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«Daredevil: Born Again» (1986), de Frank Miller y David Mazzucchelli

Frank Miller regresó a Marvel tras una ausencia de tres años, precisamente al héroe que le había lanzado al estrellato: Daredevil, en concreto con el número 219 (junio de 1985), un número autoconclusivo dibujado por John Buscema y Gerry Talaoc. Una magnífica reentrada que no tuvo continuidad inmediata, puesto que en ese momento era Denny O’Neil quien escribía regularmente la serie. Su retorno por la puerta grande hubo de esperar al término de la etapa de aquél, en el número 227 (enero de 1986).

Y lo hizo retomando al personaje justo donde lo había dejado, volviendo a recrear ese mundo de serie negra y con la intención, esta vez, de llevar las cosas a sus últimas y lógicas consecuencias en el curso de siete números que funcionan como una suerte de isla semiindependiente dentro de la colección. En ellos, sumió a Matt Murdock en un verdadero infierno, una travesía física y emocionalmente extenuante como ningún otro superhéroe antes había experimentado.

Miller quiso explorar en esta historia cómo podría reaccionar una persona esencialmente buena cuando se le arrebata todo lo que le hace ser quien es: su casa, sus bienes, su dinero, su reputación, sus amigos, su trabajo y, en último término, su dignidad y su cordura. Tras pasar su personal via crucis y despojado de todo excepto de lo más esencial, Murdock se ha transformado al final en una sombra del hombre que era, alguien satisfecho con su vida sencilla en el barrio de la Cocina del Infierno de Nueva York. Para Miller, esta debía ser la última historia de Matt Murdock como justiciero disfrazado.

En lugar de ocuparse él mismo del apartado gráfico, Miller se limitó a elaborar el guión y pasárselo al artista que ya venía dibujando la colección desde hacía dos años, un David Mazzucchelli que evolucionaba con cada número pero que se había mantenido hasta ese momento fuera del radar de los aficionados. Mazzucchelli había crecido leyendo los tebeos clásicos de Marvel dibujados por Kirby, Steranko, Colan o Romita, y aunque contempló la posibilidad de dedicarse a ello profesionalmente, sus intereses artísticos se ampliaron a otros campos y el cómic quedó algo arrinconado. Entró en la universidad para cursar Bellas Artes y se graduó en pintura. Estando allí y a través de su compañero de habitación, se reencontró con los cómics de superhéroes, concretamente con la primera etapa de Frank Miller en Daredevil e inevitablemente su interés por el medio y el género se reavivó.

Al terminar los estudios consiguió encargos en Marvel: Master of Kung-Fu, Indiana Jones, Star Wars… hasta que le ofrecieron el puesto de dibujante estable de Daredevil, ilustrando los guiones de Denny O’Neil a partir del número 206 (mayo de 1984). Por supuesto, no se lo pensó, aun cuando la colección atravesaba entonces uno de sus puntos más bajos, con historias erráticas y dibujantes torpes.

Durante los meses que siguieron, como decía sin llamar demasiado la atención y arrastrando –durante un tiempo– a Danny Bulanadi como entintador, Mazzucchelli fue mejorando paulatinamente en todos los frentes: el dibujo de figuras, la ambientación, la iluminación y el detalle. Y entonces, Denny O’Neil se marcha y Frank Miller regresa a Daredevil. De repente, todas las miradas se volvieron hacia el héroe ciego buscando una gran historia… y descubrieron además un gran dibujo.

El primer número, el 227, se abre con una de las escenas más impactantes jamás incluidas en un cómic de superhéroes. En ella reaparece tras una larguísima ausencia Karen Page, la antigua novia de Matt Murdock que había salido de su vida allá por 1972 después de que éste le revelase su identidad superheroica, pasando a ser personaje secundario de la colección del Motorista Fantasma. La última vez que se la vio había dejado al héroe por segunda vez para tratar de hacer carrera como actriz en Hollywood y nada hacía presagiar que no lo conseguiría. Pero ahora los lectores descubren que se ha convertido en una actriz porno y drogadicta, tan desesperada que vende a un criminal de poca monta el secreto de Matt por una dosis de heroína.

Esa información llega a oídos de Kingpin, que asesina a todos aquellos que también la conocen y luego pasa a demoler sistemáticamente el mundo de su archienemigo: arruina su reputación, el banco le embarga, el fisco le investiga, consigue que se le procese y se le expulse de la profesión, hace que su novia rompa con él… y por fin, la puñalada final: vuela su casa haciéndolo parecer un accidente.

