Creada por Len Wein y Bernie Wrightson, la Cosa del Pantano había iniciado su andadura en el nº 92 de House of Secrets (julio de 1971). Gracias al prodigioso grafismo de Wrightson, aquella historieta venía a ser un elegante homenaje a los clásicos de la Universal, diseñado como un pastiche en el que todas las convenciones del género tenían cabida.
Alan Moore heredó La Cosa del Pantano cuando la serie estaba en horas bajas. Desde su primera aparición en House of Secrets había llovido mucho. Las referencias pop y las alusiones al panteón del terror clásico –características de Wein y de Wrightson– ya no tenían empuje, y una nueva generación no se veía reflejada en ellas.
En 1982, las cabezas pensantes de DC Comics supieron que Wes Craven iba a estrenar una adaptación del cómic. Para aprovechar el tirón publicitario de la película, se puso en marcha una nueva serie, Saga of the Swamp Thing, escrita por Martin Pasko. Atado por diversos compromisos televisivos, Pasko se vio obligado a dejar atrás al personaje, y Len Wein decidió dejarlo en manos del atrevido guionista británico Alan Moore.
Gracias al apoyo de la editora Karen Berger, Moore se sintió libre para dotar de una nueva mitología al personaje. De acuerdo con su interpretación, la trama original de Wein –según la cual, el doctor Alec Holland muta hasta convertirse en La Cosa– debía ceder paso a una idea más arriesgada: Holland muere, pero a partir de su identidad y de su memoria, nace un ser elemental, con rasgos propios y sin la esperanza de ser de nuevo humano, precisamente porque su esencia siempre fue vegetal.
Cualquiera que se acerque a esa etapa de Moore al frente de la serie (The Saga of the Swamp Thing, vol. 2, nº 20-64, enero de 1984-septiembre de 1987, y Swamp Thing Annual, vol. 2, nº 2, enero de 1985) podrá comprobar en qué medida el guionista reinventó la identidad de la criatura del pantano.
La Cosa, al igual que los Ents en la narrativa de Tolkien, es un ser íntimamente conectado con su ecosistema, esa comunidad verde del bayou que tiene su máxima expresión en el llamado Parlamento de los Árboles. Por otro lado, la saga de Moore incluye relatos que oscilan entre el suspense y el terror. Historias cuyo referente más obvio son los tebeos de EC, con el lector adulto como destinatario (Hablamos de una serie que dejó atrás la autocensura del Comics Code Authority).
Otro ingrediente que no conviene olvidar es la magia. Con sus ojos flameantes y sus músculos de corteza y musgo, La Cosa del Pantano acelera el ritmo de su existencia participando en aventuras en las que participan nigromantes y hechiceros, y en las que el esoterismo se convierte en un asunto cotidiano.
Ese último detalle, muy propio de la ficción gótica, tiene una explicación personal. El bueno de Alan Moore, además de ser un excelente escritor y uno de los pioneros a la hora de dar respetabilidad social al tebeo, es también una especie de hippie neopagano: un chamán y ocultista de vanguardia, miembro de ese grupo inclasificable que es The Moon and Serpent Grand Egyptian Theatre of Marvels, del que también forman parte los músicos Tim Perkins y David J. (el bajista de Bauhaus).
A partir de todos estos ingredientes –terror, cultura popular de la Louisiana, ecología, nigromancia…–, Moore diseñó la nueva Cosa del Pantano, y completó un ciclo que hoy es considerado una obra maestra del cómic y una de las narraciones más influyentes que ha brindado el medio a lo largo de su Historia.
Parte del mérito, dicho sea de paso, hay que atribuírselo a los ilustradores que acompañaron al barbudo guionista en su hazaña: en particular, Stephen R. Bissette, Rick Veitch y John Totleben, cuyo trabajo se enriqueció con las aportaciones de Ron Randall, Stan Woch y Alfredo Alcalá.
Suena a tópico, pero en este caso es cierto: nos hallamos ante un tebeo que no debe faltar en la biblioteca de ningún aficionado. Para comprobarlo, basta con leer la etapa más notable y seductora del personaje: aquella en la que se enfrenta a una conspiración de las fuerzas ocultas con la ayuda de ese encantador de fantasmas que responde al nombre de John Constantine, y que viene a ser un cruce entre mago, exorcista, detective y bohemio.
Moore –un tipo raro como él solo pero de una refinada inteligencia– comprendió que el cóctel de monstruos era, en efecto, el subgénero idóneo para relatar las aventuras de la Cosa del Pantano: una criatura prodigiosa, animada por la esencia verde de los pantanos de Louisiana.
Me imagino que la editora Karen Berger nunca celebró lo bastante la libertad creativa que concedió a Moore en esta serie. Como decía, todas las preferencias y obsesiones del creador británico se dan cita en estas páginas: desde el ocultismo hasta la ecología, pasando por el terror, la doctrina New Age, la poesía y el romanticismo gótico.
En cualquier caso, si hubiera que escoger una etiqueta para definir esta etapa de la serie, sin duda sería la del thriller sobrenatural. Una magia oscura impregna cada episodio. No es necesario recordar que Moore, con gran penetración psicológica, puebla su historia de vampiros, muertos vivientes, licántropos y demonios. Todo ello no sitúa en los márgenes del horror clásico, pero la intervención de John Constantine hace que cada historia adquiera un matiz esotérico.
Si solo fueran a leer una etapa de la serie, les recomendaría precisamente esta (The Saga of the Swamp Thing, nº 20-64), pues contiene las páginas más intensas y vibrantes de todas las que Moore dedicó a la Criatura. Lo cual equivale a decir que nos hallamos ante lo mejor de toda la historia del personaje.
Sinopsis
Tras un horrible accidente, el doctor Alec Holland se convirtió en la Cosa del Pantano, una criatura elemental que lucha contra la autodestrucción de un mundo dominado por la contaminación. En los años 80, inspirado por el trabajo de Len Wein y Bernie Wrightson, Alan Moore llevó a la Cosa del Pantano a un nivel nunca visto, gracias a su original enfoque narrativo. Sus guiones provocativos e innovadores, combinados con el arte de algunos de los mejores profesionales del medio, hicieron de Swamp Thing uno de los grandes cómics de finales del siglo XX.
En 1983, en su primer gran encargo al otro lado del Atlántico, el guionista de Watchmen y V de Vendetta revolucionó el mundo del cómic. Formando equipo creativo con los artistas Stephen Bissette y John Totleben, tomó el testigo de un personaje en vías de extinción y lo convirtió en un referente del suspense y del terror, sin renunciar al tono de misterio establecido por sus creadores, los tristemente fallecidos Len Wein y Bernie Wrightson.
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