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«Sandman: Cazadores de sueños» (1999), de Neil Gaiman y Yoshitaka Amano

En 1999, algunos años después de que Gaiman concluyera la historia de Morfeo, después de todos los epílogos e historias de Muerte, después de que Sueño uniera fuerzas con su homólogo enmascarado de la Golden Age, después de que el escritor se hubiera dedicado más a la literatura que al cómic alcanzando el éxito de crítica y público con libros como American Gods (2001), DC le pidió que volviera a Sandman con motivo de su décimo aniversario.

Inspirado por el folkore japonés que había descubierto mientras trabajaba en la adaptación al inglés de la película del Estudio Ghibli La Princesa Mononoke (1997), Gaiman contó que había decidido para esa especial ocasión recuperar una antigua historia de hadas, reformularla a su manera y ambientarla en el universo de Sandman.

Así, cogió las traducciones que de una vieja historia japonesa habían recopilado gente como el reverendo B.W. Ashton o Y.T. Ozaki, introdujo algunos elementos propios de la mitología de Sandman y escribió su propia versión en forma de un relato en prosa que vendría acompañado por unas maravillosas pinturas del ilustrador nipón Yoshitaka Amano. El resultado fue Sandman: Cazadores de sueños.

Pues bien, resulta que todo lo antedicho es falso.

Sí es cierto que Gaiman escribió una historia en prosa para el décimo aniversario de la colección. Y sí, también lo ilustró Yoshitaka Amano. Pero no se trató de una adaptación de una leyenda japonesa, sino de un relato totalmente original de Gaiman. Como un juego de metalenguaje o una broma al lector, citó en el epílogo de la obra unas supuestas fuentes para el relato que, en realidad, eran totalmente inventadas. El autor nunca esperó que esa ligera picardía fuera a tomarse en serio. “Cuando empezaron a llegar las peticiones de lectores y universidades que no habían podido encontrar los textos de referencia en los que yo había dicho inspirarme, aprendí que si escribes cosas en letra pequeña al final de un libro, todo el mundo se las cree sin cuestionarlas”, dice Gaiman, “Les expliqué a todos que me lo había inventado, y me disculpé”.

No fueron pocos entonces los que, creyendo a Gaiman, consideraron esta nueva entrega de Sandman como una obra menor, poco original y acomodaticia. Al fin y al cabo, en lugar de crear algo genuino y nuevo, había decidido recurrir a una leyenda tradicional, modificándola ligeramente para insertar sus propios personajes. Muchos, incluso, optaron por no aceptarla siquiera dentro del universo Sandman, como si se tratara de un producto de segunda mano.

Si se sabe de antemano que se trata de una historia totalmente nueva, la lectura se convierte en algo completamente diferente. Estamos ante la auténtica esencia del mejor Sandman, una miniatura que contiene y resume la esencia de toda la saga. Tras años de pulir su estilo, Gaiman ofrece un trabajo muy convincente en su falsa adaptación. Su prosa es más directa, con menos digresiones y juegos de palabras que en su etapa en la colección y tiene la justa apariencia de una traducción al inglés de un cuento popular japonés… que es exactamente lo que Gaiman pretendía. Así que no es de extrañar que tanta gente se tragara el anzuelo que el autor incluyó en su epílogo. Tal es la coherencia entre el fondo de la historia y la forma en que éste se expone.

Cazadores de sueños bien podría haberse incluido en cualquiera de las sagas de la colección compuestas de narraciones independientes. En esta ocasión la historia es considerablemente más larga y dividida en capítulos, pero como los cuentos incluidos en País de sueños, Fábulas y reflejos o El fin de los mundos, ésta es una historia sobre gente que anhela algo y cómo esos deseos terminan mezclándose con el mundo de Sueño.

Los personajes principales son un joven monje y una astuta zorra. Primero, la zorra desafía a un tejón para que expulse al humano del aislado templo en el que éste habita. Pero la zorra acaba enamorándose del inteligente y generoso monje. “Y esa”, escribe Gaiman al final del primer capítulo, “iba a ser la causa de muchas desgracias futuras. De muchas desgracias y desengaños y de un extraño viaje” Esas dos frases no sólo sirven de resumen para Cazadores de sueños, sino que bien podrían describir todo Sandman.

