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«V de Vendetta» (1982-1989), de Alan Moore y David Lloyd

Totalizando menos de treinta números en sus tres años de vida, la revista Warrior (1982-1985) nunca tuvo demasiado éxito entre el gran público, aunque los fans la seguían con pasión y su influencia ha pervivido hasta nuestros días. Fue una cabecera creada por Dez Skinn, un veterano de la industria que venía de trabajar para Fleetway, Top Sellers y Marvel U.K. Mientras estuvo en esta última editorial, comenzó una línea de nuevas series que le convencieron de que Inglaterra tenía autores con el suficiente talento como para satisfacer los gustos de un público más maduro. Así, Skinn fundó su propia compañía, Quality Publishing y lanzó la revista en blanco y negro Warrior.

Desde su primer número, el título estuvo dominado por los guiones de Alan Moore, autor que había seguido una evolución similar a la del propio Skinn. Comenzó con los consabidos fanzines antes de publicar en 1980, con veintiocho años, una serie de once historias protagonizadas por el Doctor Who –algunas de ellas dibujadas por David Lloyd–. Pasó por 2000 AD, la revista de cómics de ciencia ficción de referencia en aquellos años, y por Marvel UK, donde realizó veinte episodios del Capitán Britania junto a Alan Davis.

Para Warrior creó los personajes Laser Eraser y Pressbutton y The Bojeffries Saga; y escribió dos series hoy consideradas clásicas. Por una parte, una actualización en clave realista de un antiguo superhéroe creado en los años cincuenta por Mick Anglo, Marvelman, dibujado por Garry Leach primero y por Alan Davis después. Y en segundo lugar, V de Vendetta, crítica social en forma de distopía superheroica.

Desde el principio, Warrior tuvo problemas a la hora de llegar a sus lectores potenciales. Sencillamente, los distribuidores no sabían qué hacer con una revista claramente dirigida a lectores más maduros de lo que ellos estaban acostumbrados. El auge de las tiendas especializadas aún estaba por venir y no era fácil llegar al público potencial de aquellas historias. La puntilla vino cuando Marvel se quejó a Quality por la utilización de un personaje, Marvelman, de igual nombre que uno suyo, por lo que Skinn se vio obligado a retirar la serie de la revista y sustituirla por Bogey, una mezcla entre género negro y ciencia ficción dibujada por el español Leopoldo Sánchez. Privada de una de sus series más populares, la revista no sobrevivió ya mucho tiempo. En 1985, con dos números enteros ya completados y aún pendientes de publicación, fue cancelada. El último número en aparecer fue el 26 (enero de 1985).

De todas formas, su espíritu no murió. En primer lugar, la cabecera permitió despuntar a una nueva generación de autores; además, demostró de qué forma los cómics podían evolucionar más allá de su tono infantil para atender los gustos de lectores más maduros. En esta cantera de escritores y dibujantes buscarían las editoriales americanas desde mediados de los ochenta, iniciando toda una revolución hacia el cómic adulto en el panorama mainstream de Estados Unidos. Y, por último, Skinn pudo asegurar la pervivencia de algunos personajes y series vendiendo los derechos de publicación a otras compañías: por ejemplo, Marvelman, ya rebautizado como Miracleman, fue reeditado y continuado en Eclipse Comics, editorial que también se hizo cargo de Pressbutton.

En cuanto a V de Vendetta, lo cierto es que nunca había gozado del favor de los lectores de Warrior. De hecho, era una de sus series menos populares, y cuando se cerró la revista, había quedado inconclusa en su capítulo doce del segundo libro (titulado “El veredicto”). Ahora bien, desde 1983, Alan Moore había empezado a trabajar en La Cosa del Pantano, haciéndose rápidamente un nombre en el panorama del comic-book americano. Escribió un par de historias para El Vigilante y Superman y en 1986 apareció Watchmen.

Convertido en foco de todas las miradas y símbolo del cómic intelectual y maduro, varias compañías trataron de convencerle a él y a David Lloyd para que finalizaran V de Vendetta. Por fin, fue DC quien se llevó el gato al agua. En 1988, publicó una miniserie de diez episodios, siendo nuevos los cuatro últimos. Tony Weare dibujó material adicional para un capítulo completo (“Vincent”) y complementario en otros dos (“Valerie” y “Las vacaciones”). Además, Steve Whitaker y Siobhan Dodds colorearon las páginas de David Lloyd con una paleta de tonos pastel muy suaves, que, en mi opinión y dicho sea de paso, no eran en absoluto necesarios.

Bien, una vez detallado su azaroso historial de publicación, ¿de qué va V de Vendetta?

La acción se sitúa en 1997, que por entonces era un futuro cercano aunque hoy sea ya un pasado cada vez más lejano. Inglaterra ha conseguido escapar de la destrucción nuclear global gracias a un oportuno desarme, pero su gobierno ha sido ocupado por un partido llamado Fuego Nórdico, de corte fascista, xenófobo y aislacionista. El régimen ha aportado paz y estabilidad al precio de la libertad personal, la privacidad, la monotonía y uniformidad y la aniquilación silenciosa de los que considera indeseables, ya sean éstos disidentes políticos o personas incluidas en determinadas minorías como los gays. El líder Sandler y sus secuaces mantienen al país totalmente controlado gracias a la combinación de una potente y omnisciente computadora, una eficiente policía secreta, la manipulación de los medios de comunicación… y el consentimiento implícito del pueblo.

