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Mi amistad con Sherlock Holmes

En 2015, Javier Villarrubia me invitó a una de las célebres charlas TED para que hablase acerca de un personaje con el que mantengo desde hace tiempo una larga amistad. A continuación, puedes leer la transcripción completa, que he variado en pequeños detalles al tratarse de un texto escrito.

Estoy seguro de que todos sospecháis ya, y que sabéis incluso con certeza, de qué personaje o de qué persona voy a hablar. Efectivamente, tenéis razón. Voy a hablar… de un boxeador… de un escritor y cronista… de un jugador y experto en análisis retrospectivo. Y por supuesto, también voy a hablar de un hombre que tenía unos amplísimos conocimientos en química… y también en medicina: ha sido comparado con médicos a menudo. Además de ser un gran investigador.

Este hombre, era experto en la lucha que se llama baritsu, que es una mezcla de un arte marcial japonés, el jiujitsu y de la lucha con bastón y paraguas callejera.

Además era violinista…. y un gran lector. A este hombre también le gustaba mucho fumar en pipa… Evidentemente, estoy hablando de Sherlock Holmes.

Sherlock Holmes, aparte de todas las profesiones que he dicho, y otras treinta más por lo menos, ha pasado a la historia como el mejor detective de todos los tiempos. Esa es la profesión por la que todos lo conocemos, pero, como ya he dicho, demostró sus dotes en más de treinta profesiones.

Hoy quiero hablar de Sherlock Holmes y quiero hablar de mi amistad con él. Una amistad que se remonta a varias décadas atrás, pues comenzó cuando mi madre me regaló Estudio en escarlata, que es también la primera aventura de Holmes. Desde que leí esa novela, me aficioné a él y leí todas sus obras con verdadero entusiasmo. Pero nuestra amistad se afianzó de manera especial en 1987, cuando dediqué una libreta a Sherlock Holmes, que llamé El método holmesiano. En esa libreta me dediqué a apuntar lo que leía en las aventuras de Holmes, todos los conocimientos, todos los trucos, las herramientas y los mecanismos que él empleaba. Todo lo apuntaba en mi libreta, con la intención de imitarlo y ser como él.

Después de casi treinta años de aquella libreta, en el 2015, he escrito un libro, tras dos años también de intensa investigación, durante los que he vuelto a leer los cincuenta y seis cuentos y las cuatro novelas de Sherlock Holmes. Un libro que se llama No tan elemental: Cómo ser Sherlock Holmes. Desde entonces, se han producido muchos cambios (un cambio evidente es mi aspecto). Uno de ellos es que mientras que en la libreta ponía “El método de Sherlock Holmes” o “El método holmesiano”, aquí en el libro, sin embargo, hablo de “los métodos” de Sherlock Holmes.

La primera observación, por tanto, es que no existe un método holmesiano: existen muchos métodos holmesianos. Sherlock Holmes, en efecto, no emplea un único método, sino que recurre a una variedad tremenda de métodos diferentes. Él mismo lo dice: “Ya conoce usted mis métodos, Watson. No dejé ni uno solo sin utilizar en mi investigación”.

Holmes, en definitiva, siempre habla en plural de sus métodos y no de “su método”. Pues bien, este hombre, Sherlock Holmes, aparte de ser un detective, era sobre todo un detective científico. La gran aportación de Sherlock Holmes al mundo de los detectives fue llevar la ciencia al mundo criminal.

Al hacerlo, al llevar la ciencia al mundo criminal, en realidad se comportó como un buen representante de su época, porque en la Gran Bretaña de aquel entonces se sentía una gran admiración hacia los científicos. ¿Y por qué sentían los británicos tanta admiración hacia los científicos? Porque gracias a ellos se había construido el Imperio Británico. El Imperio Británico se construyó, en efecto, gracias a seguir el lema de Francis Bacon, el que fuera canciller de la Isabel, la reina shakesperiana, que dice: «La información es poder”.

