En el mundo de los superhéroes DC, siempre ha existido esa incómoda pregunta de difícil respuesta: ¿Por qué dos personajes como Superman y Batman, héroes con esferas temáticas tan dispares (el primero es ciencia ficción y el segundo, crimen y misterio en una atmósfera de terror) podrían llegar a reunirse regularmente y ser tan buenos amigos? En términos de lógica interna, ¿por qué iban a ser compañeros de fatigas teniendo aparentemente tan poco en común? Emparejarlos siempre había parecido lo que en el fondo fue en origen: un truco de marketing editorial para recaudar con un nuevo título (desde 1941 a 1986, World’s Finest) el dinero de los fans de uno y otro personaje.
Pues bien, en la miniserie Generaciones, John Byrne propone una posible explicación más allá de la pecuniaria: la relación que une a los dos héroes es que ambos fueron los primeros, los que sentaron las bases de lo que luego sería un mundo poblado por superhéroes de todo tipo. Los dos debutaron allá por los años treinta, en un mundo duro en el que Superman interrogaba a sospechosos tirándolos desde edificios y Batman llevaba pistola, creando sobre la marcha las líneas por las que se guiarían el resto de personajes. Puede que con el transcurso de los años y las décadas se hayan suavizado en sus métodos, pero siguen siendo los únicos que recuerdan aquellos viejos tiempos en los que todo era nuevo. Por tanto, sus vidas están conectadas y, con ellas, sus propias familias.
La idea original, tal y como la expresó Byrne, fue: ¿Qué pasaría si el Universo DC envejeciera a tiempo real? Nada de Tierras múltiples, continuidad retroactiva o reinicio de Universos. Así, por ejemplo, Batman comenzaría sus actividades en 1939, pero en lugar de permanecer eternamente joven –o maduro, según la versión de que se trate–, envejecería y acabaría por retirarse alrededor de 1960, dejando que un ya adulto Dick Grayson asumiera el nombre del vigilante contando con el hijo de Bruce Wayne como Robin. De la misma forma, el resto de personajes secundarios que rodean a los héroes principales también envejecerían y morirían: el Comisario Gordon fallecería en los años cincuenta, Alfred a mediados de los sesenta, Lois Lane a finales de los setenta… Superman y Batman viven, fundan dinastías familiares y envejecen, tocados tanto por la gloria como por la tragedia.
La miniserie está dividida por décadas, transcurriendo cada capítulo en un año diferente separado diez del precedente, empezando por 1939 y hasta 1999, saltando hasta el 2919 en el último. Añádanse algunos flashbacks y un poco de viaje temporal y, a priori, ya tendríamos suficientes elementos para despistar al lector ocasional o poco experimentado. Byrne, sin embargo, demuestra que es un narrador consumado y en ningún momento la historia pierde el rumbo o resulta confusa.
El primer capítulo, “Los justicieros”, está ambientado, como he dicho, en 1939 y en él se nos cuenta cómo Superman y Batman unen esfuerzos por primera vez para derrotar a un científico loco, el Ultra Humanoide, durante la celebración de la Feria Mundial de Nueva York. De ahí saltamos, en “Asuntos de familia”, a 1949, donde el Joker y Luthor secuestran a la esposa de Clark Kent, Lois Lane. En “Días extraños”, ambientada en 1959, se recupera el espíritu de las delirantes aventuras de aquellos años para ambos héroes, haciendo que luchen contra los bromistas Bat-Mite y Mr. Mxyzptlk, en una trama en la que intervienen además monstruos gigantes y alienígenas. Pero Byrne no se rinde completamente al absurdo y remata este último capítulo con una viñeta en la que reaparece Lex Luthor y que augura tiempos siniestros.
Y efectivamente, en el capítulo de los años sesenta, con el adecuado título de “Los tiempos cambian”, las cosas no van a mejor y los tiempos de despreocupación y aventuras ligeras parecen quedar muy atrás. Los héroes están envejeciendo, Alfred ha muerto, Lois enferma de cáncer y el primogénito de Superman enloquece y muere en la Guerra de Vietnam, un conflicto en el que ambos héroes se niegan a intervenir indisponiéndose con el presidente norteamericano.
En “El crepúsculo de los dioses”, en 1979, se presenta a Ra’s Al Ghul mientras la tragedia continúa azotando a ambas familias, los Kent y los Wayne. En “Crimen y castigo”, saltando ya a 1989, encontramos a un Superman amargado y consumido por la sed de venganza contra Luthor, convertido en un fugitivo de la justicia tras haberse tomado la justicia por su mano. En 1999, “Principios y finales”, los supervivientes de las dos dinastías de héroes se reúnen tras años de desgracias y desencuentros. En todo ese tiempo, las vidas y familias de Superman y Batman se cruzan y fusionan de formas diversas: el hijo de Bruce Wayne y la hija de Clark se enamoran en los setenta y en los ochenta, Wayne Jr cría y educa al nieto de Superman…
El epílogo, aunque transcurre en 2919, lleva el título de “1929” ya que en su mayoría narra un flashback situado en ese año y que revela cómo el verdadero primer encuentro de Superman y Batman tuvo lugar diez años antes del oficial, cuando ambos eran aún unos adolescentes. Es un cierre quizá en exceso edulcorado que deja abierta la puerta a una continuación, que efectivamente llegó en forma de otras dos miniseries en 2001 y 2003.