Evey Hammond es una adolescente cuyos padres desaparecieron años atrás, secuestrados por la policía. Está en apuros económicos y en un acto de desesperación trata de vender en la calle sus servicios sexuales a cambio de dinero. Desgraciadamente lo hace al hombre erróneo, un “Dedo”, agente de la policía secreta, que a punto está de violarla y asesinarla junto a sus colegas. En el último momento, es rescatada por un hombre misterioso, ataviado con una capa y un curioso sombrero, y que esconde su rostro tras una máscara eternamente sonriente de Guy Fawkes (un revolucionario católico del siglo XVII, que trató de derrocar mediante un atentado a la monarquía protestante que ocupaba el trono británico).

Sin esfuerzo aparente, este hombre liquida al Dedo y sus colegas, derriba el edificio del Parlamento con explosivos y se lleva a Evey a su guarida subterránea, la “Galería de las Sombras”. Este individuo se identifica a sí mismo como V y habla siempre en verso, recurriendo a poemas y citas. En su escondite guarda, una gran colección de arte, libros y música prohibidos por el gobierno por considerarlos decadentes o subversivos.

Conforme Evey aprende a entender y amar a V, éste se embarca en una implacable misión que consiste en asesinar a varias personalidades del régimen. Pero también derriba símbolos arquitectónicos de la ciudad y se sirve de la televisión estatal para difundir su punto de vista al pueblo inglés. Sus espectaculares intervenciones comienzan a desestabilizar el régimen de Fuego Nórdico, mientras sus dirigentes tratan de detenerlo por todos los medios al tiempo que luchan entre sí por el poder. El sagaz detective Finch es designado para encargarse de llevar a cabo la investigación que debe culminar con la captura de V. Es un policía honesto que, en el fondo, odia el gobierno para el que trabaja, y cuanto más profundiza en el conocimiento de V, más desequilibrada se torna su mente y más endebles sus convicciones.

¿A qué responde su venganza? ¿Cuál es el origen de esas habilidades que parecen sobrehumanas? ¿Actúa movido por la simple venganza o hay algo más? En un momento determinado, Evey descubre que V tiene preparada una misión para ella como jamás podría haber imaginado: continuar su legado en un mundo nuevo y purificado.

V de Vendetta es un cómic muy complejo, con pasajes inolvidables, que además plantea cuestiones muy profundas que animan a la reflexión y el debate. Es uno de esos tebeos que echa por tierra el tópico de que el cómic no puede articular pensamientos e ideas con la misma profundidad y matices que la literatura.

Alan Moore comienza planteando un futuro distópico de corte totalitario cuya plausibilidad dimana de lo familiar que nos resulta. Como buen inglés que es, no puede sustraerse a la larga tradición distópica que los literatos de su país han ido cultivando con el paso de las décadas y de entre los cuales sobresale, claro está, el 1984 de George Orwell, una de las influencias más claras en V de Vendetta. Como en esa famosa novela, encontramos aquí un régimen que propaga el odio, que transmite permanentemente un mensaje de miedo que le permite mantenerse en el poder, que controla todos los aspectos de las vidas –incluso los íntimos– de sus ciudadanos y cuyo líder es un individuo alienado de aspecto ordinario.

El mecanismo de ascenso al poder de ese régimen refleja el que se vivió en Europa en el primer tercio del siglo XX y que culminó con el triunfo de los fascismos. En el caso hipotético de que Inglaterra hubiera podido sustraerse a una guerra nuclear más o menos global, se habría visto con toda probabilidad abocada a sufrir enormes penurias económicas acompañadas de caos social; situación equivalente a la que llevaron al poder al partido nazi en Alemania tras la Primera Guerra Mundial. El ataque a las minorías, la persecución de disidentes políticos y la supresión de cualquier forma de expresión y artística que no estuviera al servicio del estado sería algo inevitable.

Moore introduce, eso sí, un nuevo elemento, la computadora llamada Destino, un instrumento de control absoluto que mezcla las obsesiones paranoicas de los regímenes comunistas con el ordenador HAL de 2001. Abundando en ese asfixiante sistema, cada rama de la policía secreta recibe el nombre de un órgano sensorial del cuerpo (el Ojo vigila a los ciudadanos utilizando cámaras, la Oreja hace lo propio con micrófonos instalados en teléfonos y domicilios, la Nariz realiza investigaciones, el Dedo es la rama ejecutora, la Boca controla los medios de comunicación), como si el Estado fuera una persona que fiscalizara y dominara a todos los que viven al alcance de su tecnología.

