Cualia.es

Los comic books de ciencia ficción en los años cincuenta

En el verano de 1947, llegaron los platillos volantes. Una noche de junio de ese año, sobre el estado de Washington, Kenneth Arnold pilotaba su aeroplano cuando avistó un grupo de nueve extraños objetos luminosos en el cielo. No pudo identificarlos con claridad y describió su movimiento como de «platos lanzados al agua». En julio, volvió a declarar un avistamiento similar. Los periódicos de todo el país rápidamente adoptaron la denominación de «platillos volantes», dando inicio a una nueva época.

Durante los siguientes meses y hasta el final de la década, se multiplicaron los testimonios de personas que afirmaban haber visto «platillos volantes» ¿Estábamos siendo invadidos? ¿Quizá eran los militares probando alguna nueva arma? Con una mezcla de esperanza y temor, la gente se preguntaba si aquellas luces eran auténticas o bien meros espejismos; o, aún peor, fraudes. En una revista de 1950, un psiquiatra declaraba: «Los platillos volantes son una histeria colectiva causada por la inseguridad postbélica y la ansiedad económica. Es, obviamente, una ilusión patológica causada por la continua publicidad que recibe por parte de la prensa, la radio y los comic books«. Esa revista, hay que decirlo, era ella misma un comic book: Weird Science nº 13 (julio 50) y el psiquiatra un personaje de cómic creado por William Gaines y Al Feldstein.

Aquella historia, «La invasión de los platillos volantes», era una obvia pulla al establishment. Gaines recordaría más tarde que «Al y yo estábamos convencidos en un 75% de que existían los platillos volantes. Y, de todas, formas, la simple idea de que las Fuerzas Aéreas estuvieran encubriendo algo era atractiva de por sí. Incluso aunque no fueran reales, deseábamos que sí lo fueran».

Mucha gente sentía curiosidad por aquel fenómeno. El primer libro de relevancia sobre el tema apareció en 1950, Flying Saucers Are Real, escrito por Donald Keyhoe, un prominente investigador de ovnis. Kenneth Arnold, el hombre que vio por primera vez los «platillos volantes» en 1947, contó su historia en The Coming of the Saucers (1952). La película de 1951, Ultimátum a la Tierra, en la que un platillo volante aterrizaba en los jardines del Capitolio, apelaba a ese temor popular de que los hombres somos incapaces de evitar nuestra propia destrucción atómica y que necesitamos la intervención de un tercero para ello. Los platillos volantes y sus ocupantes también se presentaban como salvadores de la Humanidad en el popular libro de George Adamski Flying Saucers Have Landed (1953).

En el otro extremo, los platillos volantes también se veían con sospecha y paranoia. ¿Qué pasaría si los alienígenas no fueran amistosos y utilizaran sus avanzadas armas para destruirnos, tal y como se narraba en la película La Tierra contra los platillos volantes (1956)?

A finales de 1954, la editorial EC publicó un número especial dedicado a los platillos volantes, el Weird Science-Fantasy nº 26 (diciembre 54). A diferencia de otros cómics sobre el tema, sin embargo, sus historias no eran mera ficción, tal y como ellos mismos subrayaban en una frase contundente: «E.C. desafía a las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos con este informe basado en hechos reales». El editor en jefe, William Gaines, recordaba que «la base para esto fue Donald Keyhoe, que había escrito un par de libros y unos cuantos artículos sobre el tema. Le llamamos y lo invitamos a Nueva York. Se pasó un día entero con nosotros y Al (Feldstein) o bien tomó grabaciones o abundantes notas». Feldstein luego escribió los guiones apoyándose en fechas, nombres y citas de las investigaciones e informes de Keyhoe.

Aquel cómic obtuvo una enorme publicidad. Gaines recuerda que «Frank Edwards, un presentador de radio de la época que creía en los platillos volantes y que escribió un best seller sobre el particular, nos dio mucha publicidad en su programa, lo que se tradujo en miles y miles de pedidos por correo. Nos inundaron».

