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«Los Supersónicos» («The Jetsons», Hanna-Barbera, 1962-1987)

A comienzos de la década de los sesenta y a demanda de unas cadenas de televisión dispuestas a satisfacer las demandas de entretenimiento de todos los sectores de la población, las series de ciencia ficción empezaron a formar parte regular de todas las programaciones.

Si no quedaban totalmente satisfechos con las coloristas producciones de Irwin Allen (Viaje al fondo del marPerdidos en el espacio) y sus imitadores, los televidentes podían también seleccionar las historias escritas o inspiradas por sólidos autores de ciencia ficción en las antologías La Dimensión Desconocida o The Outer Limits. Muchos de aquellos seriales han desaparecido de la memoria de los fans de la CF (por ejemplo, El desafío del hombre,1959-1960; u Hombres en el espacio, 1959-60), a veces porque han envejecido terriblemente mal; y en otras ocasiones porque, sencillamente, las cintas en las que se grabaron fueron destruidas.

Incluso los espacios de animación infantil experimentaron una transición al futurismo. Inspiradas por el éxito de series como Los Picapiedra (1960-1966), las cadenas vieron que había potencial en programas que podían reunir tanto a los niños como a sus padres. Fue el caso de Los Supersónicos.

El 23 de septiembre de 1962, como parte de lo que se ha descrito como el “primer boom de la animación televisiva”, la ABC presentó Los Supersónicos (The Jetsons, en inglés, denominación que utilizaré en adelante por ser más sencilla que la española) a la audiencia americana. Las series animadas o anicoms, como Los Picapiedra o The Jetsons, diferían tanto de sus antecesoras cinematográficas de larga duración como de los cortos de siete minutos para televisión, en la utilización de convenciones narrativas comúnmente asociadas con las comedias de situación televisivas (sitcom) de acción real. Esta fusión de géneros, lo costumbrista, lo cómico y la CF, pretendía alcanzar a una audiencia más amplia, aun cuando los críticos tendieron a menospreciar ese formato al entender que su atractivo se limitaba a los niños.

Producidos por Hanna-Barbera – el estudio que creó al Oso Yogi o Scooby Doo, y que quería repetir el éxito cosechado por las dos temporadas emitidas hasta entonces de Los Picapiedra‒The Jetsons fue una anicom de treinta minutos orientada a toda la familia y protagonizada por la familia Jetson y su vida en el siglo XXI. Aunque tanto The Jetsons como Los Picapiedra eran proyecciones de la cultura y el estilo de vida americanos en diferentes periodos temporales, estas series tienen un sesgo claramente tradicional, con entornos urbanos y sociales pacíficos, fuertes estructuras familiares, énfasis en lo cotidiano y en la estabilidad del statu quo. De hecho, The Jetsons tomaron su esquema básico de una veterana tira de cómics de corte costumbrista, Blondie, creación de Chic Young (tanto es así que la actriz Penny Singleton, que interpretó a la propia Blondie en películas y series de TV, puso la voz a Jane Jetson).

La familia Jetson viven en una utopía futurista en la que los humanos se benefician de una avanzada tecnología que les permite disponer de todos los robots y artefactos imaginables por los guionistas y animadores. Parodiando la pesadilla suburbana de los cincuenta, la serie utilizaba clichés ya bien establecidos tanto en la ciencia ficción como las sitcom televisivas para enfatizar la absurda dependencia humana de una tecnología supuestamente diseñada para facilitarnos la vida. Los Jetson llevan una vida perfecta en Orbit City, un entorno que hoy llamaríamos retrofuturista, aunque, como sucede hoy día, se quejan continuamente de las molestias que tienen que soportar, como ir a trabajar o hacer una mínima limpieza doméstica.

George Jetson se siente asfixiado en su empresa Spacely Space Sprockets. Aunque su trabajo de oficinista se limita a jornadas de tres horas, tres días a la semana, su tiránico jefe, Cosmo Spacely siempre encuentra motivos para abroncarlo o despedirlo. De algún modo, George consigue invariablemente recuperar su empleo y seguir manteniendo a su familia. Además de esquivar los ataques de su jefe, George también tiene que lidiar con las maquinaciones del rival empresarial de Spacely, W.C. Cogswell, presidente y propietario de Cogswell Cogs. Si hay una disputa entre ambos hombres de negocios, es casi seguro que George acabará envuelto.

