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Pinacoteca canora (II): Ermonela Jaho

En la temporada 2010-2011 la Royal Opera londinense llevó a escena el Trittico pucciniano. Una onerosa tarea menos por la duración de la trilogía (tres horas de música más los dos imperativos descansos) que por la necesidad de reunir tres equipos vocales de triple calidad.

Bajo la experta batuta de Antonio Pappano, afecta  a la obra del luqués, y la conseguida realización escénica (por esta vez) de Richard Jones, el  espectáculo fue un enorme y merecidísimo éxito.

El papel principal de la parte lírica y central del trio, Suor Angelica, estaba previsto para Angela Gheorghiu, pero la soprano rumana se dio de baja con tiempo suficiente para elegir a una sustituta. Esta fue la albanesa Ermonela Jaho, hasta entonces muy activa en escenarios de diferente consideración y con un repertorio variopinto francés e italiano: la Stuarda y la Bolena, Micaela, Marguerite, Manon, Mireille y Thaïs, Zazà,  además de algunas heroínas de Haendel y Mozart. Sin faltar, premonitoriamente, algunas entidades puccinianos como Mimì o Manon Lescaut. O sea, en términos vocales, partes para sopranos líricas con algunos deslices hacia la coloratura.

Su interpretación londinense de la monjita suicida fue un inmenso triunfo, consecuencia de unas cualidades vocales, musicales y escénicas de soberana plasmación, de esas que  se instalan en los recuerdos y se convierten en referencias intemporales. El estruendoso aplauso recibido fue una mezcla de generosidad y de catarsis por parte de un público, que al mismo tiempo se relajaba de una tensión que la intérprete le había transmitido con su hipnótica actuación. La filmación del espectáculo lo testificó para siempre.

La Jaho había entendidó muy bien la desacralización planteada por el regista, ya que en su concepto desaparecen las monjas (son enfermeras de un hospital infantil) ni milagro final con aparición de la Virgen. De hecho, su extraordinario trabajo, en un escenario de primera categoría, supuso su definitivo despegue profesional. Probablemente, en agradecimiento, en un lugar destacado de su hogar figure una foto de la Gheorghiu como recuerdo por la oportunidad brindada.

La Jaho es ya conocida por el público español como la Valéry (infalible caballo de batalla), Desdemona o Liù, fue fichada por Opera Rara para grabar la versión original de la primera ópera pucciniana: Le Willis, estrenada en el Verme de Milán en mayo de 1884. Partitura de una sencillez arrogante que obligó al músico, ahora denominada Le Villi, a adornarla con dos arias bellísimas para soprano y tenor, reestrenándola en diciembre de ese mismo año en el Regio de Turín. La grabación de Opera Rara (que tanto hace a favor del repertorio italiano del Ochocientos), acertadamente, en apéndice incluyó tan importantes añadidos.

La cantante albanesa a quien el discófilo más pertinaz ya conocía por una Sapho de Massenet en el Festival de Wexford, necesitaba urgentemente un disco dedicado a ella en solitario. Y he ahí que la oportunidad vino, de nuevo, gracias a Opera Rara.

En este cedé Jaho hace un homenaje a Rosina Storchio, cantante veneciana que vivió entre 1876 y 1945. Fue intérprete favorita de la Joven Escuela Italiana, también conocida como Verismo, lo que equivale  a decir que la admiraron  Leoncavallo y Giordano, de quienes estrenó, respectivamente Zazà en 1900 y Stephana de Siberia  en 1903, con Giovanni Zenatello y Giuseppe de Luca. Entre medias y en esta compañía masculina tenoril y baritonal, fue en 1904 la primera  Butterfly de Puccini, que no se resistió a su poderoso influjo en el estreno fallido de la Scala milanesa. Con una humildad impropia de su categoría y condición profesional, Storchio llegó a sentirse responsable de tan sonado fiasco.

En 1897 la Storchio había sido también una de las primeras intérpretes de  La Bohème de Leoncavallo, dejando constancia registrada, como Mimì, de uno de sus destacados fragmentos: Mimì Pinson la biondinnetta..

Una voz lirico ligera de cristalino, luminoso y fresco timbre que no es asociable al de la de Jaho, de colorido y anchura diferentes, pero que tienen en común una infalible y directa expresividad, basada en la minuciosa atención al texto literario sin detrimento del necesario desarrollo melódico. Dos sopranos, en suma, merecedoras del calificativo de cantantes-actrices, condiciones ineludibles para el repertorio que transitaron.

