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«Sandman: Vidas breves» (1992-1993), de Neil Gaiman y Jill Thompson

Los primeros cuatro años de la serie de Sandman siguieron una pauta bastante definida que puede resumirse de forma algo tosca con tres palabras: búsqueda–ayuda–miscelánea…y vuelta a empezar.

El primer arco argumental, Preludios y nocturnos, narraba la búsqueda emprendida por Morfeo para recuperar sus objetos de poder; el segundo, La casa de muñecas, se centraba básicamente en la historia de Rose Walker, siendo Morfeo quien interviene al final para ayudarla; y el tercero, País de sueños consistía en una serie de cuentos independientes que ayudaban a definir el papel y la sustancia del Reino del Sueño. Ese mismo ciclo se repite en el siguiente triplete de sagas: Estación de nieblas comienza con Sueño buscando a su antigua amante en el Infierno; Juego a ser tú volvía a centrarse en un personaje humano aunque vinculado al Sueño al que Morfeo ayuda al final; y Fábulas y reflejos ofrece de nuevo una selección de narraciones independientes sobre el universo creado por Gaiman.

Búsqueda–ayuda–miscelánea… por tanto, la siguiente saga, Vidas breves (septiembre de 1992-mayo de 1993), debe ser otra búsqueda, dando inicio a un nuevo ciclo para Sandman. Y lo es. Pero ahora que la serie ha traspasado su punto medio, ese ciclo empieza a acelerarse y comprimirse: Morfeo accede a ayudar a su hermana Delirio a buscar al hermano perdido, Destrucción. “Búsqueda” y “Ayuda” se fusionan en uno solo.

A diferencia de Juego a ser tú, Vidas breves ha ido perdiendo fuerza con el tiempo. Gaiman y Thompson ofrecen muchos momentos sugerentes, con las dosis precisas de emoción, humor y tragedia. Pero cuando esta saga se publicó por vez primera en la colección mensual, su auténtico interés residía en la búsqueda del hermano perdido de los Eternos, uno de los grandes misterios de la serie.

Antes de Vidas breves se sabía muy poco sobre Destrucción. Ni siquiera sus hermanos sabían por qué había renunciado a sus obligaciones y desaparecido sin dejar rastro. Averiguar su identidad, su personalidad y los motivos por los que se había atrevido a hacer algo tan impensable era lo verdaderamente fascinante de este arco argumental. Pero cuando se revisita la colección –algo que prácticamente todo el que la haya leído hará tarde o temprano– ese misterio ya resulta conocido, por lo que buena parte de su fuerza se disipa.

Una proporción quizá demasiado alta de las páginas se dedican a mostrar a la hiperactiva Delirio soltando incoherencias mientas su hermano Morfeo la ignora o le responde con solemne condescendencia. Esas escenas son tan abundantes en la saga que rozan la autoparodia.

Aparte de la crecientemente tediosa relación entre Delirio y Sueño, Gaiman y Thompson introducen algunos elementos que le dan algo de brillo a la lectura. Algunos son trágicos, porque resulta que Destrucción, cuando desapareció, dejó atrás una serie de “cortafuegos” para evitar ser encontrado y ello causa algunas muertes entre los compañeros de viaje de los dos Eternos inmersos en la búsqueda de su hermano. Además de suscitar algunas interesantes cuestiones, esas muertes a punto están de hacer que Sueño decida abandonar su autoimpuesta misión.

Cuando finalmente dan con él, el lector se encuentra con un Destrucción caracterizado como trasunto de yuppie reconvertido en artista bohemio. Como si fuera el heredero de un gran imperio bancario que ha abdicado de su trono para pintar paisajes y disfrutar de la paz de una solitaria isla griega en compañía de su perro parlante. Es un personaje lleno de energía e ilusión, y a diferencia de sus hermanos Eternos –quizá con la excepción de Muerte– feliz con la vida que lleva. Es el retrato perfecto de un jubilado joven y satisfecho.

Gaiman utiliza a Destrucción y su relación con sus dos hermanos Morfeo y Delirio para articular el significado filosófico subyacente de toda la colección. Destrucción hace un comentario sobre el papel que juegan los Eternos en el orden de las cosas: “Los Eternos sólo son modelos. Los Eternos son ideas. Los Eternos son funciones de ondas. Los Eternos son motivos que se repiten”. Él quería escapar de ese papel tan rígidamente delimitado; y, en el fondo, sabía que las cosas y los seres seguirían destruyéndose y siendo sustituidas por otras nuevas incluso aunque él, el guardián de ese concepto primigenio, ya no lo supervisara. Las ideas ya se habían puesto en marcha y funcionaban por sí solas. El propio universo cuidaría de sí mismo.