Jane es su esposa. Ama de casa, suele permanecer en el hogar pero le encanta salir a comprar tanto vestidos a la última moda como nuevos gadgets que pueden ayudarla en las tareas domésticas. En éstas recibe la ayuda de la sirvienta-robot Rosey, un modelo algo anticuado pero a la que los Jetson quieren mucho y consideran una más de la familia. Judy es la hija adolescente, que acude a clase en el instituto, cambia de novio en cada episodio y se preocupa únicamente por ir a la moda en vestuario y música. Elroy es el hijo pequeño, un auténtico genio infantil a la hora de inventar nuevos artefactos, pero que también disfruta jugando con el perro de la familia, Astro, cariñoso hasta resultar molesto.

Los Jetson residen en los Apartamentos Skypad, cuyo mantenimiento lleva a cabo Henry Orbit, quien, como Elroy, es un genio de la mecánica: no sólo inventa gadgets que le ayudan en su tarea sino que ha fabricado un ayudante robot, Mac que puede realizar su trabajo en la mitad de tiempo –toda una profecía de los tiempos actuales-. Mac, por su parte, parece sentir cierta atracción por Rosey.

Aunque The Jetsons era una serie infantil, con los gags, parodias y sencillas tramas que uno podría esperar, estaba basada en los sueños que la sociedad americana albergaba para el futuro. Los dibujantes se inspiraron en los libros futuristas del momento, como 1975: And The Changes to Come, de Arnold B. Barach, en el que se apuntaban maravillas como los lavavajillas ultrasónicos o los traductores instantáneos. Los diseñadores también se fijaron en la arquitectura Googie (una subdivisión del futurismo) surgida en los años cuarenta en el sur de California, donde los estudios Hanna-Barbera se hallaban emplazados, un estilo que ejemplificaba las visiones de libertad y modernidad que entonces prometía la cultura consumista de la posguerra.

Los años que precedieron al estreno de The Jetsons en 1962 fueron una mezcla de tecno-utopianismo y miedo derivado de la Guerra Fría. Un logro tecnológico del calibre del lanzamiento del Sputnik por los soviéticos en 1957 generó una gran ansiedad en el público norteamericano, ya inquieto por el bombardeo de propaganda anticomunista con que las autoridades saturaban los medios. En febrero de 1962, John Glenn se convirtió en el primer astronauta americano en orbitar la Tierra a bordo de la cápsula “Amistad 7”; pero menos de un año antes, el fiasco de Bahía de Cochinos alimentó las tensiones entre las superpotencias a niveles de verdadero peligro bélico. Los americanos se sentían optimistas y aterrorizados por igual respecto al futuro.

Sin embargo, The Jetsons no obtuvieron el éxito esperado y pasaron de emitirse en prime time (los domingos a las 19.30, compitiendo con El maravilloso mundo de Disney en la NBC y Daniel el Travieso de la CBS) al menos favorable de los sábados por la mañana hasta su cancelación en 1963, tras una sola temporada de veinticuatro episodios. ¿Qué ocurrió? Una posible explicación podría ser que The Jetsons fue el primer programa que la ABC emitió en color. Ahora bien, en 1962, menos del 3% de los hogares norteamericanos contaban con una televisión en color (de hecho, no sería hasta 1972 que el 50% de los hogares contarían con un aparato de ese tipo). Pero incluso éstos no tenían garantizada la recepción de la imagen en color pues muchas de las cadenas filiales no podían transmitir más que en blanco y negro. De hecho, sólo los espectadores que captaran la señal de las filiales de Nueva York, Chicago, Detroit, San Francisco y Los Ángeles tenían garantizada la recepción en color. Todos aquellos –la mayoría‒ que vieron el programa en blanco y negro, se perdieron el vibrante mundo que había creado Hanna-Barbera.

El futuro de The Jetsons era luminoso y multicolor pero su visionado en blanco y negro lo convertía en una sucesión de imágenes grisáceas de escaso atractivo. A ello se añadió que un año antes, en 1961, Disney había empezado a emitir sus programas en color a través de la NBC. No sólo eso, sino que añadieron la mágica palabra a su programa: Walt Disney´s Wonderful World of Color. Así, la NBC contaba ya con una audiencia fiel que difícilmente se pasaría a un programa a priori desconocido como era el caso de The Jetsons.

Pero cuando la serie animada pasó de la ABC al mercado sindicado –esto es, no en exclusiva por una sola cadena sino abierta a todas las emisoras que compraran los derechos de emisión‒, las cifras de audiencia mejoraron mucho. Fue quizá entonces cuando el programa caló entre los americanos. Era el momento, con el carismático Kennedy ocupando la Casa Blanca, en que parecía haber esperanza en el futuro, antes de que la Guerra de Vietnam, el Watergate, los asesinatos de grandes personalidades y la crisis económica consumieran el optimismo. La promoción que The Jetsons hacían de la familia nuclear, los valores tradicionales y la confianza en la tecnología como herramienta para solucionar problemas sintonizaron con el tono social imperante en la época.

