La mujer del viajero en el tiempo (2003) fue la primera novela de la escritora norteamericana Audrey Niffenegger. El manuscrito, antes de verse publicado, ya se había convertido en objeto de deseo de varias editoriales que libraron una guerra de ofertas por él, siendo la ganadora MacAdam/Cage, una pequeña empresa de San Francisco. Su apuesta dio incluso más frutos de los esperados porque el libro fue un superventas, recibió elogios por parte de la crítica, estuvo nominado para un montón de premios y fue nombrado Libro del Año por Amazon.
Antes de ser siquiera editada oficialmente y existiendo solo el borrador sujeto a revisión por los editores, los derechos para la adaptación cinematográfica fueron adquiridos por Plan B Entertainment, la productora de Brad Pitt y su entonces mujer, Jennifer Aniston. La película (que en España se retituló, de forma desafortunadamente genérica, Más allá del tiempo) obtuvo unas críticas tibias, quizá al menos en parte debidas a la mala publicidad que conllevó la decisión de New Line Cinema (que se había asociado con Plan B para este proyecto) de congelar el estreno durante un año sin mediar explicación alguna, un movimiento que suele interpretarse como falta de confianza del estudio en una película, ya sea por su calidad o porque no sabe cómo y a quién venderla en su campaña de marketing.
Henry DeTamble (Eric Bana) descubre a una edad muy temprana que puede viajar en el tiempo. Pero sus saltos son aleatorios y súbitos: no puede controlar dónde va ni cuánto tiempo permanecerá, y sólo se desplaza a lo largo de su propia línea temporal. Ni siquiera puede llevar sus ropas consigo, lo que le genera no pocos problemas. A mitad de trama, se aporta una explicación en forma de defecto genético, pero el porqué y el cómo no son lo importante en esta historia, sino los personajes y cómo ese fenómeno afecta y condiciona sus vidas.
Un día, mientras Henry trabaja como ayudante de bibliotecario en Chicago, se le aproxima Clare Abshire (Rachel McAdams), una joven a la que nunca había visto pero que no sólo dice conocerle, sino que afirma que él la ha estado visitando regularmente toda su vida desde que tenía seis años. Poco a poco, se crea una relación sentimental entre Henry y Clare que desemboca en matrimonio; una relación difícil al quedar siempre interrumpida por las inesperadas desapariciones de Henry hacia el futuro o el pasado, y ante las que Clare nada puede hacer salvo esperar a que regrese (y que genera momentos verdaderamente extraños, como cuando una versión de Henry desaparece el día de su boda siendo sustituida por otra del futuro). Como sucede en todas las parejas, tienen que esforzarse por hacer funcionar su relación sin llegar a comprender del todo al otro. De esta forma, esos saltos y vacíos temporales se convierten en una metáfora de los desafíos que tiene que afrontar cualquier pareja. Cuando Clare queda embarazada, Henry averigua en uno de sus viajes al futuro que su hija heredará su capacidad, y al hablar con ella, también la fecha de su propia muerte.
Existen muchísimas películas y de gran calidad que abordan el tema del viaje en el tiempo. Y de entre ellas, las que giran alrededor de un drama romántico han pasado a conformar un subgénero propio, con títulos como Peggy Sue se casó (1986), Happy Accidents (2000), Kate & Leopold (2001), El efecto mariposa (2004) o La casa del lago (2006). Lo peculiar de Más allá del tiempo es que, a pesar de ser un film que se clasifica claramente como ciencia ficción, el público que más la ha disfrutado y reivindicado ha sido uno mucho más amplio: el aficionado a las comedias y dramas románticos y, principalmente, femenino.
Y es que, para empezar, la propia Audrey Niffenegger niega que su libro sea de ciencia ficción aun cuando el tema y el tratamiento del viaje en el tiempo pertenece indiscutiblemente a ese género. Si así se quiere, puede admitirse que es ciencia ficción blanda, esto es, carente de interés por la tecnología o la ciencia y optando en cambio por una improbable y poco explicada anomalía genética, el Crono Desplazamiento, como fuente del fenómeno en lugar de la clásica máquina del tiempo. Sobre esto, volveré hacia el final del artículo.