Una de las mejores cosas que pueden decirse de Generaciones es que, aunque lleva el sello Otros Mundos en su portada, se distancia bastante de la mayoría de los cómics publicados en esa línea. Parece más bien una acertada adaptación de los héroes a otro medio. Aquí no se han cambiado sus orígenes o naturalezas simplemente por tratar de incorporar la enésima iteración o satisfacer el ego del guionista. Sin duda, para Byrne estos Superman y Batman son los originales, el producto genuino y sin adulterar. El Hombre de Acero tiene su Fortaleza de la Soledad en la que fabrica robots en su tiempo libre, disfruta volando al espacio y luchando contra invasores alienígenas. Por su parte, Batman no es el justiciero traumatizado que se toma a sí mismo y a su misión demasiado en serio. Es refrescante ver de nuevo a esos héroes descargados del peso de la continuidad y devueltos a un mundo más sencillo en el que no se trata de ofrecer conceptos de altos vuelos ni piruetas psicológicas.
Generaciones ofrece algunas ideas y soluciones imaginativas muy propias de Byrne, quien no sólo siempre ha destacado por explorar a fondo a sus personajes sino que a mediados de los ochenta fue el renovador completo del mismísimo Superman. Así, por ejemplo, se explica cómo es posible que Lois Lane pudiera gestar con éxito un bebé medio kryptoniano; o por qué un justiciero podría considerar que es una buena idea acompañarse de un adolescente en sus misiones. También se tiene en cuenta el proceso de envejecimiento de los personajes y las formas de atenuarlo u ocultarlo públicamente. Así, aunque Superman no envejece a un ritmo normal, Clark Kent sí debe hacerlo para mantener su identidad secreta y se ve obligado a recurrir a maquillaje y prótesis. Los sucesores de Batman, como Dick Grayson primero y luego Bruce Wayne Jr, toman prestada la idea de El Hombre Enmascarado y pretenden ser el Batman original para mantener su aura de misterio.
La miniserie está escrita con obvio cariño y profundo conocimiento de ambos personajes. Los diferentes episodios recogen el tono de las aventuras que uno y otro corrían en cada década, aunque pasados por el filtro de una sensibilidad más adulta y moderna. Hay muchas referencias a momentos y aventuras importantes de las dilatadas continuidades de Superman y Batman, incorporando a enemigos prominentes como Luthor, Joker, R’as Al Ghul o el Ultra Humano. Ello aporta un nivel de lectura adicional para los lectores más veteranos y conocedores de la historia de ambos héroes, pero incluso sin atesorar una profunda sabiduría del Universo DC, todo el cómic tiene un ritmo rápido y una aproximación ligera que hace de él una lectura agradable. Por otra parte, hay momentos en los que se fuerzan las tramas para incluir revelaciones que priorizan la sorpresa sobre la lógica, pero ello no es un grave inconveniente para un cómic como este, cuyo objetivo principal es el puro entretenimiento.
Hay que destacar de entre toda la galería de personajes clásicos a Luthor, un villano cuyo plan de venganza contra Superman se prolonga aquí décadas. Lo que le convierte en un enemigo formidable no es el poder. De ser así, la némesis del Hombre de Acero sería Brainiac, un superordenador alienígena con infinitos recursos a su alcance. No, si ese puesto lo ocupa Luthor es porque tiene el “talento” de ser verdaderamente desagradable y convertir su enemistad en algo profundamente personal. Puede pulsar las emociones de Superman de una forma que un ordenador no podría entender ni planear.
Y así, en Generaciones, Luthor vuelve al hijo de Superman contra su padre, mintiéndole desde su infancia y manipulándole para que asesine a su hermana. Mata con sus propias manos a una indefensa y anciana Lois y hace que asesinos a sueldo acaben con los amigos de Superman (Jimmy Olsen, Lucy, Perry White) mientras éste lo busca para vengarse, haciendo que se sienta culpable por no haber sido capaz de protegerlos. Solo cuando ha cometido todas esas atrocidades, Luthor se dispone a matar a Superman privándole de sus poderes y luego colocando en el cuerpo kryptoniano su propio cerebro. Este no es un Luthor con un punto altruista y noble en su egolatría sino un completo monstruo. Incluso en su derrota, sale victorioso: se las arregla para que Superman lo mate delante de las cámaras de todo el mundo, haciéndole parecer un asesino.
