Cuesta hacerse a la idea de que el boom del cine de espada y brujería duró muy poco tiempo. Un par de años, como mucho. Si apuramos la cronología, fue cuestión de unos meses, los que siguieron al estreno de la exitosa Conan el bárbaro (1982), la obra maestra del cine de aventuras y fantasía, dirigida y escrita por John Milius.
La explosión de este subgénero en la pantalla grande era algo lógico, dado que este tipo de ficciones sacudía a la juventud desde mediados de la década anterior en cómics, novelas, juegos de rol y rock heavy metal.
En 1991, la llegada de Terminator 2 dejó claro que el cine comercial iba a cambiar, pero hasta entonces se fueron comercializando, sobre todo en los videoclubs, películas de bárbaros musculosos durante toda la década de los 80.
Solo en las fechas inmediatamente posteriores al estreno de Conan, se lanzaron títulos como El último guerrero (Deathstalker, 1983), de James Sbardellati, Ator el poderoso (Ator l’invincibile, 1982) y Ator 2. El invencible (Ator 2: L’invincibile Orion, 1982), ambas de Joe D’Amato, Hundra (1983), de Matt Cimber, Cromwell, el rey de los bárbaros (The Sword and the Sorcerer, 1982), de Albert Pyun, Sorceress (1982), de Jack Hill, Gunan, el guerrero (Gunan il guerriero, 1982), de Francesco Prosperi, La espada salvaje de Krotar (Sangraal, la spada di fuoco, 1982), de Michele Massimo Tarantini, y por supuesto, El señor de las bestias, la mejor de todas después del film de Milius.
Como la mayoría de estas producciones, El señor de las bestias tuvo que enfrentarse a un presupuesto más bien ajustado. No cabe esperar una superproducción como El Señor de los Anillos, pero presenta mejor factura y más mimo que la mayoría de los neo-peplum italianos rodados y estrenados con prisa para aprovechar la moda.
El guionista y director Don Coscarelli, no muy prolífico pero con un número notable de seguidores, se encargó por primera vez de una película con medios (un presupuesto de 8 o 9 millones de dólares, según dónde se indague), tras haber triunfado en todo el mundo con una producción prácticamente casera, Phantasma (1979), cinta inicial de una de las sagas de terror más originales y extrañas que han existido.
Coscarelli se inspiró parcialmente en The Beast Master (1959), una novela de ciencia ficción, escrita por Andre Morton, en la que un ex-soldado navajo comparte vínculo telepático con animales transgénicos en el planeta Arzor. Pese a esos antecedentes, la película es una historia original más cercana al modelo de Robert E. Howard y a las lecciones de Joseph Campbell que a otra cosa.
Su protagonista, Dar (Marc Singer), hijo del rey Zed de Aruk, escapa de su inminente sacrificio nada más nacer (una historia que incluye vientre de alquiler bovino) y acaba creciendo en una humilde aldea llamada Emur. Tras la masacre de rigor, Dar emprenderá un viaje de aventuras y venganza en compañía de varios animales con los que se comunica: el tigre negro Ruh (su fuerza), el águila Sharak (sus ojos) y un par de simpáticos hurones, Kodo y Podo, que además son dos ladronzuelos (su astucia).
El actor estadounidense Marc Singer, celebérrimo en nuestro país a mediados de los 80 por interpretar a Mike Donovan, reportero de acción y personaje principal en la serie V (1983), encarna con suma energía al héroe protagonista, un Conan simpático y ágil, enfrentado a mil peligros.
Su principal enemigo es el sumo sacerdote Maax. Este mezquino personaje es quien toma el poder en Aruk tras la muerte del rey Zed. En realidad, todo parte de una profecía ‒su muerte a manos de Dar‒ que le anuncia Maax un trío de brujas de atractivo cuerpo y rostro monstruoso. El villano está interpretado por Rip Torn, quien se empeñó en que su personaje se pareciera a un buitre, con lo cual exhibe una prótesis nasal semejante a un pico.
