El periodo que Jack Kirby pasó en DC Comics tras abandonar Marvel en 1970 no fue lo que él esperaba. Se le había otorgado libertad creativa absoluta y control editorial sobre sus colecciones. Sin embargo, su principal proyecto, los Nuevos Dioses, había resultado ser un gran experimento fallido al que el público dio mayormente la espalda. Su innegable capacidad para idear conceptos y personajes de talla épica era pareja a su falta de desarrollo dramático en el ámbito íntimo de sus personajes y la crónica carencia de norte argumental.
En el seno de Marvel y en compañía de Stan Lee, Kirby había revolucionado el género superheróico durante los sesenta, pero su propia obra había acabado sobrepasándole en manos de autores a los que había servido de modelo y referencia. Los lectores de los setenta, ya habían podido disfrutar del Deadman de Neal Adams; o el Green Lantern / Green Arrow, también de Adams con guión de Denny O’Neil; La Cosa del Pantano de Len Wein y Bernie Wrightson o el Conan de Roy Thomas y Barry Smith, obras todas ellas muy sofisticadas tanto temática como gráficamente (por no hablar del dinámico movimiento underground, con figuras como Robert Crumb o Richard Corben). De repente, Kirby y sus epopeyas cósmicas de argumentos ramplones parecían anticuadas y repetitivas. Desilusionado, su última obra para DC antes de regresar a Marvel en 1975 fue OMAC.
En un futuro lejano, sólo la Agencia Global de Paz separa a los ciudadanos del azote del crimen. Como sus pacifistas miembros tienen prohibido involucrarse en combates de ningún tipo, deciden crear el guerrero definitivo que les sirva de agente de campo y reparta los puñetazos por ellos ‒una actitud ciertamente hipócrita con la que Kirby no parecía sentirse incómodo‒. Así que eligen a un don nadie que trabaja para una siniestra corporación que fabrica «pseudogente», Buddy Blank (Blank significa «vacío») y lo transforman utilizando «cirugía electrónica» en un superhombre de impresionante aspecto. Ha nacido OMAC (acrónimo de One-Man Army Corps, Ejército de Un Solo Hombre), una auténtica máquina de combate sin pasado ni vida privada y cuya única razón de ser es cumplir las misiones que se le asignan.
OMAC es virtualmente invulnerable e indestructible gracias a su particular ángel de la guarda: Hermano Ojo, un satélite con inteligencia artificial, que lo protege de cualquier peligro, lo reconstruye molecularmente si es necesario y le proporciona toda la fuerza que requiera la situación.
En realidad, OMAC no era precisamente un personaje nuevo. Veamos: El mundo está al borde de la destrucción y un joven alfeñique es elegido para someterse a una transformación radical, un experimento que le convertirá en un supersoldado con la habilidad de enfrentarse a los perversos ejércitos de la tiranía y la opresión. Pues sí, se trata del Capitán América, que el propio Kirby y el guionista Joe Simon habían creado allá por los años 40.
Los detalles varían (en lugar del suero del supersoldado se utiliza la cirugía molecular; en vez de un escudo como identificación con los caballeros medievales se introduce una cresta que recuerda a los centuriones romanos), pero la sustancia es la misma. La única diferencia viene determinada por la influencia de los tiempos que vieron nacer a cada uno de los personajes. El Capitán América fue creado para enfrentarse a la amenaza de los nazis; OMAC, treinta años más tarde, tiene otros problemas con los que lidiar: la escasez de recursos, la ciencia aplicada con fines exclusivamente económicos y la pesadilla nuclear. De hecho, OMAC nace como alternativa a la utilización de un ejército que, inevitablemente, acabaría recurriendo a las armas atómicas.
El problema es que el interés del planteamiento se detiene ahí, en unas ideas de partida con buen potencial. Kirby no las desarrolla y se limita a trazar argumentos previsibles que oscilan entre lo absurdo y lo infantil en los que, una y otra vez, se repiten los mismos estribillos: que si el Hermano Ojo cuida de OMAC, que si la cirugía electrónica puede hacer esto o lo otro, la explicación del nombre del protagonista o por qué los operativos de la Agencia de la Paz ocultan sus rostros. OMAC parece tan indestructible como Superman: no importa que lo revienten, ametrallen, quemen o descuarticen; su satélite de la guarda lo reconstruye siempre.
