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Capitán Marvel (1939-1953), Marvelman (1954-1963) y Miracleman (1982-1984)

A menudo se citan dos obras aparecidas en 1986, Batman: El regreso del Caballero Oscuro y Watchmen como catalizadores del gran cambio que por entonces experimentó el género de superhéroes. Pero años antes y en otro país que no era la cuna del mismo ya se había sembrado la semilla de la revolución. En 1982, en Gran Bretaña, apareció en las páginas de la nueva revista Warrior un personaje, Marvelman, que años más tarde alcanzaría fama mundial bajo un nuevo nombre, Miracleman, publicado por la americana Eclipse Comics.

Antes de la fiebre del ultra-realismo, el sexo, el cinismo y la violencia que afectó a todos los cómics mainstream de superhéroes, el guionista Alan Moore y un puñado de artistas comprometidos ofrecieron con Miracleman un trabajo vanguardista que se anticipó a las posibilidades dramáticas que toda la industria trató más tarde de imponer a la fuerza en sus principales personajes. Fue la primera vez que un superhéroe establecido era llevado al límite de su potencial dramático, el primer superhéroe convertido en dictador benévolo y forjador de una utopía global. Lo que los lectores leyeron en Miracleman fue algo absolutamente nuevo.

Ahora bien, el Marvelman original fue un personaje fruto no del talento o la genialidad sino de la pura necesidad. Pero empecemos la historia por el principio.

Creado por el editor de Fawcett Publications, Bill Parker y el dibujante Charles Clarence Beck, el Capitán Trueno (Captain Thunder) fue rebautizado Capitán Marvel tras averiguar que el nombre anterior ya estaba en uso. El joven Billy Batson se transformaba, tras pronunciar la palabra mágica “¡Shazam!” en un musculoso héroe dotado de la sabiduría de Salomón, la fuerza de Hércules, la resistencia de Atlas, el poder de Zeus, el valor de Aquiles y la velocidad de Mercurio. El personaje debutó en el primer número de Whiz Comics, en 1940.

Sus historias tenían un toque surrealista, con tigres parlantes y un gusano inteligente llamado Mr. Mind, pero fue quizás ese rasgo distintivo lo que conectó con un considerable núcleo de lectores, hasta tal punto que el Capitán Marvel se convirtió en el superhéroe más popular de su época, llegando a vender 1.4 millones de ejemplares por número.

Poco después de su debut en Whiz Comics obtuvo su propia cabecera (aunque siguió apareciendo en la anterior) y se le añadieron otros personajes que conformaron la Familia Marvel: Capitán Marvel Jr, Mary Marvel –los cuales recibieron también sus propias colecciones‒, el Tío Marvel y los Tenientes Marvel.

Pero ese éxito alarmó a DC, propietaria de los derechos de Superman, que inició un proceso legal contra Fawcett sobre la base de que la editorial había infringido las leyes de copyright creando un personaje demasiado parecido al kriptoniano. En 1948, un tribunal falló a favor de Fawcett. Pero DC apeló y en 1951 se inició un nuevo juicio. Con los costes legales cada vez más gravosos y las ventas de superhéroes en caída libre, Fawcett decidió cancelar su línea de comic-books antes de celebrarse el juicio. En 1953, llegó a un acuerdo extrajudicial con DC Comics (que acabaría años después haciéndose con el Capitán Marvel e integrándolo en su universo de personajes) y el último cómic del héroe de rojo se publicó aquel mismo año.

Y ahora saltamos a Gran Bretaña. A comienzos de los años cincuenta, Len Miller e Hijo era una editorial independiente británica que producía cómics de todo tipo de géneros, muchos de los cuales eran ediciones de material americano con algún añadido producido localmente. Los más populares de todos los que publicaba esa editorial eran, precisamente, los relacionados con el Capitán Marvel y su Familia, cuya licencia había comprado a Fawcett. Cuando ésta retiró toda su línea de cómics en América, Len Miller se tuvo que enfrentar al hecho de que debía cancelar también sus títulos más rentables. Desesperado, llamó a Mick Anglo en busca de una solución.

Anglo (nacido Michael Anglowitz) dirigía un pequeño estudio londinense que daba trabajo a muchos escritores y dibujantes hambrientos y mal pagados (sobre todo veteranos de la guerra). Era un autónomo que facturaba a diversas editoriales por la venta de ilustraciones de portadas y contenidos diversos para las revistas de aquellas. La respuesta de Anglo al dilema de Miller fue sencilla: ¿por qué tratar de reinventar la rueda cuando se le puede dar a los lectores el mismo material pero con otro disfraz? Se puso manos a la obra, tomó un poquito de aquí, otro poquito de allí y creó un personaje fácil de dibujar y sencillo de vender.

