A mediados de los ochenta, la industria del comic-book distaba de ser boyante. Las ventas estaban en descenso, los cómics eran ignorados por los medios de comunicación y la cultura generalista y los superhéroes eran incapaces de combatir enemigos tales como los argumentos repetitivos y los personajes exhaustos. Pero justo cuando las cosas parecían ir peor, aparece Frank Miller con su miniserie El regreso del Caballero Oscuro (1986), un cómic en el que fusionó la mitología y épica propias del género con la angustia existencial moderna, creando una obra atemporal e inmensamente influyente que salió fuera del círculo de los aficionados para llegar al público en general.
Como ya había hecho con Daredevil anteriormente, Miller utilizó a Batman para ilustrar la idea de que un individuo que dedica su vida a combatir el crimen como vigilante disfrazado y al margen del sistema legal y policial, puede no estar muy bien de la cabeza. En 1986, esta era una visión nueva y su magistral ejecución narrativa y gráfica le hicieron merecedora de la atención de los medios de comunicación no especializados.
Revistas como Time o Rolling Stone ensalzaron la obra de Miller y la calificaron de auténtico arte; el director Tim Burton la señaló como inspiración directa para su exitosa película de 1989… Gracias a –entre otros– Miller, los cómics de superhéroes empezaron a explorar nuevos senderos artísticos y conceptuales, atrajo a toda una nueva generación de lectores y ayudó a levantar las ventas a máximos históricos. Durante un tiempo, el mundo del comic-book se sintió seguro otra vez.
Y ahora avanzamos a 2001, momento en el que aparece El Señor de la Noche contraataca o DK2 (Batman: The Dark Knight Strikes Again), la secuela de su laureada obra seminal, en forma de miniserie de tres episodios (diciembre de 2001-julio de 2002).
El lanzamiento se convirtió en todo un acontecimiento mediático, atrayendo más atención que cualquier otro cómic en años. DC obligó a los críticos a leer copias del tebeo sin salir de las oficinas de la compañía en Nueva York; las principales revistas generalistas se hicieron eco del regreso de Miller al universo de Batman…
Pero cuando el cómic llegó a los aficionados, las críticas no estuvieron ni mucho menos a la altura de la expectación generada. Al dibujo de Miller le llovieron palos, y los chillones colores digitales aplicados por Lynn Varley recibieron calificativos como “enjuague bucal verdoso”. Con las imágenes de los atentados del 11-S aún recientes, el tono del cómic, la abierta oposición a la autoridad y el retrato de Batman y los suyos como una suerte de terroristas antisistema cabreó a bastantes. Y lo que es igualmente malo: a los fans no les gustó nada la forma en que Miller se burlaba de la mitología superheroica.
Resulta chocante y poco habitual que dos obras del mismo guionista/dibujante basadas en los mismos personajes y ambientadas en el mismo mundo susciten reacciones tan opuestas. Pero, ¿qué es lo que hay en DK2 que despertó tanta animosidad? ¿Era merecida? A su descuidada y tosca manera, DK2, como su predecesora, también trató de reflejar el tono y problemas que acosaban tanto a la industria del cómic como a la sociedad del momento. El problema, es que Miller ya había dejado atrás la mejor etapa de su carrera y quería recuperar su pasada gloria apoyándose en el gran Batman, pero ni el momento era ya el adecuado, ni lo que planteaba era novedoso ni su tono gustó a muchos lectores.
DK2 empieza de forma muy prometedora. América se ha convertido en un estado policial que ha repudiado la carta de derechos civiles, en el que el pueblo carece de poder y cuyo presidente es un holograma controlado por el hombre de negocios más poderoso y despiadado: Lex Luthor. Aún peor: a la mayoría de los ciudadanos no les importa haber perdido sus libertades; están demasiado ocupados viendo espectáculos sexuales y lamentando la disolución de sus grupos pop preferidos.
En esas circunstancias, Batman se ha convertido en un extremista al borde de la locura en su empeño de no comprometer sus creencias. Está convencido de que hay una gran conspiración que domina el país…y tiene razón. Luthor y Brainiac han aprisionado, reclutado o chantajeado para que desaparezcan o se sometan a casi todos los héroes de la Tierra. Pero el único al que no pueden controlar es precisamente aquél que no tiene superpoderes, tan sólo astucia y una rabia inmensa. Batman está decidido a destapar el gran engaño y hacer caer ese gobierno títere.