Aunque la iconografía y su carácter descaradamente xenófobo y laudatorio de la raza aria remiten claramente al nazismo, esta tiranía está inspirada también en el malestar que en amplios sectores de la población británica causó la llegada al poder de Margaret Thatcher en 1979. En realidad, se trata de un sentimiento de alarma que hoy quizá nos pueda parecer excesivo.

Aquel entorno se caracterizó por el aumento de las tensiones raciales (el derechista Frente Nacional parecía estar aumentando su popularidad y Thatcher declaró su malestar por el, a su juicio, elevado número de inmigrantes asiáticos), la reducción del gasto público e inversión en servicios sociales, educación y vivienda, el aumento de impuestos, el alto desempleo, la confrontación con los sindicatos, la reconversión industrial y las privatizaciones. Este panorama era interpretado como desolador por muchos artistas e intelectuales, quienes en sus obras predijeron los más negros augurios para su nación, exagerando y proyectando hacia el futuro sus temores. Alan Moore fue uno de ellos.

Pero ni él ni ninguno de sus colegas sabía entonces que, en cuestión de algunos años, el país no sólo no se hundiría irremediablemente en un abismo de pobreza y ausencia de libertades, sino que todos los indicadores económicos se recuperarían, otorgando a Inglaterra cierto nivel general de bienestar. A su vez, esto propició la reelección de Thatcher, quien ostentaría el cargo de Primera Ministra hasta 1990.

El propio Alan Moore admitiría años después dos errores de concepto en la elaboración de su distopía. Por una parte, en caso de una guerra nuclear generalizada, Inglaterra difícilmente podría haberse mantenido al margen, e incluso sobrevivir. Y, por otra, no es necesario un apocalipsis nuclear para que un pueblo abrace un régimen totalitario. De hecho, esto último es algo que la actual coyuntura mundial vuelve a confirmar.

Más profético fue el tratamiento que recibe en el cómic el Obispo Lilliman, un pedófilo corrupto. No es que el asunto fuera nuevo (en 1980 saltó a las noticias el desagradable caso del Hogar Juvenil de Kincora, en Belfast), pero implicar en ello a la Iglesia y, además, convertir al obispo en una de las víctimas de V –que se sirve de Evey como cebo– fue desde luego un movimiento arriesgado por la potencial controversia que encerraba. Hoy, probable y desgraciadamente, no habría sido interpretado como algo particularmente rompedor.

Volviendo al tema de la tiranía, Moore culpa en buena medida de ella al mismo pueblo que la sufre, al que tacha de complaciente y reacio a aceptar cualquier responsabilidad. La existencia continuada en nuestra Historia de lunáticos, mentirosos, corruptos y asesinos en puestos de poder no puede achacarse a un error puntual o desgraciado, sino a la recurrente dejación de responsabilidades por parte de quienes les eligen o permiten que continúen en el puesto. V se propone, por tanto, sacudir las conciencias, demostrar no sólo que los dirigentes mienten a la población, sino que su sistema está lejos de ser invulnerable. Quiere servir, en definitiva, de catalizador de un movimiento que derribe la tiranía para siempre.

Moore realiza un trabajo impecable en la construcción del complejo protagonista masculino. V de Vendetta se inscribe en la línea desmitificadora de la tradición superheroica que luego continuó el escritor en otras obras publicadas por aquella misma época. Tanto aquí como en Miracleman o Watchmen, adopta un enfoque poco convencional del género de los luchadores disfrazados contra el crimen, manteniendo algunas de sus convenciones pero introduciendo temas adultos, explorando el concepto del héroe y examinando sus motivaciones, todo ello articulado con una prosa elaborada, incluso poética, de una calidad que difícilmente podía encontrarse en el cómic de entonces.

Moore y Lloyd se negaron a encajonar la historia dentro de los tópicos parámetros “héroe contra villano”, optando en cambio por un personaje moralmente ambiguo que enfrenta el anarquismo total contra la dictadura absoluta. Hacer de un personaje tan turbio y potencialmente polémico el héroe protagonista de un cómic, fue todo un riesgo en la época y una declaración de principios tanto de Moore como de la revista Warrior.

V es enigmático, inteligente, culto y carismático. Es imposible no sentir simpatía por él en su calidad de víctima de un régimen totalitario. Pero, al mismo tiempo, su moralidad es más que cuestionable. Los principios que le impulsan en su lucha son, sobre todo, el de la libertad y, a bastante distancia, el de la justicia, aunque ésta bien puede ser una simple fachada bajo la que disfrazar una venganza personal. Ahora bien, sus métodos son bastante violentos, por no decir bárbaros, e incluyen desde la sutil manipulación hasta el asesinato a sangre fría.

Puede legítimamente ser considerado un terrorista y un homicida por mucho que quiera conectar sus actos a ideales elevados. Ese conflicto suscita dilemas de difícil resolución: ¿Justifica el fin los medios cuando aquél es la consecución del bien común y éstos implican asesinar a auténticos desalmados y corruptos? A veces, V parece estar claramente desequilibrado, y otras se diría que es el último hombre cuerdo de Inglaterra. Sus conocimientos, declaraciones y habilidades nos sugieren que nunca ha perdido el contacto con la realidad pero, ¿es posible hacer las cosas que él lleva a cabo y no estar al menos algo trastornado?