Así, cuando el 31 de enero de 1954 se publicaron los últimos episodios británicos del Capitán Marvel y Capitán Marvel Jr, en sendos números se incluía una carta del editor anunciando, sin interrumpir la numeración, la retirada de estos héroes y la inminente llegada en el siguiente episodio de otros nuevos: Marvelman (alias Mickey Moran) y Young Marvelman (alias Dicky Dauntless). Los socios de los clubs de admiradores del Capitán Marvel fueron automáticamente traspasados a los clubs recién nacidos de Marvelman.

No hay manera de decirlo con elegancia: Marvelman era un plagio descarado. En su identidad secreta era un joven repartidor de periódicos que se transformaba en un superhéroe adulto al decir una palabra mágica, “Kimota” (atomik al revés) de la misma forma que el niño Billy Batson, mediante el grito “Shazam” se convertía en el adulto Capitán Marvel. Ambos héroes eran igual de poderosos e incluso sus respectivas némesis eran similares: Gargunza bien podría haber sido un hermano gemelo del doctor Sivana.

Cualquier diferencia entre ambos héroes y su entorno era meramente superficial. Por ejemplo, el “nuevo” héroe tenía su origen en la ciencia y no en la magia; mientras que el Capitán Marvel y Marvel Jr eran de rasgos morenos, Marvelman y Marvelman Jr eran rubios y de ojos azules; y en vez de tener a Mary Marvel de tercer vértice familiar, se agenciaron un tercer varón, un héroe infantil llamado Kid Marvelman (alias Johnny Bates), presentado en Marvelman nº 102 (julio de 1955). Los lectores ingleses resultaron ser lo suficientemente ingenuos para aceptar a estos “nuevos personajes” durante nada menos que nueve años.

Aquellos cómics originales de Marvelman eran un típico producto de taller. El único objetivo de los creadores era terminarlos rápidamente en fecha y pasar al siguiente encargo –la mayoría de los artistas cobraban una libra por página completa–. Muchas veces, la historia, el dibujo y la rotulación eran víctimas de ese apresuramiento en la producción. Los argumentos eran simplones y repetitivos y lo mejor que se puede decir de ellos es que tenían un aire agradable, casi caricaturesco, que sintonizó bien con los niños de la época.

Bastantes episodios fueron dibujados por un todavía bisoño Don Lawrence (que más tarde alcanzaría la fama con el Imperio de Trigan). Con la excepción de un puñado de especiales, estos cómics semanales eran en blanco y negro, sobre un papel de mala calidad que los más jóvenes podían adquirir por unos peniques. Era, en definitiva, un trabajo de disfrute inmediato y efímero para niños y nunca pretendió ser otra cosa.

Lo importante de este Marvelman es que fue el primer superhéroe de éxito netamente inglés. A diferencia de los americanos, los británicos siempre han preferido una mayor variedad temática en sus cómics y el género superheroico era considerado como algo ajeno, material realizado en Estados Unidos a su gusto y para consumo interno.

En 1960, Mick Anglo abandonó el título, las ventas se desplomaron y dejaron de producirse nuevas historias. Al final, Marvelman y Young Marvelman dejaron silenciosamente de publicarse en 1963 para sumirse en la oscuridad…Y entonces llegaron los ochenta.

En 1981, el editor de Marvel UK (la división británica de la compañía), Dez Skinn, decidió que se había cansado de trabajar para otros en cómics que consideraba de escasa calidad y fundó una nueva compañía llamada Quality Communications. Utilizó sus contactos y experiencia editorial para lanzar bajo ese sello una nueva revista, Warrior, que reuniría diversas series realizadas por artistas británicos con quienes, por cierto, Quality compartiría los derechos de autor. Skinn se dio cuenta de que sería beneficioso para este nuevo proyecto contar entre sus páginas con un personaje ya conocido. Marvelman parecía ser la mejor opción, un Marvelman, claro, remozado y modernizado para unos lectores jóvenes que no habían conocido su encarnación anterior. Pero, ¿quién se encargaría de realizarlo?

Por entonces, un nuevo y joven guionista llamado Alan Moore estaba empezando a llamar la atención en el cómic británico gracias a sus historias cortas de la serie Future Shocks para la revista líder del mercado local, 2000 AD, así como algunos trabajos sueltos para Star Wars y Doctor Who. Nada hacía presagiar, de todas maneras, la calidad que pronto iba a demostrar en Warrior. Y he aquí que se publica la circular de mayo de 1981 de la Sociedad de Ilustradores de Cómic, en la que se preguntaba a un grupo de guionistas acerca de sus aspiraciones. Moore respondió expresando su deseo de que el medio alcanzara la madurez y sus creadores obtuvieran más autonomía. Y cerrando su intervención, afirmaba:”Mi mayor esperanza personal es que alguien reviva Marvelman y yo pueda escribirlo. ¡KIMOTA!”.

