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«Gravedad cero» («Defying Gravity», 2009), de James D. Parriott

El factor humano es el peor problema que tiene que afrontar el ingeniero aeroespacial. El astronauta es la pieza más irritante de su rompecabezas técnico. Tiene que tener en cuenta su fluctuante metabolismo, su mala memoria, su estructura biológica enormemente compleja y disponible en infinidad de configuraciones, su inconstancia, sus problemas para regenerarse… El ingeniero tiene que preocuparse por el oxígeno, el agua y la comida que necesitará la tripulación y cuánto combustible extra será necesario para lanzar el cocktail de gambas y los tacos de ternera. Una célula solar es estable y no requiere apenas mantenimiento. No excreta, no se asusta ni se enamora del comandante de la misión. No tiene ego. Sus elementos estructurales no se descomponen en ausencia de gravedad y no necesita dormir.

Pero, al mismo tiempo, el ser humano es lo que convierte la aventura espacial en algo fascinante. Tomar un organismo que ha sido diseñado durante millones de años para que respire oxígeno, beba agua y viva en un entorno con cierta gravedad, y conseguir mantenerlo con vida durante meses, quizá años, en un ambiente tan hostil como el espacio… Todo lo que damos por sentado en la Tierra debe ser replanteado y reaprendido en instalaciones tan complejas como aparentemente absurdas construidas en nuestro planeta: cápsulas que nunca despegarán, salas de hospital con gente sana que se pasa meses tumbados simulando gravedad cero o laboratorios que se estrellan con cadáveres en su interior para estudiar las consecuencias de un accidente.

Gravedad cero es una serie de televisión que aborda precisamente eso: el factor humano en el espacio, una mirada a lo que bien puede ser el futuro de la carrera espacial en un horizonte temporal de cuarenta años.

James D. Parriott es un veterano productor y guionista en cuyo currículo figuran títulos televisivos de la fama de El hombre invisible, El hombre de los seis millones de dólares, La mujer biónica, El increíble Hulk, Anatomía de Grey, Dark Skies o Betty la Fea (versión estadounidense), por nombrar sólo las más conocidas. En 2009, unió su experiencia y talento con otro productor ejecutivo, Michael Edelstein (responsable de Mujeres desesperadas y con quien ya había trabajado en 2003 en la fallida Threat Matrix) para impulsar un thriller espacial de primera categoría rodado en Canadá y emitido por la ABC.

La acción comienza en 2052, cuando un equipo internacional de ocho astronautas, cuatro hombres y cuatro mujeres, se embarcan en la astronave Antares para iniciar un viaje de seis años de duración que les llevará a explorar los planetas del sistema solar empezando por Venus. Su odisea es monitorizada cuidadosamente desde el Control de Misión en la Tierra, pero sólo un puñado de los responsables conoce el verdadero objetivo de la misión y los peligros que entraña. Todos ellos comienzan a experimentar cambios físicos y mentales, algunos imperceptibles, como modificaciones en el ADN; otros terroríficos, como vívidas y recurrentes alucinaciones relacionadas con momentos de su pasado de los que se sienten culpables…

Los trece capítulos de la serie nos van narrando el transcurso de la misión en su primera etapa, el viaje hacia Venus, alternándolo con flashbacks que narran el proceso de entrenamiento de cinco años a que se sometieron todos los miembros de la tripulación. Son esos vistazos al pasado los que nos aclaran el origen de las relaciones existentes entre ellos así como ciertos aspectos de sus personalidades, sus pasados y sus motivaciones.

Parriott encontró su inspiración en un docudrama de ficción de la BBC titulado Odisea: Viaje a los planetas, producido por Impossible Pictures (los mismos que crearon Caminando entre dinosaurios ). Parriott lo vio en 2007 y propuso a Edelstein –ambos trabajaban en Disney por aquel entonces– tomarlo como base, añadir el componente humano y crear una serie que podría atraer tanto a fans de la ciencia ficción como a otros no tan familiarizados con el género pero a los que atrajeran los personajes y el suspense que en ella se ofrecería. El programa recibió financiación multinacional: los americanos Fox Television Studios y Omni Film Productions, la británica BBC, la canadiense CTV y la alemana ProSieben.

Fue Parriott quien terminó de pulir la idea y crear a los personajes. Y es sobre estos sobre los que recae el atractivo de la serie. Todos tienen su propia historia que contar, todos son individuos complejos con los que, de una forma u otra podemos sentirnos identificados. Son astronautas no sólo verosímiles, sino modernos.

