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«Superman: Identidad secreta» (2004), de Kurt Busiek y Stuart Immonen

A Superman se le suele considerar el héroe arquetípico. De la capa a las botas, de los colores vivos de su uniforme a las frases altisonantes pasando por su orgullosa pose, su calma y autoconfianza, Superman es un personaje que ha simbolizado el cómic de superhéroes durante décadas y cuya penetración cultural ha sido tan profunda y a través de tantos medios y productos, que su estatus va más allá que el del “simple” personaje de ficción: es un icono y como tal encarna una serie de valores perseguidos por toda la humanidad.

Sin embargo, desde finales de la década de los ochenta y principios de los noventa, fruto del agotamiento de la versión tradicional, surgió una tendencia por parte de los autores que consistió en bajarle del pedestal, despojarle de la épica –o al menos parte de ella– y presentarlo como un personaje más humano, más realista (si es que esta palabra puede aplicarse a un superhéroe). De esta forma, su trayectoria ha pasado de campeón de los desfavorecidos en los cuarenta a figura paternal de América en los cincuenta y sesenta para terminar siendo un alienígena solitario que se esfuerza por estar a la altura de la responsabilidad del poder que ostenta.

Uno de los mejores cómics que ha explotado esta interpretación más “naturalista” de Superman es Identidad secreta (Superman: Secret Identity, enero-abril de 2004), que apareció como miniserie de cuatro números en formato prestigio. La diferencia de esta obra con otras aproximaciones “realistas” a Superman radica en el compromiso que demuestra con ese concepto. Y es que Busiek explora qué hubiera pasado si un muchacho humano normal y corriente se hubiera despertado una mañana con los poderes de Superman. El resultado es una de las historias más accesibles, emotivas, íntimas y humanas que se han hecho sobre el personaje.

Ya la premisa de partida es muy interesante: ¿cómo habría sido y se habría comportado Clark Kent de haber nacido en el mundo real: nuestro mundo, en el que Superman ya es un personaje de ficción? Así, en el primer número conocemos a un adolescente que vive en Picketsville, Kansas, y que se llama Clark. Sus padres, apellidados Kent, pensaron que sería gracioso que su hijo llevara el nombre y apellido de un famoso personaje de tebeos. Y es que en este universo, que es el nuestro, Superman-Clark Kent es sólo un héroe de ficción. Por supuesto, esto le granjea todo tipo de bromas pesadas por parte de los matones de la escuela y regalos no deseados de parientes que se creen chistosos. Clark piensa que su vida es bastante miserable hasta que un día, mientras está acampando solo en el bosque, manifiesta repentinamente los mismos poderes de Superman. Nunca llega a explicarse de verdad cómo o por qué sucede esto, pero ello no supone problema alguno para la historia porque ésta no trata del origen de Superman, sino de su vida a partir de ese momento.

Cada capítulo de la serie aborda una fase diferente de la vida de Clark. El primero se centra en su adolescencia en Kansas, cómo obtiene sus poderes y decide cómo afrontar su nueva situación. El segundo nos lleva a Nueva York, donde tras terminar la universidad trabaja como escritor para la revista New Yorker. Una cita a ciegas organizada por unos compañeros tan “graciosos” como los del instituto lo pone en contacto con una chica india llamada Lois. En el tercer capítulo encontramos a un Clark ya maduro, escritor de éxito y confortablemente establecido con Lois en Maine. Y en el cuarto, el protagonista ya es un hombre con un pie en la senectud, satisfecho con su vida familiar y el papel que ocupa en el mundo. No es este un cómic que se lea como el típico tebeo de superhéroes, orientado hacia el clímax en el que se decide todo a vida o muerte. Cada episodio es una historia en sí misma, como lo es, en cierto modo, la propia vida.

Si la historia no tiene la estructura del tradicional comic book y no hay un derroche de acción y explosiones, ¿qué es lo que hace especial a este tebeo?