En cualquier caso, el terrorismo de V adquiere aquí un brillo heroico dadas las brutalidades e indignidades a que el Estado somete a su pueblo. Hay una emocionante escena al comienzo en el que V “conversa” con la estatua de la Justicia colocada en lo alto del Old Bailey (el edificio que alberga los juzgados de Londres) y en la que afirma que la anarquía le ha enseñado que “la justicia no tiene sentido sin libertad”… justo antes de que todo el complejo estalle en una gran bola de fuego. Es el primero de sus muchos golpes contra el gobierno. Secuestra y sume en la locura al actor que encarna la Voz del régimen en la radio y televisión estatales, asesina al mencionado obispo pedófilo, y en fin, va ejecutando a todos aquellos que trabajaron en un campo de concentración en el que él estuvo prisionero y donde fue sometido a crueles experimentos que, a la postre, le proporcionaron unas capacidades físicas –y, probablemente, mentales– extraordinarias. Uno no puede sino aplaudir sus extraordinarios golpes contra el aparato estatal de represión.

Tanto es así, que Moore y Lloyd han conseguido darle la vuelta a la interpretación que de Guy Fawkes se tenía hasta ese momento en la cultura popular: de ser una figura siniestra, cuya captura y ejecución en la hoguera se celebraba popularmente todos los años, ha pasado a representar la resistencia heroica contra las fuerzas opresoras de los gobiernos o las multinacionales. Como es bien sabido, el colectivo de hackers que se hace llamar Anonymous ha adoptado la máscara de V como símbolo. Lo mismo hicieron los movimientos de “Ocupemos Wall Street” o los manifestantes de Bahrein durante la Primavera Árabe, por nombrar sólo unos pocos.

La postura rebelde, contestataria y anarquista de V no fue algo aislado dentro de la galería de personajes creados por Alan Moore. Durante su etapa en La Cosa del Pantano, Moore transformó a la criatura protagonista en algo que hoy podríamos denominar ecoterrorista –o ecohéroe, según se mire–. De monstruo claramente inscrito en el género del terror, la Cosa del Pantano pasó a ser un héroe profundo y polifacético capaz de entender la relación entre el Hombre y la Naturaleza como sólo una planta inteligente podría hacer. Sirviéndose de él, Moore abordó temas como la contaminación, el cambio climático o el expolio de recursos naturales.

Uno de los aspectos más sorprendentes de V de Vendetta es que no transmite un mensaje de defensa de la democracia, sino de anarquía. V no lucha para que la gente tome el control de su gobierno o porque éste ejerza un menor grado de control. No, lucha por la simple y pura anarquía, entendida como la libertad en su sentido más amplio, la ausencia total de gobierno.

En la mencionada conversación con la estatua de la Justicia, V confiesa cómo en el pasado había manteniendo una maravillosa relación con ella hasta que, decepcionado por sus mentiras y traiciones, decidió lanzarse en los brazos de otra amante: “Su nombre es Anarquía y ella me ha enseñado más de lo que una prostituta como tú hizo jamás. Me ha enseñado que la Justicia no tiene sentido sin libertad. Es honesta, no hace promesas y no rompe ninguna”.

Es un discurso, una postura ideológica, que coincide con la de Alan Moore ‒al menos en aquella época‒ y que tiene sentido en el contexto del cómic. V es el producto de la experimentación con humanos, los prejuicios y la horrible crueldad de un gobierno supremacista. Cuando apeló a la Justicia, no obtuvo respuesta; aún peor, ésta se había puesto al servicio de la tiranía fascista, transformándose en una burda farsa. Y, por eso, V buscó otro concepto, otra causa que le sirviera y a la que servir hasta el final. La encontró en la anarquía.

Ahora bien, que la revolución que emprende V lleve a alguna parte, es otra cuestión, y eso es precisamente lo que hace que el lector se sienta incómodo cuando intenta identificarse con él.

El escenario final, resultante de sus acciones, con un gobierno fragmentado y carente de liderazgo y las multitudes fuera de control sembrando el caos por las calles de Londres, dista mucho de ser apetecible. Podemos entender su ansia de vendetta; no tanto su extremo mensaje libertario. ¿Es V un paladín, un luchador por la libertad, o un peligroso iluminado, un maniaco grandilocuente embarcado en una venganza personal y dispuesto a engañar y manipular a todo un país –y a sí mismo– para obtenerla? O quizá la pregunta que Moore plantea no sea tanto si el modelo de sociedad que propugna V es deseable o siquiera posible, sino si su ciega entrega a hacer realidad su sueño de un pueblo sin gobierno sea lo más aconsejable para una humanidad ya al borde de la extinción.