Hoy, el 90% de una misión típica en la Estación Espacial Internacional consiste en tareas de montaje, reparación o mantenimiento. Es un trabajo rotatorio y rutinario. Resulta difícil imaginarse a los primeros astronautas americanos, Alan Shepard o John Glenn, haciendo figuritas de origami para intentar que les seleccionaran en el programa espacial –prueba ésta a la que son sometidos los aspirantes japoneses–. Aquellos pioneros pasaron a la Historia gracias a su valor y su carisma. Los siete astronautas del programa Mercury eran pilotos de pruebas, gente con una energía desbordante cuyo sueño era romper records de altitud o velocidad mientras se jugaban la vida a bordo de un prototipo supersónico. Hasta la misión del Apolo 11, cada viaje espacial marcaba un nuevo desafío: primer viaje al espacio, primera órbita, primer paseo espacial, primera maniobra de atraque, primer alunizaje… muchas cosas podían salir mal. Los astronautas debían tener un temple especial y poco miedo a morir.

Sin embargo, a partir de entonces, con cada misión, la exploración espacial se fue haciendo más y más rutinaria hasta llegar, aunque parezca increíble, al aburrimiento. «Algo curioso sucedió en el camino a la Luna: no pasó nada», escribió el astronauta del Apollo 17 Gene Cernan. «Debería haber traído algunos crucigramas». La clausura del programa Apollo marco un cambio de la exploración a la experimentación. Los astronautas ya no necesitaban viajar más allá de las capas exteriores de la atmósfera terrestre para montar laboratorios orbitales: el Skylab, el Spacelab, la MIR, la Estación Espacial Internacional… Llevaban a cabo experimentos en gravedad cero, ponían en órbita satélites de comunicaciones o de defensa, instalaban nuevos baños… «La vida a bordo de la MIR era muy corriente», dijo el astronauta Norm Thagard. «El aburrimiento era mi mayor problema».

Sí, todavía se siguen consiguiendo hazañas y récords, pero ya no son motivo de grandes titulares periodísticos. Capacidad para tolerar el aburrimiento y bajos niveles de estimulación, es uno de los atributos que se requerían de los astronautas según el equipo de psicólogos encargados de la selección en la NASA.

Gravedad cero refleja la actual división existente del trabajo de astronauta en dos categorías (hay una tercera no oficial, la de los astronautas de pago, ya sean especialistas, maestros, senadores excéntricos o príncipes saudíes): los astronautas piloto son quienes están a cargo de los controles; los astronautas especialistas de misión llevan a cabo los experimentos científicos, realizan las reparaciones, lanzan los satélites… Los nuevos astronautas siguen siendo los más brillantes, los más inteligentes, pero no necesariamente los más valientes. Son doctores, biólogos, ingenieros… La parte más estresante del oficio no es convertirse en astronauta, sino desconocer cuándo se irá al espacio o siquiera si alguna vez será asignado a una misión.

Y sobre todo, los astronautas son gente, gente normal. La financiación de la NASA ha dependido tradicionalmente y en no pequeña medida de la mitología construida alrededor de la exploración espacial. La imaginería forjada durante los programas Mercury y Apollo sigue casi intacta. En los retratos oficiales de la NASA, muchos astronautas siguen llevando trajes espaciales y sosteniendo sus cascos en los regazos, como si en cualquier momento el estudio fotográfico del Centro Espacial Johnson fuera a despresurizarse. En realidad, menos del uno por ciento de la carrera de un astronauta transcurre en el espacio y de ese tiempo, un uno por ciento lo hace embutido en un traje presurizado. Entre dos vuelos, se dedican a dar charlas y conferencias en escuelas y clubs, asistir a reuniones, probar equipo y ordenadores, cumplir turnos en Control de Misión y despachar papeles.

No es que la exigencia de valor se haya desvanecido. Entre las características que los psicólogos buscan en un astronauta sigue estando la habilidad para funcionar ante catástrofes inminentes. Si algo va mal, es necesario que todos conserven claridad de ideas. Y hay otra cosa que ha cambiado desde los tiempos pioneros de la exploración espacial. Las tripulaciones a bordo de las lanzaderas, cohetes y laboratorios orbitales son dos o tres veces mayores que las de los programas Mercury, Gemini o Apollo; y las misiones se prolongan semanas, incluso meses, no días. Esto hace que muchas de las cosas que en aquellos antiguos programas de la NASA eran aceptables, incluso deseables, ya no lo sean. Hoy los astronautas tienen que saber «jugar» en equipo. La lista de atributos de un astronauta de la NASA incluye habilidad para relacionarse con sensibilidad; sentido del humor, capacidad de establecer relaciones interpersonales estables y de calidad… Las agencias espaciales de hoy no quieren astronautas de tipo «piloto de prueba valiente, rebelde e independiente», sino gente cuya asunción del riesgo sea meditada y limitada a las necesidades de la misión. Aquellos primeros astronautas, agresivos, viriles, narcisistas, arrogantes… no encontrarían trabajo hoy en ninguna agencia espacial.