Pero todo eso lo vamos viendo conforme transcurre la historia. En el primer número, de hecho, apenas sale Batman. Carrie Kelley, que ha abandonado su alias de Robin por el de Catgirl, realiza con éxito dos temerarias misiones de rescate: la primera la de Ray Palmer-Atom, que ha permanecido prisionero en una placa de petri en instalaciones del gobierno; y el segundo, el de Barry Allen-Flash, obligado a correr en círculos para generar electricidad barata para la mitad del país. Esto no sólo sienta las bases para el tipo de historia que se va a narrar a partir de aquí, sino que establece los méritos de Carrie para liderar a los “Hijos de Batman”.
Ese capítulo inicial concluye cuando Superman, la voz de la razón oficial, acude a la nueva Batcueva en un intento de poner fin a los planes de Batman… solo para encontrarse con una sorpresa. Con la ayuda de Atom, Flash y Flecha Verde, Bruce le propina una paliza todavía más morrocotuda que la de DK. El propio Batman en persona sólo aparece en las tres últimas páginas, pero cuando lo hace, es para asestar el golpe final, literal y figuradamente, al Hombre de Acero y terminar con una frase lapidaria: “¡Sal de mi cueva!”.
Estructuralmente, este capítulo es como un largo clímax. Miller nos zambulle en la historia a base de acción trepidante, puñetazos y persecuciones, como si estuviéramos asistiendo a la culminación de algo que ha ido preparándose desde hace tiempo. Así que en lugar de generar drama y suspense, dejando que la historia vaya desarrollándose y facilitando que podamos sentir el triunfo de Batman contra el sistema, todo parece apresurado y carente de propósito. Hay muy poco aquí que no se hubiera hecho antes y además mejor en cientos de otros cómics.
El motivo por el que Miller causó tanto revuelo a mediados de los ochenta con El regreso del Caballero Oscuro fue que los comic-books no estaban luchando por alcanzar todo el potencial del que eran capaces. Tradicionalmente, la cultura norteamericana ha valorado de forma especial tanto las artes visuales (películas, fotografía, pintura o ilustración) como la literatura. Pero la mezcla de ambas se había considerado –quizá por la pobreza del formato en el que siempre se había publicado y la falta de ambición de los editores– como material para adolescentes.
Miller se negó a aceptar semejante estado de cosas. En lugar de dar preeminencia a la acción desaforada sobre el argumento y los personajes, como la mayoría de los cómics habían hecho durante años, Miller pobló su obra de personajes complejos que conectaron enseguida con los lectores.
En El regreso del Caballero Oscuro, Bruce Wayne se transformó de estúpido playboy a psicótico envejecido obsesionado con morir de forma digna. Su némesis, el Joker, pasó a ser un demonio enfermizo inundado de perverso amor por Batman. En muchos sentidos, El regreso del Caballero Oscuro reflejaba la nueva visión que América tenía de los héroes. Como dijo un comentarista, fue como ver un serial de vaqueros de los años cuarenta transformado de repente en el Sin perdón, de Clint Eastwood.
Lo que había destacado en El regreso del Caballero Oscuro sobre esfuerzos similares como Watchmen o Kingdom Come, es que aquél utilizaba a los superhéroes para construir una reflexión sobre el mundo real y sus acontecimientos, mientras que muchos de los cómics que quisieron seguir su estela se centraron en analizar de forma bastante pomposa lo que significa ser un justiciero enmascarado. Pues bien, al principio, se diría que Miller quiere replicar la misma fórmula de DK2.