Busiek extrajo su inspiración para esta miniserie del número 87 de DC Comics Presents (noviembre de 1985), escrito por Elliot S. Maggin y dibujado por Curt Swan. En aquella historia se presentaba al Superboy de Tierra Prime –antes de que los eventos de Crisis en Tierras Infinitas y Crisis Infinita (2005-2006) lo transformasen en un arrogante y violento matón que servía de metáfora de los coleccionistas más fanáticos–. Este Superboy vivía en el “mundo real”, es decir, uno en el que el resto de los personajes DC sólo existían en las páginas de los comic books. En aquella historieta, un chico de Nueva Inglaterra llamado Clark Kent, que se parecía además mucho a su contrapartida ficticia de los cómics, era víctima de las previsibles bromas de sus compañeros hasta que un día se encuentra en posesión de los mismos poderes que el Superman de los cómics.

Identidad secreta no es tanto un remake de ese episodio como un homenaje; al menos al principio, porque conforme se adentraba en la historia, Busiek fue llevándola por derroteros que ningún escritor de los setenta o principios de los ochenta hubiera podido imaginar.

Conociendo a Busiek no puede sorprender que optara por una versión mucho más optimista y humana que la que se estilaba para los superhéroes en aquellos primeros años del siglo XXI. Aunque Clark no comienza exhibiendo la inalcanzable nobleza de su tocayo del cómic (es un chico bastante corriente en todos los aspectos exceptuando sus poderes), tampoco se ve corrompido por las tentaciones y maldades del mundo real. Lo que tenemos aquí es ese mensaje tan presente en los cómics de Spiderman acerca del poder y la responsabilidad que éste conlleva, de lo que significa tener unas capacidades extraordinarias y cómo se decide –o no– utilizarlas en bien del prójimo.

Hay un excelente pasaje en el segundo número en el que Clark cae en una emboscada organizada por el gobierno americano, es tomado prisionero y llevado a un laboratorio para analizarlo. Lo secuestran, drogan y experimentan con él y cuando finalmente logra escapar, ve los horrores que le rodean y que uno podría esperar hallar de semejante lugar –todo ello, por cierto, retratado por Stuart Immonen en una sobresaliente plancha muda sin caer en lo escabroso o lo grotesco–. Su reacción es la de una rabia incontrolable, destruye toda la instalación y la información que sobre él –y otros desafortunados sujetos –allí había reunida. Pero incluso tras pasar por ese trance, la siguiente página nos muestra a Clark acarreando y poniendo a salvo a sus captores. No es una decisión que le haya costado tomar. Sólo lo hace. Es lo correcto y así se presenta al lector. Sin dudas ni matices.

Ésa es una de las razones por las que Identidad secreta es una historia tan recomendable. Presenta a Superman como la figura inspiradora que siempre ha sido, ofreciendo un modelo de conducta y recordándonos que todos podemos usar nuestras capacidades personales para el bien. Pero lo hace yendo más allá del mero arquetipo y utilizando un personaje que no es Superman (porque este Clark Kent no es el de los cómics que él mismo lee) pero que tiene poderes más o menos equivalentes y que vive en un mundo moderno sin héroes; y luego lo lleva a sus ineludibles consecuencias: defender la vida ajena aun cuando ello pueda suponerle nefastas consecuencias en el futuro.

El intento de hacer una historia realista de Superman, en sí mismo, no es que sea digno de elogio dado que no fue la primera en adoptar ese enfoque. Su virtud consiste, precisamente, en que el Superman que vemos aquí no es el que conocemos. Busiek e Immonen crean un mundo en el que el lector sabe que Clark Kent nunca conocerá una versión de Batman o de Wonder Woman, jamás se unirá a la Liga de la Justicia ni se enfrentará a un supervillano o algún fenómeno sobrenatural. Es único. Está solo. Y no sólo eso: aquí nunca ha existido Krypton porque Clark es humano nacido de humanos y a pesar de tener habilidades extraordinarias, éstas no están al nivel del Superman “original”: “No puedo quemarme, puedo atravesar el acero de un puñetazo, pero me pueden extraer sangre y me pueden cortar el pelo”.

Otra de las fortalezas de la miniserie es la riqueza y verosimilitud de las relaciones que Busiek establece entre los diferentes personajes, mirando más allá de la espectacularidad de los poderes de Superman en acción para mostrarnos lo que verdaderamente importa: su vida; el pilar de la cual, por supuesto, es la relación que mantiene con la mujer que se convierte en su esposa y luego madre de sus hijas: Lois Chaudhari.