James Parriott comprendió esto perfectamente a la hora de crear Gravedad cero. Los astronautas de la Antares (como los que formen parte de la primera misión tripulada a Marte) pasarán años encerrados en estructuras estériles y artificiales sin lugar a donde ir, sin poder distraerse del trabajo o escapar de los compañeros. No podrán relajarse viendo flores o árboles. De hecho, más allá de sus ventanas no podrán ver nada sino espacio vacío o algún planeta hostil. El trabajo de un astronauta es estresante por el mismo motivo que tantos otros: horarios prolongados, sobrecarga de tarea, falta de sueño, ansiedad, roces con los compañeros… pero hay dos factores que exacerbarán aún más los anteriores: la ausencia de un entorno externo en el que relajarse y la incapacidad de escapar del confinamiento.

Parriott imaginó a sus astronautas a partir de arquetipos fácilmente identificables por el espectador, para luego ir añadiéndoles capas de complejidad mediante los flashbacks que narraban los meses de entrenamiento, dotándoles de sus propios problemas, traumas y pasado.

Maddux Donner (Ron Livingston) es el ingeniero de la Antares. Veterano astronauta, tiene que lidiar con una pesadilla acontecida en el primer aterrizaje en Marte que llevó a cabo, diez años atrás, cuando se vio obligado a dejar en el planeta a dos compañeros –uno de ellos su amante– para salvar la misión. La decisión que entonces hubo de tomar no deja de atormentarle ni un momento, y aunque no estaba previsto que formara parte de la tripulación del Antares, en el último momento ha de sustituir al ingeniero de la misión, aquejado de una repentina y misteriosa afección cardiaca.

Zoe Barnes (Laura Harris) es una geóloga que pasa al principio por una «chica normal». Pero lo cierto es que, a medida que avanza la serie, demuestra que es mucho más que eso: durante toda su vida lo ha dado todo por alcanzar la meta que se fijaba. Y ahora quería, por encima de todo, ser uno de los ocho astronautas elegidos para la misión de la Antares. Se esforzó al máximo en el despiadado proceso de selección e incluso abortó en secreto el hijo que accidentalmente concibió tras una noche de pasión con otro de sus compañeros, Maddux Donner. Esa decisión, llegado el momento, tendrá un enorme peso sobre su mente y trascendentales consecuencias para la misión al llegar a Venus.

Paula Morales (Paula Garcés) es una chica hispanoamericana, piloto del módulo a Venus y encargada de la carga e intendencia de la nave así como de realizar los documentales que se transmiten en tiempo real a las escuelas de la Tierra. Es científica, pero al mismo tiempo muy religiosa, lo que en cierto modo la convierte en una persona con la que los demás encuentran difícil relacionarse. La misión, sus exigencias y hallazgos supondrán una prueba de fe muy dura para ella. Con el transcurso de los episodios, Paula, disciplinada y conservadora, establece una curiosa relación de amor–odio con otro de los miembros de la tripulación que bien podría ser su opuesto, el físico Steve Wassenfelder, ateo y descuidado. Ambos comienzan detestándose abiertamente, pero poco a poco, a través de los desafíos que han de enfrentar, encuentran en el otro cualidades dignas de admiración.

Evram Mintz (Eyal Podell) es uno de los integrantes de la misión más importantes. En su papel de médico y psiquiatra, debe velar por la salud física y mental de sus compañeros en un entorno cerrado, sin contar con ayuda externa, durante un periodo prolongado de tiempo y frente a desafíos y problemas, externos e internos, que nadie antes ha podido calibrar. Pero él mismo, como sus protegidos, es uno más y no ha podido evitar llevar consigo a la Antares sus propios problemas. Antiguo oficial del Ejército Israelí, las decisiones que hubo de tomar entonces y las escenas que presenció en el curso de las guerras en su país le dejaron no sólo cicatrices en su cuerpo, sino traumas emocionales que hasta entonces había sofocado con alcohol y autocompasión. Para Evram, viajar a bordo de la Antares no consistía tanto en formar parte de la Historia o ver cosas que nadie antes había visto, sino en alejarse lo más posible de sus problemas personales y una especie humana sobre la que tiene una pobre opinión.