En el artículo dedicado a Vidas breves, cuando revisé la historia “Orfeo” publicada como un especial de la colección, mencioné que ese relato era una síntesis de toda la serie. Y aunque Orfeo no aparece en Cazadores de sueños, su drama personal también halla su reflejo aquí. Los protagonistas de ambas historias, tras perder a sus seres queridos, se internan en el mundo de los sueños intentando recuperarlos, pero ello sólo les trae una gran tristeza.

Así, de la misma forma que Orfeo –y como el propio Sandman en su serie–, el protagonista de Cazadores de sueños emprende un viaje para salvar a alguien que le importa. Orfeo entra en el Mundo de los Muertos para rescatar a Eurídice; Sueño marcha al Infierno para sacar de allí a Nada (y emprende un viaje por carretera con Delirio para encontrar a su hermano y, quizá, reunirse con una antigua amante); el joven monje de la historia que ahora nos ocupa se traslada a los dominios del Rey de los Sueños para resucitar a la zorra, que ha optado por recluirse allí a cambio de que el muchacho pueda seguir viviendo.

Es, por tanto, otra historia de sacrificio y obligaciones, de amor, honor y compromiso, ambientada en un mundo de fantasía sofisticada, arcanos y delgados velos entre realidades.

Al final, todos pagan un doloroso precio y nadie consigue realmente lo que desea…aunque obtienen, al menos temporalmente, algo de lo que habían reclamado. Es una fábula sin moraleja clara porque el clásico “ten cuidado con lo que deseas porque puede que lo consigas” tampoco le hace justicia. El cuervo se enfrenta al señor del Sueño sobre esto al concluir la historia. “Pero, ¿de qué sirvió?” inquirió el cuervo. “Aprendieron la lección”, dijo el pálido Rey. “Las cosas sucedieron como debían suceder. No percibo que mi atención fuera en vano”. Profundizando más tras esa respuesta poco satisfactoria, el cuervo vuelve a preguntar a su amo: “¿Y tú también has extraído alguna lección? Pero el pálido Rey prefirió no contestar y quedó envuelto en el silencio, contemplando el horizonte; pasado un rato, el cuero batió las alas con fuerza y se alejó por el cielo de los sueños. El Rey se quedó completamente solo”

¿Extrajo Morfeo alguna lección de esta historia que, a la postre, acabaría siendo tan parecida a la que él mismo tendría que vivir? ¿Afectaron el monje y la zorra que lo amaba a sus decisiones cuando le llegó el momento de ayudar a sus amadas y sacrificar su propia vida a cambio? La respuesta a estas preguntas depende de la interpretación que cada cual de a la serie del propio Sandman.

Sandman es un cómic muy difícil de resumir habida cuenta de su complejidad temática y argumental y la densidad de referencias culturales que contiene. Como en un sueño, se respetan pocas reglas: mezcla personajes históricos con mitológicos, seres de talla cuasidivina con gente ordinaria o animales inteligentes, la realidad con la fábula… Y, sin embargo y a pesar de toda esa heterogénea combinación de elementos, Sandman es un cómic que mantiene una inesperada unidad. En su centro no está Morfeo, sino Neil Gaiman, un autor cuya integridad, talento creativo, aguda percepción de la naturaleza de la realidad, profunda cultura, capacidad fabuladora e íntima comprensión del arte de narrar historias, ha hecho de Sandman un cómic atemporal que marcó un antes y un después en el género fantástico.

Con Sandman, Gaiman consiguió lo imposible. Siendo un autor prácticamente desconocido y con mínimas credenciales, aceptó un encargo poco prometedor para una serie nueva que no contaba con un protagonista famoso y que se alejaba de los parámetros temáticos y estéticos entonces en boga, se le asignaron inicialmente dibujantes de segunda línea y ni siquiera el departamento de publicidad de DC supo muy bien cómo vender aquel producto… Y, sin embargo, siguiendo su propio instinto, rechazando acogerse a modas o recurrir a lo fácil y seguro, supo hacer un verdadero cómic de autor, rompió moldes, abrió nuevos caminos, atrajo a un público heterogéneo que habitualmente no leía cómics, se convirtió en niño mimado de la cultura alternativa y los grandes medios de comunicación… Y todo ello a cuestas de un protagonista hosco, distante y escasamente heroico pero rodeado de un universo fascinante. Con Sandman, Gaiman llevó a su personaje y a sí mismo al Reino de los Sueños primero, y a la inmortalidad después.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".