Todos estos golpes los recibe un Matt Murdock ya al borde de una crisis nerviosa debido a los acontecimientos que se habían narrado inmediatamente antes en la colección (lo que no hace de esta etapa algo totalmente estanco del resto de la serie). Sin embargo, no se le escapa que toda esa cadena de acontecimientos es demasiado perfecta como para ser casual, y al final del número imagina quién se encuentra detrás de todo ello.

Mientras tanto, Miller va colocando en su lugar al resto de piezas de esta tragedia. Karen Page escapa a duras penas de los asesinos de Kingpin, Foggy inicia una relación sentimental con una antigua novia de Matt, la fotógrafa irlandesa Glori O’Breen, Ben Urich ofrece su ayuda al protagonista mientras que se nos muestra que el teniente Manolis ha colaborado por alguna razón en la conspiración contra Murdock. Todo ello, narrado con maestría por Mazzucchelli. La página 1 rezuma una asfixiante opresión y las páginas 2 y 3 son ejemplares muestras de sutileza y amenaza (realzadas por el coloreado granate de Christie Scheele). La plancha 12, que muestra a Daredevil saliendo de su apartamento, saltando y corriendo sobre unos cables en mitad de una tormenta de nieve es simplemente fantástica por su dinamismo y sentido del drama. En la siguiente página, el juego de miradas y contacto físico entre Foggy y Glori sugiere con delicadeza el inminente nacimiento de un romance. O la plancha 18, que muestra al Kingpin en su guarida como una araña acechando a su presa. Este capítulo deja claro, en definitiva, que Miller había vuelto a su personaje más querido en mejor forma que nunca y con el socio artístico idóneo.

El descenso a los infiernos de Matt Murdock continúa en el nº 228 (marzo de 1986), en el episodio adecuadamente titulado “Purgatorio”. Las primeras escenas en las que vemos aumentar la paranoia de Matt están muy bien concebidas y narradas y Frank Miller nos introduce en su trastornada mente de esa forma suya tan particular y que pocos autores pueden replicar. Viviendo ahora en una pensión infecta, el protagonista empieza a experimentar alucinaciones y delirios paranoicos relacionados con todos los que le rodean (aunque en el caso de su amigo Foggy, que está cortejando a su exnovia Glori, pueden estar justificados). Mientras tanto, en su rascacielos, Kingpin recibe informes de cada movimiento de Murdock, disfrutando inmensamente de su sufrimiento.

Otros personajes secundarios van asimismo avanzando en sus respectivas tramas. Karen Page, impulsada a medias por el arrepentimiento y a medias por el miedo a los asesinos de Kingpin, busca la forma de regresar a Nueva York y suplicar la ayuda de Matt. El periodista Ben Urich le solicita a su jefe, un inusualmente comedido y sensato J. Jonah Jameson, que le deje demostrar la inocencia de Murdock.

Al final, Matt se enfrenta personalmente a Kingpin en sus oficinas, pero en el estado en el que se encuentra no es rival para él, y resulta brutalmente derrotado, metido en un taxi cuyo conductor es asesinado para que parezca culpa suya y arrojado al fondo del río para que muera ahogado. Pero por primera vez, Kingpin comete un error. Cuando el taxi es descubierto y sacado del fondo del río, no hay cadáver en su interior.

En este segundo episodio, Mazzucchelli quizá no esté tan magistral como en el anterior, pero su dibujo y narrativa siguen estando a mucha distancia de sus colegas de Marvel y DC, ajustándose perfectamente al tono deprimente de la historia de Miller.

Casi se puede sentir el mal olor y el frío de la habitación en la que dormita Murdock, o las gélidas temperaturas de una Nueva York en invierno. A destacar el uso generoso de la sangre que hace en dos momentos clave de la historia: la pelea con los delincuentes en el vagón de metro y el combate entre Daredevil y Kingpin. La tinta roja se utiliza con gran efecto para ilustrar las lógicas consecuencias de semejantes enfrentamientos. Y es este un aspecto reseñable porque el Comics Code Authority prohibía expresamente mostrar sangre. Ciertamente, esa limitación se había aligerado algo ya en los setenta, en la época en la que Roy Thomas y Barry Smith habían salpicado con sangre algunas de las historias que ambos realizaron para Conan el Bárbaro. Pero entonces esa sangre se representaba con tinta negra y no roja, como es el caso aquí, resultando un efecto mucho más expresivo y violento.