Al plantear una sociedad que renuncia a sus derechos para mantener su seguridad y prosperidad y preguntarse si es mejor ser feliz y esclavo que libre pero descontento, DK2 ya ofrece materia para el debate, un debate candente en ese momento tras los atentados del 11-S y la legislación aprobada por el gabinete de George W. Bush. Pero Miller no se detiene ahí y carga, utilizando caricaturas extremas de políticos reales, contra un sistema en el que el presidente no es más que una marioneta de hombres de negocios poderosos que recurren al terrorismo. Su veneno no perdona a nadie. En una escena, una caricatura de John Ashcroft (entonces fiscal general del presidente Bush) comparece en una rueda de prensa mientras un superhéroe le pone orejas de conejo por detrás. Imitando el estilo de perpetua indignación moral de Ashcroft, el personaje afirma: “El Departamento de Justicia no ha dado permiso a nadie en esta habitación para entregarse a risas inapropiadas”.
Con todo, Miller abandona rápidamente ese contacto con la realidad y sucumbe a la tendencia de la industria, dedicándose a abordar dilemas imaginarios de un mundo ficticio. Mientras que El regreso del Caballero Oscuro había tratado de abordar temas reales de una forma provocativa y novedosa, DK2 se limita a contar una historia más de superhéroes en la que los enemigos no son factores políticos o sociales, sino meramente supervillanos. Por tanto, la rabia que Miller despliega en este cómic –y hay mucha, estridente e infantil– no va dirigida contra nada que podamos identificar como real, algo extraído de nuestro mundo.
También en este primer número se detectan ya problemas en algo en lo que Miller siempre había brillado: la caracterización. Aquí hay personajes diversos, pero sin personalidad. Todos hablan con la misma voz y las mismas expresiones altisonantes que parecen sacadas de una novela mala de detectives hardboiled.
¿Hay algo salvable en el primer número? Bueno, Miller decide ignorar la realidad del universo DC del momento y recurre a los personajes de la Edad de Plata. Flash es Barry Allen y se menciona que Hal Jordan (Linterna Verde) aún vive. También se hace referencia a Kara, la prima de Superman. Así que para los fans más veteranos o aquellos muy aficionados a los viejos tiempos, puede tener cierto atractivo verlos de nuevo a todos juntos.
Pero si El regreso del Caballero Oscuro había mantenido el reparto bajo unos límites manejables (Batman, Robin, Joker, Dos Caras y Superman), aquí la lista de personajes se vuelve ridículamente extensa: Wonder Woman, Shazam, Linterna Verde, Flash, Flecha Verde, Atom, Plastic Man, el Hombre Elástico, Lex Luthor, Brainiac, Question, Jimmy Olsen, Hawkman y Hawkwoman, el Detective Marciano, Supergirl…entre otros. Aunque él ocupe el centro de la narración, ya no estamos ante un cómic de Batman sino más bien de la Liga de la Justicia rediviva. Y la consecuencia, claro, es que, aunque Miller hubiera querido o sabido, habría resultado imposible tratar adecuadamente a todos ellos.
Aunque es cierto que la sátira siempre se ha tomado libertades con la caracterización de personajes, aquí el autor se pasa de la raya. En muchas ocasiones, los personajes de DK2 actúan no por lo que son sino por lo que representan. Como Miller utiliza héroes que son ya muy familiares para los lectores gracias a su larga trayectoria, se lo puede permitir hasta cierto punto, pero lo cierto es que hay una sobrecarga de personajes que, además, entran y salen de la trama sin orden ni concierto e intervienen de forma que parece aleatoria. Hay algunas conversaciones interesantes entre Superman y Wonder Woman o Flash y Batman, pero al carecer de personalidad diferenciadora quedan más desleídas de lo que debieran.
En el segundo número, el minimalismo del dibujo se traslada al del guión, que adolece de una lamentable falta de detalles. En la escena de apertura, por ejemplo, asistimos a un acalorado debate en el que no se sabe muy bien quién participa ni en que foro o formato. ¿Es un programa de televisión, gente de la calle, una rotura de la “cuarta pared” en el que los personajes hablan al lector, la representación simbólica de un chat de internet?
Lo que parece que sí queda claro por fin es lo que Miller pretende: gastar una gran broma o, si se quiere, una sátira. Mientras que El regreso del Caballero Oscuro era un drama con elementos satíricos, DK2 es de principio a fin una enorme broma en la que el autor juega con sus ídolos de infancia y sus fantasías adolescentes de violencia nihilista, machismo y sexo, disfrazándolo de sátira de la obsesión norteamericana por el sexo y la cultura juvenil. Cuando un grupo de aspirantes a superheroínas hipersexuadas llamadas SuperTías descubren que han cambiado el mundo de verdad, se separan por el estrés que les causa haber conseguido algo más allá de ser sexys y atractivas. “¿Qué es zeitgeist? Suena como una enfermedad”, dice una de esos superficiales ídolos populares. Encontramos aquí también el sexo explícito y público entre Superman y Wonder Woman.