Es cierto que el que un Clark Kent del “mundo real” conozca a una Lois –en esta ocasión una muchacha de raza india que trabaja como decoradora– puede resultar demasiado inverosímil, pero Busiek maneja la situación con la suficiente destreza como para que ese breve y resbaladizo momento quede pronto olvidado gracias a la verosimilitud con que se desarrolla su relación, una relación que se narra de forma sólida y entrañable. Ésta es precisamente una de las diferencias más acusadas con el Superman tradicional: Clark, comprensiblemente, duda acerca de si compartir su secreto con Lois y es cuando decide dar el paso y hacerlo cuando deja atrás su juventud y entra en la madurez. El Superman del Universo DC, se casase o no con Lois, era en su corazón un solterón empedernido –como muchos de sus lectores–y los guionistas nunca consiguieron dotarle de una relación sentimental sana, sincera y verosímil.

El propio Clark es en sí mismo un gran personaje. A lo largo de los cuatro números de la miniserie se recorre su vida desde el instituto a la madurez y la vejez. Desde sus días como víctima de los matones que se burlaban de su famoso nombre hasta sus primeras incursiones en el mundo de la literatura, de la relación con Lois a la formación de una familia y el éxito profesional, Identidad secreta cambia la grandilocuencia de los superhéroes tradicionales por la exploración del carácter y la vida de un personaje. Como en toda buena biografía, en esta hay drama, amor, horror y comedia. Todo en este Superman nos resulta familiar –el nombre, la ciudad pequeña de interior, el trabajo, la chica, las gafas, el traje– pero al mismo tiempo todo es diferente por estar situado en un contexto distinto, el de un mundo más real.

Clark es un protagonista complejo y no exento de defectos. Empieza su trayectoria “superheroica” con buenas intenciones pero no deja de ser un adolescente de trece años todavía bastante confuso. No hay una bondad y nobleza innatas en él ni unos valores prístinos aprendidos de unos padres maravillosos, ya sean estos kryptonianos o terrícolas. De hecho, si algo hicieron sus padres fue cargarle con el lastre de un nombre que no le ha granjeado más que pullas, bromas y ridículo. Pero sí sabe distinguir lo que está bien y lo que no y actúa en consecuencia.

Puede que Clark nunca llegue a enfrentarse a un dilema moral ni se suma en la angustia existencial, pero sí ha de solucionar y durante mucho tiempo el problema de cómo utilizar sus poderes y simultáneamente mantener su vida privada alejada de los focos. El suyo es un secreto que ha de esconder a sus compañeros de clase, sus colegas reporteros, Lois –durante un tiempo–, el gobierno e incluso sus hijas. Y la forma en que consigue mantener secreta no sólo su identidad sino su mismísima existencia superheroica es tan original como verosímil en su contexto. Tal vez los peligros que debe afrontar no son los de los supervillanos tradicionales, pero precisamente por ello son más reales y temibles: unos medios de comunicación intrusivos y sensacionalistas y un gobierno miedoso y agresivo.

Lo central en Identidad secreta no es la vertiente “super” del personaje, sino su lado humano. Es un relato que sigue la trayectoria vital de una persona cuyas hazañas sobrehumanas son, digamos, una actividad extracurricular, una forma de añadir una capa adicional a la tensión de la trama, pero no el núcleo de la historia. De hecho, Busiek entra en pocos detalles respecto a sus heroicidades (que van desde detener a criminales a salvar gente en catástrofes naturales o accidentes pasando por reparto de ayuda humanitaria) en comparación con la atención que se pone en su vida personal, en su transición de chico a hombre, en su crecimiento como escritor, marido y padre.

Es precisamente cuando sus hijas gemelas llegan a su vida cuando Clark entra en terreno completamente nuevo. Envejece, sus poderes pierden intensidad, sus supersentidos empeoran…y comprende que ha llegado el momento de retirarse… y entrar en una nueva fase de su vida que nada tiene que ver con las fantasías adolescentes que rodean y a menudo construyen la figura del superhéroe. Las últimas páginas del cómic sobrepasan con creces al Superman tradicional en tanto en cuanto este Clark ha alcanzado una experiencia, una serenidad, una sabiduría y un entendimiento de sí mismo que el superhéroe tradicional no ha podido obtener.

