamente en la atmosfera del capítulo a través de la multitud de objetos que Sale ha colocado en ella: una tarta de manzana en la ventana de la cocina, a través de la cual se vislumbran cuadros y utensilios; unas botas viejas junto a la caja de lustrar, un barril, un perro y su plato con comida, la puerta con el mosquitero, una jardinera, un balancín de madera con dos cojines y una manta descuidadamente abandonada sobre él, unas gallinas, un granero y, a lo lejos, campos de cultivo… Otras viñetas hacen gala del mismo grado de detallismo ordenado: las oficinas del Daily Planet, las calles de Smallville, el viejo almacén del pueblo…

Tim Sale sabe cuánto, cuándo y cómo agregar detalles en función del momento, de la escena y del personaje. El entorno de Lex Luthor, por ejemplo, es minimalista y carente de elementos que remitan a una vida afectiva o que transmitan calidez. Mezcla su talento para la composición y la finura de su trazo para conseguir las mejores narración y descripción posibles, llegando incluso a la metáfora visual, en este caso para ilustrar la evolución del personaje a lo largo del tiempo. Es el caso de las viñetas en las que aparece Clark en su cuarto. En el primer capítulo lo vemos tumbado en la cama de su habitación con su perro Shelby, rodeado del desorden y el abigarramiento típicos de un adolescente; en el segundo y cuarto volúmenes volvemos a encontrar la misma imagen (primero en su apartamento en Metrópolis y luego de vuelta en su antigua habitación en Smallville), pero cada vez más dominada por el orden y la limpieza, como corresponde a una persona más madura y centrada.

Como era de esperar, Sale introduce guiños al mito de Superman como la carrera con la locomotora, extraída de la película de 1978 o el vuelo nocturno –en esta ocasión con Lana, no con Lois–; o el casi obligatorio homenaje a la portada del Action Comics nº 1. Pero más importantes que esos detalles es la manera en que Sale construye el mundo en el que habitan los personajes. Los mundos, en realidad, porque Smallville es un lugar muy diferente de Metrópolis. Aquélla representa el pasado, lo tradicional, el lento discurrir de las cosas, lo familiar; ésta, la velocidad, la altura y el futuro. Ello se refleja en primer lugar y sobre todo, en la arquitectura: en Metrópolis Sale utiliza largas líneas rectas para dibujar altísimos rascacielos unidos por pasarelas elevadas (inspirado sin duda por la ciudad homónima de la película de Fritz Lang). En las tomas aéreas nunca se ven las calles o las personas, mientras que en los planos a ras del suelo no se puede abarcar la altura de los edificios.

Smallville, en cambio, tiene una atmósfera y arquitectura completamente distintas: la de una ciudad pequeña en la que todo el mundo se conoce, con los típicos comercios que pasan de padres a hijos alineados en la calle principal, construcciones de dos alturas y una importante conexión con la naturaleza, ya sea en la belleza de su paisaje (los interminables campos y cultivos) o en los peligros inherentes a sus fenómenos atmosféricos (como los tornados o la nieve). Todo está dibujado con una línea más suelta y texturas más complejas que recuerdan los materiales naturales. Se ha dicho a menudo que los mejores guionistas y dibujantes de Batman han sido los que supieron tratar a la ciudad de Gotham como un personaje más, dándole una vida y aspecto característicos y únicos. Algo parecido sucede aquí con Smallville, el ancla de Superman con su pasado, el lugar al que regresa periódicamente para recordar quién es y por qué.