Llegado a este punto, Kirby se encontraba claramente desmotivado. OMAC se resiente de la obligación contractual que lo forzaba a entregar 15 páginas semanales, páginas que solventaba rápidamente y en las que se daban cita casi todos sus defectos y muy pocas de sus virtudes.
En lo que se refiere a las historias, Kirby nunca se había caracterizado por su sutileza. Sus personajes eran monolíticos, sus villanos íntegramente perversos y sus historias diáfanos enfrentamientos entre el bien y el mal. Y en OMAC tenemos exactamente eso, pero en grado superlativo, sin matices ni demasiada lógica. La simplicidad de los villanos destila un tufillo infantil: un multimillonario corrupto que alquila toda una ciudad por diversión, dictadores con ínfulas de conquistador mundial, megalomaníacos que roban océanos… todos ellos, intercambiables, carecen de motivos más allá de su maldad intrínseca y una ambición desmedida.
Los más entusiastas del trabajo de Kirby pueden seguir agarrándose a peregrinas interpretaciones para salvar la reputación del maestro –algo que a estas alturas no creo que sea necesario–. Por ejemplo, en un episodio, los «malos» son un grupo de ancianos ricos obsesionados con la inmortalidad que, con ayuda de secuaces, secuestran a hombres y mujeres jóvenes con el fin de utilizar esos cuerpos como receptáculos para sus perversos cerebros. ¿Se trata de un ácido comentario de Kirby acerca del doloroso proceso del envejecimiento? ¿O trata sobre el miedo a la muerte? ¿O del futuro de una sociedad dominada por envejecidos hijos del baby boom? Respuesta: nada de todo lo anterior. Es una mera excusa para que OMAC reparta algunos puñetazos y haga que ganen los buenos.
Porque, efectivamente, las situaciones se resuelven siempre a golpes y mamporros sin mediar explicaciones de ningún tipo. Se introducen elementos (como los padres falsos que la Agencia asigna a OMAC, supuestamente para hacerlo más humano) que se dejan aparcados sin llegar a aprovecharlos lo más mínimo. El propio protagonista, embarcado en aventuras de acción sin pausa, es un guerrero monolítico, sin matices, una especie de ser robótico sin personalidad ni encanto con el que resulta difícil identificarse. No dispone de una identidad secreta o un mundo privado al que pueda retirarse y que facilite al lector sintonizar con sus sentimientos, inquietudes o pensamientos. Igualmente, el mundo del futuro en el que combate OMAC carece de desarrollo alguno, es una mera idea que se nos presenta al comienzo de la colección sugiriendo una especie de distopia hipertecnológica y que luego apenas se maquilla con unas insustanciales pinceladas. A medida que el tosco concepto original se desgastó, los episodios pasaron a ser autoconclusivos, meras aventuras de decreciente interés.
Los guiones siempre habían sido el talón de Aquiles de Kirby. De haber contado con un editor que supervisara su trabajo, le marcara unas directrices y aportara coherencia al conjunto, OMAC podría haber mejorado notablemente su calidad. En Marvel, Stan Lee se encargó de encauzar, interpretar e integrar el inagotable caudal imaginativo de Kirby para conformar un sólido universo de personajes con una gran vida interior. Pero cuando éste firmó un contrato con DC, lo hizo con la condición específica de ser su propio editor. Así que nadie podía decirle nada ni modificar su trabajo. El editor en jefe debía limitarse a torcer el gesto al recibir las páginas, encoger los hombros, mandarlas a imprenta y luego indicarle suavemente que el último número se había vendido aún peor que el anterior y que quizá sería buena idea probar algo nuevo en el siguiente, consejos de los que Kirby hacía caso omiso.
