Por una razón u otra, casi todos los universos que nacieron en los comic-books americanos a comienzos de los años noventa demostraron no ser capaces de perdurar. La única línea de tebeos que tuvo una vida larga y fructífera debutó en 1993, cortesía de DC Comics y su reputada editora, Karen Berger. De hecho, esa línea acumuló tanto prestigio y resultó tan influyente que hoy sigue estando considerada como uno de los grandes acontecimientos de la historia del medio en esa década.
Desde finales de los ochenta, Berger había estado dirigiendo las colecciones bajo su supervisión en una dirección muy concreta. Con series como La Patrulla Condenada, Sandman o Hellblazer, Berger apadrinó un estilo más duro, arriesgado y vanguardista de lo que podía encontrarse en el catálogo mainstream de la editorial. Las suyas no eran las colecciones más vendidas de DC, pero sí las que obtenían mayores alabanzas de los críticos por su sofisticación e innovación. Además, atraían a un público lector más maduro que entendía los cómics como obras con valor y entidad propios más que como objetos de colección.
En 1991, cuando Berger estaba preparándose para una baja por maternidad, los editores supremos de la casa, Paul Levitz y Dick Giordano, le pidieron que ideara un plan que ayudara a diferenciar los títulos que ella dirigía del resto. Así, durante su ausencia, preparó una propuesta para crear un nuevo sello dentro de DC Comics en el que se ofrecerían giros radicales de personajes tanto nuevos como ya existentes y cuyo objetivo sería atraer a lectores que estuvieran preparados para ir un paso más allá de los superhéroes tradicionales. La meta era ambiciosa: nada menos que alterar el statu quo de la industria del comic-book. Y acorde con tal propósito, se bautizó a esa nueva línea como Vértigo. Con cada uno de sus números luciendo en sus portadas la leyenda “Sugerido para lectores adultos”, Vértigo destacó tanto por sus planteamientos narrativos como por sus personajes.
Vértigo debutó la primera semana de enero de 1993 (los cómics llevaban en portada la fecha de marzo de ese año, como era costumbre en la industria) y el primero en lucir su logo fue una miniserie protagonizada por un popular personaje secundario de la colección Sandman: Muerte.
El nombre de Neil Gaiman está indisolublemente unido a la colección de Sandman, uno de los estandartes (junto a La Cosa del Pantano y Hellblazer) de la línea Vértigo. Para ese título, Gaiman recuperó un personaje bastante ordinario que había tenido varias encarnaciones tiempo atrás y le dio un giro radical. Sobre esta obra, una de las más importantes de los noventa, ya hablé extensamente en una serie de artículo y a ellos me remito. Valga aquí decir que fue un trabajo colosal, ambicioso y atípico que contó con una amplia diversidad de dibujantes.
Más allá de la serie de Sandman, un pelotón de guionistas se dedicó durante muchos años a continuar las historias de algunos de los personajes menos prominentes de aquélla en títulos como The Dreaming, Book of Dreams, House of Mystery, Dead Boy Detectives o Lucifer, por nombrar sólo unos pocos. Pero esto se hizo después de que Sandman finalizase en 1996 y como forma de mantener a flote la franquicia tras la marcha de Gaiman al mundo de las novelas y los guiones cinematográficos. Sí es cierto, no obstante, que el creador regresó al universo de Sandman en los años siguientes, pero en general los encargados de extender aquél a base de spin-offs fueron otros profesionales. Tanto se publicó, de hecho, que la propia colección de Sandman acabó siendo el producto minoritario de toda la franquicia en lo que a volumen se refiere.
Ahora bien, DC y Vértigo se abstuvieron de explotar los Eternos. Parece ser que ello fue a causa del acuerdo que Gaiman tenía con la editorial; o quizá debido a que el autor sea además copropietario de esos personajes y nadie pueda hacer nada con ellos sin su autorización; quizá como forma de mantener contento a Gaiman en la esperanza de que seguirá colaborando con el sello, llevando consigo su actual y considerable base de seguidores.
Por tanto, Sueño, Deseo, Delirio, Destrucción, Desesperación y Muerte (no tanto Destino, dado que él sí ha aparecido en otras obras) han permanecido en el limbo esperando el regreso de su creador, saliendo del mismo sólo cuando él se los ha prestado a otros, como parece ser hizo con Jill Thompson en los libros de Los Pequeños Eternos o cuando el guionista Paul Cornell hizo que Lex Luthor se enfrentara a Muerte en Action Comics. Ahora bien, antes incluso de que la serie madre finalizara, fue el propio Gaiman quien se encargó de contar la primera historia en solitario de un Eterno.
