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Thorgal: «La caída de Brek Zarith» (1984), de Van Hamme y Rosinski

Con La caída de Brek Zarith (La Chute de Brek Zarith, junio de 1984), sexto volumen de la colección de Thorgal, se cierra de forma épica la historia que comenzó en La galera negra y concluye lo que puede considerarse el primer gran ciclo de la serie. Aaricia se encuentra prisionera del rey de Brek Zarith, Shardar, cuyos depravados cortesanos conspiran contra él. Gracias a los hechizos de su brujo Helgith y a los poderes del hijo de Aaricia y Thorgal, Jolan, el rey conoce tanto las intrigas de sus súbditos como el avance de los vikingos de Jorund y el ejército reunido por Galathorn. Las profecías, sin embargo, le señalan a un hombre distinto como principal amenaza: Thorgal. Rescatar a Aaricia y derrocar al rey no es tarea fácil habida cuenta del lugar donde se halla enclavada la fortaleza: un saliente rocoso y elevado sobre el mar.

Volveré a comenzar alabando el excelente trabajo de Rosinski, empezando desde la misma portada y siguiendo por todas las planchas interiores, producto de un artista en plena posesión de su talento. La composición de página es mayormente sencilla y clásica (con alguna excepción, como la caída del desgraciado cortesano desde los acantilados, el descenso de Shardar a las entrañas de su castillo o las visiones conjuradas por su brujo), encadenando sólo entre cinco y siete viñetas por plancha, lo que resulta en una narración fluida en la que, sin embargo, cada escena está muy bien estudiada y ejecutada. El grado de detallismo tanto en escenas interiores como exteriores es sobresaliente y hay momentos en que la línea de Rosinski y sus efectos de textura e iluminación evocan los grabados de maestros como Gustavo Doré o Alberto Durero. El efectivo color, también aplicado por el dibujante, saca el máximo partido de los contrastes lumínicos, resaltando la atmósfera opresiva y amenazadora del interior de la fortaleza.

Aunque es cierto que La caída de Brek Zarith no es una historia tan valiente como Más allá de las sombras, sí es puro entretenimiento, abundante en giros y sorpresas y con un uso inteligente de los clichés del género de fantasía heroica: castillos inexpugnables en lugares aislados, cortes decadentes, pasadizos secretos, brujos, bellas mujeres en peligro, reyes crueles…).

Contemplando la trilogía en su conjunto, pueden resaltarse algunas particularidades, como que los personajes secundarios sean los mismos durante los tres álbumes (La galera negra, Más allá de las sombras y La caída de Brek Zarith), si bien no todos aparecen en cada una de las entregas por diversas consideraciones narrativas. Por ejemplo, Shardar es una presencia amenazadora en las dos primeras aventuras pero sólo lo vemos realmente en la última, descubriendo que, pese a la idea que uno podría haberse formado de él, se trata de un anciano decadente de aspecto bien poco impresionante. Pese a la degeneración que preside su corte (muy bien representada en unas escenas que parecen sacadas de un cuadro de El Bosco), Shardar es inteligente, meticuloso, despiadado y calculador, quizá el villano más peligroso de los que habían aparecido hasta el momento en la colección.

Por otra parte y como ya apunté más arriba, Van Hamme deja claro que el tiempo corre para Thorgal tanto como para el lector. Puede que siga su propio ritmo, pero el héroe envejece. Así, nos encontramos con que transcurrió un año entre La galera negra y Más allá de las sombras y quizá algo más de tiempo entre aquélla y La caída de Brek Zarith. Esto queda evidenciado por la presentación del hijo de Thorgal y Aaricia, Jolan, aquí un niño de unos tres años.

Más problemático va haciéndose, con el correr de los álbumes, encuadrar a esta colección en el género “histórico”, y no sólo por la inclusión de elementos fantásticos o de ciencia ficción. Inicialmente, se había presentado al personaje como integrado dentro de la cultura vikinga. Se menciona el año 1000, que más o menos coincide con el apogeo de los pueblos nórdicos en la Edad Media; y en el álbum que nos ocupa se utiliza un recurso, el de los espejos reflectores de luz solar para incendiar barcos a distancia, que se atribuye a los griegos en una batalla contra los romanos un milenio antes. Sin embargo, el “rigor” histórico empieza a desintegrarse en Los tres ancianos del País de Arán, cuya estética se asemeja ya más a la de un relato de fantasía heroica al uso: localización geográfica y temporal difusa y participación de personajes que por su atuendo pertenecen a momentos históricos muy diferentes. En La galera negra nos encontramos con unos galeotes esclavizados que bien podrían haberse extraído de Ben-Hur y en La caída de Brek Zarith nobles degenerados y fiestas que se dirían pertenecientes a la corte del rey Luis XIV.

