En el estilo de Michael Zulli predomina la ambición pictórica, como si su trazo, a veces fugitivo, a veces febril y penetrante, estuviera pensado para la sala de exposiciones y no para rellenar esas viñetas que más de un crítico ‒ay‒ termina por valorar menos de lo que merecen.
De Zulli sabemos que es un excepcional ilustrador, ambicioso y original, cuya carrera en el mundo del tebeo tiene algo de irregular, seguramente porque su firma aparece en obras de lo más heterogéneo y sin el tipo de impacto comercial que asegura la fama.
A Neil Gaiman, como ya saben, le interesan los artistas como Zulli. Quizá por eso ha reclamado su presencia en distintos proyectos, incluido ese cómic inacabado e inencontrable, Sweeney Todd, que ambos editaron en forma de panfleto, en la sexta entrega de Taboo (Spiderbaby Grafix & Publications, 1992), aquel extraño proyecto de Stephen R. Bissette.
La relación entre ambos se prolongó a lo largo de uno de los tramos más introspectivos e inclasificables de The Sandman (me refiero, claro, a El velatorio) y asimismo en otra obra heterodoxa y desconcertante, La última tentación de Alice Cooper (1994).
Al volverlos a encontrar juntos este volumen, Criaturas de la noche, uno tiene la impresión de que comparten las mismas inquietudes, como si ambos esbozasen una sonrisa cada vez que se les ocurre una pesadilla en buenas condiciones. De hecho, Gaiman y Zulli parecen escuchar aquí las mismas campanadas nocturnas, los mismos lamentos y el mismo ruido de pasos por galerías en penumbra.
A la estética de Zulli ‒que a ratos, y salvando las distancias, me recuerda a versos sueltos como Barry Windsor-Smith‒ no le ha venido bien la moderna industria del cómic. Quizá por ello se ha visto abocado a la producción independiente, alejado de la primera fila. De ahí que Criaturas de la noche sea una obra destinada a lectores que le guardan lealtad al tebeo artístico, escrito con ambición literaria.
Los dos capítulos del volumen adaptan sendos relatos incluidos por Gaiman en su antología Humo y espejos (1998). El primero está protagonizado por un gato sobrenatural que interpela a un escritor insomne. El segundo, más logrado que el anterior, es un cuento victoriano típico, que a su vez evoca unos sucesos mágicos, ambientados en la Inglaterra rural, en torno al siglo XVIII.
No me imagino un equipo creativo más cohesionado que este dúo. Ambos ‒Gaiman y Zulli‒ nos brindan un perfecto pretexto para el ensueño y el escalofrío. Como verán, en estos tiempos, poco más se puede pedir.
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