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«THX 1138» (1971), de George Lucas

Aunque hoy pueda parecer extraño, George Lucas fue considerado en su tiempo como el mayor talento cinematográfico de su generación. Sus compañeros de profesión en aquellos años del Nuevo Hollywood, entre finales de los sesenta y primeros setenta ‒Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, John Milius o Walter Murch, entre otros‒ le conocían de su paso por la escuela de cine de la Universidad de California del Sur, donde ya se había labrado fama de joven brillante aunque tímido. Durante su estancia allí, presentó varias obras al Festival Nacional de Películas de Estudiantes, impresionando a todo el mundo y ganando premios en cada categoría. Una de aquellas cintas, grabada como proyecto para el Departamento de Cámara de la escuela y con la que trabajó con soldados de la Marina y la Armada, se titulaba THX1138: 4EB (1967).

Estos avales le hicieron merecedor de una beca de seis meses en Warner Brothers, donde fue asignado a una película que estaba dirigiendo un Francis Ford Coppola de veintisiete años, El valle del arco iris (1968).

Ambos hicieron buenas migas y Coppola le contrató para realizar un documental sobre el rodaje de una de sus películas, Llueve sobre mi corazón (1969). El resultado, Filmmaker, recibió grandes alabanzas y todavía se considera uno de los mejores documentales de su época. Fue en ese periodo en el que surgió la idea de crear una productora independiente de los grandes estudios, American Zoetrope, con base en San Francisco, de la que Coppola sería el único accionista y presidente y Lucas el vicepresidente. El remake ampliado de aquel corto estudiantil (ahora retitulado Electronic Labyrinth para evitar confusiones), se convirtió en la primera producción en salir de la nueva factoría: THX 1138.

En el siglo XXV, los hombres llevan una vida estéril en una ciudad subterránea, sometidos a tranquilizantes y organizados en una perfecta sociedad consumista, controlada férreamente por las Corporaciones que están al mando y cuyo objetivo es mantener las cifras de productividad y consumo.

Todo el mundo viste igual, mantiene un aspecto andrógino y ha perdido el nombre, sustituido por códigos de letras y números. El amor está considerado “la perversión definitiva”, la actividad sexual es ilegal y se ha sublimado en la forma de un omnipresente sexo y sadismo a través de la holotelevisión. Los ciudadanos son vigilados y medicados para anular las emociones, y con ellas, los problemas a los que conducen. Las drogas condicionan el comportamiento individual y colectivo y se utiliza una policía robótica para mantener la ley

El operario de fábrica THX 1138 (Robert Duvall) se convierte en un criminal cuando su compañera de habitáculo, LUH 3417 (Maggie McOrmie), decide rebelarse y dejar de tomar drogas. Cambia también los tranquilizantes de THX, lo que les impele a mantener tórridas –y prohibidas‒ relaciones sexuales que desembocan en un embarazo. Apresados por su falta, ambos son encarcelados. Ella es ejecutada, pero THX, en compañía de otro prisionero, el programador ilegal SEN 5241 (Donald Pleasance), y un amistoso holograma (Don Pedro Colley), consiguen escapar. Perseguidos por un túnel por los mismos androides policiales que THX ayudaba a fabricar, éste logra emerger a la superficie, descubriendo así que la civilización que siempre ha conocido vive en realidad bajo tierra, y que más allá de sus límites existe todo un mundo de luz y color.

Para aquellos a quienes el nombre de George Lucas sólo les remita a la saga de Star Wars, será una sorpresa descubrir THX 1138, porque una y otra son ciencia ficción completamente diferente. Mientras que Star Wars (1977) fue una película pionera y muy influyente que creó un tipo de cine innovador, THX 1138 fue también y a su manera vanguardista como film de aspiraciones artísticas sin concesiones al espectador. Fue producido a comienzos de los setenta, cuando la ciencia ficción en el cine ya estaba dominada por futuros en los que la tecnología sobrepasaba y asfixiaba al ser humano. Películas como 2001: Una Odisea del espacio (1968) o La amenaza de Andrómeda (1971) definieron esa estética futurista de luz blanca, atmósfera antiséptica y lisas superficies inmaculadas.