La potente imaginería visual de los platillos volantes era perfecta para los comic books. Otras editoriales además de EC capitalizaron el interés popular por ellos. Avon Comics publicó un número de Flying Saucers (1950) dibujado por un todavía joven Wally Wood. Fawcett Publishing entró en el campo de la ciencia ficción con «Vic Torry and His Flying Saucer» (1950), dibujada por Bob Powell.

Los platillos volantes, sin embargo, eran solo la punta del iceberg de la creciente fascinación popular por lo fantástico en general y la ciencia ficción en particular, fuera cual fuese su formato: literatura, cómics, radio, películas…y el nuevo medio: la televisión. Capitán Video, el primer programa televisivo de ciencia ficción, empezó a emitirse en junio de 1949. Se realizaba en directo, cinco noches por semana y aguantó en parrilla casi cinco años. Más de tres millones de niños seguían al Capitán Video y sus Video Rangers en sus luchas contra monstruos del espacio y sus persecuciones de cometas, todo ello adornado por unos hoy vergonzantes efectos especiales. Fue un programa tan popular que generó su propio comic book, «Captain Video» (febrero de 1951), el primero de los muchos traspasos que se producirían entre la televisión y el cómic.

En octubre de 1950, hacía su debut televisivo Tom Corbett: Cadete espacial, con tres episodios semanales de quince minutos. Tom era un cadete de la Academia Espacial en la Universidad de Planetas, donde estudiaba junto a sus compañeros Alfie, Roger y Astro, para ser oficiales interplanetarios en la Alianza Solar. Sus aventuras inspiraron una tira de periódico en 1951 y un comic book, «Tom Corbett» (enero de 1952). Como el programa televisivo, el tebeo estaba lleno de jerga y energía juveniles.

Mientras la televisión y los cómics apelaban al público más joven, docenas de revistas pulp de contenido literario competían en las tiendas por la atención de un lector algo más adulto. En 1950, prácticamente cada mes aparecía una nueva publicación del género: The Magazine of Fantasy and Science Fiction, Fantastic Story Quarterly, Fantasy Fiction, Future Science Fiction, Out of This World Adventures, Galaxy Science Fiction, Imagination, Marvel Science Stories y Worlds Beyond. Una nueva generación de aficionados descubrió a otra de escritores en las páginas de estas revistas de papel barato y pobre reproducción.

Pero el mayor impacto de la ciencia ficción sobre el público generalista llegó en 1950 con el estreno de una película: Con destino a la Luna. Basada en la novela Cohete Galileo (1947), de Robert A. Heinlein, fue la primera gran cinta del género tras La vida futura (1936). Con un presupuesto entonces muy abultado de 586.000 dólares y producida por George Pal (que utilizó animación con maquetas y pinturas mate de Chesley Bonestell para conseguir un efecto documental), la película abrió una nueva y dorada edad para el cine de ciencia ficción. Fawcett Publishing editó una adaptación al cómic.

Aquel mismo año se estrenó también Cohete K-1, que, con un presupuesto de 95.000 dólares, trató de aprovecharse con urgencia de ese nuevo interés en la ciencia ficción. Y en 1951 llegaron a las pantallas nada menos que tres clásicos: Cuando los mundos chocan, la mencionada Ultimátum a la Tierra y El enigma de otro mundo. En los años que siguieron, los aficionados apenas dieron abasto con todo tipo de títulos del género que oscilaban entre lo sobresaliente (La Guerra de los Mundos, Planeta Prohibido, La invasión de los ladrones de cuerpos) y lo ridículo (Robot Monster, Abbot y Costello van a Marte).

Junto con la nueva ola de películas, programas de televisión y revistas de ciencia ficción, surgieron también docenas de nuevos cómics del género en 1950 y 1951. Algunos de ellos fueron dibujados por los mismos artistas que colaboraban para la ilustre EC en sus títulos de ciencia ficción. Durante la primera etapa de su trayectoria en EC, Wally Wood y Joe Orlando trabajaron también para Avon Comics. En 1951, Wood dibujó «Earthman on Venus» y Orlando trabajó para Rocket to the Moon. Ambos profesionales unieron sus talentos para ilustrar Captain Science para la editorial Youthful Cómics. Preparándose para saltar a los títulos de ciencia ficción de EC, Al Williamson, Frank Frazetta y Roy Krenkel colaboraron con Joe Orlando y Wood en otro cómic de Avon, Strange Worlds nº 3 (mayo de 1951).