Aunque el sello de aprobación del Comics Code Authority que se colocaba en la portada de todas las colecciones todavía seguía utilizándose en esos años por parte de las grandes editoriales, la extensión del mercado directo les permitió a éstas saltarse tal inclusión en aquellos cómics que se vendían exclusivamente en tiendas especializadas. Así, este número de Daredevil, con toda su violencia y sangre, no llevó tal sello en la portada. Burlar las normas del órgano censor acabaría siendo tan común y descarado en los años siguientes que éste perdería completamente el sentido.

Si bien los representantes de la industria y por supuesto los aficionados se mostraron encantados por la disolución del Comics Code Authority, lo cierto es que no todo fueron beneficios. Creado como una reacción a lo que se interpretó como un –discutible– exceso de ciertos editores de los años cincuenta, el Código fue instituido como un intento de vacunar a los cómics contra críticas ajenas al medio y de evitar la intervención del gobierno en forma de regulaciones sobre las que la industria no tendría ningún control. Y en este sentido, tuvo éxito. Sí, hubo que perder algo por el camino, sobre todo la posibilidad de introducir temas adultos en fondo y forma y llevar la carga durante décadas de que los cómics eran material para niños. Pero realmente, ¿se perdió tanto? Bueno, desde luego los cómics sangrientos de la EC –auténticas obras maestras en muchos casos–, pero seamos sinceros, ¿cuántos cómics verdaderamente adultos había antes de la instauración del Código? Pues, aparte de los cómics románticos de Kirby y Simon y algunos títulos bélicos, de terror y de suspense de la EC, ninguno. La inmensa mayoría de los que se venían publicando antes del Código habrían sobrevivido tras su aparición. Y tampoco es que proliferaran mucho tras la flexibilización de las normas censoras. Eran las mismas historias de siempre pero con más sangre, violencia y degradación, poco que ver con un enfoque adulto de una historia para adultos. Irónicamente, Marvel había demostrado en los sesenta y setenta que manteniéndose dentro del Código podían producirse cómics legibles por todo tipo de lectores y en los que se introducían temas adultos.

Dada la continua violación del Código que permitía la distribución exclusiva a través de tiendas especializadas, éste no tuvo más remedio que escudarse en la corrección política y aprobar apresuradamente una nueva liberalización (la anterior había tenido lugar en los setenta) que abría la puerta a representaciones explícitas y positivas de la homosexualidad, el sexo en general y la explotación del cuerpo femenino. Era la abdicación completa de sus poderes sobre la industria y, en un extraño e irónico giro del destino, acabó vendiendo sus derechos de propiedad intelectual al Comic-book Legal Defense Fund, una asociación que se había dedicado a defender a libreros acusados de saltarse el Código vendiendo cómics sin su sello de aprobación. Fue el final del comic-book tradicional. En 2001, Marvel se retiró completamente del Comics Code y DC y el resto de editoriales siguieron sus pasos en 2011, pero para entonces había tantos cómics que habían caído en el exceso que pocos lectores se dieron cuenta de ese cambio histórico.

El tercer episodio de la saga que nos ocupa, Daredevil nº 229 (abril de 1986), es uno de los pocos ejemplos de comic-books verdaderamente adultos de su época, ya que trata de explorar la auténtica esencia del protagonista, su alma podríamos decir. En este punto, Matt Murdock ha perdido todo aquello que le había acompañado desde su creación como personaje en 1964 y que, en cierto modo, había conformado su personalidad. Emocionalmente destrozado por todas esas pérdidas, Matt se convierte en un vagabundo medio loco. Conforme se desarrolla el argumento de este capítulo titulado “Paria”, Miller obliga al lector a acompañar al protagonista en su momento más bajo, aprendiendo a distinguir lo que es importante en la vida de lo que no. Aunque hay los esperables momentos de acción propios del género de superhéroes, sí que encontramos una lección que aprender, un enfoque maduro, un intento de transmitir algo más complejo y sutil que el simple concepto de la victoria del Bien sobre el Mal.