Todo en V está cuidadosamente pensado: su afectada pero precisa manera de hablar, la forma en que la máscara, tan expresiva como hierática, oculta tanto como revela según el momento, la iluminación o el ángulo desde el que se la contemple; puede transmitir burla, amenaza, indiferencia, satisfacción e incluso tristeza. También su disfraz, un tópico del género superheroico, adquiere aquí una nueva dimensión: no sólo oculta su identidad, sino que representa una postura ideológica vinculada a un personaje histórico y una llamada a la recuperación de la teatralidad en una sociedad privada de entretenimiento más allá de la televisión controlada y los vulgares espectáculos de cabaret. V dispone incluso de una guarida secreta, una especie de Batcueva en la que además de esconderse, acumula trofeos y recuerdos.

En V de Vendetta encontramos cuatro casos de personajes que experimentan una transformación: Finch, Rosemary Almond, Evey y el propio V. Todos ellos, a lo largo de la historia, pasan por sus respectivas metamorfosis plausibles y perfectamente justificadas, aunque no todos esos cambios sean para mejor. En el caso del detective Finch, pasa de ser un funcionario sumiso a un individuo confuso respecto a lo que siente hacia el gobierno al que ha dedicado su vida, las personas que creía conocer (la doctora Delia Surridge, una amiga a quien consideraba honesta y dulce, oculta un horrible pasado como investigadora médica en campos de concentración) y, en fin, hacia sí mismo. Su cambio sirve de ejemplo de las consecuencias que tiene sobre gente básicamente honrada el callar, consentir y conformarse. Aunque Finch tiene una vena rebelde e incluso llega a enfrentarse verbalmente al Líder, a la hora de la verdad continúa sirviéndole de forma incondicional, lo que lo convierte en alguien tan perverso como aquél.

En el caso de Rosemary Almond, viuda de uno de los brutales policías del régimen asesinado por V, se expone un caso diferente de dependencia. Es, de hecho, una versión en negativo de la propia Evey. Allá donde Evey encuentra fuerza, Rosemary sólo halla debilidad. Comienza la historia siendo la esposa maltratada de un funcionario privilegiado, pero cuando éste muere, la sociedad le da la espalda y, sin recursos económicos ni verdaderos amigos, se ve obligada a pasar de hombre a hombre y aceptar trabajos denigrantes. Como Finch o Evey, es otro ejemplo del tipo de codependencia que hay que evitar a toda costa. Culpa a otros de sus propias y erróneas decisiones y nunca llega a encontrar la forma de superar su desgracia.

La de V es la historia de alguien que ha sufrido el peor tipo de opresión pero que ha conquistado a sus opresores transformándose en la encarnación de una idea. La suya es la más corta de todas las transformaciones del cómic porque apenas sabemos nada de él y lo encontramos ya viviendo en su fase final, pero aun así funciona bien como ejemplo de la pasión que permite a alguien convertirse en algo más grande que sí mismo. Más grande, sí, pero no más humano, una condición que parece haber transcendido, dejando atrás los sentimientos –incluso por Evey, a quien, como veremos enseguida, maltrata y manipula–, la empatía y la piedad.

El caso de Evey es parecido al de V, aunque aquí sí se detalla todo el proceso de metamorfosis, desde su comienzo como jovencita dominada por el miedo, insegura y traumatizada hasta su maduración como audaz mujer revolucionaria. Su transformación y crecimiento personal representan también la superación del lado más débil de uno mismo para abrazar una causa mayor. Cuando adopta la máscara y vestimenta de V para arengar al pueblo, ha descartado su propia identidad para convertirse en una idea. Y, como sabemos, las ideas no sólo son más poderosas que los hombres, sino que además son inmortales.

La relación entre Evey y V es uno de los aspectos centrales del cómic, una relación conflictiva que avanza y retrocede. El amor que V siente por la muchacha tiene una vertiente paternal, puede que fraternal, y en ningún momento se hace referencia a que exista algún tipo de connotación sexual. Posiblemente, V, como encarnación de una idea, es alguien que ya ha superado esa etapa, pero sus sentimientos por Evey son, sin duda genuinos e importantes para él. De alguna forma, ella representa no sólo lo mejor de la especie humana, sino su capacidad para superarse y recuperar los valores supremos que han sido anulados por el gobierno: la libertad, el orgullo, la autoestima, el valor… Es, en buena medida, un espejo de sí mismo.

Por su parte, Evey también alberga profundos sentimientos por él. Es la única capaz de ver tras la máscara de V y, al mismo tiempo, respetar su deseo de no desprenderse de ella. Aprecia y ama su espíritu indomable y sabe que, a pesar del sufrimiento que le ha infligido el gobierno y la violencia con la que él mismo responde, su integridad permanece intacta.

Ahora bien, la relación entre V y Evey puede también interpretarse bajo una perspectiva mucho más oscura. Y es que, si se piensa bien, el tratamiento al que Moore y V someten a Evey es difícil de digerir. Cuando V la rescata de ser violada por los policías y la lleva a la Galería de las Sombras, le dice: “Confía en mí Evey y podremos borrarlo todo, todo el dolor, toda la crueldad… podemos comenzar de nuevo”. Luego le pide que se convierta en una prostituta infantil con la que engañar al obispo pederasta y que así él pueda asesinarlo. Más tarde, cuando ella le pregunta si él siente algún tipo de atracción sexual, su respuesta es vendarle los ojos, llevarla a la calle y abandonarla.