Volviendo al disco de la Jaho, la cantante da cuenta de la mayoría de los personajes que llevó a escena su colega pretérita, excepto Norina, Amina y Rosina, centrándose en aquellos a los que la Storchio merece estar más asociada, cuales Zaza, Lodoletta y la Sapho de Massenet, que ella diera a conocer en Italia. La Strochio y la Jaho compartieron también un físico muy favorecedor.

La grabación de Ermonela Jaho se realizó en Valencia, en noviembre de 2019, contando con la Orquesta de su Comunitat, prueba del prestigio adquirido por la agrupación formada por Lorin Maazel y Zubin Mehta. Dirige un joven y ya respetado Andrea Battistoni que, como es preceptivo en este tipo de ediciones, se puso al servicio de la solista sin perder por ello destacarse como batuta.

Se inicia con Un bel dì vedremo de Butterfly y finaliza con Con onor muore, reflejo de los dos extremos estados de ánimo de la japonesa pucciniana: la esperanza y la decepción. En medio, varias heroínas motivadas por diversos y a veces contrastados sentimientos: el terror onírico de desgraciada Iris, la amargura y la renuncia de Sapho, la locura de Margherita (Boito), la insegura situación sentimental de Lodoletta, la ternura melancólica de Manon, el amor incondicional de Stephana, el agónico desamparo de Violetta Valéry, el candor de Suzel, la resignada despedida de Wally, sin olvidar la canción Mimì Pinson, compartida discográficamente con Storchio.

Como si en el registro la intérprete siguiera un hilo dramático conductor, desde un inicio optimista a un desenlace fatal. Lecturas donde la música y el drama se intercambian por medio de una artista inteligente y sensible, siempre en un tono de comedido concepto, no exento, sin embargo, de una intencionalidad clara, en base a un cuidado hacia el texto, nunca borroso o confuso. Una voz que, instrumentalmente, se desliza sin problemas por todas esas diferentes tesituras, a menudo centrales, recurriendo, cuando es conveniente, a unos mórbidos pianissimi que son ya una poderosa, irresistible marca de la casa.

Rosina Storchio rodó en 1917 un filme mudo, Come morì Butterfly, dirigido por Emilio Graziani Walter sobre un argumento de Giuseppe Adami quien, se recuerda, fue libretista pucciniano de La Rondine, Il tabarro y Turandot. Ermonela Jaho, activa en la ´época de la imagen, ha tenido más suerte con las captaciones en vivo, de momento, de dos lecturas videográicas de La Traviata, además de una extraordinaria Madama Butterfly y  la ya citada Suor Angelica.

Completando algunos datos biográficos de la cantante homenajeada, Strochio en su vida privada parece que no consiguió una equivalente  plenitud que la disfrutada en el ámbito profesional. Mantuvo una tormentosa relación (no podía ser de otra índole) con Arturo Toscanini, a la que se opuso enérgicamente la esposa del director, más tolerante con otros deslices sentimentales suyos. Fruto de tal relación fue el nacimiento de un hijo gravemente disminuido, al que la cantante cuidó con cariñoso esmero hasta la temprana muerte. Seguidamente, se hizo monja terciaria franciscana y prestó servicios de ayuda en una institución milanesa dedicada a la atención de niños con deficiencias físicas y mentales. A esta institución finalmente legaría su herencia. Por este lado, sin duda, las similitudes de Jaho con Storchio son diametralmente opuestas.

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Fernando Fraga

Es uno de los estudiosos de la ópera más destacados de nuestro país. Desde 1980 se dedica al mundo de la música como crítico y conferenciante.
Tres años después comenzó a colaborar en Radio Clásica de Radio Nacional de España. Sus críticas y artículos aparecen habitualmente en la revista "Scherzo".
Asimismo, es colaborador de otras publicaciones culturales, como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Crítica de Arte", "Ópera Actual", "Ritmo" y "Revista de Occidente". Junto a Blas Matamoro, ha escrito los libros "Vivir la ópera" (1994), "La ópera" (1995), "Morir para la ópera" (1996) y "Plácido Domingo: historia de una voz" (1996). Es autor de las monografías "Rossini" (1998), "Verdi" (2000), "Simplemente divas" (2014) y "Maria Callas. El adiós a la diva" (2017). En colaboración con Enrique Pérez Adrián escribió "Los mejores discos de ópera" (2001) y "Verdi y Wagner. Sus mejores grabaciones en DVD y CD" (2013).