Prosigue aquí la lucha de dos razas engendradas por los Celestiales: los pavorosos Desviantes, y los inmortales Eternos, una suerte de semidioses que vigilan el destino de nuestro planeta. Creados por Jack Kirby, los Eternos afrontan un nuevo comienzo gracias a la imaginación de Neil Gaiman.
Como quien dice, Gaiman hace borrón y cuenta nueva. De hecho, al comienzo de su relato, los Eternos viven desperdigados y amnésicos, ignorando su verdadero linaje.
Mark Curry, un estudiante de medicina que pierde el sueño en las Urgencias del Hospital Bellevue, es uno de ellos. Cuando el más inusual de sus pacientes, Ike Harris, le descubre la verdad, Curry no puede creer que tanto él como su interlocutor tengan millones de años y estén atados por un lazo cósmico.
¿Superpoderes? ¿Una existencia eterna de orden sobrenatural? La mentalidad científica de Curry se resiste a creer en todo ello hasta que la realidad, terca e inapelable, le va demostrando que los Eternos y los Desviantes son algo más que una ensoñación o un delirio.
Poco a poco, otros Eternos –Thena, Sersi, Zuras… – van recuperando la memoria, y los lectores asistimos a una peligrosa aventura en la que todo gira alrededor de una critatura celestial, El Durmiente, que está a punto de despertar en las afueras de San Francisco.
De forma oportuna, los siete números escritos por Gaiman vinculan el mundo de los Eternos con el universo Marvel gracias a la intervención de héroes como Iron Man, Chaqueta Amarilla y la Avispa.
A través de personajes como los citados, el guionista alude a la Civil War y a la Ley de Registro de Superhumanos, y con ello, este reinicio se amolda de forma razonable a los cánones que siguen otras series de la Casa de las Ideas.
En líneas generales, el guionista británico respeta las convenciones fijadas por Kirby en Los Eternos (julio de 1976 – enero de 1978). A mediados de los setenta, otros cómics Marvel solapaban mitología y ciencia-ficción. Este no fue un caso aparte, y a decir verdad, ni siquiera resultaba especialmente original en el contexto de la cultura popular de su tiempo.
Con una inventiva muy personal, Kirby fijó el perfil de los Eternos, los Desviantes y los Celestiales a partir de los libros de Erich von Däniken. Como saben, las estrafalarias teorías de Von Däniken proponían que las grandes civilizaciones de la antigüedad habían sido tuteladas por una casta de extraterrestres, a quienes los humanos consideraron sus dioses protectores.
Roy Thomas y Mark Gruenwald introdujeron a los Eternos en el Universo Marvel a través del personaje más adecuado para ello: Thor, otro dios que llegaba a nuestro mundo para equilibrar las fuerzas del bien y del mal.
En junio de 2006, cuando Neil Gaiman publicó el primer número de la serie limitada que nos ocupa, nadie tuvo dudas a la hora de elogiar las excelencias del dibujante John Romita, Jr., cuya labor en esta obra resulta muy notable.
Hay diversos motivos para que no existiera la misma unanimidad a la hora de valorar el guión, irregular y con evidentes altibajos. Por lo demás, esto es algo que suele ocurrir cuando un autor publica una creación magistral –The Sandman, en este caso–: la audiencia reclama que cualquier invención posterior tenga la misma calidad.
Con todo, pese a ciertos defectos y aunque no figure ni mucho menos entre lo mejor de Gaiman, Eternos tiene alicientes para despertar el interés de un buen número de aficionados.
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