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«Sin City: Mataría por ella» (1993-1994), de Frank Miller

Dwight McCarthy es un detective privado de Sin City. La mala suerte, las dudosas compañías y las pésimas decisiones que ha tomado en la vida le han degradado de periodista a fotógrafo de maridos infieles para casos de divorcio. No deja de ser una ironía dado que al propio Dwight lo abandonó su esposa Ava para casarse con un potentado local, Damien Lord; un golpe sentimental del que todavía no se ha repuesto. Ya desde el principio se apunta a su pasado turbio y un carácter explosivo que, unido a un alcoholismo siempre acechante, le ha metido en más de un problema y que ahora se esfuerza por mantener bajo control.

Sin embargo, su tóxica relación se reaviva cuando Ava lo llama y le cita en un bar de mala muerte para decirle que dejarle fue el peor error de su vida e insinuarle que su vida está en peligro, algo que parece tener visos de verdad cuando un gigantón negro, Manute, a sueldo de su marido, aparece para llevársela a casa educada pero firmemente. Dwight se cuela en la mansión de Lord, es capturado y apaleado por Manute por orden de su jefe, a quien Dwight considera ya un marido maltratador. Solo hace falta una visita más de Ava, esta vez con sexo incluido, para que Dwight pierda definitivamente la cabeza por ella y convenza a su colega Marv para que le acompañe a rescatarla. Pero esto es Sin City y las cosas ni son lo que parecen ni salen como estaba previsto.

Precisamente la aparición de Marv después de haberlo visto morir ejecutado en la primera parte, El duro adiós, nos da la pista de que este universo que Miller va creando entrega tras entrega no es cronológicamente lineal. Una lectura más atenta nos revelará en Mataría por ella (A Dame to Kill For, noviembre de 1993-mayo de 1994) detalles, personajes y escenas que ya habíamos visto en El duro adiós –narradas, eso sí, desde otro ángulo–. Es una técnica esta, la de insertar hilos de unas historias en otras, que Miller seguirá utilizando para el resto de miniseries de Sin City.

Volvemos a encontrar aquí la violencia dirigida contra las mujeres, que, a su vez, son representadas bien como víctimas de los hombres bien como una suerte de mantis religiosas que odian al género masculino. La mayoría de los personajes que pueblan Sin City son violentos, incluso aquellos que podrían ser asimilados al rol de héroes. Y no dudan en agredir a las mujeres física y psicológicamente. En el segundo número, por ejemplo, Dwight pega a Ava para, acto seguido, mantener una tórrida relación sexual con ella. Ese comportamiento hostil hacia las mujeres refleja una ira interior que se manifiesta en la incapacidad de controlar los impulsos o expresiones afectivas, estallidos tras los cuales viene el remordimiento.

Pero la que parecía ser la víctima, resulta no serlo. Todo responde a un plan de Ava para manipular a Dwight y hacer que mate a su rico marido, convirtiéndola a ella en heredera y librándose a continuación y expeditivamente de su involuntario cómplice. Miller hace de Ava el prototipo extremo de la mujer fatal: controla y subyuga a todos los hombres que se cruzan en su camino, los utiliza y los odia hasta límites patológicos: “¡Yo mando aquí!… ¡Dios, he esperado años para poder decirlo, años! Noche tras noche abierta de piernas, suspirando como se supone, mientras Damien hacía lo que hacéis los hombres. Esperé y planeé el momento en que pudiera tenerlo todo”. No es de extrañar que, retratada de este modo, su violento final le resulte al lector de lo mas satisfactorio.

Esta forma de retratar a las mujeres hace de esta obra algo más escabroso todavía que la violencia explícita en forma de palizas o tiroteos. Como ya sucedía en la primera parte, Miller crea un universo criminal en el que buena parte de la violencia es de género, y en el que los hombres se comportan o bien como si tuvieran algún tipo de derecho de propiedad sobre a las mujeres (como es el caso del grimoso individuo del comienzo, dispuesto a asesinar a su amante; o Dwight sobre Ava), o bien como si fueran peleles manejados por ellas (es el caso de Dwight, Manute, Damien Lord o el teniente Mort, todos ellos a los pies de Ava).

Por su parte, las mujeres encajan siempre en una de tres categorías: víctima (Nancy, Shellie), damiselas en peligro a las que salvan los hombres; mujer fatal (Ava); o las prostitutas del Barrio Viejo, que son retratadas como féminas fuertes que se defienden colectivamente pero que, a la postre, o bien son poco menos que robots (la ninja asesina Mijo) o bien su fachada de mujer dura y autosuficiente se resquebraja cuando aparece el Hombre (Gail).

En el fondo, lo que plantea Miller en esta miniserie (y en buena medida en el resto de las que componen Sin City) es una idea perversa y tóxica de la masculinidad en virtud de la cual los hombres no aceptan el rechazo de las mujeres y creen que las vidas de éstas valen menos que las propias o que sus secretos.

Podría pensarse que esta aproximación tan machista es la adecuada al tono pulp y de todo punto excesivo de Sin City, si no fuera porque Miller ya había dado muestras de ese ramalazo misógino creando personajes como Elektra (la fría asesina ninja con la que Daredevil mantiene una turbia relación), Catwoman (retratada como prostituta especializada en sadomaso en Batman: Año Uno), Vanessa Fisk (por la que Kingpin haría cualquier cosa), Cheryl (la mujer-víctima de Daredevil: Amor y guerra)… También es cierto que hasta cierto punto, Miller, compensó esas carencias con la creación de Martha Washington en la miniserie Give Me Liberty.

Aunque violenta y retorcida, esta segunda entrega del universo Sin City no tiene la misma visceralidad, el mismo deseo de impactar al lector. La historia tiene una lectura ágil –Miller es demasiado buen narrador como para fallar en eso– pero su uso del sexo es en exceso gratuito.

Tampoco el arte de Miller está a la altura de la primera parte. Seguimos encontrando los absorbentes contrastes de luz y sombra y los mismos efectos para representar la violencia, pero mientras que El duro adiós acabó evolucionando hasta lo que parecían pictogramas muy sencillos, aquí el dibujo contiene un mayor grado de detalle y se apoya sobre todo en una línea rota, feísta y sucia que no puede sacar tanto partido a la belleza de la simplicidad.

Mataría por ella no es una de las obras imprescindibles de Miller. Aunque entretenida e incluso emocionante y brillante a ratos, también es lineal y predecible. Le falta la intensidad de El duro adiós, quizá porque Dwight, apuesto, inteligente y con recursos, no llega a caer en ningún momento simpático. Desde luego, no hace olvidar el drama por el que había atravesado el excesivo, grotesco y mucho más antiheroico Marv. Por otra parte, es discutible que la premisa y la historia que de ella se deriva sostengan una miniserie de seis números, algo que se hace patente en una conclusión que se alarga más de lo necesario.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".