Eso dijo Francis Bacon. Siguiendo este precepto y siguiendo el consejo de Bacon de observar la naturaleza sin cesar y de acumular datos, Inglaterra primero, y Gran Bretaña después, empezó a medir, a pesar a calcular, a cartografiar todo el planeta. Gracias a ese conocimiento, superior al de las otras naciones, construyó su imperio. El Imperio, en consecuencia, se debió a la información, al dominio de la información por parte de Gran Bretaña.

Sherlock Holmes, como Bacon, era también es un obseso por los datos, y él mismo lo proclama: «Datos, datos, necesito datos, no puedo hacer ladrillos sin arcilla”. Siguiendo los preceptos baconianos, lo primero que hace Sherlock Holmes es buscar información, datos con los que poder establecer teorías.

También dice en una ocasión: “Es un error capital teorizar antes de poseer datos. Insensiblemente se comienza a distorsionar los hechos para que encajen en las teorías, en vez de hacer que las teorías encajen en los hechos” Aquí en esta frase casi nos parece estar leyendo directamente a Francis Bacon, porque este era uno de sus consejos: no hay que hacer teorías antes de tener los datos. Hay que observar los datos y, a partir de ellos, hacer las teorías.

Holmes también decía: «Tengo a gala no ir con prejuicios nunca y seguir con docilidad el camino que marcan los hechos”. En definitiva, Holmes insiste siempre en que  “primero son los hechos y luego las teorías”.

Por otra parte, hay que tener mucho cuidado con la intuición, esa es una de las grandes lecciones de Sherlock Holmes. Todos confiamos mucho en la intuición, pensamos que tenemos una fantástica intuición que nos hace saber cómo son los demás con un solo golpe de vista y enseguida establecemos una teoría sobre la persona que vemos… ¿Pero qué sucede? Que se dice:”La primera intuición es lo que cuenta”. Y es verdad, pero para mal, no para bien. ¿Por qué?

Porque con esa primera impresión establecemos una teoría y a partir de ese momento, intentamos que todo lo que observamos se ajuste sea como sea a esa teoría.

Ese es un error que debemos evitar… Debemos escuchar a la intuición, porque muchas veces es el depósito de toda nuestra experiencia previa y nos suele dar una respuesta adecuada en el 90% de la ocasiones, pero cuando nos enfrentamos a una situación nueva la intuición ya no funciona igual de bien. Y precisamente, Sherlock Holmes en sus casos se enfrenta a ese 10% de situaciones que son completamente diferentes: casos raros, extravagantes… Como el doctor Gregory House (Hugh Laurie) ‒el protagonista de la teleserie House (2004-2012)‒ que sabéis que está inspirado directamente en Sherlock Holmes y que también se enfrenta a enfermedades raras, extrañas, en las que la intuición no te da la respuesta adecuada.

He aquí otro rasgo de cómo lleva Sherlock Holmes la ciencia al mundo criminal: “No se fíe nunca de las impresiones generales, muchacho, concéntrese en los detalles”. Esta atención al detalle, a lo minúsculo, a lo insignificante a aquello a lo que nadie ha dado importancia es uno de los rasgos fundamentales de la ciencia, y es así como se construyó la ciencia moderna.

Las huellas dactilares, no las inventó Holmes, pero las conocía bien cuando todavía mucha gente no las conocía y esa atención a lo pequeño lo vemos en series como CSI, que muestra cómo la ciencia por pequeñísimos detalles puede encontrar las soluciones de las cosas, algo en lo que Holmes fue pionero. Evidentemente, se lo considera un gran precursor de la ciencia forense y de la criminalística.

En la época de Holmes, surgió un experimento curioso, las placas Duchenne… Se daba una descarga eléctrica en la cara a la gente, en el rostro, y se producían movimientos automáticos. Como veis, se quería investigar todo, saltándose incluso los límites de la ética muchas veces. Era con personas en manicomios, alienadas, etcétera.

Y aquí se puede ver otro detalle de la minuciosidad y atención al detalle que influyó directamente en Holmes (o por lo menos en Arthur Conan Doyle). Es de Giovanni Morelli, que era amigo de la familia Doyle.