Nadia Schilling (Florentine Lahme), de nacionalidad alemana, es la piloto de la Antares. Eficiente, ambiciosa y competitiva, puntúa en primer lugar entre los aspirantes a astronauta de la ISO (International Space Organization). Muy inteligente e imbuida de una extraña y morbosa belleza, no tiene reparos en liberar su sexualidad. Nadia no exige nada inferior a la perfección, ya sea a sí misma o a sus compañeros. Aunque no tiene miedo a la hora de decir lo que piensa, lo cierto es que parece una persona fría, incluso reservada en lo personal. La mayor parte del tiempo se dedica a sus asuntos y no está interesada en relacionarse demasiado con el resto de sus compañeros (excepto con Donner, claro, a quien utiliza como objeto sexual).

Jen Crane (Christina Cox) es canadiense y la bióloga de la expedición. Sus razones para unirse al proyecto Antares es demostrar su íntima creencia en que no somos la única vida del universo. Pero también estudiar cómo se desenvuelve la vida que conocemos, humana, animal y vegetal, en el espacio. El descubrimiento del objeto extraterrestre, sin embargo, trastocará todas sus creencias y la alienará no sólo de su misión original, sino de sus propios compañeros y su marido, Rollie, que ha quedado en la Tierra tras haber sido descartado como ingeniero de vuelo debido a la extraña enfermedad de la que hablé antes.

Ted Shaw (Malik Yoba) compañero de Maddox durante la tragedia de Marte, aunque él parece haberlo asumido y dejado atrás. Ostenta el cargo de comandante de la misión y como tal, está al tanto del secreto objetivo de la misión. El verse obligado a ocultárselo a sus compañeros acabará creando situaciones de tensión que le obligarán a reconsiderar sus lealtades.

Por último, nadie sabe por qué el físico teórico Steve Wassenfelder (DylanTaylor) fue seleccionado para la misión. No superó las pruebas físicas ni emocionales, no cae bien a casi nadie, tiene problemas para relacionarse normalmente con las mujeres y ni siquiera tiene asignada una función especial dentro de la Antares. Su auténtico papel se le revelará cuando todos tomen conciencia de la auténtica razón que se esconde tras su viaje por el Sistema Solar.

Los astronautas de la Antares no son los únicos protagonistas de la serie. En Tierra han quedado algunos de sus seres queridos y amigos, al mando del Control de Misión, desde donde les apoyarán, supervisarán y tratarán de ayudar a la hora de solucionar problemas. El honesto ingeniero indio Ajay Sharma (Zahf Paroo) y el responsable de comunicaciones Rollie Crane (Ty Olsson) formaban parte del primer equipo, pero horas antes de la partida de la nave, sus corazones desarrollaron una extraña y súbita afección que obligó a retirarlos y sustituirlos por Maddox y Ted Shaw. La esposa de este último, Eve Shaw (Karen LeBlanc), estuvo vinculada al proyecto Antares desde el comienzo, si bien su nebuloso papel sólo queda claro hacia la mitad de la temporada, una revelación que no agradará en absoluto a su marido.

La doctora francesa Claire Dereux (Maxim Roy) monitoriza las constantes vitales de todos los astronautas y se preocupa especialmente por el doctor Evram Mintz, con quien tiempo atrás comenzó una relación sentimental. Arnel Poe (William Vaughn) estaba destinado a ser uno de los ocho elegidos, pero un accidente que le costó la pierna le dejó relegado al Control de Misión; su amargura y resentimiento le llevarán a cuestionarse la ética de guardar el secreto de la misión. Por último, el despótico y frío jefe de la misión, Mike Goss (Andrew Airlie), que participó años atrás en la trágica misión a Marte junto a Ted Shaw y Maddux y que ascendió en el escalafón ocultando la verdad sobre lo sucedido en aquel planeta.

Los personajes son uno de los pilares de la serie. Pero ambientar ésta en el espacio supone también un desafío técnico, especialmente ajustándose a los presupuestos con los que se suele contar en la televisión. Por ejemplo, hay que solucionar visualmente el espinoso tema de la ausencia de gravedad; o la iluminación, puesto que en el espacio la luz no está filtrada por la atmósfera y los contrastes son más intensos.