Se diría que Audrey Niffenegger tomó prestadas ideas para sus libros de un par de películas que, a su vez, eran adaptaciones de otras obras literarias. La más obvia y también ajena al uso de tecnología alguna es En algún lugar del tiempo (1980), un lacrimógeno drama inspirado en la novela homónima de Richard Matheson, y donde Christopher Reeve se autohipnotizaba para viajar hasta comienzos de siglo y cortejar a Jane Seymour. La otra es Matadero cinco (1972), cuyo protagonista flotaba en el tiempo moviéndose hacia delante y hacia atrás a lo largo de su propia vida (si bien La mujer del viajero en el tiempo ofrece un final más convencional que la historia original de Kurt Vonnegut, en la que el protagonista acababa en el zoo de un planeta alienígena con una mujer desnuda como compañera).
Aunque inicialmente se consideró para dirigir la película a alguien tan peculiar como Gus Van Sant, la elección final recayó sobre Robert Schwentke, un director alemán relativamente poco conocido que previamente había hecho el thriller de asesinos en serie Tatuaje (2002) y la comedia negra Las joyas de la familia (2003) antes de dar el salto a Hollywood con Plan de vuelo: desaparecida (2005), protagonizada por Jodie Foster. En cuanto al guión, viene firmado por Bruce Joel Rubin, un habitual en el cine de género, cuya filmografía incluye títulos como Proyecto Brainstorm (1983), Ghost (1990), La escalera de Jacob (1990) o Deep Impact (1998).
Más allá del tiempo es una película de notable calidad cinematográfica. Hay algunas escenas muy bien fotografiadas, como las del prado en el que Henry conoce a la joven Clare, o la de ambos corriendo por los bosques. En general, el guión adapta fielmente la novela, simplificándola y tomando ciertos atajos –lo cual es tan habitual como inevitable–, pero respetando globalmente el espíritu de la misma, al tiempo que asume y desarrolla las complejidades de las narrativas sobre viajes en el tiempo con un aceptable grado de destreza. Eso sí, como también suele ser la norma en este tipo de historias, hay algunos aspectos que no terminan de encajar bien. Por ejemplo, Henry repite varias veces que no puede alterar los eventos del pasado, pero la escena de apertura nos lo muestra salvando a su joven yo de un accidente automovilístico.
Hay también algunos parches poco trabajados en aquellos aspectos del libro que el guión pasa por alto, como los problemas que lastran el embarazo de Clare o las razones de Henry para someterse a una vasectomía. Todo esto cobra mayor sentido en el libro, pero la explicación que se da en la película se antoja en exceso apresurada. También se suaviza un pasaje que habría hecho las delicias del fan de terror, pero que en el drama romántico que estaba apoyando la productora no tenía cabida, como ese en el que Clare se despierta en mitad de la noche para encontrar que el feto ha viajado en el tiempo y fuera de su vientre, muriendo en el proceso. Tampoco se explica la abrupta aparición de Henry con un pie gangrenado que al final hay que amputar (en el libro la causa fue la congelación tras haber pasado toda una noche de invierno en un aparcamiento sin poder encontrar refugio).
Rubin y Schwentke también abrevian el final. Audrey Niffenegger concibió la última escena en primer lugar y fue construyendo el libro a partir de ahí, una escena en la que el todavía joven Henry se encuentra a una Clare convertida en una anciana de 83 años y que lleva toda una vida esperando volverle a ver. En la película, cuando llega ese momento, Clare aún es una mujer joven de treinta y tantos, lo que diluye la intensidad emocional que la escritora había pretendido para ese pasaje.