En Born Again la trayectoria de Matt Murdock corre paralela a la de Karen Page. El momento más bajo y humillante del primero coincide con el de la segunda, que se ha visto reducida a robar la limosna de los mendigos y prostituirse a cambio de droga y un pasaje a Estados Unidos. Son momentos muy crudos que habrían sido impensables ver en un cómic tan solo unos pocos años antes. El Comics Code ya había sido modificado en 1971, después de la publicación sin su aprobación de los números 96 al 98 de Amazing Spiderman, en los que Stan Lee abordó –de una forma un tanto naif– el tema de las drogas. Así, el órgano censor permitió utilizar (además de los vampiros y los hombres lobo) las drogas en las historias siempre que éstas se presentaran como algo nocivo. Miller se aprovechó de esa pequeña (o grande según se mire) liberalización en su primera etapa en Daredevil, y ahora daba un paso más allá.

En Daredevil nº 230 (mayo de 1986), titulado “Nacer otra vez”, las diferentes líneas narrativas planteadas en los números anteriores empiezan a confluir. Por un lado, Miller revela que la madre del protagonista no está muerta o huída como todos los lectores habían supuesto hasta entonces, sino que había optado por consagrar su vida a Dios, haciéndose monja en un refugio para desamparados al que llega a parar el desvalido Matt.

Bajo sus cuidados, el héroe descansa y se recupera física y emocionalmente. Mientras tanto, Karen Page, ya en Nueva York, trata de encontrar a Matt para avisarle de que su identidad secreta ha quedado expuesta. Para ello, contacta primero con Foggy Nelson en una escena de reencuentro magníficamente narrada por Mazzucchelli.

Kingpin está atormentado por la duda, cada vez más certeza, de que su enemigo aún vive. Foggy y Glori profundizan en su relación y Ben Urich, tras ser torturado por una enfermera a sueldo de Kingpin para que no continúe sus investigaciones, se recupera en su casa atormentado por su cobardía. En lugar de plantear en este episodio el esperado clímax, Miller sigue retorciendo a sus personajes: Urich es reprendido por J. Jonah Jameson y aleccionado sobre lo que significa ser periodista: “Hay cosas que un periodista debe saber. La primera, no dejar una historia por miedo. No mientras tengas el arma más poderosa del mundo a tu lado. Esta arma puede hacer caer alcaldes, puede derribar presidentes. Y hace años que intenta acabar con Kingpin, pero te necesita a ti para ello”.

Sin embargo, Urich está completamente aterrorizado y el lector no puede sino entenderle y simpatizar con su angustia. Sabe que le vigilan, que ha puesto a su esposa en peligro e incluso, en una escena sobrecogedora, le obligan a escuchar por teléfono como esa enfermera asesina al indefenso teniente Manolis, postrado en una cama tras una paliza: “A mi jefe le gustaría que escuchara esto, señor Urich”. Pero por fin, y simultáneamente al reencuentro de Karen y Foggy y la recuperación del héroe a manos de su madre, Urich encuentra el coraje para acometer su propio renacimiento, pronunciando el nombre que le han prohibido siquiera pensar: “Matt”.

El nivel de violencia, suspense, degradación y redención de este episodio alcanza niveles jamás antes vistos en el cómic de superhéroes. Miller mezcla con maestría todos los recursos y elementos del cine negro en una narración tan intensa y emocionante que ni siquiera su posterior reescritura del origen de Batman en Año Uno puede comparársele. Algo en el personaje de Matt Murdock le tocó profundamente, inspirándole no sólo artísticamente sino llevándole a incluir en la historia su propia educación religiosa, algo que otros autores hubieran encontrado embarazoso o polémico.

Efectivamente, la religión católica juega aquí un papel simbólico importante, empezando por los propios títulos de los episodios: “Apocalipsis”, “Purgatorio”, “Renacido”, “Salvado”, “Dios y patria”…), siguiendo por determinadas imágenes como la “Piedad” de su madre acogiéndole en la última plancha del número anterior o su recreación de un Cristo yaciente en la segunda página.

Pero más allá de la mera imaginería gráfica, el propio sustrato de la saga hace referencia a la mitología cristiana que habla de alcanzar la redención –el renacimiento– a través del dolor, el sufrimiento y la pérdida. El propio Murdock, se nos dice, es católico si bien no se especifica si practicante o no. En este sentido, Miller sigue y supera los pasos de Stan Lee, que rompió barreras similares cuando hizo que el Capitán América aludiera a Jesús o el Vigilante a Dios. Por desgracia, su ejemplo no ha sido seguido por autores posteriores, que han preferido limitarse a copiar su violencia y cinismo en lugar de su profundidad.