Además de sus fieles animales, a Dar le acompañan dos personajes habituales en este tipo de peripecias: un guerrero bravo y fortachón, Seth (John Amos), y una damisela en peligro que oculta uno o dos secretos. La chica, Kiri, no es otra que la sex-symbol Tanya Roberts, aquí pelirroja, en una de sus más memorables apariciones cinematográficas. En un film donde la ropa de todos los personajes es de lo más escueto, Roberts exhibe anatomía sin prejuicio alguno (en su promoción, la película se apoyó en una sesión y portada en Playboy con la actriz caracterizada como Kiri). Y eso que el film, en principio, está pensado para el público más joven, incluso infantil.
Resulta fascinante que, a comienzos de los 80, el cine destinado a la chavalería se atreviera, sin especiales repercusiones negativas, a incluir desnudos e imágenes de violencia grotesca, por no hablar directamente de terror.
En ese sentido, El señor de las bestias nos recuerda que está escrita y dirigida por el creador de Phantasma con la aparición de una extraña raza de humanoides voladores. Unos seres membranosos entregados a extraños ritos y aficionados a disolver personas mediante un letal abrazo. Estas criaturas, que parecen sacadas de las páginas de la revista Weird Tales, no son el único «trauma infantil» que generó El señor de las bestias. También vemos a berserkers creados mediante la introducción de extrañas sanguijuelas por la oreja de pobres desgraciados, entre otras lindezas propias de la ficción howardiana.
Aunque la película tuviera un presupuesto enorme para lo que estaba acostumbrado Coscarelli, lo cierto es que sigue acercándose a la serie B. Es algo patente en los escenarios, de escaso hálito fantástico (los habituales descampados del cine bárbaro), muy pobretones comparados con los variados parajes españoles de Conan el bárbaro.
Rodar en nuestro país es algo que se tuvo en consideración, pero el dinero sólo daba para localizaciones en California y Nevada.
Gran parte del presupuesto se destinó a la construcción de una pirámide, a la que se saca máximo provecho dramático y estético.
En principio y oficialmente, ningún animal fue maltratado durante el rodaje, si bien el tigre sufrió posteriormente problemas de salud que le llevaron a morir por lamer el tinte negro que cubría su pelaje. Por su parte, el águila (préstamo de un parque zoológico) se negaba a volar cuando le tocaba hacerlo, así que subieron al ave a un globo aerostático y lo soltaron desde las alturas para captar imágenes en las que planea.
Si nos olvidamos de esos detalles, podemos apreciar el buen uso dramático que se hace de los semovientes en esta película, especialmente querida por los niños a los que, además de las aventuras fantásticas, les gustaban los animales.
A veces se habla de El señor de las bestias como una película cutre, pero esta es una consideración muy equivocada. No es una superproducción, pero saca el máximo provecho al ajustado presupuesto, y lo más importante, ofrece todo lo que promete una cinta de estas características, sin defraudar en ningún momento. Desde la enérgica interpretación de Marc Singer ‒en forma cual bailarín‒, al atractivo de Tanya Roberts, pasando por la simpatía de los hurones, el terror de las criaturas monstruosas, las luchas con espadas, las ciudades que nunca existieron o la resultona banda sonora de Lee Holdridge, todo sabe a sesión matinal, a aventura sin excusas y a escapismo sin complejos. Un cine que quienes dirigen las superproducciones actuales ya no saben hacer.
Otro mérito que añadirle es la dirección de fotografía de John Alcott, quien ya había probado su maestría en títulos como La naranja mecánica (1971), Barry Lyndon (1975) o El resplandor (1980).
El señor de las bestias no fue un fenómeno cultural, ni mucho menos. Como tantas otras películas, fue adquiriendo fans a lo largo del tiempo gracias a los videoclubs y a la televisión. Al parecer, se emitía con tanta frecuencia en los canales por cable que surgió un chascarrillo según el cual HBO eran las siglas de «Hey, Beastmaster’s On!» («¡Hey, están dando El señor de las bestias!»). Esto provocó el estreno de una tardía y decepcionante secuela en 1991, El señor de las bestias 2, dirigida por Sylvio Tabet (habitual productor, aquí en su único trabajo como realizador) y donde nada tuvo que ver Coscarelli.
De igual modo, se produjo una serie de televisión de tres temporadas (1999-2002), con una casi nula conexión con la película original y protagonizada por el pipiolo Daniel Goddard. La serie se sumaba a la moda de ficción televisiva de aventuras fantásticas surgidas a raíz del inesperado éxito de las superiores Hércules y Xena.
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