Morelli era un experto en arte que se dio cuenta de que para distinguir a un maestro de un discípulo, para distinguir a Leonardo de alguien que trabajase en su taller no había que fijarse en la apariencia general, en la grandilocuencia del cuadro, sino que había que fijarse en los pequeños detalles, e como las orejas, las uñas, los dedos, especialmente de los pies. ¿Por qué?

Porque en esos pequeños detalles que parecían no tener importancia, el pintor se dejaba llevar, y eran digamos las huellas dactilares del pintor. Así es como realmente se podía identificar a un pintor, por la forma en la que pintaba la oreja: MantegnaBotticcelli, son orejas muy distintas, cada oreja es completamente diferente.

Otro ejemplo, también contemporáneo de Holmes, las placas de Bertillon, la antropometría, que es un sistema anterior a las huellas dactilares que servía para distinguir a sospechosos. Lo que se hacía era tomarles once medidas. La oreja, como se puede ver en la esquina inferior izquierda, también está muy detallada. Con esas once medidas se podía saber si un sospechoso al que tenían detenido era realmente quien decía ser.

Un reproche de Sherlock Holmes a su fiel compañero era el siguiente: “Su problema, Watson, es que usted mira, pero que no observa”. Tenemos que atender al detalle a la cosa pequeña, pero, además, hay que saber ver, hay que aprender a observar más que limitarse a ver. Las pistas y señales están a la vista para todos nosotros pero hay que saber verlas, y no depende eso de ir al oculista a graduarte las gafas, sino que depende de una graduación mental. De graduarte la mente, de decirte: “Tengo que estar preparado para ver cosas inesperadas, cosas que no sospechaba que pudiera ver”.

En la ilustración anterior, se puede observar una mano en la que se aprecian lo que se llama marcas ocupacionales, un estudio en el que Sherlock Holmes también es un pionero, pues influyó mucho en la disciplina. Esta ciencia demuestra que por pequeños callos, pequeñas heridas, pequeñas manchas, etcétera, se puede distinguir la profesión de una persona. Holmes demuestra en sus aventuras ser un experto en las marcas ocupacionales. Según la labor que realizas, por ejemplo, si eres escritor, antiguamente, antes de los ordenadores, siempre tenías en el dedo un callo porque siempre el lápiz o el bolígrafo estaba rozando en ese lugar. Cuando escribes con el ordenador al final siempre tienes las uñas rotas porque se te rompen de teclear. Ese es un rasgo más actual.

Aquí se puede ver un asombroso monstruo. Este monstruo es una pulga, dibujada por uno de esos pioneros de la ciencia, de la Royal Society, Robert Hooke, que fue el gran rival de Isaac Newton allí en la Royal Society y que dibujó esta pulga. Para observarla y para ver estos pequeñísimos detalles del insecto, lo que tuvo que hacer fue entregarle su sangre. Tuvo que poner a la pulga en su brazo y dejar que la pulga chupara su sangre y observar por un lado como funcionaba la pulga y además dibujarla.

El propio Hooke cuenta: “La criatura era tan voraz que, pese a no poder contener más sangre, seguía chupando igual de rápido, mientras con la misma velocidad evacuaba la sangre por detrás”.

Todo esto le sucedía en el brazo a Hooke, quien literalmente aquí se jugó la vida, porque esta pulga, este tipo de pulga, fue la que causó la gran peste en la que murieron millones de personas en Europa pocos años después de ese dibujo que publicó Robert Hooke.

Sherlock Holmes también se somete a todo tipo de venenos, a todo tipo de sustancias, simplemente por amor al conocimiento, por aumentar su conocimiento acerca de la realidad.

Holmes dominó todos los métodos científicos: la inducción, la deducción y la abducción (que no consiste en este caso en ser secuestrado por extraterrestres, es otro método de inferencia). No los voy a explicar aquí, pero digamos que Holmes conoce todos estos métodos y emplea la observación, la experimentación y otros de su propia cosecha.