En lugar de recuperar el tono exageradamente pesimista de los cómics de la época (y que él mismo ayudó a crear con El regreso del Caballero Oscuro), en esta ocasión el planteamiento de Miller consiste en, haciendo observaciones punzantes por el camino, divertirse. Y eso es quizá lo que no acaba de funcionar bien o, como mínimo, no sintonice con los gustos de muchos aficionados. Así, se combinan tragedias horribles como la destrucción de la mitad de Metrópolis (en una serie de planchas que recuerdan el día después de los atentados del 11-S) o la brutal paliza que Luthor le propina a Batman, con pasajes como los que ilustran las extravagancias de un personaje tan loco como Plastic Man; o ese en el que Superman conoce a su hija de diecisiete años, Supergirl y ésta le pide que le explique lo que es el sexo, advirtiéndole aquél que evite las relaciones con humanos porque se rompen fácilmente.
Pero ese deseo de divertirse, de hacer literalmente lo que le venga en gana, deriva en problemas de lógica y continuidad, como que Superman y Wonder Woman se comuniquen telepáticamente. ¿Desde cuándo ha sucedido eso? O que en el número anterior Batman cuente con un ejército de ayudantes y aquí no aparezca ni uno solo. La niña con el uniforme de Saturn Girl del número 3 podría justificarse dado que es una poderosa telépata que puede ver en el futuro, pero, ¿qué razón hay para que el Joker vista el uniforme de Cosmic Boy? ¿Y esa estrella de internet vestida de Ultra Boy? ¿Es que la Legión de Superhéroes del siglo XXX es famosa en el XXI? Luego están las torpes ganas de provocar, como hacer que Halcón y Paloma sean gays. Por si marcarles los pezones y la entrepierna no fuera suficiente, se menciona Christopher Street, la calle de Manhattan donde nació el movimiento por los derechos gay. Pero es que como en la continuidad DC Halcón y Paloma son hermanos, Miller no sólo los convierte en homosexuales sino también en incestuosos. ¿A qué venía esa viñeta?
Puede que Miller estuviera tan endiosado, tan convencido de su propia genialidad que pensaba que su obra no necesitaba la revisión o supervisión de un editor que le dijera lo que era o no coherente, lo que funcionaba y lo que no. Y es que parece ir improvisando sobre la marcha sin atención a lo que él mismo acaba de hacer: en el primer número, Flash ayuda a Batman a pegarle una paliza a Superman; en el segundo, insiste en que respeta mucho al Hombre de Acero.
En El regreso del Caballero Oscuro, Miller proponía una cuestión atrevida: ¿cómo combates el mal si éste no se encarna en un conveniente supervillano sino que está enraizado en la sociedad en forma de decadencia moral y corrupción? Pues bien, en DK2, volvemos a encontrarnos con el tópico supervillano a batir. Soy consciente de que Lex Luthor puede servir como metáfora o símbolo de una cierta capa de la sociedad o forma de gestionar el poder, pero aquí la sutileza brilla por su ausencia. Mientras que en El regreso del Caballero Oscuro Superman accedía a convertirse en peón del gobierno Reagan por convencimiento, aquí se recurre a una motivación mucho más pedestre e insatisfactoria: si no colabora con ellos, Luthor y Brainiac amenazan con destruir la ciudad embotellada de Kandor, donde residen los últimos supervivientes kriptonianos. Lo mismo pasa con Bruce Wayne-Batman. El personaje lastrado por la inseguridad y los conflictos internos desaparece a favor de un sádico que representa las fantasías de poder adolescentes por las que tanto se ha criticado siempre al comic-book de superhéroes.
Lo que permea todo el cómic es una rabia y violencia que contradice las declaraciones contemporáneas del propio Miller, en las que expresaba su disgusto por el estilo antiheroico, nihilista y agresivo que dominaba la industria.