Otro magnífico y heterodoxo artista que puso su grano de arena en los cómics de ciencia ficción de comienzos de los cincuenta fue Basil Wolverton, del que ya hablé en un artículo anterior en relación a su curiosa serie Spacehawk. Después de que ésta se cerrara y entre 1942 y 1951, Wolverton abandonó el género y se dedicó al humor y la parodia en cómics como Powerhouse Pepper, Bingbang Buster o Hash House.

Entre 1951 y 1953, redescubrió los tebeos de ciencia ficción, según dijo «necesarios para mantener mis dos células cerebrales orientadas en otras direcciones». Escribió y dibujó ocho historias verdaderamente raras de fantaciencia, entre las que se encuentran «The End of the World», «Planet of Terror», «The Monster on Mars» y «The Brain Bats of Venus» para cabeceras como «Weird Tales of the Future» o «Journey into Unknown Worlds». Wolverton calificó como su historia predilecta de este periodo «Eye of Doom», en la que un grupo de exploradores espaciales regresan a la Tierra trayendo consigo una horrible forma de vida venusiana, un globo ocular gigante que devora y asimila humanos y animales.

Wolverton recordaba: «Me encontré con lo que parecían adultos normales que me decían a la cara que no permitirían que sus hijos echaran siquiera un vistazo a las horribles caras que yo dibujaba». Ciertamente, tenía un estilo muy particular, pero no todos los cómics de ciencia ficción de los cincuenta fueron ni mucho menos tan inquietantes como los suyos. Muchos eran historias convencionales de héroes espaciales, monstruos y princesas escasamente vestidas. Esta línea inaugurada en las viñetas por Planet Comics fue orgullosamente continuada por títulos como Amazing Adventures, Space Action o Space Adventures. En esta última, por ejemplo, podían leerse las heroicidades de Rex Clive, Agente Espacial: «¡Los Agentes Espaciales! Su propósito: patrullar los planetas en el año 2552. ¡Con sus uniformes de azul estratosférico, defienden la ley y el orden desde Mercurio a Plutón e incluso más allá de los límites de nuestro Sistema Solar!»

En la historia «The Vixens of Venus» (Space Adventures nº 3, noviembre de 1952), Rex Clive y su compañero Speed Lancing, caen inconscientes por los vapores opiáceos de las amapolas de Venus. Son secuestrados y transportados a ese planeta por una tripulación de mujeres que los entregan a su reina, Delva: «¡Un par de simios terranos para el Insectarium Real!» El perplejo Rex desprecia el insulto: «¡Parece que es la Abeja Reina de esta gente venusiana, la arpía jefa en persona!». Con ayuda de Stella Dawn, del Cuerpo Auxiliar Femenino, los dos hombres escapan de las agresivas mujeres, sus arañas mascota y sus gusanos rosas.

De vez en cuanto, sin embargo, las historias se elevaban por encima de la space opera más intrascendente, como en «Transformation», dibujada por Dick Giordano para Space Adventures nº 7 (julio de 1953). La guerra nuclear pende sobre la Tierra. Un investigador médico decide liderar a un grupo de científicos hasta un nuevo mundo. Su prometida Betty viaja con él en la nave. Ésta, sin embargo, acaba estrellándose en un planeta y todos los científicos, excepto Betty y su novio, mueren en el accidente. La mujer se despierta sin memoria y se aleja confusa. Cuando el doctor recobra la consciencia, cree que es el único superviviente. Conforme pasan los meses y temeroso de que la soledad le haga perder la razón, el doctor utiliza los restos de la nave para levantar un laboratorio.