Fuera que el propio Skinn leyera aquél boletín o que se lo recomendara un amigo mutuo, el guionista Steve Moore, a Alan Moore se le acabó dando la oportunidad de enviar su propuesta para el personaje. Tras leerlo, Skinn se quedó tan impresionado que inmediatamente supo que había encontrado a su nuevo escritor para Marvelman. Moore pretendía modernizar el personaje y anclarlo en el mundo real, una aproximación nueva, atrevida e incluso experimental.

Ya en 1981, la cuestión de la propiedad de los derechos del Marvelman original era, cuando menos, espinosa. Len Miller e Hijo (recordemos, el editor inicial) ya no existía. Skinn se puso en contacto con el creador, Mick Anglo, y le comunicó sus intenciones de revivir al personaje, ya que pretendía hacer que el material de los cincuenta formara parte del canon e incluso reeditar algunas antiguas páginas. Anglo le dio su consentimiento verbal.

Cuando Warrior hizo su debut en marzo de 1982, el Marvelman de la portada era para los lectores una figura tan desconocida como el resto del contenido, entre el que se encontraba por ejemplo V de Vendetta, del propio Moore y el dibujante David Lloyd (supuestamente, además, ambas series compartían universo, si bien más adelante se aclararía que la segunda transcurría en una línea temporal alternativa).

Los lectores respondieron muy bien a esta revisión de Marvelman y la labor gráfica de Garry Leach, que rediseñó al héroe y se encargó del mismo durante los primeros capítulos.

Marvelman no tardó en convertirse en el soporte principal de la revista. Pero sus historias llegaron sólo hasta el número 21 debido a una discusión sobre royalties entre Alan Moore y el dibujante que venía ilustrando la serie por entonces, Alan Davis, con lo cual la trama se interrumpió a mitad del segundo arco, titulado “El síndrome del Rey Rojo”. Para los dos Alan, su trabajo conjunto en el Capitán Britania por un lado para Marvel UK, y en Marvelman para Warrior por otro, les abrió las puertas del mercado americano. Moore se hizo cargo de La Cosa del Pantano y Davis recibió encargos para los X-Men y Batman. Nada menos.

Pero mientras tanto y a pesar del aprecio de los fans y los elogios de la crítica, a pesar de la camaradería reinante entre los creadores y la editorial, Warrior se canceló en enero de 1985. Tras una vida de 26 números, la revista ya no tenía viabilidad financiera. Las ventas nunca habían sido suficientes y aunque los creadores eran propietarios de los derechos, no podían sobrevivir con las reducidas tarifas por página que recibían, significativamente inferiores a las de sus competidores.

Otra piedra en el camino de Warrior fueron las cartas intimidatorias que recibieron de un bufete de abogados británico siguiendo las instrucciones de su cliente, Marvel Comics. Resulta que la editorial americana afirmaba que el nombre “Marvelman” se aprovechaba de su marca registrada –no parecía importarles que el superhéroe se creara en los años cincuenta, cuando Marvel se llamaba Atlas Comics–. Estas injustificadas amenazas se añadieron al resto de problemas y Skinn decidió que lo mejor era deshacerse del personaje y vendérselo a alguna editorial americana.

Mientras tanto, en 1985, Moore era una estrella en ascenso en el firmamento de los cómics gracias principalmente a su impresionante etapa como guionista de la mencionada La Cosa del Pantano. Su sentido poético de la narración y aproximación oscura y violenta al personaje y su entorno hicieron de ésta una de las colecciones más destacables de la década. DC, consciente de la valía del escritor, lo retuvo manteniéndolo ocupado con trabajos aislados en Green Lantern, Omega Men, El Vigilante, Detective Comics o DC Comics Presents, pero ello no impidió que Moore contactara con otras editoriales. Aquel mismo año, por ejemplo, escribió material para siete números consecutivos del American Flagg publicado por First Comics.

Para entonces, Skinn había tratado primero de vender el personaje a las grandes, DC y Marvel. La primera mostró cierto interés por algunos personajes, pero Marvelman no fue uno de ellos (sobre todo porque su nombre recordaba demasiado al de su principal competidora). Por su parte, Marvel no quiso arriesgarse a comprar un personaje al que muchos lectores, debido a su nombre, tomarían erróneamente por el emblema de la compañía. Además, era un héroe que se alejaba mucho de las líneas ya marcadas para su Universo.