Aquí, el apartado visual de Lucas se sitúa en el extremo de esa corriente, con un blanco omnipresente y sin sombras. La película fue rodada en el área de San Francisco ‒que era, como he mencionado, la base de operaciones de American Zoetrope‒ utilizando siempre que fue posible localizaciones auténticas y con un uso intensivo de la cámara en mano y el Techniscope, un sistema rápido y barato con el que se podía lograr el efecto de gran pantalla utilizando una cámara de lente normal.

Habida cuenta del ajustado presupuesto con el que contó, Lucas consiguió crear escenas muy sugerentes sin escapar del todo del realismo. Los apartamentos, fábricas, pasillos y túneles son espacios modernos, pero no irreconocibles como parte del mundo real. Los hombres están aplastados por el ‒valga la expresión‒ ordenado caos de pantallas de televisión parpadeantes y el parloteo de fondo de voces sin cuerpo. Hay una deliberada profusión de pautas geométricas que dan idea de artificialidad y orden: un conjunto de bancos de ordenadores colocados como fichas de dominó; pasillos de circuitos electrónicos perdiéndose en el horizonte; o la cabeza de THX emergiendo de una serie de cubículos idénticos. Está particularmente conseguida esa prisión localizada en una especie de vacío blanco sin formas, sombras ni perspectivas.

La película ofrece algunas imágenes inquietantes que transmiten absoluta despersonalización y ausencia de alma: anónimos controladores mirando monitores de televisión y/o haciendo comentarios con voces en off antes de, sin variar su tono, desconectar remotamente el sistema nervioso de algún desgraciado; o llevar a cabo pruebas de espasmos musculares, manipulando el cerebro de THX. Para las escenas de ternura, Lucas acerca el plano para detallar la textura de la piel, las caras y los cráneos afeitados de THX y LUH besándose y acariciándose, acentuando el contraste entre la calidez del cuerpo humano y la frialdad del blanco que siempre les rodea. La atmósfera opresiva venía realzada por la austera banda sonora del compositor argentino Lalo Schifrin.

También hay, en un segundo plano, un considerable sentido de humor negro: los constantes anuncios por megafonía dando ánimos para incrementar la producción y recordando lo mucho que ha mejorado la cifra de muertos en el último año; la visita a la iglesia electrónica de consumo, una cabina donde una voz preprogramada escucha la confesión de THX y conmina a comprar más y ser más feliz; o los robots cromados sin rostro que educadamente hablan a los prisioneros y que tienen que detener la persecución del protagonista cuando su presupuesto se agota.

Inspirada a partes iguales en la sociedad engañosamente satisfactoria de Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley y los mundos opresivos de 1984 (1949) de George Orwell y Fahrenheit 451 (1953) de Ray Bradbury, THX 1138 es una película sobre cómo encontrar la propia individualidad en el seno de un mundo automatizado e impersonal. El principal inconveniente de este mensaje es que THX jamás deja de ser un personaje pasivo y si desafía al sistema es por accidente, no por convicción ética. Al final de la historia, experimenta un gran descubrimiento (el último plano es de él frente a un gran ocaso, la primera luz natural que se ve en la película) que claramente tiene un valor simbólico, pero no emocional. En último término, es una conclusión ambigua por tanto el mundo al que “renace” THX parece tan vacío y desnudo como el que ha dejado atrás y cabe preguntarse si su victoria espiritual no será pírrica.

