La edición recopilada de Las benévolas (febrero de 1994-julio de 1995) comienza con una historia corta dibujada por Kevin Nowlan. Fue publicada originalmente en el número 1 de la colección “Vertigo Jam”, y aunque efectivamente es un capítulo que encaja bien entre El fin de los mundos y Las benévolas, no es quizá la mejor forma de abrir lo que será la última saga protagonizada por Morfeo.
Gaiman y Nowlan son magníficos, cierto; y se trata una pequeña y agradable historia en la que algunas de las figuras más relevantes del Reino de Morfeo sirven de guía a un soñador despistado. Pero como la gran tragedia en trece actos que es, Las benévolas merecía un verdadero comienzo desde la primera página del volumen. No necesitaba amables prólogos narrados en un tono ligero muy diferente al que el lector iba a encontrar a continuación.
La primera página de Las benévolas propiamente dicha –saga dibujada en su totalidad por el inclasificable Marc Hempel– comienza con el primer plano de una hebra de hilo gris sostenida por una joven mujer vestida de negro. “¿Ya está lista? ¿Has terminado?” dice una voz fuera de plano. “Casi. Allá vamos”, contesta, y entonces nos damos cuenta de que la mujer joven no está simplemente sosteniendo la hebra, sino terminando de formar con ella una madeja. Esta viñeta, como más adelante el lector puede comprobar, es un inicio mucho más apropiado para la saga que el breve prólogo dibujado por Nowlan.
En esa primera página Gaiman y Hempel construyen un momento de anticipación y tensa calma, representando la madeja la historia ya contada y la hebra lo que está por venir (una metáfora de la función del escritor como tejedor de historias). La impaciente voz fuera de plano (“¿Ya esta lista? ¿Has terminado?”) bien podría ser un eco de los pensamientos de los fans dirigiéndose a Gaiman. En los años noventa, cuando la serie ya se aproximaba a su final, los últimos números no aparecieron de forma tan regular como los anteriores, lo que contribuyó a levantar expectación entre los aficionados acerca de lo que iba a ocurrir y la forma en que Morfeo moriría, algo que ya había sido anticipado, como vimos, en el último número de El fin de los mundos.
La coherencia y solidez de Las benévolas viene dada en buena medida por el hecho de contar con un solo dibujante, el ya mencionado Marc Hempel, cuyo personal y atrevido estilo define toda la saga y constituye uno de los mejores trabajos de su carrera. Por eso resulta cuando menos curioso que su dibujo no se asocie más a menudo con el personaje.
Los lectores tienden a pensar en Sandman de acuerdo a la forma con la que lo representaron Mike Dringenberg, Kelley Jones, Jill Thompson o incluso P. Craig Russell. En todas esas versiones, Sueño es una imagen delicada, con ojos oscuros y una actitud circunspecta y arrogante. El Morfeo que dibuja Hempel comparte esas características, pero es más un conjunto de formas y líneas angulosas que una figura perfectamente definida. Y esa es precisamente una de las virtudes del trabajo de Hempel en esta colección: su osada estilización, que consigue sin sacrificar la narratividad. Para él, lo primero es la claridad de la escena y sólo después el movimiento espacial de los personajes.
Además, sus viñetas están repletas de simbolismo, lo que otorga a la saga una cualidad onírica muy particular. La mayoría de los artistas tienden a reflejar lo onírico como una incorporeidad neblinosa o un surrealismo alocado. Hempel lo interpreta como siluetas recortadas contra fondos toscos o como primeros planos sobre los que se destacan imágenes de objetos relevantes. Su ritmo narrativo es poco convencional, con sus figuras encajadas de formas extrañas en las viñetas. Pero todo ello funciona perfectamente a la hora de capturar el espíritu y los conflictos de esta saga.
Las benévolas es quizá el arco de la colección más centrado en una sola historia. El resto de sagas tenían un carácter más lúdico, más exploratorio, herramientas que Gaiman utilizaba para ensayar nuevos aspectos del arte narrativo y mostrar todo aquello que él ama de los relatos del pasado. El fin de los mundos parecía alejarse algo de lo que ya empezaba a ser el estilo propio del guionista. En Las benévolas, Gaiman y sus colaboradores gráficos están menos interesados en explorar todos los posibles desvíos y recovecos de la historia que por relatar su principal línea argumental: las consecuencias que Morfeo debe afrontar por sus actos del pasado y como éste acude al presente para ajustar cuentas.
Claro que hay digresiones (de otra forma no sería una historia escrita por Gaiman), pero éstas se antojan más piezas de relojería que apartes para dar colorido. En otras palabras y añadiendo a la ecuación al mentor de Neil Gaiman, Alan Moore: Las benévolas es a los primeros números de Sandman lo que Watchmen es a La Cosa del Pantano. Toda la colección disfruta de un alto nivel, pero la última etapa es, sin perder vitalidad y poder de fascinación, más rotunda.