El sadismo que autor y protagonista ejercen contra Evey no se detiene ahí. De hecho, acaba de empezar. Tan pronto como V consigue que Evey confíe en él, la traiciona empujándola a cotas cada vez mayores de desesperación. Tras verse abandonada por V, Evey se convierte en amante de un gangster bastante mayor que ella, y cuando acaba enamorándose de él, éste resulta asesinado en una rencilla entre mafiosos. Entonces, V la secuestra otra vez y la tortura física y psicológicamente en un proceso similar al que experimentó él en el campo de concentración de Larkhill –con excepción de la inyección de sustancias experimentales–. Al término de esa ordalía, ella sufre una transformación que la libera de “la cárcel en la que todos nacemos”.

Él le dice que lo ha hecho porque la ama y ella parece comprenderlo, una actitud que más bien parece producto de un síndrome agudo de Estocolmo. El único momento en el que ella parece tomar libremente una decisión es cuando se niega a seguir participando en la campaña de asesinatos de V tras ayudarle a matar al obispo. Pero ni siquiera respeta esa decisión al final: su último acto en el cómic es cumplir los deseos de V y volar por los aires el corazón de Londres. V, un obseso del control, nunca le pregunta a Evey si quiere ser transformada, ella nunca da su consentimiento a nada de lo que V tiene preparado para ella y, para cuando le pide que sea su sucesora, ella ya es totalmente una criatura modelada por su maestro.

El tema de las metamorfosis está estrechamente relacionado en V de Vendetta con el de la identidad personal, aquello que nos define y de lo que no debemos desprendernos. Valerie, la hermosa actriz lesbiana que ocupaba la celda contigua a la de V en el campo de concentración y que dejó su conmovedor testimonio por escrito, se negó a permitir que sus captores la despojaran de su integridad, de su yo más íntimo. Irónicamente, es la fuerte personalidad de Valerie la que sirve de inspiración a V para comprometerse con sus nuevos ideales anarquistas, incluso aunque al hacerlo se desprenda de su propia individualidad, de su personalidad inicial. La transformación de V en la encarnación viviente de sus ideas es tan completa que, tras su muerte, Evey no intenta mirar tras su máscara. Ella misma, a través tanto de Valerie como de V, ha abandonado su personalidad y asumido que las ideas son más importantes y valiosas que el hombre que las defendía.

Por supuesto, la prosa de Moore es excelente. Su utilización de los versos, la omnipresencia de la letra “V” (todos los capítulos están titulados con palabras que empiezan por ella), los diálogos… El capítulo de “Valerie”, en especial, es sencillamente magistral: a través del testimonio escrito de una mujer víctima de una tiranía decidida a eliminar a los que son diferentes, Moore combina los más bellos sentimientos transmitidos por ella con la narración de las atrocidades cometidas por el régimen.

Alan Moore introduce multitud de referencias tanto literarias como musicales o cinematográficas; tantas, de hecho, que analizarlas todas significaría alargar considerablemente este artículo. Muchas de ellas, además, sólo serán fácilmente identificables para lectores muy familiarizados con la cultura popular inglesa, como sucede con las alusiones a las novelas de la saga El árbol lejano (The Faraway Tree, 1939-1951), de Enid Blyton. Baste resaltar aquí, por ejemplo, la de la leyenda germana de Fausto a través de su cita “Vi veri universum vivus vici” (Por el poder de la verdad, Yo, un mortal, he conquistado toda la creación”). También a ella se refiere la escena en la que Evey pregunta a V si le puede ayudar en su misión.

Fausto era un personaje que hizo un pacto con el Diablo: a cambio de su alma, obtendría sabiduría y placer sin límites. Sin embargo, al final de la vigencia de su acuerdo, Fausto llega a una de las siguientes conclusiones –dependiendo de la versión que se lea–: o se arrepiente de la vida que ha llevado, o se condena por ello. En V de Vendetta, Evey se enfrenta a una disyuntiva similar y toma una decisión que cambiará para siempre su visión del mundo y a ella misma. Tanto si se arrepiente de su elección como si no, nunca volverá a ser la que era.

Ahora bien, no todo el cómic –a mi juicio– mantiene el mismo nivel o intensidad. Dividido en tres “libros”, el primero, en el que se establece la sociedad distópica, se presentan los personajes y V comienza su campaña de terror, es impactante. El segundo es también muy interesante y, además de narrar el comienzo del fin de la dictadura asistimos al cautiverio y metamorfosis de Evey, un pasaje sin duda inolvidable. El tercero, en cambio, me parece más flojo: se entretiene demasiado con personajes secundarios de relativo interés y culmina en un desenlace que, sin ser exactamente mediocre, tampoco está a la altura de lo precedente. Probablemente esa ruptura responda a que este final fue realizado años después de haberse interrumpido su publicación original en la revista Warrior, tal y como comenté al principio.