Lo que más sorprende al espectador joven de hoy en día que se acerca a esta película por primera vez es, sin duda, lo lejos que está de otros productos firmados por Lucas, como la serie de Star Wars, la de Indiana Jones o incluso, previa a éstas, el melodrama adolescente American Graffiti (1973). Las sagas mencionadas se apoyan en la acción, el sentido de lo maravilloso y el entretenimiento que suscitaron en Lucas los viejos seriales de los años treinta que él vio por televisión siendo un niño. American Graffiti, por otra parte, bebe de su adolescencia en California a finales de los cincuenta. Pero el nexo común a todas ellas es, en último término y aparte de ser productos bien pensados para su éxito comercial, la juventud de Lucas. En cambio e incluso en lo referente a su aspecto visual, THX 1138 parece dirigida por un realizador totalmente distinto al que le interesa el cine de envergadura artística y conceptual.

Es más, la visión futurista que se presenta en THX 1138 contradice de pleno la perspectiva heroica y noble que cultivaba la space opera de Star Wars. De hecho, la versión que se estrenó en cine incluía antes de los créditos un extracto de escenas del serial Buck Rogers (1939) con el fin de plantear un irónico contraste y lanzar una advertencia: el futuro no va a ser tan brillante como aquellas viejas ficciones nos hacían creer. Y efectivamente, el panorama que nos presenta THX 1138 es absolutamente indeseable, un entorno higienizado en el que la sociedad de consumo ha engullido las emociones, los sentimientos y la individualidad. La humanidad está en peligro de disolverse en la limpia perfección de la utopía creada por ella misma.

Star Wars, por el contrario, se desarrolla en un universo sucio y peligroso pero en el que el hombre ha puesto la tecnología en el lugar que le corresponde. Por ejemplo, los androides son compañeros serviciales y agradables, no policías implacables y sin sentimientos.

Tanto Star Wars como Buck Rogers celebraban un futuro antropocéntrico y maniqueo poblado de héroes que salvaban el universo y derrotaban a villanos claramente identificables como tales. En THX 1138, en cambio, la humanidad ha perdido no sólo su rumbo sino su misma identidad: todos tienen el mismo aspecto, con esos cráneos afeitados, atuendos idénticos y códigos en lugar de nombres. Es como si George Lucas, tras finalizarla, se hubiera quedado tan abrumado por su pesimista visión de un futuro sin salida, que después sintió la necesidad de refugiarse en la pureza de cuento de hadas de “una galaxia muy, muy lejana” con la que recuperar el sentido de la maravilla y la fe en la humanidad y la tecnología.

THX 1138 también es interesante por los nombres que aparecen en los créditos. Además de Lucas, encontramos a Coppola, un joven Robert Duvall y Donald Pleasance, que luego sería uno de los rostros más memorables de la saga Halloween. En cambio, Maggie McOmie, que había sido seleccionada entre más de doscientas actrices para el papel de LUH, decidió retirarse del cine y concentrarse en modestas producciones teatrales.

También está presente Hal Barwood, que más tarde coescribiría y produciría películas de género como El dragón del lago de fuego (1981) o Señal de alarma (1985), además de dirigir varios videojuegos de Indiana Jones para George Lucas. Como coguionista, figura Walter Murch, afamado montador y editor de sonido en películas como American Graffiti, El paciente inglés (1996), los tres títulos de El Padrino o Apocalypse Now (1979). De hecho, uno de los aspectos más apreciados de la película fue el diseño de sonido a cargo de Murch, quien en lugar de recurrir a una biblioteca de sonidos preexistente, se preocupó de grabar y trabajar con otros nuevos. El resultado fue tan satisfactorio que George Lucas acabaría nombrado a su sistema de sonido digital THX.

Lucas, para quien el rodaje había sido una experiencia muy estresante debido a la justeza de medios (parte de los efectos especiales hubieron de hacerse en un almacén), presupuesto y calendario (diez semanas) no quiso ceder ante las presiones del preocupado distribuidor de la película, Warner Bros, que la había encargado como parte de un lote de siete títulos a American Zoetrope, y que no veía en ella de ningún modo un producto comercial rentable.