El argumento de la inmortalidad recuerda algo a las novelas que Heinlein escribió sobre Lazarus Long, si bien carecen de las profundas reflexiones y mordida satírica de aquél. No podía ser de otra manera puesto que el propósito de Byrne es la elaboración de un pastiche en el que priman el puro entretenimiento y el homenaje sobre el de la exploración intelectual del origen, pervivencia y muerte de los mitos. Y esto obliga a sacar a colación un problema de carácter conceptual. Byrne deja muy claro en su introducción para el número 1 que vamos a ir siguiendo la trayectoria de Superman y Batman a medida que envejecen en tiempo real. Inmediatamente, el lector espera que la historia abordará la interesante cuestión de cómo cambiará el mundo, los propios héroes y su entorno familiar cuando éstos se vean obligados a retirarse de su carrera como justicieros.
Sin embargo, no es eso lo que nos presenta el autor. Porque al definir a Superman como un ser básicamente inmortal que nunca va a perder sus poderes, jamás va a darse una situación de retiro. Esta característica de su naturaleza alienígena ya estaba más o menos establecida en la mitología del personaje; pero es que recurre al mismo truco con Batman, tornado inmortal tras vencer a Ras Al’Ghul en el Pozo de Lázaro. Y, al final de la miniserie nos encontramos con que incluso Lana Lang también está en la misma situación, muy conveniente para darle a todo un cierre feliz. En las dos miniseries que seguirían a esta (la última de ellas abarcando diez siglos en el futuro), el reparto de héroes inmortales o inmensamente longevos se amplía a niveles ridículos: Wonder Woman, el Detective Marciano, los Nuevos Dioses, los hijos y nietos de Superman, Green Lantern… El resultado es que el reparto de personajes permanece más o menos invariable y aunque vemos a algunos secundarios morir, los principales no lo hacen.
Todo lo cual es perfectamente válido pero incoherente con lo que prometía la premisa de arranque. En vez de mostrarnos a Superman y Batman envejeciendo y retirándose para pasar el manto a otros, lo que ocurre es lo mismo que en los cómics mainstream de superhéroes: los personajes luchan por el bien y la justicia eternamente. Seguramente, los lectores de dentro de diez o veinte años comprarán un cómic de Superman o Batman y se encontrarán más o menos con la misma fórmula que hace otros diez o veinte. Y eso es lo que hace Byrne en Generaciones, como si la idea de que los héroes pudieran envejecer fuera tan insoportable que el autor no pudiera imaginar qué pasaría en tal eventualidad. Los superhéroes, parece decirnos, son eternos incluso cuando trata de presentarlos como mortales.
Desde mediados de los setenta, John Byrne había venido siendo uno de los mejores dibujantes de superhéroes de la historia del género. No sólo eso, a comienzos de los 80 demostró también su talento como guionista, pasando a ser uno de los autores completos más cotizados del medio. Sin embargo y quizá debido a su inhumano ritmo de trabajo sostenido durante años, a finales de siglo sus cómics ya dejaban mucho que desear. Y aunque Generaciones es, en mi opinión, uno de sus últimos cómics dignos, resulta evidente que Byrne ya no disfruta tanto dibujando como imaginando y escribiendo las historias. Así, las páginas de Generaciones están llenas de atajos, fondos poco trabajados y figuras secundarias apenas abocetadas. Eso sí, sigue siendo un narrador visual muy bueno y los defectos de su dibujo podrían haberse solventado con un entintador que hubiera perfilado mejor figuras, fondos y texturas. En pasados trabajos, Byrne se entintó a sí mismo con competencia, pero aquí el terminado carece de elegancia, definición y matices. No es que este descuido arruine el cómic, pero sí le impide brillar como debiera.
Generaciones es una prueba de que Byrne, a pesar de su irregular carrera desde mediados de los noventa, es todavía muy capaz de hacer tebeos de superhéroes entretenidos y con un agradable sabor clásico cuando se siente inspirado. Aunque a la postre no se explora el potencial de la premisa inicial y que como todos los Otros Mundos de DC que prometen que todo es diferente para luego ofrecer algo que es igual, las historias de Generaciones son, como he dicho, un entretenimiento ligero y eficaz, realizadas con profesionalidad (con las salvedades indicadas en el dibujo) y profundo cariño. Especialmente satisfactorio y recomendado tanto para los seguidores de los personajes titulares y conocedores de sus respectivas trayectorias desde que nacieran allá por finales de los años treinta como para aquellos que busquen un tebeo autoconclusivo que, renegando de las complejidades y angustias psicológicas, recupere el tono quizá superficial pero también satisfactorio de los superhéroes de toda la vida.
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