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«El efecto mariposa» («The Butterfly Effect», 2004), de Eric Bress y J. Mackye Gruber

Conforme el culto que profesamos en nuestra sociedad a los “famosos” se ha ido inflando hasta dimensiones ridículas y la industria del cine les ha ido abriendo sus puertas sin exigirles unos requisitos mínimos –como el de la capacidad de interpretar–, es inevitable que muchos críticos valoren las películas en base a la simple inclusión en ellas de esas celebrities más que en la calidad real de su trabajo. En 2003, por ejemplo, Una relación peligrosa fue víctima del alud mediático de chismorreos y bromas sobre la vida privada de sus dos estrellas, Ben Affleck y Jennifer López.

Lo mismo sucedió poco después con El efecto mariposa, que muchos comentaristas atacaron indiscriminadamente por la única razón de que el papel protagonista lo interpretaba Ashton Kutcher. Quizás con la única excepción de Paris Hilton, totalmente exenta de talento artístico alguno, Ashton Kutcher es uno de los más notables ejemplos de individuo famoso no por haber logrado algo digno de elogio, sino por la exhibición mediática de su vida privada. Su fama provenía no de sus mediocres intervenciones en películas y series televisivas sino a haber seducido, a sus 25 años, a Demi Moore, que le sacaba dieciséis, y después a haberse convertido en estrella de Twitter. Quienes comentaron en su momento El efecto mariposa reaccionaron a la inmerecida fama de Kutcher, poniendo el énfasis en su ausencia de talento y calificando a la película como un drama romántico soso y vacío. Sin embargo y en mi opinión, esa conclusión no puede estar más equivocada.

El efecto mariposa es un concepto extraído de la Teoría del Caos y que se describe visualmente como el efecto en virtud del cual el batir de las alas de una mariposa puede provocar un tifón en el otro extremo del planeta. Recordemos que el matemático Ian Malcolm invocaba el mismo principio para profetizar el desastre que se abatiría sobre Parque Jurásico (1993). O lo que es lo mismo, si en un sistema se produce una pequeña perturbación inicial, mediante un proceso de amplificación, podrá generar un efecto considerablemente grande a corto o medio plazo. En el caso cinematográfico que nos ocupa, no se trata de una cuestión de causalidad espacial sino de cómo el ejecutar cambios aparentemente pequeños en el pasado de una línea temporal acaba generando diferentes realidades alternativas muy diferentes entre sí.

Un mensaje de tranquilidad para aquellos con tendencia a perderse en los vericuetos tan frecuentes en las películas temporales: los guionistas de El efecto mariposa (que son también sus noveles directores) consiguen desarrollar esta premisa sin confundir al espectador ni perderle por el camino víctima de un pequeño lapsus de atención, lo cual ya es todo un mérito para empezar.

Evan Trevorn tiene una infancia problemática y no sólo porque su padre se halle recluido en una institución psiquiátrica. El niño experimenta una sucesión de momentos traumáticos, como cuando el padre de sus amigos Kayleigh y Tommy, les obliga a tener relaciones sexuales mientras los graba. Más adelante, Tommy, ya un psicópata violento, los arrastra –junto a un cuarto, Lenny– a una de sus gamberradas que termina mal: introduce un cartucho de dinamita en un buzón, con el resultado de la muerte de una madre y su bebé; y otro día prende fuego a al perro vivo de Lenny. A pesar de ello –o precisamente por ello–, Evan y Kayleigh crean un lazo afectivo que deviene en amor. En muchos de estos incidentes, Evan experimenta lapsos de conciencia y es incapaz de recordar lo que sucedió.

Años después, Evan se ha convertido en un brillante estudiante de psicología que trata de profundizar en la dolencia que le aqueja y su conexión con la de su padre. Cuando empieza a indagar en el pasado, decide regresar a su pueblo natal y visitar a la ahora adulta Kayleigh, que trabaja como camarera. Pero hacerla revivir sus traumáticos recuerdos y tomar conciencia de la infeliz vida que lleva, tiene una consecuencia tan inesperada como trágica: la joven se suicida esa misma noche.

Esa tragedia no hace sino obsesionarle más. Empieza a repasar los diarios que lleva escribiendo desde niño como parte de la terapia que trataba sus “apagones” mentales, y conforme revive en su mente los incidentes en los que tomó parte, se da cuenta de que tiene la capacidad de viajar hacia atrás en el tiempo, tomar el control del cuerpo de su joven yo y cambiar el curso de los acontecimientos que tuvieron lugar durante esos lapsus de memoria.