Mientras tanto, Betty va poco a poco recobrando la memoria, pero no puede encontrar el emplazamiento del accidente. Y a su prometido se le va yendo la cabeza: «Meses de soledad pueden producir fijaciones en las mentes más brillantes». Y es que el doctor empieza a especular: «Estas notas sobre conversión sexual… la transformación de macho a hembra humanos mediante la ciencia médica podría ser un experimento interesante. Será largo, pero tengo mucho tiempo. De todas formas, estoy un poco cansado de ser hombre. Los hombres empiezan las guerras y construyen cohetes para huir de ellas. Los hombres, en resumen, son criaturas estúpidas. Esta inyección de hormonas empezará el tratamiento…». Imagínense la reacción de Betty cuando finalmente se reencuentra con su novio…transformado en una voluptuosa dama.

Si tenemos sexo, las drogas no podían andar lejos. Rod Hathaway, Detective Espacial, perseguía a los «Contrabandistas de Opio de Venus» en Space Detective (julio de 1951). Dibujado por Wally Wood, la historia presentaba al típico detective duro, su novia Friday, una actriz adicta y un marciano homicida. Rod desarticula la red interplanetaria de traficantes cuando descubre un campo de amapolas y un laboratorio ocultos en las selvas de Venus.

La ciencia ficción era tan popular a comienzos de los cincuenta que no sólo los detectives eran trasladados al espacio exterior, también los cowboys. En 1952, Charlton Comics cambió su título Cowboy Western, que incluía aventuras de Jesse James y Annie Oakley, por otro híbrido titulado Space Western (octubre de 1952). Espuelas Jackson y sus Vigilantes Espaciales luchaban contra marcianos y nazis en la Luna cuando no estaban reuniendo ganado en su rancho Bar-Z en Arizona. Cuando un platillo volante aterriza en su corral, un calmado Espuelas recibe al visitante con la frase: «¡Vaya, vaya! ¡No me digas que eres de Marte!». Los marcianos capturan a Espuelas y sus hombres, pero los alienígenas no saben que el cowboy lleva un revolver que dispara «bombas atómicas en miniatura». Lo que no quita para que el protagonista y sus vaqueros, utilicen los lazos y látigo convencionales para espantar a los agresores.

Aunque algunos guionistas y editores de comic book de este periodo no consideraban a la ciencia ficción más que como otro género al que explotar hasta dejarlo seco, tal y como habían hecho con los westerns, el terror, el romance o los detectives, también hubo otros que llegaron al medio gozando de experiencia y conocimiento, como el editor Julius Schwartz. Ya hablé con cierta extensión de su importancia en el género como editor, para DC, de dos títulos clave, Strange Adventures y Mystery in Space, así que para no repetirme, me remito a su respectiva entrada.

Además de las series y personajes presentados en esas dos colecciones, DC aportó otro héroe espacial, Tommy Tomorrow, el típico cadete espacial adolescente del siglo XXI que estaba adiestrándose para ser policía interplanetario. Tommy Tomorrow de los Planetarios había hecho su aparición en 1946 (Real Fact Comics nº 6) antes de recibir su propia sección en las últimas páginas de Action Comics de 1948 a 1958, dibujado primero por Curt Swan y más tarde por Jim Mooney. Es, por tanto, un precursor del boom de los programas televisivos para niños protagonizados por cadetes espaciales, como el mencionado Tom Corbett, Space Patrol (1950-1955).

A comienzos de los cincuenta, las ventas de comic books estaban en auge, encontrándose a la venta en las tiendas más de 500 títulos. Los cómics de ciencia ficción, por su parte, se encontraban entre los más populares. A finales de 1949, Planet Comics era la única cabecera regular que publicaba historias de este género. En 1950 nacieron más de una docena de nuevos títulos, incluyendo Weird Science y Weird Fantasy de EC. En 1951, el número de cómics de fantaciencia se dobló y volvió a subir al año siguiente.

Sin embargo, de 1953 a 1954, su número volvió a caer a menos de diez. Poco a poco, los platillos volantes fueron desapareciendo de los titulares; los hombrecillos verdes ya no frecuentaban los jardines de la Casa Blanca. Parecía que ya no se necesitaba a la ciencia ficción para esclarecer las incertidumbres del futuro. Ahora bien, en cuestión de unos pocos años, tendría lugar un acontecimiento que haría que la gente volviera a mirar a los cielos preguntándose sobre el porvenir y regresando a la ciencia ficción en busca de pistas y respuestas.