Rechazado por las dos principales editoriales de comic-book americanas, Skinn se dio cuenta de que ninguna de las independientes se arriesgaría a despertar las iras de Marvel (y las consecuentes demandas) comprando un personaje llamado Marvelman.

El principal escollo parecía ser el dichoso nombre, así que no vio otro remedio que cambiárselo si quería tener alguna posibilidad de venderlo. Alan Moore trató de persuadirlo para que en vez de dar ese paso cambiara el título del cómic que lo albergaría por el del título del primer episodio, “El sueño de volar”. Garry Leach, por su parte, propuso como título el emblema que el héroe porta en su pecho: “MM”. Pero en último término, Skinn no quiso pasar por el trago de tener que convencer a un editor para que comprara un personaje llamado Marvelman y decidió cambiarle el nombre a Miracleman.

Skinn le acabó vendiendo el héroe a una editorial radicada en San Diego, Pacific Comics, pero ésta cerró sus puertas en 1984, antes incluso de que hubieran podido planificar cómo publicarlo. Durante la liquidación de esa compañía, intervino Eclipse Comics, que se quedó con varias series así como con los derechos de Miracleman.

A pesar de que nunca gozó del poder y expansión de las dos grandes, Eclipse ofrecía espacio para autores que quisieran retener derechos de autor y escapar a las ataduras de la censura. Había sido fundada por los hermanos Jan y Dean Mullaney en 1977, aunque la persona más conocida de la empresa en esos años dorados de expansión fue su editora Cat Yronwode (quien mantenía una relación sentimental con Dean desde comienzos de los ochenta y que acabaría casándose con él en 1987). Para un héroe tan poco convencional como Miracleman, la compañía de los hermanos Mullaney parecía el hogar perfecto.

Eclipse se mostró tan interesada en el personaje que cerraron otro trato para, además de los obtenidos mediante Pacific Comics, comprar los derechos en poder de Quality Communication. A diferencia de los planes de Pacific, que comprendían sólo la reimpresión del material ya existente, Eclipse quería hacer de Miracleman un puntal de su catálogo, un personaje con buen calado entre los fans que garantizara ingresos a largo plazo.

Garry Leach accedió y Alan Moore dio el visto bueno en lo que a su parte de derechos se refería, volvió a su escritorio y completó la historia que había dejado inconclusa en Warrior. Y entonces volvieron los problemas legales que han estado lastrando la continuidad de la serie desde entonces.

La editorial americana había olvidado recabar el permiso de reedición de Alan Davis, el segundo dibujante –y también propietario– de la serie. Como ya apunté más arriba, Davis y Moore ya habían tenido diferencias respecto a los derechos de los personajes que crearon juntos para el Capitán Britania en 1981.

En junio de 1984, Alan Moore –que ya veía despegar su carrera en los Estados Unidos– abandona el Capitán Britania argumentando solidaridad con la editora de Marvel UK, Bernie Jaye, que había sido despedida poco antes. Resentido con Marvel, niega su permiso para reeditar en Norteamérica el material del Capitán escrito por él. Alan Davis, por su parte, era propietario de los derechos sobre el dibujo de esos mismos números y sí que quería embolsarse el dinero que le generaría dicha reedición. Ello generó un desencuentro entre los dos y Davis, quizá como medida de presión o quizá por simple encono personal, negó por su parte el permiso a Eclipse para reeditar su Marvelman.

Bueno, en realidad no es que se lo negara, porque Eclipse jamás le pidió autorización y procedió a la reedición sin pagarle nada. En el convencimiento de que había adquirido los derechos de las historias del personaje directamente desde Dez Skinn a través de Pacific, Eclipse nunca tuvo la intención de contactar con Davis. Éste protestó públicamente diciendo que había autorizado a Dez Skinn para editar sólo la primera edición en lengua inglesa, pero no las subsiguientes. Por tanto, la edición de Eclipse, en lo que se refiere a los números dibujados por Davis, era ilegal y desde su punto de vista el núcleo de la cuestión estaba muy claro: le habían estafado.

Disgustado, Davis le cedió sus derechos sobre Marvelman a Garry Leach, lo que hizo que éste controlara la mayor parte del personaje. En 1985, Davis y Leach decidieron no emprender acciones legales contra Eclipse tras asumir que no habían conseguido atraer hacia sí suficientes simpatías a través de su campaña en las revistas especializadas. Las posibilidades de victoria estaban en su contra y abandonaron. Pero incluso sin su oposición directa, Miracleman, como veremos, no quedó libre de enredos legales.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".