Desde el punto de vista gráfico, no se puede decir que David Lloyd sea un dibujante “bonito”, pero sí muy efectivo. Su naturalismo y talento a la hora de construir atmósferas mediante la iluminación supuso un importante salto respecto al tipo de cómics que se hacían en aquel momento. Su Londres distópico resulta perfectamente verosímil: una ciudad vacía, gris, sucia y opresiva; sensación que se traslada igualmente a los espacios cerrados.

Ya comenté más arriba que la edición americana de V de Vendetta recibió un coloreado con el fin de atraer más fácilmente a un público poco acostumbrado al blanco y negro. En mi opinión, esto fue una equivocación que diluyó en buena medida el sólido trabajo original de Lloyd. Los contraluces y texturas en que había basado buena parte del grafismo de la historia quedan diluidos por unos sosos tonos pastel que no cumplen función dramática alguna y cuya única explicación pareció ser el complacer al perezoso lector mainstream americano.

Ahora bien, el papel de Lloyd en la creación y desarrollo de V de Vendetta no se limitó a dar forma gráfica a las ideas de Moore. De la misma manera que a menudo se pasa por alto la contribución de Dave Gibbons a Watchmen, el papel de David Lloyd en la creación y desarrollo de V de Vendetta tiende a olvidarse por mucho que la serie no habría existido sin él y que fue su estilo y sus diseños los que la han inmortalizado.

Alan Moore es un guionista como pocos pero no trabaja solo y cada una de sus grandes obras es el resultado de la colaboración con un artista de talento. Sí, es cierto, en muchos casos esos dibujantes alcanzaron el éxito gracias a Moore y en pocas ocasiones después de trabajar con éste ofrecieron la misma calidad o se sintieron igualmente inspirados. Pero Moore comprende perfectamente que el cómic es un medio colaborativo y siempre se ha asegurado de trabajar coordinadamente con sus artistas hasta el punto de que éstos acabaron aportando no pocas ideas a la obra en la que participaban. Esto no le quita mérito a Moore, un guionista al que muchos aficionados tienen endiosado hasta niveles enfermizos. Ser capaz de comprender las capacidades del dibujante, dar un paso atrás y dejar espacio para sus aportaciones no es un desdoro, sino una virtud. Virtud que han compartido todos los grandes guionistas de la historia del cómic, desde Stan Lee a Goscinny, de Yann a Neil Gaiman.

V de Vendetta tuvo su origen en el momento en el que Dez Skinn le pidió a Lloyd que desarrollara para Warrior una colección de misterio. Sugirió a Moore –con quien ya había trabajado anteriormente en los cómics de Doctor Who– como guionista y éste recuperó una vieja idea suya de 1975 en la que un actor maquillado, conocido como “El Muñeco”, luchaba contra un gobierno totalitario, idea que acabó transformada en una historia para la revista Doctor Who Monthly años después.

Moore quería ambientar la historia en los años treinta, pero Lloyd le dejó claro que no quería realizar el trabajo de documentación necesario para ambientar la época, por lo que aquél decidió situar la acción no en el pasado reciente sino en el futuro cercano. Por otra parte, Lloyd había creado para la revista Pssst una heroína en busca de venganza contra un gobierno dictatorial de corte comunista. El proyecto no salió adelante, pero Moore entendió que mezclando esa idea con las suyas podían obtener un producto muy interesante.

Moore construyó la sociedad futurista en la que se iba a ambientar la historia y decidió que el protagonista sería una suerte de Zorro, un justiciero enfrentado a la corrupción y totalitarismo del gobierno. Junto a Lloyd, fue creando los personajes secundarios e hilando la trama, pero el aspecto de ese protagonista, una suerte de “ninja retro”, no gustó al editor. Fue Lloyd quien sugirió vestirlo como si fuera un actor de teatro encarnando un personaje histórico. En su aspecto, además de la peluca, la capa y las botas altas, destacaba una máscara de Guy Fawkes. A partir de ese detalle aparentemente insignificante pero que hoy se ha convertido en icónico, la obra empezó verdaderamente a florecer.

Lloyd también fue quien le pidió a Moore que prescindiera de los globos de pensamiento y las onomatopeyas, lo que aproximaría el cómic al lenguaje cinematográfico (aunque podríamos discutir si los cuadros de texto en primera persona no son en el fondo lo mismo que los globos de pensamiento). El dibujante asumía así el reto de suplir la ausencia de textos explicativos y subjetivos utilizando exclusivamente su dibujo y técnica narrativa; un desafío del que salió airoso, haciendo de V un personaje todavía más enigmático, ya que en todo momento sus pensamientos permanecen ocultos al lector.

El propio Moore ha admitido que aunque el estilo de Lloyd no resulta tan comercial en términos, digamos, estéticos, como el de otros superventas británicos (Brian Bolland, Alan Davis o incluso Dave Gibbons), su capacidad narrativa era tan notable que les permitió a ambos experimentar con los recursos del medio. Otro de sus fuertes es la creación de atmósferas. La textura e iluminación de V de Vendetta está mucho más trabajada que, por ejemplo, la que podemos encontrar en Watchmen.