La idea de que bombas atómicas pudieran ser lanzadas desde el espacio exterior hasta la superficie de la Tierra pasó del campo de la ciencia ficción al del mundo real en 1957. Los rusos pusieron en órbita su primer satélite, el Sputnik, y superaron a Estados Unidos en la Carrera Espacial. Tres años antes, la Unión Soviética había detonado su primera bomba de hidrógeno. De repente, la ciencia y la tecnología espaciales habían pasado a ser de una importancia estratégica excepcional.

Los Estados Unidos dieron comienzo a un agresivo programa espacial en 1958, lanzando el Explorer I. Al año siguiente, los rusos fotografiaron la cara oculta de la Luna. Poner un hombre en nuestro satélite se convirtió en una prioridad nacional. La Ciencia pasó a ser entonces clave en ese proceso, ocupando un lugar destacado no sólo en la educación sino también en el entretenimiento. La ciencia ficción pasó a ser la literatura de moda.

Tan solo unas semanas después de que el Sputnik se integrara en el vocabulario popular, apareció un comic book que, casualmente o no, llegó en el mejor momento imaginable: «Race for the Moon» (marzo de 1958). En su interior podían encontrarse aventuras de astronautas americanos y cosmonautas soviéticos tres años antes de que el primer hombre de nuestro mundo llegara al espacio. Los lectores querían ver el futuro, averiguar quién ganaría la carrera por llegar a la Luna.

Además de ficciones sobre la Carrera Espacial, los comic books también ofrecieron material más ajustado a la realidad en los que la ciencia tenía más peso que la fantasía. La colección Classics Illustrated publicó un especial de 80 páginas, The Illustrated History of Space (enero de 1959), que presentaba a los más jóvenes una prospectiva de cómo podría transcurrir el primer vuelo tripulado al espacio, con especificaciones actualizadas de los cohetes Jupiter-C y Vanguard de la NASA. Man in Space (octubre de 1959), publicado por Disney, eran las adaptaciones a las viñetas de películas educativas producidas por el estudio sobre la exploración espacial. Son dos ejemplos de un sentir general en los Estados Unidos de finales de los cincuenta: todo el mundo, y especialmente los niños, debía aprender más sobre la ciencia y el espacio.

Murphy Anderson era un artista ya veterano en el género que había dibujado la tira diaria de Buck Rogers de 1947 a 1949 y que regresó a la misma en 1958. Recordaba que cuando se lanzó el Sputnik, «Buck Rogers, de repente, volvió a ponerse de moda. El agente comercial del sindicato vendió la tira a todos los periódicos a los que llamó durante un viaje de regreso de Texas».

Jack Kirby, que dibujó varias historias para Race for the Moon, entró en Marvel Cómics en 1958 llevando consigo su interés por la ciencia ficción. Kirby, entre cuyos primeros trabajos para los comic books había estado una serie de 1940 titulada Solar Legion para Crash Comics, era un experto en dibujar con detallismo realista naves espaciales y maquinaria futurista. Uno de sus primeros encargos para Marvel fue dibujar la portada y una historia de Strange Worlds nº 1 (diciembre de 1958), el primer título de ciencia ficción que la editorial publicó en más de dos años. Con los ojos más puestos en el pasado que en el presente o el futuro, aquel primer número estuvo enteramente dedicado a los platillos volantes e incluía dibujos de Steve Ditko.

Ditko estaba también por entonces colaborando con docenas de historias de ciencia ficción para la editorial Charlton, incluyendo su primer título post-Sputnik, Outer Space (mayo de 1958). La portada del número inaugural incluía un texto exclamatorio: «¡Atención! ¡Esta es la cuestión más vital de nuestros tiempos! Todo americano, hombre, mujer, niño, le debe al país y a sí mismo leer este número!».