En resumen, si se quiere disfrutar del cómic hay que olvidar cualquier pretensión de lógica interna y dejarse arrastrar por su acción imparable y su dibujo. Aunque, todo sea dicho, tampoco es este uno de los trabajos más destacables de Kirby en el aspecto gráfico. Sigue irradiando fuerza y personalidad y regalando de vez en cuando alguna viñeta impactante, pero la ausencia de fondos y acabado denota claramente la desgana y rapidez en su ejecución, deterioro que se acelera hacia el final y que no puede compensar el discreto entintado de D. Bruce Berry y Mike Royer que a duras penas conseguían seguir el acelerado ritmo de entrega del dibujante.
Con todo lo dicho, no puede extrañar que tras ocho episodios, la colección fuera cancelada dejando al protagonista transformado de nuevo en su débil alter-ego de Buddy Blank, preso en la base secreta del villano Dr. Skuba y con Hermano Ojo inutilizado. Nunca supimos el final, aunque dada la trayectoria de la serie resulta dudoso que Kirbyhubiera conseguido sorprendernos a esas alturas.
OMAC había sido una serie mediocre tanto en sus resultados artísticos como en el rendimiento económico, pero en las editoriales de comic-books raro es el caso en el que se da carpetazo definitivo a un personaje para no volver a retomarlo jamás.
En 1977, el editor Jack C. Harris pensó que OMAC tendría más posibilidades como comparsa de otra creación de Kirby, esta de mayor éxito, Kamandi, y encargó al guionista Denny O’Neil que lo integrara en el entorno de ficción de aquél en sus números 49 y 50, estableciendo que Buddy Blank había sido el abuelo de Kamandi.
Tras haber nacido ambos personajes como cabeceras de colecciones mayormente independientes del resto de las colecciones de la editorial –aunque ya Kirby había introducido algún detalle ligando a Kamandi con Superman–, pasaron a compartir la llamada Tierra–K (de Kirby), una más del complejo sistema de mundos paralelos en el que se apoyaba el Universo DC, en esta ocasión, un posible futuro alternativo de Tierra–1 (en la que se desarrollaban las aventuras de los principales superhéroes de la casa).
Algo después, en Kamandi nº 59 (1978) comienza una historieta de complemento protagonizada por OMAC a cargo de Jim Starlin. Sin embargo, aquella colección fue una de las víctimas de las cancelaciones masivas de la editorial tras la euforia de la década y su último número fue precisamente aquél en el que «debutaba» el OMAC de Starlin. Éste no se olvidó de lo que había dejado empezado y dos años más tarde, en 1980, aprovechando el aumento de páginas por cómic que entonces llevó a cabo DC, continuó su serial en las páginas de un título de espada y brujería: Warlord (nº 37-39). Un equipo menos capacitado que Starlin compuesto por Dan Mishkin, Gary Cohn y Greg Laroque continuó las aventuras del guerrero entre los números 42 y 47. La trama argumental, sin embargo, quedó inconclusa y a excepción de una aparición como invitado en DC Comics Presents 61 (1983, con Len Wein y George Perez), OMAC fue relegado al limbo de los personajes perdidos en espera de tiempos mejores.
Y esos tiempos llegaron de mano de John Byrne. Este artista no se ha cansado nunca de repetir en todas las entrevistas que ha concedido la inmensa influencia que para él supuso Jack Kirby. Hasta tal punto es así que incluso su trayectoria se asemejó a la de su maestro: tras formarse y alcanzar la fama en Marvel (donde alcanzó su mejor momento en la colección originalmente cocreada por Kirby, los Cuatro Fantásticos), se marchó a DC, donde disfrutó de amplia libertad creativa hasta que decidió regresar a Marvel para retomar allí una carrera tan prolífica como era su costumbre, ya en declive pero aún marcada por momentos de notable brillantez. Durante su estancia en DC, en 1991, decidió revitalizar el personaje futurista de su admirado Kirby en una miniserie de cuatro números en formato prestigio en la que trataba de rellenar no sólo los huecos argumentales dejados por su creador original, sino desarrollar adecuadamente el alter-ego del poderoso OMAC, Buddy Blank.