El trabajo de Mazzucchelli en Daredevil nº 231 (junio de 1986) selló su reputación como uno de los mejores dibujantes del género, asegurando que su posterior colaboración con Miller, la mencionada Batman: Año Uno (1987) constituiría todo un evento para los aficionados y la industria en general. Al mismo tiempo, esta última miniserie marcaría el abandono del artista de los cómics generalistas, optando en cambio por proyectos personales para el mercado independiente. Fue una decisión frustrante para muchos fans puesto que las obras que produciría en esa nueva etapa, aunque merecieron elogios por parte de la crítica, carecían de demasiado interés. Pero al menos en este número de Daredevil pudieron maravillarse de la evolución que había registrado Mazzucchelli en el curso de tan sólo un par de años y un puñado de cómics.

Dicho lo cual, hay algunas señales inquietantes de que esa evolución había sobrepasado ya su punto álgido, o quizá de que el dibujante empezaba a cansarse del género de superhéroes. Ya el número anterior contenía viñetas que parecían resueltas con apresuramiento y en este capítulo los detalles y el gran trabajo de iluminación que habían caracterizado páginas anteriores, brillan por su ausencia, con el resultado de que algunos personajes y objetos parecen flotar en el aire en lugar de estar de pie en el suelo o colgando de una pared. En escenas más tranquilas en las que los personajes charlan o caminan tranquilamente, se ven pocos detalles y las figuras se sugieren con un mínimo de trazos.

Esta suerte de preocupante involución demostraría ser sólo temporal, puesto que en su trabajo en Batman volveríamos a encontrarlo en plena forma. Además, esa tendencia al minimalismo parece encajar bien con el tono de este capítulo final de lo que es propiamente dicho Born Again.

Éste se abre con Kingpin viendo peligrar su puesto de líder del crimen, Matt poniéndose en forma física de nuevo y Urich contándole a la policía la verdad sobre la muerte del teniente Manolis. La enfermera asesina, Lois, se rebela contra sus jefes por querer enviarla fuera de la ciudad y trata de vengarse matando a Urich y su mujer, pero acaba enfrentándose a un enfurecido Matt Murdock. A partir de aquí, la trama se divide en dos. Por una parte, vemos a Karen y Foggy tratando de negociar con Paulo, el proxeneta de la primera; por otra, seguimos a Matt combatiendo a un maniaco homicida que viste su antiguo disfraz, un chiflado puesto en tarea por un Kingpin que trata de asesinar a Foggy y culpar a Daredevil. El clímax llega cuando el auténtico Daredevil derrota al falso, Paulo es tiroteado por los hombres de Kingpin y Karen se redime al estar dispuesta a sacrificar su vida por salvar la de Foggy. Sólo cuando desecha completamente la idea de que otro la salve, es cuando ella misma lo consigue. Por fin, Matt y Karen se reencuentran en una emotiva viñeta y Ben Urich jura encontrar al desaparecido Murdock. Un thriller de acción de alto octanaje en el que Miller vuelve a demostrar su inmenso talento.

La conclusión del número 231 podía haber sido efectivamente eso, un final, pero Miller debió pensar que había algunos cabos sueltos que necesitaban rematarse así que dedicó dos episodios más, el 232 (julio de 1986) y 233 (agosto de 1986) a continuar desafiando las normas del código censor con más violencia y abuso de drogas y demostrando ser uno de los autores más iconoclastas del género. Alan Moore tenía ya por entonces un nutrido grupo de seguidores en DC gracias a su trabajo en La Cosa del Pantano (Watchmen llegaría en septiembre de aquel año, sólo un mes después de que Miller terminara en Daredevil), pero sus historias eran esencialmente fantásticas, mientras que las de Miller estaban firmemente enraizadas en el mundo real, un microcosmos de delincuencia y corrupción que podría encontrarse en barrios de todas las ciudades americanas de cierto tamaño.

Películas como El cazador (1978) les dieron a los veteranos de Vietnam una reputación nefasta de gente inestable e incapaz de adaptarse a la vida civil. Es un estereotipo que Miller utilizó cuando en el número 231, titulado “Dios y patria”, presenta a Nuke (o “agente Simpson”), al servicio de un general corrupto que obedece las órdenes de Kingpin. Como el maniaco que habíamos visto en el episodio precedente, Nuke es un demente que se atiborra a pastillas y cuyas tendencias homicidas apenas pueden mantenerse bajo control. Mientras tanto, Ben Urich está visitando a la enfermera asesina en prisión cuando su acompañante y un guardia corrupto a sueldo de Kingpin la matan a sangre fría antes de volver las armas contra él y su guardaespaldas. Es una orgía de sangre y muerte de dos páginas y media, al término de la cual sólo Urich y Glori, que ha ido como fotógrafa del Bugle, han sobrevivido.