En lugar de ello, Lucas se mantuvo firme, dispuesto a que su debut en la industria reflejara toda su visión artística, desde la banda sonora atonal al alienante diseño de sonido pasando por sus distantes personajes. Sin embargo, no pudo salirse con la suya y al final el estudio le arrebató la película y realizó un montaje ligeramente distinto manteniendo los derechos sobre el mismo. El resultado difícilmente pudo ser más decepcionante.

Aunque en el momento de su estreno THX 1138 obtuvo una buena recepción entre ciertos círculos de aficionados, en general se la criticó por tener un argumento aburrido y en exceso alargado, y su recorrido comercial fue muy mediocre, entre otras cosas por la pobre distribución que tuvo por parte de un estudio que tenía poca fe en la película. Tampoco el público respondió bien ante una historia difícil de seguir, que prima la forma sobre el fondo, rodada y montada de una forma experimental y con una estética tan fría como su alma. Su fracaso financiero, de hecho, a punto estuvo de llevar a la bancarrota a American Zoetrope, situación que sólo se revirtió con el triunfo al año siguiente de El Padrino.

Para colmo, y aunque el dinero no era su principal motivación, Lucas sólo recibió quince mil dólares por escribir y dirigir la película. La experiencia le sirvió, en primer lugar, para decidirse en lo sucesivo por proyectos más comerciales en los que, como he dicho, explotaba la nostalgia de su propio pasado –compartido, eso sí, por muchos otros de su generación‒; y, en segundo lugar, para no volver a ceder a terceros el control artístico y comercial ni los derechos de sus creaciones, lo que le llevaría a cortar sus lazos con American Zoetrope y crear en 1971, a los veintisiete años, Lucasfilm, con la que formaría una unidad de producción autosuficiente e independiente del sistema de estudios de Hollywood.

La ironía, claro, es que el imperio en el que se convertiría esa compañía gracias a la colosal fortuna que amasó, sobre todo gracias a Star Wars, acabaría expulsando de la industria a muchos otros cineastas independientes, un proceso agravado por su venta a Disney en 2012.

Como era de esperar, el arrollador éxito de Star Wars llevó a un reestreno de THX 1138, pero en esta ocasión su aspiración artística y estética deshumanizadora desconcertó y repelió a la nueva generación de fans de la ciencia ficción, ansiosos no de distopías sino de aventuras galácticas. En 2004, Lucas regresó a su opera prima con una versión en DVD que expandía algunas escenas con insertos digitales, pero la historia continúa siendo tan opaca como siempre.

THX 1138 es una de las películas de ciencia ficción que presentan un futuro más desalentador. Pero también un film de factura tan extraña que es un milagro que se le permitiera a Lucas rodarla y estrenarla, algo sólo explicable en el ambiente cinematográfico de la época del Nuevo Hollywood, en la que se favorecían los proyectos de autor y “artísticos” por encima de los productos de estudio.

No es este el film que convencerá a sus detractores de que Lucas es un buen director, pero aún así puede recomendarse su visionado a aquellos aficionados curiosos y abiertos a lo poco ortodoxo. Nunca deja de ser del todo un proyecto estudiantil con ganas de salirse de la norma y hacer algo experimental, pero con valores de producción más sofisticados. Es una película pesimista y carente de humor, con un argumento escaso, una estructura irregular, una afectación solemne y unos personajes inexpresivos y poco desarrollados –un defecto éste que Lucas nunca fue capaz de subsanar en su cine‒. El alabado diseño es ciertamente destacable, pero para la mayoría de los espectadores no constituirá una virtud suficiente como para sostener por sí solo todo el metraje.

Es, en resumen, una película extrañamente hipnótica y cerebral que deja poco espacio para la emoción, lo cual puede entenderse de dos maneras; como una ironía involuntaria dado el mensaje que pretende transmitir; o bien como el enfoque perfecto para la horrible sociedad que retrata.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".