Más allá de Clark y Lois, el resto del reparto está muy bien trabajado: la amargada periodista que en el primer número saca a la luz la existencia de un Superboy en el pueblo de Kansas, su matón compañero de instituto, sus colegas de trabajo, sus hijas… Incluso el gobierno, inicialmente presentado como un ente al que Clark debe temer y lo más cercano a un supervillano que tiene la historia, resulta tener más facetas de las esperadas y no ser totalmente malvado. De hecho, el agente encargado de averiguar quién es el misterioso ser que siempre acude en caso de catástrofes y trata una y otra vez de capturarlo resulta ser alguien con quien el propio Clark acaba simpatizando.

Desde luego, a Busiek se debe el que Identidad secreta sea un cómic rebosante de humanidad, pero el resultado no habría sido ni mucho menos tan redondo de no haber contado con un dibujante capaz de plasmarla con sensibilidad. La ventaja de trabajar en una historia inserta en la línea Otros Mundos –el sello de DC que reinterpreta personajes clásicos en realidades alternativas– es que Immonen puede experimentar con el estilo. En lugar de las líneas perfectamente definidas que suelen encontrarse en los cómics de superhéroes, los tópicos hombres llenos de músculos y mujeres de curvas exageradas, su dibujo aquí es suelto, libre, como si hubiera ido tomando rápidos apuntes del natural en una libreta. Así, sus figuras no sólo son más realistas que las que diseñó para títulos como Nextwave o All-New X-Men, sino que desprenden más emoción e intimidad a través de sus expresiones. Parte de esa emoción y sentido de la realidad proviene del uso del espacio que hace Immonen: a menudo Superman es la figura más pequeña de la viñeta, planeando sobre amplias perspectivas de paisajes que nos recuerdan no sólo su vínculo con la Tierra, sino la soledad en la que transcurre parte de su existencia.

Hay otros detalles quizá menores pero que pueden incluirse en la categoría de aciertos, de inclusiones que se agradecen aun cuando si no hubieran estado allí puede que nadie las hubiera echado de menos. Por ejemplo, cuando los agentes del gobierno capturan a Clark, éste sufre alucinaciones e Immonen las plasma transformando su estilo para mimetizar el de otros artistas del pasado del personaje, como Curt Swan o Joe Shuster. Por otra parte y aunque el cómic tiene unos colores bastante discretos –sobre todo marrones, azules y verdes, quizá reflejando así el mundo real–, Immonen siempre utiliza tonos brillantes para el traje de Superman.

El género superheroico, cuando cae en manos de autores con talento, ofrece demuestra su gran versatilidad. Puede usarse, por supuesto, para contar emocionantes aventuras de acción, pero también como instrumento con el que analizar la condición humana. Pues bien, dentro del inmenso plantel de personajes que pueblan el género, Superman ha demostrado ser uno de los superhéroes más versátiles de la historia. Década tras década ha ido cambiando con la época y los autores que imaginaban sus historias. En los últimos tiempos se han hecho tantos intentos por hacer de Superman un personaje realista o, en muchos casos, ambiguo, que se ha terminado por diluir aquello que constituía su auténtica naturaleza y los principios que defiende. Son historias que se centran en cómo Superman lidia con el peso de su responsabilidad hacia el mundo y olvidan explorar la esperanza que aporta a la humanidad y el amor que siente por su mundo adoptivo.

Puede que Identidad secreta no tenga tanto peso histórico o impacto cultural como otras aventuras de Superman, pero sus virtudes son otras e igualmente importantes. Busiek e Immonen presentan el ideal de Superman en nuestro mundo, enfrentándolo a problemas reales y desconectado del extenso caleidoscopio del Universo DC. Es una visión que se siente más genuina, íntima y vital que la mayoría de las que la precedieron y sucedieron dentro de esta corriente “realista”. Sin duda, una de las mejores historias que se han publicado del personaje, original y novedosa pero respetuosa con la esencia del primer héroe de todos; una obra maravillosamente narrada y dibujada que, a menos que se sienta aversión por cualquier forma de emotividad, debería figurar en la tebeoteca de todo aficionado al cómic de superhéroes.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".