Al reparto se le pueden poner pocas pegas. Eric Bana llevaba varios años como actor en ascenso y aquí dota a su personaje de todo lo necesario: es un hombre sensible, romántico, atormentado por su maldición y melancólico por la visión de la vida que ésta le proporciona. Por otra parte, su trabajo aquí tampoco es memorable ni algo por lo que la película pueda recordarse especialmente. Se diría que Bana se limita a seguir profesionalmente las instrucciones del director, sin volcar todo ese talento camaleónico que había exhibido en, por ejemplo, Chopper (2000).
Por su parte, Rachel McAdams estaba entonces en ese momento de la carrera de tantas actrices en el que podría acabar confirmándose bien como una actriz carismática por derecho propio, o bien como otra protagonista más de cara bonita indistinguible de otras muchas que menudean en los dramas y comedias románticas. En esta ocasión, lo hace razonablemente bien porque, no disfrutando aportando el guión a su personaje momentos donde brillar con intensidad, sí consigue insuflar en él una chispa, frescura y encanto que hacen perfectamente plausible que Henry pudiera enamorarse de ella.
Aunque eso depende de la sensibilidad de cada cual, el principal problema que le encuentro a Más allá del tiempo es que no toca la fibra emocional del espectador o, al menos, no con la intensidad que debería. Más que un film sobresaliente, se queda en uno agradable. Debería haber sido capaz de conmover al espectador con las emociones de los personajes, romperle el corazón con la tragedia de la pérdida o deslumbrar al fan de la ciencia ficción con las complejidades y giros de las paradojas temporales. En cambio, tenemos una cinta en la que las emociones nunca son más profundas que las habituales poses cinematográficas en las que se ven a los dos amantes mirándose arrobados.
Como película de ciencia ficción, Más allá del tiempo es razonablemente eficaz, con los suficientes giros como para no resultar predecible o aburrida pero tampoco sin atreverse a forzar los límites del subgénero como hizo, por ejemplo, Doce monos (1995).
Otra cinta con la que Más allá del tiempo guarda similitudes tanto temáticamente como en su incapacidad para explorar y transmitir la intensidad emocional inherente a la historia es El curioso caso de Benjamin Button (2008). Ambas películas presentan protagonistas con una visión única del mundo y la vida gracias a sus respectivas peculiaridades genéticas, que les permiten experimentar el paso del tiempo de formas no convencionales; las dos son claramente sentimentales; y las dos son técnica y visualmente bonitas; pero también adolecen de superficialidad emocional y dejan la sensación de que sus directores estaban más preocupados por hacer una película “de autor” que por llegar al corazón del espectador.
Más allá del tiempo fue promocionada como un drama romántico, no una película de ciencia ficción, y quizá por eso registró un recorrido comercial positivo, recaudando 100 millones de dólares en todo el mundo sobre un presupuesto de 39. Sin embargo y como he dicho al principio, los críticos no se mostraron particularmente entusiastas.
Y al hilo de esto último, he dejado para el final una cuestión que me parece interesante y de la que esta película constituye un ejemplo perfecto para discutir. Para los aficionados al cine de género, el “problema” de la ciencia ficción suele consistir en que el público generalista no se la toma tan en serio como el western, el género negro o la comedia romántica. Los fans no tienen inconveniente en hacerlo, claro, pero para los críticos y los teóricos del cine el género no es solamente una herramienta de marketing sino una llave para interpretar o considerar ciertas obras. Más allá del tiempo es un buen ejemplo para examinar la forma en que clasificamos algo como ciencia ficción o no. La novela de Audrey Niffenegger fue colocada en las listas de ventas generalistas y terminó siendo un best-seller. ¿Y qué ocurre con su adaptación cinematográfica? ¿Es cine generalista disfrazado de ciencia ficción o al contrario?
La primera reacción es, por supuesto, clasificarla como ciencia ficción. Al fin y al cabo, el viaje en el tiempo es uno de los grandes temas del género desde sus inicios. Pero el que ese desplazamiento sea completamente involuntario apunta a que la historia no se centra en las paradojas temporales resultantes de esos viajes sino en otra cosa completamente distinta. Entonces, ¿Por qué esa tendencia de los fans de la ciencia ficción a apropiarse rápidamente del film?