Es conocida la costumbre de Moore de entregar a sus dibujantes unos guiones extraordinariamente detallados, mencionando no sólo la composición de cada página y viñeta, sino hasta los más insignificantes objetos que deben aparecer en el fondo de las mismas. ¿No es esto un contrasentido? ¿No coartan estos minuciosos guiones la libertad del artista? Ese peculiar estilo de escribir sus historias pretende, efectivamente, mantener un alto grado de control sobre las mismas, pero Moore lo desarrolló en una etapa de su carera en la que en el momento de entregar el guión no sabía quién lo iba a dibujar; más adelante, mantuvo ese estilo porque consideraba que de esta forma sus artistas podrían apoyarse en algo sólido si se sentían faltos de inspiración. Con todo, Moore siempre ha afirmado que el artista tiene su propia visión y que siempre les indica que, si encuentran otra manera mejor de plantear la página o la viñeta, lo lleven a cabo siempre y cuando respeten el efecto básico que él pretende.

De hecho, y a decir de Lloyd, V de Vendetta nunca tuvo ese tipo de guión hiperdetallado. El propio dibujante valora mucho su libertad creativa y de no haber contado con la flexibilidad suficiente, no habría trabajado con Moore. Éste, por su parte, afirmó que el cómic “es algo que ninguno de nosotros podría haber hecho por nuestra cuenta o trabajando con otro artista o guionista”. Por mucho que algunos fans de la serie prefieran verla así, no es ‘El V de Alan Moore‘ o el ‘V de David Lloyd‘. Es un esfuerzo conjunto en todo el sentido de la palabra”.

Por desgracia, la mayoría de los aficionados siguen considerando V de Vendetta una obra casi en exclusiva de Moore. Incluso después de que éste decidiera que su nombre no se incluyera en los créditos de la película que adaptó el cómic dejando sólo a David Lloyd como creador de la misma, la gente seguía hablando más de Moore que de Lloyd. Independientemente de que Warner Bros se equivocara o no a la hora de escoger el cómic para adaptarlo, de que hicieran bien respetando los deseos de Moore o no, todo el mundo pareció pasar por alto que Lloyd no sólo dio su aprobación a la adaptación cinematográfica patrocinada por los hermanos Wachowski sino que incluso participó en el guión.

En resumen, podemos decir que V de Vendetta es un cómic duro que, probablemente, no hubiera podido ver la luz después de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York. Elevar a la categoría de héroe a un terrorista anarquista que derriba iconos arquitectónicos fue una apuesta arriesgada en su momento; pero es que, además, la historia proporciona poco alivio. Sus personajes están todos solos, sometidos a tensiones y traumas que no pueden superar. O bien ejercen violencia (física, psicológica o ambas) sobre otros o son víctimas de la misma. Y para colmo, han de desenvolverse en una sociedad opresiva cuyos ciudadanos no encuentran ningún tipo de solaz. No es un tebeo para lectores que busquen tópicos reconfortantes, personajes claramente delimitados en héroes y villanos o finales inequívocamente felices con moraleja incluida.

V de Vendetta es uno de esos títulos que se puede recomendar a cualquier lector con inquietudes intelectuales y que no tema abordar cuestiones escabrosas. Es una trama compleja, poblada por multitud de personajes, que admite múltiples interpretaciones, con abundantes simbolismos y referencias literarias y que está articulada con una prosa elegante pero accesible y un dibujo más sólido de lo que a primera vista pueda parecer. Por todo ello, es un cómic que exige del lector toda su atención, pero con la que se sentirá recompensado al disponer de una obra que no sólo aguanta múltiples lecturas sino que mejora en cada una de ellas.

Es, también, uno de los cómics de Alan Moore más accesibles. Ciertamente, el guionista se niega a entregar todo bien masticado a sus lectores, pero al menos es una obra que no requiere conocimiento alguno de los personajes o los parámetros sobre los que suele moverse el género de superhéroes. A diferencia, por ejemplo, de sus deconstrucciones Miracleman o Watchmen, es autoconclusiva y no abiertamente didáctica (como ocurre con “Promethea”, en la que la historia no es más que un aditamento a lo que en realidad es un tratado sobre las creencias mágicas y espirituales de Moore).

Han pasado varias décadas desde su primera aparición y, a pesar de ser en buena medida y como vimos más arriba, una hija de su tiempo, V de Vendetta sigue manteniendo toda su vigencia en una época, la nuestra, en la que seguimos discutiendo acerca de la avidez regulatoria de los gobiernos, de sus ansias de control y de una sociedad atenazada por el miedo inspirado por los medios de comunicación y por esos mismos gobiernos.

V de Vendetta es, como tantas obras de ciencia ficción distópica, una advertencia, pero también una reflexión acerca de grandes cuestiones políticas, éticas y filosóficas: ¿Es preferible la estabilidad y la paz si el precio a pagar es la libertad? ¿Puede justificarse la violencia si ésta se ejerce para lograr un bien mayor? ¿Cuál es la fuerza y el alcance de una idea? ¿Dónde está la línea que separa a un luchador por la libertad de un terrorista?

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".

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