Al año siguiente, Charlton Comics publicó una cabecera que explotaba el gran temor que acechaba tras la Carrera Espacial: Space War (octubre de 1959). Muchas de sus historias tenían que ver con invasiones alienígenas o armadas futuristas enfrentándose en el espacio interestelar, claras metáforas de las ansiedades propias de la Guerra Fría que estaba librándose simultáneamente a la carrera espacial.

En la historia «El Rayo del Odio» (Outer Space nº 5, junio de 1960), dichas ansiedades y las tensiones crecientes entre las potencias mundiales resultaban ser parte del plan maestro de invasión de una especie alienígena. La historia comenzaba: «Desde el ascenso de Hitler y luego durante la Segunda Guerra Mundial y los años siguientes, no hubo paz en el mundo. Estallaron pequeñas guerras en Indochina, Corea, Argelia. Se dieron para ello muchas razones: la gente quería de repente nuevos gobiernos; otros se negaron a seguir siendo colonias de las principales potencias. Además de las guerras, se produjo un creciente desprecio por la ley en todo el mundo. Incluso la destreza sufrió un retroceso y los productos industriales adolecían de una tosquedad evidente. ¡Desconfianza! ¡Avaricia! ¡Odio! ¡Estaban apareciendo en demasiadas caras, en demasiados corazones! Pero así era como había sido planeado…». Más adelante, nos informan de que «durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se observó otro fenómeno: los Objetos Voladores No Identificados, llamados Platillos por su forma. ¡Se informó de estos misteriosos objetos por todas las regiones del mundo! ¡Las potencias dijeron a sus pueblos que no podían explicarlo, y los gobiernos sospechaban que otros tenían ya una aeronave secreta!»

Conforme la historia avanza, un alienígena de avanzadilla que traiciona a los suyos, revela que los platillos volantes servían a un propósito: «Los platillos volantes, como los llamáis, han sobrevolado vuestras tierras durante años, contaminando vuestras mentes con el Rayo de Odio, que ha suscitado desconfianza y sospecha entre vosotros y dividido y debilitado a vuestra gente». Ya alertados, los terrestres cooperan con el informante extraterrestre y utilizan ese mismo rayo contra las naves invasoras. «Enloquecidas por la desconfianza y odiándose entre sí, empezaron a luchar y destruirse unos a otros…». En resumen, que gracias al odio, «fue el comienzo de una nueva era de paz».

Los comic books de finales de los años cincuenta utilizaban la ciencia ficción para ofrecer una visión positiva acerca del futuro. Estaban escritos para un público joven e idealista dispuesto a buscar en aquellas páginas modelos de conducta adecuados para la nueva era espacial.

DC Comics, editora de Superman o Batman, tenía experiencia tanto en el campo de los superhéroes como en la ciencia ficción. En una reunión del equipo a comienzos de 1958, el editor Julius Schwartz recordaba que «se decidió crear un héroe científico al margen de las dos cabeceras genéricas de la casa, Strange Adventures y Mystery in Space. Pues bien, al final de aquella iniciativa no nació uno sino dos personajes. Schwartz recordaba haber conversado sobre ellos con Jack Schiff, editor de Tales of Unexpected, otro título de la casa: «Cada uno tenía la posibilidad de escoger un héroe científico del presente o del futuro. Jack optó por el del futuro. Yo por el del presente porque creo que resulta más dramático e imaginativo hacer que suceda algo extraño hoy que en el futuro distante, que ya de por sí es imaginario».

Y así, el héroe científico del presente de Schwartz fue Adam Strange, mientras que el futurista de Schiff fue Space Ranger. Ambos personajes debutaron en la colección genérica Showcase, en 1958. Las ventas resultantes aconsejaron darle a Adam Strange un serial propio en Mystery in Space (nº 53, agosto de 1959, dirigida por Schwartz), mientras que Space Ranger hizo lo propio el mismo mes en Tales of Unexpected nº 40.