Uno no tiene más que echar un vistazo a la historia para ver cómo la ciencia ficción fue marginada de la cultura generalista. Puede que la Ciencia Ficción arrase en taquilla con regularidad pero en pocas ocasiones la hemos visto competir por otros premios que no sean los de efectos especiales o maquillaje. A diferencia de otros géneros y para muchos profesionales, críticos y cinéfilos, la ciencia ficción sigue siendo una especie de paria, un estigma del que huir.
El director de Más allá del tiempo, Robert Schwentke, insistió en que ésta no era una película de ciencia ficción sino una “historia épica de amor”. Diversos críticos que disfrutaron del film también negaron la naturaleza de ésta como cine de ciencia ficción, diciendo que esos elementos no eran más que un disfraz con el que atraer a público joven de sexo masculino. Y, al contrario, hubo otros críticos que no tuvieron problemas para considerarlo ciencia ficción, pero ello sólo porque no les gustó. Así que, si la película es buena, no puede ser ciencia ficción; y si es mala, no hay inconveniente en defenestrarla. Y es como reacción a tan absurdos prejuicios que los fans y los críticos más abiertos se apresuran a llevar a su terreno películas como Más allá del tiempo.
Pero ojo, porque incluso dentro de la ciencia ficción hay un núcleo duro de fans que se niegan a reconocer como propias del género aquellas historias en que no intervenga la ciencia en sus términos más estrictos y menos imaginativos; fans que rechazan como parte del canon a Flash Gordon o La Guerra de las Galaxias, por ejemplo. Para esta escuela de pensamiento, Más allá del tiempo difícilmente reúne las condiciones para ser aceptada como ciencia ficción.
La única explicación de las habilidades de Henry es una especie de mutación celular, algo implausible de por sí. Pero es que, además y aún aceptando esa premisa, tampoco la historia se desarrolla a partir de ella de una forma “científica” o siquiera lógica. Henry sólo se desplaza a lo largo de su propia línea temporal y sus actos en su propio pasado, incluyendo la interacción con sus familiares y conocidos, no parecen alterar su presente–futuro. Así que no queda muy claro qué es lo que hace el viaje temporal aparte de ponerle difíciles las cosas. Sus desplazamientos tienen una doble y contradictoria vertiente: por una parte, ejercen un impacto en él y en su círculo próximo, pero al mismo tiempo es incapaz de cambiar aquellas cosas que realmente importan.
Tampoco parece tener consecuencias el que su capacidad no sea en absoluto un secreto. Su esposa lo sabe; sus amigos más íntimos lo saben; e incluso se entera de ello un científico al que acuden en busca de ayuda y que acaba publicando sus investigaciones. ¿Dónde están los agentes del gobierno exigiendo a Henry que se someta a un interrogatorio? ¿Y los medios de comunicación? Y, además, resulta que él no es el único viajero temporal, lo que añade otra lista de preguntas. ¿Por qué entonces no hay más de dos? ¿Por qué nadie ha informado de encuentros con viajeros temporales? ¿Semejante proliferación no tendría un efecto real sobre los acontecimientos futuros?
No se utilizan, por tanto, ninguno de los elementos que se esperarían de una historia de ciencia ficción sobre viajes en el tiempo. Bueno, en realidad y si nos ponemos estrictos, ninguna narrativa con ese tema podría ser considerada ciencia ficción. A menos que se sea una partícula subatómica o que nos movamos por el espacio a velocidades próximas a la de la luz, nos desplazamos por el tiempo a la misma velocidad que el resto de seres: segundo tras segundo.
Pues bien, dentro del siempre espinoso, controvertido y personal campo de la clasificación, ¿dónde deja todo eso a Más allá del tiempo?.