La primera vez que hace esto, encuentra a su “regreso” que ha creado una línea temporal alternativa en la que él y Kayleigh son estudiantes universitarios y están profundamente enamorados. Evan parece haberlo conseguido. Ha cambiado su vida y, sobre todo, la de Kayleigh. Todo parece ideal hasta que reaparece un Tommy más violento que nunca, ataca a Evan y éste lo mata en defensa propia. Condenado a prisión, Evan se hace con sus viejos diarios y repite la experiencia, viajando otra vez en el tiempo y modificando los acontecimientos, pero tanto esa vez como las subsiguientes no hace sino crear involuntariamente realidades alternativas progresivamente más nefastas: en una de ellas Kayleigh se ha convertido en una prostituta drogadicta; en otra, Evan quedó parapléjico en la infancia y su madre está muriendo de cáncer de pulmón; y en otra más, acaba internado de por vida en un frenopático. Sólo queda una opción para intentar revertir todos esos cambios…

Pues bien, pese a lo que el resumen del argumento o los comentarios de los críticos puedan hacer pensar, El efecto mariposa es mucho más que un drama romántico simplón. Al leer rápidamente una sinopsis y encontrarse con palabras como “amor” o “viaje en el tiempo”, uno podría esperarse uno de esos melodramas fantásticos cuya acción se desarrolla en líneas temporales alternativas y que se estrenaron entre 1998 y 2000: Corre Lola corre (1998), Dos vidas en un instante (1998), Lluvia en los zapatos (1998), Yo, yo mismo e Irene (1999), Family Man (2000) o Amores posibles (2001). Pero, de hecho, El efecto mariposa hace un uso del concepto de realidad alternativa mucho más relevante para su argumento y más oscuro que en cualquiera de las cintas mencionadas.

Es más, desafiando su fama de niño bonito pero carente de talento interpretativo, Ashton Kutcher fue lo suficientemente astuto como para ver el potencial de un guion que había languidecido durante años sin que nadie se animara a producirlo, presionando personalmente para sacar adelante el proyecto y asumiendo el rol de productor ejecutivo. Y, por si fuera poco, se esfuerza por hacer olvidar sus mediocres interpretaciones “cómicas” del pasado para ofrecer un trabajo razonable como protagonista de un film dramático. Es cierto que otro actor con más tablas o talento pudiera haber encarnado al personaje con mayor convicción y carisma, pero Kutcher tampoco llega a ponerse en ridículo ni torpedear la película. Sin ser tampoco extraordinaria, la mejor interpretación la brinda Amy Smart como la Kayleigh adulta, cuyo papel le exigió transformarse de perfecta estudiante universitaria a sencilla camarera de pueblo o prostituta adicta.

Lo que la película adolece en cuanto a actores con peso, lo compensa con una trama interesante y una dirección acertada que imprime un estilo visual notablemente oscuro, reflejo del descorazonador argumento. Es más, los directores van aligerando o espesando la atmósfera dependiendo de cómo los actos de Evan en el pasado afectan a su futuro y el de quienes le rodean. Así, cuando parece que ha conseguido lo que perseguía y se encuentra viviendo una dulce existencia con Kayleigh como su pareja, la fotografía, los decorados y las interpretaciones se iluminan; lo contrario ocurre cuando las cosas se tuercen (la casa de la Kayleigh prostituta, la cafetería en la que charlan, la cárcel…), con las sombras y la fealdad adueñándose de las escenas.

El efecto mariposa tiene un guion intrigante que deja a un lado el relleno romántico para poner el énfasis en las importantes consecuencias que ciertos actos del pasado pueden tener en el futuro de las personas. Películas como Dos vidas en un instante proponían poco más que la búsqueda del protagonista de una línea temporal que le ofreciera la apoteosis del amor romántico. El efecto mariposa, conservando el elemento sentimental de fondo, es una variación mucho más adulta y sombría que explora emociones más complejas, empezando por su descripción de una infancia problemática que no suele ser del gusto del cine mainstream norteamericano.

De lo que se trata aquí no es de encontrar al hombre/mujer de los sueños del protagonista de turno, sino de mostrar cómo cada intento de rectificar una crueldad del pasado termina derivando en otro tipo de tragedia. El efecto mariposa bien podría ser una versión más seria de Mi amigo el diablo (1967), una comedia dirigida por Stanley Donen en la que el protagonista trataba una y otra vez de escoger un deseo que le consiguiera a la chica de sus sueños, pero que siempre terminaba víctima de las desastrosas consecuencias derivadas de su elección. (Atención: espóiler) De hecho, la conclusión de El efecto mariposa no es la de juntar felizmente al chico y la chica sino resignarse ante la evidencia de que esa relación siempre fue el problema de todas las líneas temporales y que la única forma de que ambos puedan vivir existencias razonablemente dichosas es dejar de intentar encontrar una realidad en la que eso suceda y seguir cada cual su propio camino. Un final agridulce y satisfactorio para un espectador que busque algo menos edulcorado que lo tantas veces ya visto (Fin del espóiler).