«The Space Ranger», escrito por Arnold Drake y dibujado por Bob Brown, estaba modelado directamente a partir del típico héroe espacial de las aventuras pulp de los años treinta: «¡Más allá del planeta Marte, en uno de los miles de asteroides, un trozo de roca se desliza para revelar la guarida secreta del Ranger Espacial, Guardián del Sistema Solar!» Rick Starr, bajo su identidad secreta del Ranger Espacial, se desplaza en su nave, el Solar King, y va armado con una pistola de rayos. Tiene una novia rubia y eficaz llamada Myra y un compañero gordinflón nativo de Plutón de nombre Cyrll, que tiene la capacidad de transformarse en cualquier animal («No se si seré de ayuda, pero lo intentaré…¡como un Oso Llameante Venusiano!»).

Aunque el Space Ranger vivía aventuras tales como «La invasión de los hombres joya», «Las bestias selváticas de Júpiter» o «El mocoso alienígena del planeta Byra», también escapaba de los distintos trances en los que se metía recurriendo a su cerebro y astucia: «¡El rayo sigue un curso de aire ionizado, así que cambiando los diales de mi pistola multirayo para ionizar un canal que pueda seguir, lo puedo apartar de mí!».

En cuanto a Adam Strange, le dediqué un amplio análisis en su respectiva entrada, así que a ella me remito para no alargar más esta. Lo mismo digo de otros héroes y series futuristas de DC en aquellos años, como los Star Rovers, Space Museum, Star Hawkins o Los Caballeros Atómicos, todos ellos con sus propios artículos en este espacio.

Abandonando DC, una visión de cómo podría ser la vida en la Tierra tras una guerra nuclear es lo que podía verse en Mighty Samson (julio de 1964), publicado por Gold Key: «Lo que un día fuera una gran ciudad, yace en ruinas, devorada por una densa selva. Extrañas nieblas resplandecientes la cubren ominosamente, restos de la gran guerra nuclear que devastó el planeta. Las esperanzas y sueños de la Humanidad están enterradas bajo toneladas de escombros. Pero en este fantástico mundo, todavía vive el hombre…».

Por las ruinas de ese antiguo mundo sólo vagabundean pequeñas tribus de humanos y animales grotescamente mutados. Por las calles destrozadas de Nueva York (ahora conocida como N’Yark), merodean bestias como gorilas de seis brazos, lobos voladores o leonosos. Samson de la tribu de N´Yark posee la fuerza de diez de los suyos y utiliza ese poder para combatir tales monstruos. Sus aliados son una joven mujer, Sharmaine y su padre, Mindor, un científico que ha conseguido preservar algo de la tecnología, libros y artefactos del siglo XX, en la bóveda acorazada de un banco. Dibujada por Frank Thorne, Mighty Samson era una advertencia, un aviso de cómo el mal uso de la ciencia podía acabar con todo lo que consideramos tan sólido en nuestro mundo.

Otra colección sobre los riesgos de la tecnología sin el debido control apareció también bajo el sello de Gold Key: Magnus Robot Fighter (febrero de 1963). Es el año 4000 y el continente norteamericano está completamente ocupado por una megalópolis de diferentes niveles verticales llamada North Am. Todo el trabajo lo realizan robots, desde la labor policial (Pol-Robs) a la médica (Medi-Robs), mientras la mayoría de los humanos disfrutan de una vida ociosa atendidos por sirvientes mecánicos. Otros creen, sin embargo, que el hombre es tan dependiente de la tecnología que está perdiendo la habilidad de defenderse de los peligros que suponen los robots renegados o defectuosos. En ese grupo crítico minoritario milita Leeja Clane, hija del senador Clane; y Magnus, Robot Fighter. Éste, un huérfano, fue criado por 1A, un mentor robótico con inteligencia cuasihumana. Magnus explica a su novia Leeja que «1A previó los problemas que tendrían los hombres con los robots malvados y me adiestró para ayudarles a combatirlos. Me dio conocimiento y luego, a través de un método de entrenamiento que había perfeccionado, una fuerza capaz de aplastar el metal».