Cambio de escenario a la torre de cristal de Kingpin, donde éste manipula al paranoico Nuke con un discurso patriotero digno del peor neoconservador. Sediento de venganza, Kingpin lo empuja a un frenesí de muerte y destrucción en plena Hell’s Kitchen, el barrio de Daredevil. Entre otros muchos, a punto está de matar a Karen, que está en pleno proceso de desintoxicación de su adicción a la heroína. Miller remata el capítulo con un cliff-hanger que prepara el desenlace final de su etapa en el número siguiente.

El número final, el 233, comienza de forma frenética: nada menos que ocho páginas de acción continua, con explosiones, armamento pesado, helicópteros, incendios, muertes… el enfrentamiento entre Daredevil y Nuke deja Hell’s Kitchen convertida en una zona de guerra. La catástrofe acaba cuando aparecen los Vengadores y toman a Nuke bajo custodia (era la época de las Secret Wars y la Masacre Mutante y los personajes se cruzaban continuamente de colección en colección tratando de incrementar las ventas y vender juguetes).

Aunque el título de la colección es Daredevil, en esta ocasión el protagonista son tanto él como el Capitán América. Miller demuestra un conocimiento íntimo del vengador abanderado, lo que le motiva y da sentido a su vida (empatía que volvería a poner de manifiesto unos meses después en Batman: Año Uno). En solo unas líneas de diálogo, hace más por definir la esencia del Capitán que toda la verborrea que sus guionistas anteriores, incluido Stan Lee, le habían hecho pronunciar desde su creación.

Cuando Matt Murdock le pregunta al Capitán por qué se interesa por Nuke, éste le responde: “Viste la bandera”; y cuando aquél le replica que no se había dado cuenta (evidentemente, puesto que es ciego) y lo deja solo, el Capitán se recorta como una figura solitaria contra un sol poniente, acompañado de un cartucho de texto que recoge sus pensamientos: “No significa nada para ellos. Es sólo un trozo de tela. A veces me siento tan débil”. En sólo una viñeta, Miller definía perfectamente la solitaria vigilia del héroe en una nación que parecía sufrir de amnesia colectiva, olvidando los valores que la habían hecho grande.

Más tarde, ese sentimiento se refuerza cuando el Capitán se enfrenta al general responsable del comportamiento de Nuke. Tras ser felicitado por el militar por su lealtad, el Vengador toma la bandera en sus manos y responde: “No soy leal a nada, general… excepto al Sueño”. A lo largo de toda la historia, Miller mantiene una sombra de melancolía sobre el Capitán especialmente cuando el héroe recuerda y desmitifica sus propios orígenes, el horror de la Segunda Guerra Mundial, su lucha por aceptar el mundo moderno y, finalmente, su pérdida de confianza en el gobierno.

Sin embargo, Miller confía en el Sueño. Las instituciones pueden fallarnos, pero siempre habrá individuos que nos inspirarán. Efectivamente: en último término, el Capitán se mantiene fiel a sus ideales, sigue luchando, resistiendo la tentación de rendirse. Miller regala así al lector un final feliz en el que queda expuesta públicamente la relación entre la destrucción causada por Nuke y Kingpin, y Matt Murdock/Daredevil, renace como un hombre distinto: más feliz, más sereno, con mayor paz interior y seguro de su lugar en el mundo. Ha conseguido la mayor de las victorias: sobre sí mismo.

La viñeta-página final, con él y Karen paseando como cualquier pareja normal, cogidos de la mano, sonrientes, enamorados y confiados en el futuro, es un remate perfecto a una de las sagas más intensas del cómic de superhéroes. El texto que la acompaña es perfecto: “Me llamo Matt Murdock. Un accidente me dejó ciego. Mis demás sentidos están superdesarrollados. Vivo en la Cocina del Infierno e intento mantenerla limpia. No hace falta saber más”. Efectivamente, eso es todo lo que importa. Kingping, por supuesto, jamás podrá entenderlo. Cree que al privar a Matt de todo lo que tenía ha triunfado sobre él. Pero está equivocado.