Byrne se tomó en serio su revitalización, demostrando una vez más su habilidad como guionista al respetar escrupulosamente el trabajo de Kirby al tiempo que edificaba algo totalmente nuevo. Para ello, recurrió al truco del viaje temporal, lo que le permitió conservar la etapa de Kirby relegándola a un futuro alternativo al que él iba a situar la acción principal. Las paradojas temporales han sido uno de los temas favoritos de Byrne en su carrera dentro de los superhéroes, habiendo hecho viajar en el tiempo a los X-Men, Alpha Flight, los Cuatro Fantásticos o los Next Men.
La historia comienza con un OMAC combatiendo en un mundo devastado en el que la civilización ha quedado reducida a miserables e indefensos enclaves. Superando las últimas defensas de la fortaleza de Mr.Grande ‒un villano originalmente creado por Kirby‒ el imparable guerrero, apoyado por Hermano Ojo, se enfrenta y ejecuta al enemigo que tanto tiempo le ha costado alcanzar. Es, sin embargo, una victoria pírrica. Dos agentes de la Agencia le informan de que la corriente temporal en la que se encuentra es en realidad una deformación creada por Mr. Grande, quien se trasladó al futuro para huir de OMAC y construir un mundo según sus deseos. Así, el protagonista retrocede en el tiempo hasta los años 30 del siglo XX para perseguir a su némesis y evitar la manipulación temporal. Pero viajar hacia atrás en el tiempo tiene su precio: la memoria. Aún peor, además de la amnesia, OMAC revierte a su forma de Buddy Blank al perder el enlace con Hermano Ojo que, debido a un desplazamiento temporal, aún tardará varios años en encontrarle.
Es entonces cuando Byrne comienza su auténtica reconstrucción del personaje. Ya en el primer volumen vemos a un OMAC más humanizado que, gracias al recurso de ofrecer sus pensamientos como una voz en off en primera persona en lugar de diálogos con otros personajes, nos permite introducirnos en su mente: siente satisfacción y aprecio por las personas a las que salva, disfruta de los placeres mundanos y encuentra en el recuerdo de los antiguos logros de la civilización la motivación necesaria para continuar su lucha. En el siguiente episodio, Buddy Blank sustituye a OMAC como motor de la historia y aquí Byrne demuestra que es muy capaz de contar algo interesante sin necesidad de recurrir a las explosivas peleas de superhéroes.
Situando la narración en una cuidadosa recreación de la Nueva York (o Metrópolis) sumida en la Gran Depresión, aquélla nos cuenta las tribulaciones de Buddy nada más llegar, sin recuerdos, a una ciudad de la que desconoce todo. Mediante la utilización de eficaces elipsis, un buen montaje, diálogos dinámicos y la inteligente y espaciada introducción de datos, seguimos con fluidez la evolución de su vida en los siguientes años: su convivencia matrimonial, sus dificultades laborales a causa de la Depresión, sus amistades y la amenaza invisible pero omnipresente de Mr.Grande. El desenlace alterna entre lo brillante y lo innecesariamente complicado: las páginas en las que se nos cuentan las últimas horas de la vida Buddy Blank son una brillante muestra de por qué Byrne fue en su momento considerado uno de los mejores narradores del comic norteamericano; por otra parte, la liosa y algo aburrida resolución de la trama «temporal» enturbia algo el resultado final de una obra por lo demás muy recomendable.
En el aspecto gráfico, Byrne opta por el blanco y negro, una apuesta siempre arriesgada para un dibujante puesto que es una elección que «desnuda» a las viñetas de color y puede dejar al descubierto cuantos fallos contengan. En mi opinión, la mejor época gráfica de Byrne quedaba ya unos años en el pasado, pero aún así este trabajo cuenta todavía con un respetable nivel gráfico.
Como de costumbre, el dibujante brilla en la construcción física de personajes, la expresividad de sus rostros y las escenas de acción. Su habilidad convierte en superfluos los textos de apoyo y las onomatopeyas: la pasión del dibujo es suficiente para transmitir emociones o sonidos. También es cierto que en el tercer y cuarto volúmenes su pulso comienza a fallar, ya sea por las prisas, el cansancio o la pérdida de interés: las tramas mecánicas pierden su función complementaria y se aplican abundantemente y no siempre con acierto, los detalles de las figuras en segundo plano o en planos generales se descuidan y hay perspectivas incorrectamente planteadas, detalles que no deben tolerarse en un dibujante de la experiencia y capacidad de Byrne.