Era necesario que todo tuviera un aspecto realista, creíble. Los productores pronto aprendieron que la NASA lanzó su primer transbordador espacial en 1981 utilizando tecnología de finales de los sesenta y setenta. El viaje espacial hace uso de mucha redundancia en sus sistemas. Si algo funciona bien, no es realmente necesario actualizarlo a medida que van saliendo nuevas tecnologías. Probarlas resultaría arriesgado y costoso. Parriott imaginó, por tanto, que hacia el 2052 probablemente aún se esté utilizando tecnología de finales de la década de los veinte o treinta.

En este sentido, la serie es inusualmente respetuosa con la ciencia y se nos presentan con rigurosidad los problemas a los que podrían enfrentarse los astronautas en una misión de ese tipo, desde los más extremos a los más cotidianos: tormentas solares con radiación mortal o problemas con los filtros del agua, o con el sistema eléctrico, que pueden significar la muerte para todos; pero también el aislamiento y las tensiones emocionales derivadas del alejamiento de los seres queridos o de hallarse encerrados en un espacio pequeño con otras personas. Entre sus obligaciones, además de los experimentos científicos programados, se hallan otras tareas propias de un astronauta en la era del capitalismo universal y la globalización, como rodar un anuncio de chocolatinas que sirva para financiar parte de la misión o filmar periódicos documentales destinados a los colegios de la Tierra.

El diseñador de producción, Stephen Geaghan aplicó su experiencia en series de ciencia ficción (trabajó seis años como responsable de diseño en The Outer Limits, Babylon 5 o Jeremiah), su espíritu meticuloso, su entusiasmo infantil por el género y su conocimiento de los viajes espaciales para crear un futuro no demasiado lejano, verosímil y hasta probable.

Para crear la Antares, Geaghan revisó los planes de la NASA para los próximos años, en concreto los cohetes Ares que sustituirán al transbordador espacial tras su retirada en 2011. Imaginó así las dimensiones que, dado el peso que pueden levantar esos lanzadores, podría alcanzar una nave construida en el espacio hacia el año 2052. La Antares tiene un escudo solar en su parte frontal y brazos rotatorios en los cuales están situados los módulos para la tripulación, dotados de gravedad artificial. En el resto de la nave la gravedad se «genera» mediante nanotecnología: los trajes de los astronautas están fabricados con un tejido con nanochips que los «ancla» magnéticamente al suelo, permitiéndoles caminar con normalidad incluso aunque no haya gravedad. Todo lo que sea orgánico flotará (desde la sangre hasta los vómitos), pero cualquier cosa que haya sido diseñada y construida especialmente para la nave habrá recibido esos nanochips que la dotarán de «peso».

Cosas tan cotidianas pero tan importantes en una nave espacial como son los baños, recibieron también la debida atención. La Antares tiene dos baños y una ducha en la sección de las cámaras para la tripulación, y todas ellas aparecen funcionando en la serie. En uno de los episodios, incluso, el baño se convierte en elemento central de la historia cuando uno de los inodoros se atasca y el ingeniero, Donner, tiene que arreglarlo. Geaghan declaró que tuvo que investigar cómo funcionaba una de esas instalaciones en gravedad cero y duplicarla lo más fielmente posible incluyendo los correajes y cintas que se utilizan, llegando incluso a calcular cuánto papel higiénico necesitaría la tripulación durante los seis años de misión. Otro de los serios problemas con los que se enfrentó la tripulación –y que el diseñador hubo de plasmar escrupulosamente en la pantalla– fue la avería en uno de los recicladores de agua, parte vital de la astronave.

Igualmente espectacular y realista es el escenario que representa la sala de Control de Misión de la ISO, construido en el mismo plató en el que se rodó Stargate Atlantis y sobre el que se construyó una elaborada estructura de oficinas acristaladas y corredores. Por supuesto, hubo elementos de diseño que debieron ajustarse más a las necesidades narrativas y estéticas que a las posibilidades científicas. Por ejemplo, los grandes ventanales de la cubierta de observación, que ofrecen momentos de gran belleza visual pero que en realidad serían poco prácticos y, por el momento, escasamente factibles desde el punto de vista tecnológico.