Es la de Thorgal una Edad Media vaga y voluble a deseo de sus autores, que se permiten amoldarla a sus necesidades narrativas. Cuando la acción se circunscribe al mundo vikingo, se mantiene cierta fidelidad a la cultura y forma de vida de esos pueblos, pero cuando el personaje sale de sus dominios, lo que debería ser la Europa cristiana se transforma en un batiburrillo de apariencia feudal de baronías, señoríos y reinos poco coherentes que bien podrían pertenecer a cualquier obra de fantasía heroica. De hecho, resulta llamativo que no se mencione en absoluto la religión cristiana, ya totalmente extendida y asentada en la Europa de la Edad Media. Dado que Van Hamme es un autor de una gran cultura, esa omisión no es achacable a su ignorancia sino a una decisión consciente. Cualquier mención al cristianismo habría restado vida, protagonismo e impacto al rico mundo mitológico que de vez en cuando asoma en ciertos álbumes, un universo de dioses, trolls y criaturas extraídas del acervo cultural nórdico.

Los tres álbumes que componen esta trilogía son, por otra parte, muy diferentes. La acción en espacios abiertos domina La galera negra, mientras que Más allá de las sombras está empapado de una atmósfera mística. La caída de Brek Zarith regresa al género de la aventura, si bien ambientándose en espacios más claustrofóbicos y con un tono más desencantado (el breve discurso antimonárquico de Thorgal se antoja tan anacrónico como ingenuo). Esta última entrega ofrece también momentos memorables que se cuentan entre los mejores de la colección, como el de la apertura, con Shardar obligando a uno de sus nobles a saltar por el acantilado para emular a Icaro con unas alas que parecen sacadas del genio de Da Vinci; las mencionadas fiestas-orgías o la persecución por los pasadizos del subsuelo.

Van Hamme y Rosinski, con esta trilogía, consiguieron romper el molde hasta entonces seguido por la editorial Lombard y, con ello, aportar mayor profundidad, contenido y extension a las historias que deseaban contar. El límite de 46 páginas por álbum no había constituido un gran problema para autores de la generación anterior, como Charlier o Goscinny, en parte porque no tenían reparos a la hora de utilizar con profusion textos de apoyo, condensar escenas y sintetizar la acción. Pero ya desde los setenta, el cómic europeo empezó a cederle al dibujante más protagonismo a la hora de narrar las historias. Ese carácter más, digamos, cinematográfico, significaba también que el artista requería de mayor número de viñetas para desarrollar las escenas. Si ese cambio de paradigma no venía acompañado de un aumento en el número de páginas de cada aventura, ésta forzosamente sufriría un recorte en su peso y ofrecería menos entretenimiento (al menos en el sentido clásico del término en el ámbito del cómic, a saber, más tiempo de lectura).

Es cierto que otras editoriales francobelgas de corte tradicional, como Dargaud o Dupuis, hacía tiempo que permitían a sus autores prolongar ciertas aventuras durante varios álbumes. Ahí están los casos de, por ejemplo, Buck Danny o Blueberry, creando sagas de gran recorrido que cautivaban a sus lectores. Pero Lombard, que en otros aspectos no había tenido inconvenientes en innovar, se mostraba más inflexible a la hora de permitir que sus personajes continuaran sus peripecias de álbum en álbum. Ello supuso una severa limitación para personajes como Comanche, Bernard Prince o Ric Hochet, por nombrar solo unos pocos. El álbum debía exponer un planteamiento, un nudo y un desenlace en 46 páginas. Si se quería narrar una aventura de escala épica, este marco era inviable.

Por ello las primeras entregas de Thorgal son historias autoconclusivas con poco recorrido, satisfactorias en el entretenimiento que proporcionan pero escasas en cuanto a contenido y proyección. Con esta trilogía, sin embargo, Van Hamme ensaya un nuevo format en el que, teniendo cada entrega su propia estructura interna, forman todas ellas una auténtica epopeya aventurera que, gracias al talento de sus autores, no requiere de abundantes textos de apoyo y, en cambio, utiliza de forma muy inteligente las elipsis. Será un planteamiento este que, tras un par de álbumes de transición, los autores volverán a utilizar en la que será la gran saga de la colección, El País Qa (Le Pays Qâ, abril de 1986).

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".