Hay quien puede pensar que esa conclusión traiciona el espíritu de una historia que va oscureciéndose cada vez más conforme avanza. Al fin y al cabo, el final que los directores propusieron en su montaje –y que fue rechazado por el estudio pero que se ha incluido como extra en la edición en formato doméstico– era verdaderamente terrible: un desesperado Evan decide que la única forma de impedir todos los destrozos que han causado sus viajes en el tiempo es utilizar un video de su propio nacimiento para trasladarse al mismísimo útero de su madre. Allí, de alguna manera, se estrangula a propósito con el cordón umbilical, quedando claro de paso por qué los otros dos hijos de su madre nacieron muertos: también tenían poderes de viaje temporal, cometieron errores semejantes a los suyos y tomaron la misma decisión. Aunque la idea de un feto estrangulándose es algo ridícula, pocos podrán disentir en que este hubiera sido uno de los finales más lúgubres de la historia del cine. Probablemente, los guionistas se dieron cuenta –o alguien del estudio se lo hizo ver– que la historia que habían escrito los había acabado arrinconando y no quisieron concluirla con un exceso de nihilismo. Sin contradecir ese tono progresivamente más oscuro de la trama, el final oficial sí deja espacio para cierta esperanza en que los protagonistas conseguirán encontrar la felicidad en sus vidas, aunque sea separadamente.

También se han alzado voces contra la película quejándose de que el guión no explique las razones para las pérdidas de conciencia de Evan o la mecánica concreta de sus viajes temporales, tachando entonces a la película de fantasía y descalificándola como ciencia ficción. Pero eso es perder de vista el núcleo temático de la historia, más interesada en los personajes que en la ciencia, lo cual tampoco ha sido ni mucho menos inusual en el campo de la ciencia ficción.

Porque de lo que se trata aquí no es de cómo o por qué Evan viaja en el tiempo –o, al menos, su “alma” o “mente”– sino mostrar un intenso recorrido por su vida –y la de todos aquellos que le rodean–, una vida modelada y perturbada por los traumas de su pasado. El corazón emocional de ese drama y el motor que articula su trama se localiza en la relación entre Evan y Kayleigh. El amor de aquél por ésta, su deseo de mejorar la vida de ella, convierte a esta historia en una tragedia de pérdida redención fallida. Evan quiere ser el héroe de su propia vida y del de las de quienes le rodean, pero cuanto más lo intenta, peor salen las cosas hasta el punto de verse en una silla de ruedas y sin brazos viendo cómo su mejor amigo, Lenny, ha conquistado el corazón de Kayleigh.

La recepción que la crítica dio a El efecto mariposa cuando se estrenó fue mala, pero como ya dije esa animadversión parecía dirigida principalmente a Ashton Kutcher. Hubo comentaristas que le acusaron de ser un actor mediocre y de haber asumido un papel por encima de sus capacidades; otros denostaron a la película afirmando que era repetitiva o que la ciencia era inconsistente. También hubo quien se sintió ofendido por la sucesión de tragedias y la inclusión de factores como el abuso infantil. Sin embargo, este fue uno de los casos en los que el público se mostró en desacuerdo con los críticos y apoyó claramente con su dinero a la película, generando un taquillaje ocho veces superior al presupuesto y situándola en los portales de valoración con una puntuación de entre 7 y 8 sobre diez. Tanto es así que en 2006 y 2009 se produjeron sendas secuelas, ambas –éstas, sí– de pésima calidad, que aprovechaban el título pero cuyas historias no estaban relacionadas con la original.

No todo funciona bien en El efecto mariposa. Hay partes del libreto que podrían haberse pulido más, agujeros de guion y escenas con un mayor potencial del que los actores consiguen extraer, pero en general la mala fama que le han dado los críticos es inmerecida. No es una obra magna ni un clásico imprescindible, pero sí aporta una interesante, original e inquietante mezcla de ciencia ficción, drama y thriller, narrada con buen ritmo y que mantiene al espectador entretenido e interesado hasta que aparecen los créditos finales. Explora el poder de la memoria y el arrepentimiento y la enorme influencia que nuestros actos del ayer pueden tener en la vida del futuro, dejándonos con la pregunta de si realmente merece la pena lamentarse por lo que se hizo o se dejó de hacer en el pasado en lugar de tratar de mejorar el propio presente.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".