De igual forma que diferencia gráficamente a las dos ciudades en las que transcurre la vida del protagonista, Tim Sale hace lo propio con sus dos identidades, Superman y Clark Kent, pero sin dibujarlos de forma muy desigual o darle a uno atributos físicos distintos que al otro. Clark es un tipo grande y robusto, pero con facciones delicadas que le otorgan cierto aire juvenil, amistoso y amable. Su expresión deja claro que no tiene todas las respuestas y sus inseguridades están a la vista de todos. Es difícil no simpatizar con ese joven cuya inocente mirada –acentuada por las gafas– revela que, no importa lo poderoso que sea su cuerpo, su corazón no es invulnerable. Sale lo dibuja vistiendo ropa holgada que, manteniendo sus dimensiones corporales, no le da ninguna definición muscular. En cambio, cuando aparece como Superman, lleva el uniforme ajustado, lo que le reviste de una fuerte presencia y transmite sensación de poder. Sin las gafas, Sale dibuja sus ojos pequeños para que parezca más amenazador. El Superman de Tim Sale es inmenso físicamente, listo para enfrentarse a cualquier amenaza; pero también alguien agradable y campechano que no necesita posar con los puños cerrados sobre sus caderas y la mirada dirigida al infinito.

El estilo de Sale es normalmente muy limpio, incluso cuando utiliza con profusión la tinta para crear claroscuros. A diferencia de su trabajo en los cómics de Batman, aquí encontramos pocas páginas en las que aparezcan esos efectos de iluminación. Por el contrario, abundan las líneas finas, claras y las formas bien definidas. Es el colorista quien va a encargarse de anclar a los personajes en el decorado, y en este sentido, el pintor e ilustrador danés Bjarne Hansen realiza un trabajo sobresaliente que sin duda ha contribuido a la popularidad del cómic.

Hansen utiliza una amplia paleta de acuarelas suaves con las que reafirma el tono emocional de cada secuencia al tiempo que marca el devenir de las estaciones del año. Los inviernos de días cortos y sombríos pueden ser, a su manera, tan bellos como los atardeceres de una primavera tardía y Hansen se ocupa de demostrarlo sin recurrir a soluciones chillonas ni obvias. Por otra parte, utiliza un truco tan sencillo como eficaz: aplicar colores más planos y brillantes en los elementos superheroicos de la historia, como el traje de Superman o los esbirros mecanizados de Luthor, mientras que en los fondos y los detalles naturalistas utiliza mayor densidad de gradaciones y tonos más serenos.

Hay viñetas de una gran belleza, como las de los atardeceres en Smallville o ese emotivo momento del segundo volumen en el que Clark regresa a casa y abraza a su padre rodeados ambos por un mar verde de maíz; pero los aciertos de Hansen van más allá de esas espectaculares planchas que todo el mundo que haya leído el cómic recuerda. Por ejemplo, las descuidadas pinceladas de barro que ensucian los monos de trabajo de Jonathan Kent y su hijo, o los toques de lavanda en el papel de pared que añaden un sabor hogareño al comedor de los Kent, o las salpicaduras blancas de la lluvia al caer sobre el cemento; o el manchón multicolor que representa la supervelocidad del protagonista, o las tonalidades azules del fondo marino…

Superman: Las cuatro estaciones es una historia que se puede leer hoy, casi veinte años después de su publicación, con la misma emoción que entonces y que dentro de medio siglo seguirá siendo totalmente disfrutable por los lectores del futuro. Primero, porque su grafismo retrata un mundo ideal y atemporal (la América utópica o la vibrante ciudad del futuro) y, segundo, porque sus temas son eternos: el proceso de madurez y sus sinsabores, la búsqueda del propio destino, la asunción de responsabilidades, la alegría de la victoria y la amargura del fracaso, el reconocimiento de los límites que nos coartan y frustran…

A decir de muchos fans, esta miniserie se cuenta entre los mejores cómics de Superman jamás publicados. Y ello sin duda es debido a que hace más hincapié en la emoción que en la acción, en los personajes que en la trama, en la intimidad que en la épica. No sólo humaniza profundamente a este icono de la cultura popular sino que, además, ofrece excelentes caracterizaciones de algunos de sus principales secundarios. Loeb y Sale llegan hasta el corazón del mito de Superman y lo destilan en una historia accesible para todo tipo de lectores y, quizá especialmente para aquellos que no leen cómics de este superhéroe porque piensan que es demasiado poderoso y sobrehumano, que representa el ideal inalcanzable del héroe infalible. Con este cómic descubrirán que tienen más en común con Clark Kent de lo que creen.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".