Pero, en general, es una obra muy interesante no sólo para el lector de superhéroes, sino para el aficionado a la ciencia ficción, una lección de cómo renovar un personaje maltratado y narrar una historia que requiere de continuación. Quizá demasiado. Porque lo cierto es que después de este trabajo nadie pareció saber muy bien qué hacer con OMAC. No solamente era un personaje cuyas aventuras transcurrían muchos años en el futuro de la línea temporal principal de los grandes héroes de la compañía, sino que Byrne había planteado un elegante final del que no parecían colgar cabos sueltos de los que agarrarse para continuar sus aventuras.
El resto de la trayectoria del personaje es de poco interés para los aficionados a la ciencia ficción pura, ya que la editorial procedió a incorporarlo al plantel de sus héroes cósmicos. A partir de entonces y tras un profundo replanteamiento, lo que quedaba del OMAC original ‒poco más que su aspecto general y su nombre‒ pasó a encuadrarse dentro del género superheroico ‒que, a pesar de tener claros elementos de ciencia-ficción, no considero apropiado para su tratamiento en este espacio‒. Así, tras la reinterpretación de Paul Pope en 2005 dentro de la colección Solo, DC preparó al personaje en Proyecto: OMAC (Greg Rucka y Jesús Saiz) para, a continuación, enlazarlo con una de sus largas y confusas macrosagas, Crisis Infinita. Poco puedo recomendar de toda esta etapa. Ni la serie de Bruce Jones y Renato Guedes ni la nefasta y justamente cancelada Omactivate (2011) a cargo de Dan Didio y Keith Giffen, en la que OMAC se transformaba en una especie de brutal tecnoHulk de horrible diseño.
En definitiva y como conclusión, lo único claramente recomendable es la miniserie de John Byrne. La serie original queda sólo para incondicionales de Kirby y el resto de miniseries más recientes sólo para fanáticos de los superhéroes con amplias tragaderas.
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Los cómics de Jack Kirby en Cualia
Sky Masters of the Space Force (1958-1961), de Jack Kirby y Wally Wood
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núm. 1 (noviembre de 1961)
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Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 4-6 (mayo-septiembre de 1962)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 7-13 (octubre de 1962-abril de 1963)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 14-18 (mayo-septiembre de 1963)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 19-26 (octubre de 1963-mayo de 1964)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 27-33 (junio-diciembre de 1964)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 34-38 (enero-mayo de 1965)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 39-42 (junio-septiembre de 1965)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 43-45 (octubre-diciembre de 1965)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 46-50 (enero-mayo de 1966)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 51-55 (junio-octubre de 1966)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 56-58 (noviembre de 1966-enero de 1967)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 59-64 (febrero-julio de 1967)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 65-67 (agosto-octubre de 1967)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 68-77 (noviembre de 1967-agosto de 1968)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 78-88 (septiembre de 1968-julio de 1969)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 89-97 (agosto de 1969-abril de 1970)
Los Cuatro Fantásticos, de Stan Lee y Jack Kirby: núms. 98-108 (mayo de 1970-marzo de 1971)
Sargento Furia y sus Comandos Aulladores (1963-1981), de Stan Lee, Jack Kirby y Dick Ayers
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El Cuarto Mundo, de Jack Kirby (1970): Superman’s Pal Jimmy Olsen
El Cuarto Mundo, de Jack Kirby (1971): The Forever People, New Gods y Mister Miracle
El Cuarto Mundo, de Jack Kirby (1972): The Forever People, New Gods y Mister Miracle
El Cuarto Mundo, de Jack Kirby (1973-1985): Mister Miracle y The Hunger Dogs
Kamandi (1972-1978), de Jack Kirby
Demon, de Jack Kirby (1972-1974)
OMAC (1974-2009), de Jack Kirby y John Byrne
2001: Una Odisea del Espacio (1976), de Jack Kirby
Los Eternos (1976-1978), de Jack Kirby
Pantera Negra (1977-1978), de Jack Kirby
El Hombre Maquina (1978), de Jack Kirby y Steve Ditko
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.