Frustrado por haber sido hallado, Destrucción le echa en cara a Morfeo su propio sentido de la responsabilidad. Al leer Sandman en su totalidad, resulta evidente que gran parte de toda la línea narrativa principal gira alrededor de la idea de la aceptación: la aceptación de la vida, de la muerte, de la realidad, de la fantasía… y también de la responsabilidad o el rechazo de la misma. Así, Gaiman establece un fuerte contraste entre los que aceptan sus deberes aunque no les gusten y aquellos que no. Basta pensar en quienes asumen la tarea de salvaguardar la misión y el nombre de Sandman mientras él se halla prisionero; y, en la actitud opuesta, Lucifer, que abandona el inframundo que le define pasando la responsabilidad a otro. Morfeo, por su parte, se pasa toda la colección tratando de recuperar y reconstruir su Reino del Sueño y, en último término, aceptando que su destino es ser reemplazado por una nueva encarnación de la idea que representa.

Morfeo es seguramente uno de los “héroes” del cómic más pasivos de toda la historia del medio, siempre reflexionando y reaccionando a lo que le ocurre, sirviendo de centro a las peripecias de otros personajes y luego esperando su muerte. Con todo, Gaiman consigue hacer de él un personaje sólido y relevante; y como Morfeo es el señor de la Imaginación, todas las historias son, en su fundamento más básico, parte de él.

Vidas breves es un arco argumental en el que Gaiman quiso hacer tres cosas: en primer lugar, poner a Delirio y Sueño en un coche y hacerlos interactuar con el mundo real (especialmente con aquellos individuos casi inmortales que aún recuerdan un tiempo en el que la magia era importante en la Tierra); segundo, revelar la naturaleza de Destrucción; y, por último, encarrilar la serie hacia lo que será su trágica conclusión. Y esto lo hace a través del personaje de Orfeo, el hijo de Sueño del que ya hablé en el arco argumental anterior, Fábulas y reflejos.

Y es que en Vidas breves Sandman mata a su hijo.

Cuando Eurídice murió, Orfeo suplicó a su tía, Muerte, que le otorgara la inmortalidad y poder así descender al inframundo de Hades para recuperar a su amada. Ese episodio se narra en “Orfeo”, el especial fuera de colección del que ya hablamos anteriormente. Las cosas no le fueron bien al joven, que acabó destrozado por las Furias. Incapaz de morir, todo lo que quedó de él fue su cabeza, custodiada con reverencia por generaciones de la misma familia de residentes de una olvidada isla del Egeo. Para encontrar a Destrucción, Sueño no tiene más remedio que acudir a lo que queda de su hijo –que ha conservado sus dotes de oráculo– y prometerle que acabará con su vida. Es un acto de piedad tanto como mantenerlo con vida habría supuesto uno de crueldad. Sueño acepta la responsabilidad derivada de sus actos en el pasado. Libera a su hijo, pero sabe que tal asesinato, aunque piadoso, tendrá consecuencias fatales para él.

Sueño ha madurado como personaje gracias a su interacción con el mundo y ése es el núcleo y sentido de Vidas breves. Ha aprendido a relacionarse con su hermana, arrepentirse de actos pasados, asumir las consecuencias de los mismos y enmendarlos aunque ello le cueste un alto precio.

Es de destacar también que a estas alturas de la colección, concretamente en el nº 47, ésta pasó a ser el primer y más importante título de un nuevo sello editorial que daría mucho que hablar en los años venideros: Vertigo. DC derivaría hacia éste aquellas colecciones –al principio de fantasía, expandiéndose posteriormente hacia el género negro o la ciencia ficción– de tono y temas adultos cuyo acomodo en el universo superheroico tradicional se estimaba más complicado. La popularidad de Sandman alimentó durante largo tiempo el catálogo de Vértigo incluso después de cancelar la colección en el nº 75, gracias a toda una serie de spin-offs como Los libros de la magia, The Dreaming, Lucifer, House of Secrets

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".