Además de este carácter científico de Sherlock y de este poner a prueba, por ejemplo, la intuición, tiene una característica. Si yo lo definiese por una profesión , aparte de detective, de detective científico, lo definiría como lector. Sherlock Holmes es un lector. Él mismo lo dice: «Soy un lector omnívoro, con una extraña capacidad retentiva para todo lo insignificante”. Holmes lee mucho, muchísimos libros. él mismo ha escrito unos Anales criminales y a menudo le dice a Watson: “Páseme la L”. O la “M”, donde está Moriarty, el gran enemigo de Sherlock Holmes.

Pero más allá de ser un lector de libros y de los textos tradicionales, Holmes ejemplifica lo que dijo otro gran pionero de la ciencia, que es Galileo, quien dijo: “El libro de la naturaleza está escrito en caracteres matemáticos”.

Y por tanto, para descifrarlo hay que saber matemáticas, algo que ha demostrado la ciencia moderna, que está descifrando todo el libro de la naturaleza gracias en gran parte a las matemáticas. Holmes también leía el libro de la realidad, aunque no en caracteres matemáticos, y veía signos en todas partes. Para Sherlock Holmes cualquier cosa es un signo, un carácter, una señal, un texto. Todo se puede leer.

Las mangas de la camisa de una persona, la forma del sombrero, las manchas de barro rojizo en las botas de sus amigo Watson. Todo se puede leer. Es un lector que, además, escribió un libro que se llama El libro de la vida, nos cuenta Watson, donde explica cómo lee la vida y como lee la realidad.

Holmes incluso lee y encuentra signos incluso en la ausencia de signos. Hay una aventura que se llama “La aventura del caballo Silver Blaze” (Estrella de plata). En esa aventura ha desaparecido un caballo y Sherlock Holmes está investigando y en un momento dado dice que ya está cerca de tener la solución. Y dice: “Y la tengo debido al curioso incidente del perro a medianoche”.

Y todo el mundo le dice:”¿qué curioso incidente? Si el perro esa noche, la noche que robaron el caballo, no hizo absolutamente nada, ni siquiera ladró”. “¡Ese es el curioso incidente!”, dice Holmes. «Que entren a robar un caballo y el perro no haga absolutamente nada significa algo. Significa que la persona que entró era conocida por el perro, era seguramente respetada y querida por el perro y por tanto no ladró. Por tanto podría ser, por ejemplo, su cuidador”. Así que incluso la ausencia de un signo es un signo para Sherlock Holmes.

En otra aventura, Holmes llega a decir:”En estos tres días solo ha sucedido una cosa importante y es que no ha sucedido nada”. Es una aventura en la que han robado unos planos importantes.

Esta capacidad de buscar signos es lo que hizo que Umberto Eco, el autor de El nombre de la rosa, que es un homenaje a las aventuras de Sherlock Holmes: Guillermo de Baskerville se llama el detective medieval de Eco, y es por El perro de los Baskerville, la novela de Sherlock Holmes. “Guillermo”, naturalmente, es por Guillermo de Occam, otro de los precursores de la ciencia.

El título de otro libro de EcoEl signo de los tres, es un homenaje a la novela de Holmes El signo de los cuatro. Pero, además, es un libro en el que Umberto Eco y Thomas Sebeok proponen una antología en honor a los precursores de la semiótica. Y esos precursores de la semiótica son tres: Charles Sanders Peirce, filósofo pragmático americano, Ferdinand de Saussure, lingüista, y nuestro querido Sherlock Holmes. Los semiólogos o semióticos lo consideran en pie de igualdad a Holmes, como uno de los precursores de la semiótica, como un gran semiótico.

¿Por qué? Porque lee signos. La semiótica se ocupa de la lectura de signos.

Aquí vemos a Holmes, leyendo un texto, en este caso es un texto, además, cifrado, porque otra de las profesiones de Sherlock Holmes es la de criptógrafo.

Sherlock Holmes es capaz no sólo de ver signos que nadie ve, capaz de ver signos invisibles o en la ausencia de signos, sino que además lee signos que están codificados.