En el número 8 de Sandman, titulado El sonido de sus alas (1989), se nos había presentado a uno de los Eternos, la hermana mayor de Morfeo: se trataba de la Muerte, pero su aspecto y personalidad no respondía en absoluto a los clichés e imágenes habitualmente relacionados con ese concepto. Se trataba de una muchacha de estilo gótico y carácter alegre. Gaiman la modeló de acuerdo a la moda de las lolitas góticas japonesas (entonces muy populares por todo el mundo) y la convirtió en uno de sus vehículos filosóficos. El personaje gustó tanto –a los lectores y al propio autor– que Gaiman le dedicó dos miniseries de tres episodios cada una, de las cuales El alto coste de la vida (Death: The High Cost of Living, marzo-mayo de 1993) fue la primera.
Quizá una de las razones por las que tanto había gustado Muerte a los lectores de Sandman fue porque era el más humano de todos los Eternos. Y había una buena razón para ello. Tal y como se desveló en el nº 19 de la colección, la Muerte “baja” a la Tierra una vez cada siglo durante un día para experimentar la mortalidad y tratar así de entender mejor a los humanos a los que, tarde o temprano, acabará acompañando al Más Allá.
En esta ocasión y para moverse en nuestra dimensión, toma el cuerpo de Didi, una joven cuya familia acaba de morir. No se sabe exactamente quién o qué es: ¿Un simple cascarón para albergar su esencia? ¿Una chica auténtica imbuida con su espíritu? No parece tener ni pasado ni amigos que la recuerden, pero sus observaciones casuales revelan que es algo más que una simple chica mortal (“Como diría mi hermano mayor, algunas direcciones son inevitables”, en referencia a Destino; o “Mi hermana tiene ratas. Las quiere mucho”, recordando a Delirio).
Al poco de conocer a Sexton Furnival, un adolescente deprimido que pretende suicidarse, aparece Hettie la Loca, una anciana mendiga de 250 años de edad, personaje que había sido presentado en la serie de Sandman y que aquí es el resorte que pone en marcha la trama. Está buscando su corazón perdido –Gaiman no aclara a qué se refiere con ello ni para qué lo quiere– y Didi accede a encontrarlo.
Sexton se une a ella en la búsqueda porque la muchacha ha tocado algún resorte en su interior. Aunque piensa que está algo loca porque dice ser la encarnación de la Muerte, no tarda en sentirse intrigado y cautivado por la alegría e ilusión con la que saborea cada brizna de experiencia: respirar, comer un perrito caliente, conocer a gente nueva… Pasan juntos todo el día y viajan por Nueva York, encontrándose con diversos personajes (algunos de los cuales ya habíamos visto en Sandman como Hazel McNamara y su amante, la cantante Foxglove, en el arco argumental Juego a ser tú) y viviendo algunos episodios siniestros, como el secuestro por parte de El Ermitaño, un individuo que le roba el ankh a Muerte, tratando de hacerse con la llave de su poder.
Neil Gaiman es uno de los autores de Fantasía más originales de su generación, poseedor de una inmensa cultura, un estilo refinado y unas ideas originales, pero también muy irregular, sobre todo en lo que a los cómics se refiere. Algunas veces es capaz de imaginar historias que trascienden el medio y cautivan a generaciones de lectores; y otras, en cambio, da la impresión de que se contenta con ir acumulando páginas y páginas sin avanzar ni contar demasiado. Es mayormente en esta última categoría donde podríamos encuadrar esta miniserie.
Conforme discurren las páginas con un ritmo no muy acertado, uno se pregunta cuál es el propósito de Gaiman, hacia dónde quiere ir y si el significado estará oculto en algún tipo de oscuro simbolismo.
En el fondo, la historia trata sobre cómo Muerte enseña a un humano a apreciar la vida. Aunque esa es la esencia, la moraleja se expone de una forma sutil. Hasta cierto punto, todas las historias de Gaiman protagonizadas por Muerte versan sobre la belleza de la vida, pero esta miniserie no termina, como quizá podría esperarse, con Sexton alzando su rostro al cielo y abrazando el sol dispuesto a degustar las maravillas de la existencia. Su epifanía es más tenue: comprende lo que es la Vida. Mientras que al principio de la historia lo vemos redactando su nota de suicidio, al final, demuestra haber empezado a entender la naturaleza de la existencia y de su fin. “O sea, no he tenido mucha vida. Antes de conocerla, quería terminar con todo, pero ahora… Quizá sí que fuera la Muerte. O sea, sería genial que la Muerte fuera alguien, y no la nada, el dolor o la negrura. Y sería bueno que la Muerte pudiera ser alguien como Didi. Alguien divertido, amistoso y majo. Y tal vez un poco loco. Ojalá pudiera volver a verla. Ojalá no estuviera muerta. Pero si hay que morir antes… Bueno… Supongo que puedo esperar un poco”.