Born Again es muy diferente de la mayoría de cómics de superhéroes y, al mismo tiempo, está totalmente asentado en el idioma propio del género. Murdock se pasa la mayor parte de la historia vestido de civil y la trama le da un peso muy fuerte a las peripecias de varios personajes secundarios no superheroicos (Foggy, Ben Urich, Karen Page, el teniente Manolis) asimilándose más a un drama urbano coral o una serie negra. Pero los temas de la redención y el renacimiento, en los que la honradez e ingenuidad fundamentales de Foggy Nelson y la nobleza mancillada del enclenque Ben Urich les sitúan a la altura de cualquier héroe con poderes… esto es pura sustancia del mejor comic-book de superhéroes

Born Again es una obra madura e intensa. Los temas que aborda son de calado, como el hundimiento espiritual y la redención, la venganza y el perdón, la corrupción institucional y la decencia. De hecho, uno de los principales núcleos de la historia es precisamente el de la corrupción a todos los niveles: Kingpin no es solamente un señor del crimen, sino dueño en la sombra de toda la ciudad a través de sus contactos e influencias.

En el mundo que retrata Miller, todos pueden ser sobornados o chantajeados. La propia ciudad necesita de la salvación y la redención tanto como el propio Daredevil: “Mira a toda esa gente. No les importa un pimiento”, acusa la fotógrafa Glori O’Breen a los viandantes que han contemplado impasibles cómo la asaltaban. Nuke es un símbolo de cómo puede corromperse el Sueño Americano y el propio dibujo de Mazzucchelli refleja continuamente la degeneración urbana.

El amplio reparto de personajes secundarios está muy bien construido y el argumento es complejo y penetrante, con varias líneas narrativas aparentemente independientes que luego van confluyendo. Teniendo en cuenta que a Miller se le da mejor la caracterización y la atmósfera que los entresijos de la trama, éste es uno de sus mejores trabajos. Los textos son punzantes y económicos (los mejores textos de la saga son frases breves pero contundentes, no largos diálogos o discursos) y el simbolismo religioso y patriótico, aunque quizá poco sutil sobre todo hacia el final, está en general bien integrado con el argumento.

Y, además de todo ello, Born Again es una obra ambiciosa, más incluso que el más famoso El regreso del Caballero Oscuro. Ésta no formaba parte de la continuidad oficial del personaje sino que era una miniserie autoconclusiva. La saga de Daredevil, en cambio, no lo es. Se halla totalmente integrada en la continuidad del personaje y la razón es que no puede entenderse sin el conocimiento previo del mismo.

La continuidad en los cómics tiende a discurrir en círculos. Incluso cuando se produce algún cambio anunciado como relevante y definitivo, el estatus quo acabará imponiéndose otra vez, como ejemplifican todas esas falsas muertes de personajes (el propio Miller no fue inmune a ello a la vista del regreso de Elektra). Pero en Born Again, el guionista introduce tantos cambios de calado que los autores que le sucedieron no pudieron pasarlos por alto. Puede que Karen Page no muera, pero a menos que quieras reiniciar todo el universo Marvel, en la continuidad oficial ella será a partir de este momento una antigua estrella porno y exyonqui; Kingpin no puede ya olvidar la identidad secreta de su enemigo; Matt se ha quedado sin casa, trabajo ni dinero, al menos temporalmente.

Es cierto que posteriores lecturas dejan entrever algunos fallos, sobre todo conforme la historia se aproxima a su final. El arco narrativo comprende el desplome vital de Daredevil y su renacimiento físico y emocional, pero ese renacimiento queda poco explicado. No está claro qué tipo de epifanía le libera de su paranoia y recompone los pedazos rotos de su mente. Es como si Miller se hubiera tomado sus metáforas religiosas demasiado literalmente, casi apuntando a una intervención divina que no casa demasiado con el corte realista de la saga.

Por otra parte, el lector espera con impaciencia el momento en el que Karen y Matt, por fin, se reúnan, la escena en la que la mujer decente atrapada en el cuerpo de una yonqui confiesa al buen hombre convertido en un desahuciado cómo le traicionó. Pero cuando ese momento llega… ¡sucede fuera de “cámara”! Es como si Miller se hubiera acobardado, inseguro acerca de cómo escribir una escena tan emocionalmente compleja. La subtrama con la monja plantea más preguntas que respuestas y el clímax –y esto es una apreciación personal– quizá debería haberse centrado más en el reencuentro de Matt y Karen que en una explosiva pelea y una intriga en la que tiene más papel el Capitán América que el héroe titular.