En 1986, con El regreso del Caballero Oscuro, Miller había empezado una revolución en los cómics de los superhéroes. Pero como suele suceder con las revoluciones, ésta terminó en excesos. Los cómics, escritos por guionistas con menos talento, se llenaron de oscuridad, violencia y angustia existencial. Parecía que, para tener éxito en la industria, para llamar la atención, había que superar lo que Miller había hecho, darle una vuelta de tuerca más. La alegría y el sentido de lo maravilloso que siempre habían transmitido los comic-books de superhéroes, como el imaginar que uno podía volar, ser invisible o defender al débil, se perdió a favor de la psicosis y las armas y bíceps imposiblemente grandes.
Y precisamente eso es lo que Miller prometió de alguna forma recuperar en DK2… fallando estrepitosamente. Y es que la miniserie es gratuitamente brutal. Batman estrella su avión contra el rascacielos de Luthor, le marca una “Z” al estilo de la del Zorro en la frente y dice: “Provocar terror. Lo mejor de este trabajo”. Más adelante, se niega a enfrentarse a un robot gigante que está destruyendo la ciudad y –suponemos– matando a cientos de personas, porque es estratégicamente poco aconsejable. O cuando varios superhéroes de segunda son asesinados por un misterioso villano…. Por mucho que aborde las cosas con cierta mirada satírica o un humor socarrón –que a mí particularmente no me hace gracia–, ¿es esta la reacción contra la violencia de los cómics que propone Miller?
En el tercer capítulo, Miller vuelve a demostrar su total desprecio por la lógica de los personajes o la continuidad, sacándose de la chistera personalidades y poderes. Así, aparece por fin Hal Jordan-Linterna Verde después de haber hecho una referencia de pasada en El regreso del Caballero Oscuro sobre su marcha a las estrellas.
Sabíamos por tanto que aún vivía y dado que DK2 es más una historia de la Liga de la Justicia que de Batman, era lógico que en un momento u otro hiciera acto de presencia. Pero lo hace exhibiendo unos poderes divinos para los que no se nos da explicación alguna. No es que el relato no lo permitiera (Kingdom Come, por ejemplo, ya imaginaba que los poderes de los superhéroes podrían evolucionar) pero es que aquí esas enormes facultades resultan cruciales para la conclusión de la historia y las convierte en un completo deux ex machina. En otras palabras, el plan de Batman fracasaría estrepitosamente si Linterna Verde no dispusiera de esos poderes cósmicos, pero Miller no nos explica de dónde han salido, como tampoco los de Lara al derrotar a un villano. Miller aborda la historia como si las reglas básicas que gobiernan cualquier narrativa, cómics o no cómics –una estética bien cuidada, argumento, caracterización– no se aplicaran a él.
Y luego llegamos a un extraño clímax que tiene que ver no con Luthor ni con Brainiac, sino con otro villano diferente que sólo había aparecido de refilón en el segundo episodio. Es como si Miller estuviera tratando de exorcizar algún tipo de demonio personal, pero tampoco queda claro cuál. Este desenlace es muestra de ello, con una de las más infames e injustificadas representaciones de Dick Grayson, una auténtica declaración de odio hacia el personaje.
Uno de los puntos que generó mayor controversia con DK2 fue el apartado gráfico. Y es que en esta ocasión, sin las tintas de Janson y con un Miller en horas bajas, su arte está muy lejos de lo que se pudo ver en El regreso del Caballero Oscuro. No estoy hablando de un trabajo meditado de simplificación de línea, sino de un franco y progresivo deterioro. Con cada episodio, el dibujo se hace más y más rudimentario. Las figuras parecen simplemente delineadas con un rotulador, sin interés alguno en mantener las proporciones dentro de unos límites mínimamente naturalistas. A veces, y a pesar de su esquematismo –o quizá precisamente por culpa del mismo–, resulta incluso difícil discernir lo que cuenta la viñeta. Además, con absoluta dejadez, deja los fondos vacíos, impidiendo que el lector sitúe la localización del personaje o siga adecuadamente el progreso de una secuencia. Hay un punto, por ejemplo, en el que ya ni se molesta en dibujar a Brainiac, reduciéndolo a una mancha verde flotando en la nada.