Para Geaghan, trabajar en Gravedad cero fue como regalar a un niño una tienda de golosinas: «Creo que todas las personas de este departamento artístico sienten amor por el espacio. Todos somos hijos de los sesenta y setenta –en realidad yo lo soy de los cincuenta, pero no entremos en eso…–. Recuerdo cosas como el Sputnik y el Telstar, así que crecí con el espacio y la ciencia ficción y cuando conseguí participar en esta serie pensé: Puedo hacerlo (…) Además, todos hemos recibido influencias de los clásicos. Todo el mundo aquí tiene en su mente el maravilloso diseño de 2001: Una Odisea del Espacio y aunque no contamos con el presupuesto de una película, nos hemos acercado mucho a aquél».

Por su parte, los trajes espaciales fueron diseñados por Monique Prudhomme, quien se basó en las previsiones que el MIT y la NASA tienen para los próximos años. No fue una tarea fácil. Debían ser aptos para que los actores llevaran a cabo sus interpretaciones y, desde luego, respirar, para lo que hubo que habilitar un sistema de ventilación. Debían ser lavables y relativamente sencillos de poner y quitar.

La temporada constó inicialmente de trece episodios. Desde el principio se iban introduciendo misterios, pero Parriott respetaba demasiado a los espectadores como para mantenerlos en ascuas hasta el final (pregúntese a los seguidores de Perdidos ) y decidió ir espaciando las revelaciones, no haciéndolas coincidir necesariamente con finales de temporada. Así, a la altura del noveno episodio se produjo una gran revelación que aclaró parte del misterio –y abrió otros–, dando paso a la segunda y última parte de esa temporada que finalizaría con el emocionante descenso a Venus en un episodio rebosante de emoción y suspense. La intriga iba en aumento, la serie mejoraba por momentos… hasta que, una vez más, el creador y los fans vieron su programa cancelado sin tener siquiera la oportunidad de cerrar mínimamente los cabos sueltos.

¿Qué pasó? Como de costumbre, la culpa la tuvieron los ejecutivos de las cadenas televisivas, en este caso la ABC. Desde el principio, el objetivo de la productora había sido vender el programa a una cadena gratuita de ámbito nacional y no a la televisión por cable. Pero aquéllas son remisas a comprar ciencia ficción, género que consideran poco generalista. ABC pasó el verano de 2009 vacilando sobre si embarcarse en el proyecto o no. Dejaron pasar el tiempo dando largas hasta tan sólo tres semanas antes de emitir el episodio piloto en octubre, lo que impidió publicitarlo adecuadamente durante el periodo estival. Todo el espacio y presupuesto asignado a anuncios de la cadena ya había sido contratado.

Para colmo, la poca promoción que hicieron fue más nociva que otra cosa. La calificaron como Anatomía de Grey en el espacio, «un programa en el espacio que gustaría a las mujeres», lo que, además de ser una distorsión estúpida del espíritu de la serie, ahuyentó a los fans de la ciencia ficción. Para entonces, se había hablado con SyFy (el antiguo Sci-Fi Channel) para intentar que comprara el programa, ofreciéndole gratis las reposiciones. Pero ya era tarde: se habían emitido dos episodios y SyFy no podría ya publicitar la serie como «suya». Para Parriott, las cosas estaban claras: «Si hubiera sido un programa desarrollado por la propia ABC, la habrían promocionado y colocado en una rejilla horaria mejor».

Parriott declaró que conocía el final de la historia y su desarrollo detallado, temporada a temporada. Dejó pasar unos meses en la esperanza de que, de algún modo, la serie hallaría la forma de continuar bajo otro formato o en otro canal. No tuvo éxito. Gravedad cero está muerto. Los sets y decorados se destruyeron, los actores fueron liberados de sus contratos y se dispersaron… no hay ya oportunidad de retomarla o reconvertirla en película. Y ello a pesar de que Parriott tenía escritos los tres primeros años de la serie y una idea concreta de su final. No voy a revelarlos con detalle aquí para no arruinar la serie a aquellos que tras leer esto puedan sentirse interesados por ella –se pueden encontrar en internet– pero los acontecimientos que estaban por venir prometían ser fascinantes: la transformación de Nadia, el fruto de la relación de Zoe y Donner, la caída en el autismo de Wass, el accidente que le costó la pierna a Arnell, el por qué de la ceguera de Jen y el destino del conejo que criaba en la nave, el viaje de Eve y Rollie a Marte, la revelación al mundo del gran secreto, la llegada a Mercurio..

Gravedad cero es un programa de ciencia ficción de primer orden, interesante, único en muchos aspectos, emocionante, serio y respetuoso con la ciencia y con los personajes, pero sobre todo con los espectadores. Siempre son los mejores los que se van….

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".