Sexton no experimenta una transformación radical en un individuo que a partir de ese momento va a empezar a disfrutar del presente. Pero acepta que la vida es una cosa y la muerte otra. Su breve experiencia compartida con Didi, el miedo que ha pasado, la perspectiva de morir, la forma que ella tenía de tratar a la gente o de disfrutar de los pequeños placeres del momento, le han dado una perspectiva más amplia que la que tenía encerrado en su pequeño apartamento regodeándose en sus insignificantes desgracias. Sexton madura y cambia, pero no de forma melodramática y no porque pase de ser un testigo pasivo y sumiso a un héroe de acción.
Por su parte, Didi está feliz de poder vivir, pero tampoco se lanza a besar bebés o revolcarse entre las flores. Gaiman mantiene la historia a un nivel emocional minimalista, dentro de parámetros cotidianos aunque introduciendo la fantasía y lo extraño por los márgenes de la realidad.
Sin embargo, El alto coste de la vida tiene ciertos problemas que lastran la historia. Es imposible no quedar seducido por el personaje de Muerte, esa chica atractiva pero no arrebatadora, con maquillaje gótico y expresión risueña. Hay algo reconfortante en la idea de saber que conoce a todo el mundo a fondo y a nadie juzga ni sermonea, y que, cuando llegue el momento, será ella quien nos dé la bienvenida. Ahora bien, más allá de ese concepto, las divagaciones seudoexistencialistas que el autor articula de forma más o menos sugerente a través de Muerte no son particularmente brillantes. Para una criatura que ha vivido millones de años, sus opiniones son poco menos que una colección de clichés y obviedades.
El personaje de Sexton Furnival, independientemente de que su evolución sea acertada, es una caricatura abofeteable del adolescente deprimido, cuyos deseos suicidas no resultan creíbles ni siquiera al principio, lo cual anula no sólo el suspense sino también la simpatía que pueda sentirse por él. Es evidente que Gaiman disfruta dando vida a Muerte (valga el juego de palabras), pero también que descuidó el adornarla con otras virtudes más allá de su atractivo físico y una adorable candidez y frescura. La historia no explora su personaje ni lo utiliza para avanzar hacia alguna revelación. Ni siquiera se saca partido al potencial de los otros dos crípticos intervinientes con sus respectivas y mal hiladas subtramas: Hettie la Loca y el Ermitaño, que se supone que tienen que añadir suspense, pero que al final resultan insustanciales. Otros, como Hazel y Foxglove, aparecen sólo de refilón, pero aun así resultan más sugerentes que el protagonista nominal, Sexton.
El dibujante de esta miniserie es Chris Bachalo, que había debutado profesionalmente precisamente en la serie Sandman un par de años antes. El estilo que encontramos aquí es uno transicional desde el barroquismo sucio y recargado hacia otro más geométrico, ordenado y limpio tanto en el dibujo de figuras como en la composición de página. Con un entintado a mitad de camino entre Jack Kirby y Windsor McCay, Mark Buckingham –antes de encontrar su propio estilo y el éxito con Fábulas– suaviza algo sus líneas, pero ya pueden verse en algunos detalles (las caras, la narrativa a base de viñetas pequeñas) que dominarían su estilo desde mediados a finales de los noventa del pasado siglo. Hay viñetas recargadas en exceso y la narración es a veces confusa y poco refinada.
Más que en la narrativa, donde el dúo artístico destaca es sobre todo en la representación de los personajes y los ambientes, dotándoles de un aire al tiempo banal y poético. Su Muerte es una de las mejores representaciones del personaje, transmitiendo perfectamente esa mezcla de dulzura, inocencia (ilusorias, claro; al fin y al cabo es el segundo ser más viejo del Universo), serena sabiduría y entusiasmo infantil por todo lo que le rodea. No se puede decir que el dibujo sea realista, pero sí consigue crear una atmósfera adecuada a mitad de camino entre el drama y la comedia que casa bien con una historia escasa en acontecimientos y abundante en diálogos.
Muerte: El alto coste de la vida es un cómic agradable de leer pero que se olvida tan rápido como se termina. Trabajo más disfrutable por su atmósfera y personajes que por su vaga trama, fue una oportunidad perdida que, afortunadamente, Neil Gaiman recuperaría en la segunda miniserie sobre el personaje, Lo mejor de tu vida.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.