En mi caso particular, sí la reivindico como ciencia ficción, aunque no del tipo “duro” sino más bien “metafórica”: una historia de amor que utiliza el viaje temporal como metáfora para explorar la relación entre Henry y Clare. No hacen falta minuciosas explicaciones sobre cómo y por qué se produce el fenómeno. Bien podría haber sido una enfermedad exótica o un superpoder en lugar de una mutación celular. En el fondo, la historia trata de una mujer que debe decidir si comprometerse con un hombre que –en este caso, literalmente– puede no estar allí la hora siguiente, que puede desaparecer durante días, semanas, meses o años. Como he dicho, no es ciencia “dura”, pero sí ciencia ficción. Éste ha sido un género que siempre se ha distinguido por encontrar todo tipo de formas de explorar los más diversos temas. El realismo científico sólo ha sido una de ellas.
Y esto es algo que, tristemente y después de tantos años de historia de la literatura y del cine de ciencia ficción, no saben –o se niegan a asumir– los críticos cinematográficos. La mayoría de ellos no se ha dado cuenta de que las películas de ciencia ficción no deben tratar necesariamente del futuro incluso aunque su trama se ambiente allí. En realidad, versan sobre nosotros en el aquí y en el ahora. Creen que los efectos especiales son lo que caracterizan tales filmes en lugar de reconocer que –cuando se trata de una cinta seria– no son más que el aderezo.
No debería tener que recordarse a estas alturas que películas como E.T. (1982), Alien Nación (1988) o Distrito 9 (2009) no tratan sobre como reaccionamos ante la llegada de alienígenas sino sobre cómo pensamos y actuamos ante los humanos que son diferentes a nosotros en fisonomía o cultura. La ciencia ficción tiene una dilatada experiencia en utilizar sus temas y tópicos como metáforas. Por cada Con destino a la Luna (1950) que trata de describir detallada y realisticamente cómo sería un viaje a otro planeta, encontramos docenas de La humanidad en peligro (1954) o La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) que exploran los miedos y paranoias de una época. ¿Es Blade Runner (1982) una película que quiere advertirnos sobre los peligros de los replicantes fugitivos o que utiliza éstos –y a su protagonista, Deckard– como símbolos de la alienación?
Y en este sentido y además de la utilización del viaje temporal como metáfora, Más allá del tiempo aplica de forma original al campo del romance algunas de las convenciones del subgénero. Clare conoce a Henry por primera vez cuando tiene seis años y él surge desnudo del bosque (lo que ya de por sí suscita algunas incómodas cuestiones) y luego él la va visitando esporádicamente durante toda la vida de ella saltando desde su presente hasta el pasado de Clare. Cuando él la conoce por primera vez en la biblioteca, en el presente, todavía no ha llegado al punto de su vida en el que empezará a saltar al pasado y la conocerá de pequeña, pero ella sí lo conoce desde hace años, está enamorada de él y sabe que van a casarse… Así que ¿quién está acosando a quién?
El día de su boda, ya lo he comentado, él desaparece antes de la ceremonia y es reemplazado in extremis por una versión algo más envejecida proveniente del futuro. Los invitados murmuran acerca de por qué su pelo es ahora gris, pero la pregunta más interesante es si ella está engañando a Henry con otra versión de sí mismo. Un tema que vuelve a surgir todavía con más fuerza cuando, tras una serie de abortos, Henry decide hacerse la vasectomía sin contárselo a ella. Cuando Clare acaba enterándose, furiosa y desesperada, tiene sexo con una versión más joven de él proveniente del pasado y queda embarazada, suscitando así un dilema ético absolutamente original. ¿Es realmente sexo consentido, dado que ella sabe con toda seguridad que el futuro yo de su marido estaría en contra?
La película, ya lo he comentado, termina de forma distinta que el libro, pero temáticamente no lo traiciona: la idea central es que nuestro amor por otros va más allá de nuestra propia vida, literalmente en este caso. Incluso con su extraña habilidad, Henry no tiene ventajas ni garantías en la vida. Puede usar aquélla para jugar y ganar a la lotería, pero en último término no evita el destino de todo ser humano: nacer, vivir y morir. La diferencia en su caso es que lo que hay entre ambos extremos, la vida, la experimenta en un orden diferente al normal.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.