Incluso la narrativa, que siempre ha sido el fuerte de Miller, parece avanzar a empujones. En El regreso del Caballero Oscuro, las páginas-viñeta se utilizaban con moderación para subrayar emocionalmente pasajes concretos, establecer el tono y provocar un impacto en el lector. En DK2, por el contrario, hay una ridícula cantidad de ellas, para colmo realizadas con esa línea desganada que arrastra durante toda la obra. Quizá el ejemplo más sangrante sea la secuencia de cinco páginas-viñeta del segundo volumen que muestran el coito Superman-Wonder Woman. Son cinco viñetas redundantes en las que se muestra el mismo o muy parecido momento. No tiene sentido narrativo alguno y parecen metidas con el solo fin de rellenar paginación.
Igual sucede con las dobles páginas-viñeta, un recurso normal y adecuadamente reservado para momentos de especial épica o que contengan información que no podría transmitirse en una sola página, como la reunión de una multitud de héroes para afrontar el asalto final o una batalla espectacular. Pues bien, en el segundo volumen encontramos una concatenación de tres dobles páginas viñetas que no solo son sosas, poco elaboradas e innecesarias sino que, peor aún, ni siquiera dejan claro lo que sucede.
Por su parte, Lynn Varley llena los enormes vacíos dejados por Miller en las viñetas con una paleta de colores digitales de tonos muy vivos, cuando no directamente fluorescentes, que da al conjunto un tono psicodélico que no acompaña a la trama.
En resumen, si sumamos un penoso trabajo con las figuras, fondos inexistentes, narrativa deficiente y un color inadecuado, encontramos motivos más que suficientes para tachar a este cómic de incoherente desde el punto de vista gráfico y entender las críticas que le llovieron .
Muchos aficionados se disgustaron con Miller y su DK2 por haberse atrevido a tratar su personaje favorito en clave de comic-book puro y duro. Pero quizá este argumento no sea del todo justo. Al fin y al cabo, si Batman estaba en el pedestal de los héroes “oscuros” era en buena medida porque Miller lo había puesto allí. De la misma forma que El regreso del Caballero Oscuro había abierto la puerta a los caminos más sombríos de la vida superheroica, DK2 deshace ese trayecto y reivindica el regreso a la diversión.
Pero el problema es que, independientemente de las intenciones, el resultado no está a la altura de lo que se esperaba de alguien como Miller. La trama es floja, un panfleto antisuperheroico –a tenor de la forma en que se éstos se presentan– ambientado en una distopia a mitad de camino entre las clásicas Un mundo feliz y 1984, con un misterio, el de la identidad del nuevo Joker y sus motivos para asesinar justicieros, que está tan mal insertado en el resto que acaba sepultado por los elementos más estúpidos y chirriantes del guión.
¿Debería juzgarse El Señor de la Noche contraataca por sus propios méritos y como obra independiente de El regreso del Caballero Oscuro? Eso sería lo ideal. El problema es que fue escrito y vendido como una secuela en toda regla, por lo que la comparación es inevitable. Comparación de la que DK2 sale muy malparada. Es una continuación innecesaria, hiperbólica, chirriante, torpemente narrada y francamente mal dibujada. ¿Tiene puntos de interés? Sí, pero, en mi opinión no son suficientes como para redimir los defectos.
Probablemente, si en vez de convertirla en secuela de una obra maestra Miller y DC la hubieran planteado como una historia del sello Otros Mundos, independiente y autocontenida (con los necesarios cambios de guión para desvincular su continuidad de la de El regreso del Caballero Oscuro), el cómic habría funcionado mejor y hubiera sido recibido con mayor benevolencia.
Lo más triste de todo es que, en cierto modo, DK2 es la esencia última y más primitiva de Frank Miller. Si prescindimos del elaborado dibujo, las innovadoras composiciones de página, la introspección en la que viven sus personajes y la diversidad de estos, ¿qué nos queda del autor? Algo ruidoso, violento, fascista, incoherente y pueril. DK2 es, al final, una decepción. Tiene destellos del viejo Miller, pero técnica, conceptual y estéticamente está muy lejos de sus obras de los ochenta.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.