Por eso, estos muñequitos que vemos aquí, pertenecen a una aventura de Sherlock Holmes que se llama “los bailarines”. Y supongo que todos habéis adivinado lo que pone con estos bailarines: “Cómo ser Sherlock Holmes”. Ese es precisamente el código que él descifra en esa aventura.

Finalmente, quiero acabar con un consejo que daba el doctor Bell. El doctor Bell es el hombre que inspiró a Arthur Conan Doyle a escribir las aventuras de Sherlock Holmes. Parece que el doctor Bell era como nuestro célebre detective. Era un médico capaz de hacer las mismas asombrosas demostraciones que Holmes. Fue el maestro de Conan Doyle en la Universidad de Edimburgo y fue también maestro de Robert Louis Stevenson.

El doctor Bell se sintió muy halagado al verse reflejado en Sherlock, y decía que las historias de Sherlock Holmes tenían una gran ventaja sobre las de otros detectives. Mientras que los otros detectives resolvían el misterio por un golpe de intuición milagrosa inexplicada e inexplicable, sin embargo, Holmes lo explicaba.

Sherlock Holmes explicaba, en efecto, cómo había llegado a la solución del misterio. Y por eso decía Bell: “Esto hace que no solo sean un entretenimiento sino que son también un estímulo que nos incita a imitar a Sherlock Holmes. El lector piensa: “Yo quiero hacer esto en la vida cotidiana. Lo mismo que hace Sherlock Holmes… Puedo ver esos signos, puedo descifrar la realidad”.

Precisamente, también Francis Bacon decía: «Lo que distingue a la ciencia verdadera es que sus explicaciones extraen de las cosas todo el misterio (le quitan ese misterio). La impostura, sin embargo, disfraza las cosas para que parezcan más maravillosas de lo que serían sin el disfraz”.

La ciencia explica. El nacimiento de la ciencia se debe al fin del secreto y al hecho de compartir el conocimiento. Así se creó la Royal Society, acabando con el fin del secreto y estimulando que los científicos compartieran sus conocimientos en vez de mantenerlos ocultos. Sherlock Holmes dice lo mismo: “Me temo, Watson, que me delato cuando explico las cosas. Los resultados sin mención de las causas impresionan mucho más.” Si me callase cómo lo he hecho, todo el mundo diría. “¡Oh, es maravilloso!” Pero qué le vamos a hacer, lo voy a explicar y al final dirá: “Elemental”, ¿verdad? Efectivamente, elemental.

Es elemental, pero lo que no es elemental es llegar a pensar como Sherlock Holmes: hay que hacer un esfuerzo, hay que dedicar el tiempo que él dedicó.

Me permitiré un último consejo: «No hay que ser como Sherlock Holmes, sino que hay que ser Sherlock Holmes”. ¿A qué me refiero con esto? A una frase de Goethe, el autor de Fausto.

Goethe en su época, viendo la admiración que había hacia los griegos de la época clásica, que él también compartía, pero viendo que muchas veces era imitación servil y vulgar, dijo:”No hay que ser como los griegos: hay que ser griego”.

Es decir, no hay que imitar las apariencias de lo griego, esas cosas que parece que hacían los griegos y hacer cosa parecidas, sino que hay que situarse frente a la realidad como los griegos se situaban, que es precisamente como se situaban también los científicos y Sherlock Holmes: con una gran curiosidad e inquietud, poniendo en cuestión tus propios prejuicios, poniendo en cuestión tus ideas, buscando los signos más allá de lo normal y más allá de lo aparente, fijándote en lo minúsculo, etcétera. Todas estas cosas que hemos comentado. Por tanto, yo les animo a que vayan a las aventuras de Sherlock Holmes si no lo han hecho ya y que les sirvan de entretenimiento, de fabuloso entretenimiento, y además de estímulo, porque son un gran estímulo para ser Sherlock Holmes.

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Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guión del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
Su último libro es 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, pero casi siempre ignorada o silenciada. A este libro ha dedicado una página que se ha convertido en referencia indispensable acerca del escepticismo: 'Sabios ignorantes y felices'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guión, literatura y creatividad en España y América.