Sobre el trabajo de Mazzucchelli ya he ido comentado algo. Inspirado por el regreso de Miller y comprendiendo que su dibujo ha de cambiar para adaptarse a un nuevo estilo de guión, emprende un acelerado proceso de simplificación de la línea y la viñeta (el rostro de Urich, por ejemplo, acaba siendo casi una caricatura dramática). Para un cómic que rezuma violencia, sordidez y corrupción, debe abandonar el preciosismo por el que llevaba transitando en los números inmediatamente anteriores. Su trazo se hace más grueso (sin que ello afecte a la elegancia de sus figuras, la claridad de la composición y la acertada elección de perspectivas) y el entintado se “ensucia” de acuerdo con la aproximación realista a la historia y el ambiente urbano en el que ésta se desarrolla.

Mazzucchelli no está lastrado por el estilo comic-book de individuos superhumanos llenos de músculo –o grandes pechos– en spandex ajustado y forzando la pose y la expresión facial. Estamos básicamente ante una historia de género negro protagonizada por personas que se comportan de forma normal y eso exige un dibujante que sepa recrear escenas cotidianas con personajes cotidianos. Y Mazzucchelli pasa la prueba con sobresaliente. Por otra parte, su narrativa es impecable: sobria pero completa, sin caer en el exhibicionismo y siempre al servicio de la historia. Da igual lo “sucio” que sea su dibujo, lo que ocurre en la viñeta está siempre claro. Nunca antes ni, en mi opinión, después, gozó Miller de un colaborador a la misma altura que Mazzucchelli. Sienkiewicz (Daredevil: Amor y guerra, Elektra: Asesina) tiene un estilo tan peculiar que despierta tantos odios como amores; en cambio, las opiniones acerca de Mazzucchelli son unánimes: su trabajo es prácticamente redondo. En manos de otro dibujante, Born Again habría sido otra cosa y, casi con toda seguridad, peor.

Esta etapa de siete números recibió críticas clamorosas desde el principio de su publicación y, de hecho, está considerada como una de las mejores historias jamás publicadas del personaje. No sólo las ventas aumentaron como la espuma sino que el número 227 recibió el Premio Jack Kirby al Mejor Número y al Mejor Equipo Artístico.

Miller había planeado originalmente escribir dos números más de Daredevil tras la finalización de Born Again, episodios que habrían sido ilustrados por Walter Simonson –su primera opción, John Buscema, estaba demasiado atareado–. De hecho, Miller escribió el guión del primer número, titulado “The Devil´s Own”, que trataba sobre satanismo y en el que participaría el Doctor Extraño. Esta colaboración Miller/Simonson sería un thriller psicológico con tintes sobrenaturales que incluiría sexo y terror. Sin embargo, Simonson nunca llegó a dibujar ni una página porque el proyecto se puso en espera debido a las presiones del nuevo guionista de la serie regular, Steve Englehart, para empezar su etapa al comienzo del verano, que es tradicionalmente el mejor momento en cuanto a ventas. Al final y por razones en las que no me extenderé aquí, sólo escribió un número, el 237 (y ni siquiera aparece acreditado como tal, ocultándose bajo el seudónimo John Harkness) antes de que la colección pasara a manos de Ann Nocenti.

Aunque en ese momento no lo pareciera, Miller no le estaba haciendo ningún favor al género de superhéroes. Entonces, Born Again se percibió como la revitalización que exigía a gritos el género, pero faltaba la perspectiva que da el tiempo y nadie se percató entonces –era imposible– que esa visión violenta, cínica y pesimista de la figura del héroe (a pesar de su resurgimiento final) acabaría creando toda una escuela que se haría dominante en la industria. Con todo, Daredevil: Born Again está justificadamente considerada como la mejor historia del personaje y una de las obras más relevantes de la historia del cómic de superhéroes. Nada parecido se había hecho antes con un héroe. Y aunque muchos lo intentaron, nadie lo volvió a conseguir con el mismo grado de éxito.

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Sin City: Mataría por ella (1993-1994), de Frank Miller

Daredevil: El hombre sin miedo (1993), de Frank Miller, John Romita Jr y Al Williamson

300 (1998), de Frank Miller

Batman DK2: El Señor de la Noche contraataca (2001), de Frank Miller y Lynn Varley

All Star: Batman y Robin (2005-2008), de Frank Miller y Jim Lee

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".