Más allá de la pequeña pantalla, The Jetsons registraron un excelente recorrido en los cómics, siendo sus aventuras publicadas de forma regular desde 1963 a 1973 por editoriales como Gold Key, Charlton, Harvey o Archie.

Los 24 únicos episodios de The Jetsons fueron emitidos una y otra vez durante tres décadas por múltiples cadenas, lo que da idea de la popularidad que alcanzaron entre los niños de tres generaciones –y entre muchos especialistas y fans de la animación‒. Su capacidad de pervivencia propició que en 1985 se realizara un revival de la serie, produciendo nuevos episodios en color que trasladaron a los personajes a un futuro aún más lejano que el ya cada vez más próximo siglo XXI. También se introdujeron nuevos personajes, como una pequeña mascota alienígena llamada Orbitty, con patas con forma de muelle y pies de embudo que le permitían colgarse de los techos. También cambiaba de color según su estado emocional. Otro animal presentado para esta versión renovada fue un perro, Sentro, que servía de guardián y espía para Cogwell en sus planes contra el señor Spacely.

Aquellos nuevos episodios, a pesar de tener una animación inferior e historias más flojas, alcanzaron el mismo éxito que los originales una vez salieron de la CBS. Ello condujo a la producción de diez capítulos adicionales que finalizaron la serie en 1987 (totalizando 51 capítulos), a los que hubo que sumar dos telefilmes y el épico crossover The Jetsons Meet the Flintstones (1987), una película de dos horas para TV en el que se encontraban las dos familias más famosas del Universo Hanna-Barbera para correr una gran aventura que abarcaba dos eras, la de Piedra y la del Espacio. The Jetsons finalizaron su recorrido en 1990, cuando se estrenó en los cines su propia película.

Para algunos resultará fácil infravalorar a The Jetsons considerándolos como otro más de los muchos cortos animados de baja calidad de la factoría Hanna-Barbera. Pero esta pequeña serie –para bien y para mal‒, además de representar perfectamente el futurismo americano, tuvo un profundo impacto en la forma en que los norteamericanos pensaron en su mañana. The Jetsons sublimaron los sueños que sus espectadores albergaban para el mañana, recogiendo además el creciente entusiasmo social por la Carrera Espacial.

Lo cierto es que ninguna de las ideas que aparecieron en la serie eran ya nuevas en 1962: robots domésticos, coches voladores, cintas transportadoras (invento que aunque se patentó en 1871 no se instaló por primera vez en un aeropuerto hasta 1958), videollamadas, mochilas cohete, ciudades flotantes, camillas bronceadoras, colonias en otros planetas o computadoras sabelotodo… Ahora bien, lo que sí hicieron The Jetsons con gran éxito en sus episodios de 25 minutos fue condensar para los niños de la época muchos clichés que hoy siguen formando parte de lo que consideramos deseable para el futuro. Además, fueron antecesores directos de programas más modernos como Futurama (1999-), que, a su vez, alcanzó una gran popularidad cuando las cadenas volvieron a apostar por la animación –en este caso, adulta- para sus horarios estrella.

The Jetsons tuvieron una gran influencia no sólo en cómo la gente soñó en el futuro sino en cómo recuerda el pasado. Hoy muchos americanos se lamentan por las divisiones que sufre su nación, añorando esos años en los que todo el país miraba en la misma dirección. Pero cuando uno comprueba las cifras de aprobación pública del programa espacial Apolo en los sesenta, ese mito empieza a disolverse. El apoyo popular respecto a la financiación de ese programa de la NASA nunca superó el 53% (en el momento de la llegada del hombre a la Luna en 1969), pero normalmente, durante la década de los sesenta, siempre osciló entre el 35 y el 45%. ¿Por qué entonces existe esa percepción errónea acerca de la total unanimidad hacia el programa espacial? Pues porque los niños de toda una generación (los baby boomers) crecieron jugando a ser astronautas y viendo programas de ciencia ficción como The Jetsons; niños que fueron bombardeados con imágenes de un futuro brillante y para cuyos ojos infantiles el mundo era mucho más sencillo. Esos niños, al crecer, desarrollaron nostalgia no sólo por un futuro que nunca llegó sino por un pasado que nunca existió. Ese es el poder de la imaginación y de los medios de comunicación.

Copyright © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia-ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".