La idea para Magnus, Robot Fighter vino de Chase Craig, un editor de Western Publishing (la casa madre de Gold Key Comics). Gold Key acababa de hacerse con los derechos para publicar tebeos basados en un programa de animación de ciencia ficción, Los Supersónicos, y Craig quería lanzar otro comic book basado en conceptos del género, aunque de tono más serio y con abundantes robots. Russ Manning, un artista que había trabajado para Western Publishing en títulos como Dale Evans, Gene Autry o Sea Hunt era un veterano aficionado a la ciencia ficción y, por tanto, un candidato natural para dibujar la nueva cabecera. Su estilo elegante y limpio parecía perfecto para retratar ese higiénico mundo del futuro. Gracias a sus conocimientos de fantaciencia, a Manning le dieron libertad para diseñar el personaje y escribir el primer número.

Manning convirtió Magnus, Robot Fighter en uno de los comic books mejor dibujados de los sesenta. Tanto el arte como el concepto funcionaban a diferentes niveles. Los lectores más adultos encontraban fascinante la visión que ofrecía Manning de la sociedad y tecnología del siglo XLI; por su parte, los más jóvenes disfrutaban con la acción y las peleas del protagonista contra robots de diferente diseño. De hecho, sólo los robots podrían ya haber hecho de Magnus un cómic de éxito. Los lectores enviaban a la columna editorial dedicada a ellos, Robot Rostrum, sus propios dibujos y sugerencias para los robots.

Otro comic book de ciencia ficción publicado por Gold Key que obtuvo mucho éxito fue Space Family Robinson (diciembre de 1962). Walt Disney había estrenado unos meses antes su película Los Robinsones de los Mares del Sur (1960) y el editor Del Connell propuso utilizar el mismo concepto pero trasladado al espacio: «Tiempo… El Futuro. Lugar… El Sistema Solar. La primera familia en vivir en el espacio, los Robinson –June y Craig y sus hijos Tim y Tam– se ve amenazada por la destrucción de su estación espacial a causa de una lluvia de meteoritos…».

El artista Dan Spiegle, que por entonces dibujaba aventuras de cowboys para el comic book Maverick de Dell Publishing, recordaba que «por entonces, Del Connell, un editor de Western, estaba escribiendo el número de origen de Space Family Robinson y me pidieron que diseñara el reparto de personajes. Les gustó tanto que me encargaron la serie». Spiegle tuvo la libertad de crear su propia visión de ese futuro con la primera familia americana viajando por el espacio. «Estación Espacial 1 fue evolucionando progresivamente en mi imaginación. Una cosa llevó a la siguiente y acabé teniendo una nave completamente equipada con jardines solares, cápsulas y todo eso. Por cierto, que las cápsulas las diseñé a partir de mi máquina eléctrica de afeitar. La única regla que me impusieron en relación al diseño es que la estación espacial no debía parecerse a uno de esos aburridos satélites redondos».

Papá y mamá, el hermano y la hermana, solos frente al futuro, era un concepto perfecto para los jóvenes lectores pertenecientes a la típica familia americana de los sesenta. Spiegle subrayó que Space Family Robinson fue un éxito desde el principio, durando unos cuatro años y siendo uno de los tebeos más populares durante parte de ese periodo. De hecho, funcionó tan bien que una cadena de televisión robó la idea y se negó a pagarnos royalties. Íbamos a iniciar una demanda legal, pero nuestros abogados lo desaconsejaron dado que por nuestra parte estábamos haciendo tantos cómics basados en sus personajes, que a la larga nos acabarían quitando el negocio. Así que adoptamos su título y lo añadimos al nuestro en la esperanza de aprovecharnos de algo de la fama que estaba consiguiendo el programa». La serie en cuestión, claro, fue Perdidos en el espacio.

Y es que el comienzo de los años sesenta asentó la relación entre el comic book y la televisión de ciencia ficción. Inicialmente, los programas televisivos del género habían buscado inspiración en las viñetas, pero al final aquéllos acabarían a su vez hallando su adaptación en diferentes colecciones. Es lo que ocurriría con Star Trek, Battlestar Galactica, Espacio: 1999 o Buck Rogers. Pero de todo eso hablaré en un otro artículo.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".