Es, también, un trabajo que no se puede entender plenamente sin haber leído los números precedentes, una historia de venganza y resignación inmensamente poderosa y cuidadosamente planificada que depende enteramente de los personajes y situaciones aparecidos en etapas anteriores de la colección. Las benévolas es una saga extraordinaria –aunque nunca ha figurado entre las preferidas por los fans–, pero a diferencia de otras (como Estación de nieblas o País de sueños, por ejemplo) no puede leerse independientemente del resto de la serie. Y, también, es el capítulo final de la colección de Sandman, puesto que el siguiente, El velatorio, funciona más como una especie de epílogo.
Dado que Las benévolas es una historia repleta de matices en la que confluyen muchos de los personajes que tuvieron relevancia en sagas anteriores, un análisis exhaustivo podría resultar tedioso incluso para los que hayan leído la serie completa. Me limitaré a subrayar un par de fragmentos que considero especialmente brillantes.
Por ejemplo, todo lo referente a Nuala, el hada que fue entregada como soborno/obsequio a Morfeo en Estación de nieblas. La joven había representado hasta este momento un papel secundario. Fuera del Reino de las Hadas, perdió su belleza y quedó reducida a lo que en realidad era: una chiquilla algo feúcha y desastrada. Vivía como huésped en el castillo de Sueño y, para mantenerse ocupada y sentirse útil, se dedicaba a limpiar el salón del trono. En Las benévolas, su hermano Cluracán se presenta para reclamar su regreso a casa. Morfeo da su permiso y le regala un colgante que puede usar, una sola vez, para pedir ayuda al Señor de los Sueños cuando en verdad la necesite.
Gaiman apoya buena parte de la tragedia que vendrá en esa promesa. Sin decir nunca expresamente por qué o cómo –aunque sí se puede ir deduciendo a partir de las pistas y detalles sembrados por toda la colección– Gaiman sugiere que Sueño ha experimentado un profundo cambio desde el momento en que consiguió liberarse de su cautiverio. Se sugiere que ofrece a Nuala ese don porque todavía se siente culpable por la forma en que en el pasado trató a las mujeres que amó y porque, pese a que no lo demuestra, siente un verdadero aprecio por ella. Pero hay otra razón para ese regalo: al hacer honor a su promesa y responder a la llamada de Nuala, se verá obligado a dejar su reino y caer presa de las fuerzas que quieren destruirlo. Él lo sabe, como también que su caída está ya escrita en el libro de Destino. El lector atento podrá entender todo esto sintetizado –y bellamente ilustrado por Hempel– en una sola escena entre Morfeo y Nuala.
Y luego está Lyta Hall, la antigua miembro de Infinity Inc, viuda de Hector Hall (uno de los antiguos Sandman), superheroina retirada y madre sobreprotectora de su hijo Daniel, que ya había aparecido varias veces anteriormente en la colección. En Las benévolas, Lyta no es el catalizador de los acontecimientos que culminarán con la muerte de la presente encarnación de Sueño, pero sí el arma del que se sirven terceras personas. Mentalmente desequilibrada tras la muerte de su marido (de la cual culpa erróneamente a Morfeo) y sumida en la locura tras el secuestro de su hijo (del cual, otra vez culpa equivocadamente a Sueño), inicia una cruzada de odio y venganza contra el reino de Morfeo aliándose con las Benévolas (las Furias de la mitología griega). El objetivo de todas esas féminas, aunque por motivos diferentes, es la destrucción de Morfeo.
Y lo consiguen. Pero no sin antes irrumpir en sus dominios y sembrar la muerte y la destrucción. Hempel dibuja esas escenas como si las estuviésemos contemplando desde el punto de vista de Lyta. Vemos a los habitantes del Reino del Sueño –personajes a los que hemos aprendido a apreciar y querer con el curso de los años– brutalmente asesinados por lo que parecen ser nuestras propias manos. Es una terrible sensación la de verse cómplices en tales acciones pero, como ocurre en cualquier pesadilla, no tenemos control sobre lo que sucede.
La historia, por supuesto, es bastante más compleja que todo esto. Tesalia, la bruja que conocimos en Juego a ser tú interviene en la trama de una forma más “íntima” de lo que hubiéramos podido suponer. Loki, a quien Morfeo liberó de su propio cautiverio al final de Estación de nieblas, y Puck, el malvado duende al servicio de Oberon que nos fuera presentado en “Sueño de una noche de verano” (Sandman nº 19, septiembre de 1990) son los verdaderos desencadenantes de toda la tragedia. Hay también otras motivaciones menos evidentes y una docena de personajes presentados en sagas anteriores que juegan un papel importante en la historia. Es el clímax más adecuado para todo ese gran universo de ficción que Gaiman había ido construyendo en Sandman desde el comienzo.
Después, Daniel, que ha madurado rápidamente gracias a la magia, asume el papel del nuevo Rey del Sueño. Morfeo, de esta manera, continúa viviendo aunque bajo una forma e identidad distintas. La historia termina con una reflexión sobre lo que se había dicho en el primer episodio de la saga –recordemos, publicado el segundo en la edición compilada–. Es la misma joven mujer, sosteniendo la misma hebra, pero ahora sabemos que es una de las Furias. Y a medida que termina de enrollar la madeja dando por concluida la historia–vida de Sandman, vuelve a estirar una nueva hebra comenzando así un nuevo relato–. Una voz fuera de encuadre dice: “Ya está. Para bien o para mal, se terminó”
Y así es… Excepto por El velatorio.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.