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Arthur Conan Doyle, impostor

La personalidad de Arthur Conan Doyle y la de su personaje son en muchos aspectos diametralmente opuestas. Esto no tiene nada de particular, porque un escritor no está obligado a parecerse a sus criaturas de ficción.

Si Shakespeare se pareciera a sus personajes, deberíamos decir de él que tenía personalidad múltiple, porque, ¿cómo es posible parecerse al mismo tiempo a Otelo, Shylock, Próspero, Romeo, Macbeth, Viola o Julieta? ¿Cómo se puede ser a la vez cruel, sensato, reflexivo, impulsivo, romántico, cínico, egoísta y avaricioso, generoso y criminal, ocioso e hiperactivo, obsesivo y ligero?

Sí, es cierto que podría suceder que Shakespeare se pareciera de alguna manera a Shylock, pero que en otro aspecto se pareciese a Otelo; tal vez era celoso como Otelo, avaro como Shylock, romántico como Romeo y Julieta, dubitativo como Hamlet, cruel como Lady Macbeth.

Ahora bien, también podemos pensar que todos esos personajes tan diversos esconden algún rasgo común y que, a pesar de sus diferencias, existe algo que todos comparten; podríamos aventurar, en consecuencia, que Shakespeare poseía este o aquel rasgo común o al menos frecuente en sus criaturas, pero como no se sabe casi nada de la vida del dramaturgo inglés, no es posible asegurarlo.

En cuanto a Doyle, es difícil que le atribuyamos las ideas o la personalidad de Sherlock Holmes, porque, como ya he dicho, sus caracteres son opuestos. Holmes, por decirlo con brevedad, es el paradigma de la persona racional y razonable, que sólo cree en lo que ve, o en lo que puede deducir a partir de datos y hechos materiales evidentes. Por el contrario, Doyle fotografiaba hadas y creía en los espíritus. No sólo creía en tales seres, sino que ayudaba a su segunda mujer a convocarlos en sesiones de espiritismo.

No se sabe con certeza si Doyle creía de verdad en los espíritus, si solo fingía creerlo, o si era uno de esos adeptos o iluminados que están convencidos de estar en posesión de una verdad tan grande que son capaces de mentir en los detalles, como hacia Madame Blavatsky cuando alguien descubría sus trucos en las sesiones de espiritismo: «Respondía algunas veces con jactancias, pero otras veces confesaba el engaño con un guiño y una risita y decía que un truco de vez en cuando no invalidaba la realidad de sus poderes paranormales».

El misterioso caso de Sherlock Holmes

Sherlock es el más conocido de los miembros de un gremio de personajes de ficción que se caracteriza por lo fácil que les resulta alcanzar la celebridad pública: los detectives. Los detectives de la vida real raramente alcanzan notoriedad semejante, tal vez porque ello les dificultaría realizar su trabajo.

Holmes se presentó al público por vez primera en la novela Un estudio en escarlata, publicada en 1887. A esta siguieron más novelas y varias decenas de cuentos. Los expertos holmesianos consideran que el Canon, las obras canónicas de Sherlock Holmes, son 56 cuentos y cuatro novelas, todas firmadas por Arthur Conan Doyle. Algunos añaden al Canon los cuentos escritos por Adrian Conan Doyle y John Dickson Carr.

En cualquier caso, a grandes rasgos, lo que se sabe de Sherlock Holmes antes de que conociera a Watson y resolviera el caso de Estudio en Escarlata es lo siguiente: se supone que nació en algún lugar de Inglaterra, aunque había en sus venas sangre francesa, pues su abuela era hermana del pintor Vernet. Tuvo al menos un hermano, Mycroft Holmes, más dotado incluso que Sherlock para descubrir a través de pequeños indicios datos asombrosos de la vida de otras personas. En sus años de estudio no parece haber tenido muchos amigos. De hecho tal vez su único amigo durante ese período fue Victor Trevor, cuyo padre influyó en la vocación detectivesca de Holmes.

El primer caso de Holmes fue el Gloria Scott, antes de conocer a Watson. Por esos años vivía en la calle Montague Street, cerca del Museo Británico, pero ya había pensado alquilar un piso en el 223 B de Baker Street. Casualmente, conoció entonces al doctor Watson, que acababa de regresar de la India, y ambos se pusieron de acuerdo para compartir el piso y el alquiler.

Suele considerarse que Sherlock Holmes es un personaje ficticio creado por Doyle, aunque hay razones para pensar que Doyle se limitaba a firmar las obras que Watson le entregaba. Watson, naturalmente, ni se llamaba Watson ni quería salir del anonimato convirtiéndose en un escritor famoso, pues el anonimato le resultaba imprescindible para la profesión que compartía con su compañero de piso.

Muchos se preguntan por qué en las obras del detective nunca se menciona, ni de pasada, a Jack el Destripador, a pesar de coincidir temporalmente. Algunos expertos sugieren oscuras relaciones entre Watson, Holmes y Jack. Un detalle inquietante es que Jack dejaba una firma en el cuerpo de sus víctimas: una M, que es la inicial del más temible enemigo de Holmes: Moriarty. Pero también, dicen otros, pudiera ser que no fuera una M, sino la letra inversa: la W de Watson.

También se ha especulado acerca de los gustos sexuales de Holmes, debido a su larga convivencia con Watson y al hecho de que sólo mostrase interés por una mujer: Irene Adler.

Otro asunto difícil de resolver es el de la desaparición de Holmes durante varios años. Según se dice, Doyle estaba harto de ser conocido gracias a las novelas y cuentos de Sherlock Holmes, puesto que su ambición era que se reconociera su talento en el terreno de la novela histórica. Así que decidió matar al detective. En “El problema final”, Holmes se enfrenta a su más temible enemigo, Moriarty, y ambos mueren en las cataratas de Reichenbach. Sin embargo, el público no aceptó la muerte de Holmes y Doyle se vio obligado a resucitarlo en “La casa vacía”.

Esta es la versión aceptada por los historiadores de la literatura, pero los expertos holmesianos se preguntan por qué a Holmes le interesaba pasar por muerto y qué hizo durante esos años de silencio. Al parecer viajó al Tíbet bajo el nombre de Sigersson, pero hay quien piensa que estuvo en París o que su intervención en un asunto dinástico evitó que la Primera Guerra Mundial tuviera lugar varios años antes.

Se han descubierto diferentes manuscritos inéditos de Watson, en los que se cuentan aventuras del detective que no pudieron ser publicadas en su momento, debido a que comprometían a todo tipo de personalidades del mundo de la política, la literatura o la vida social. De algunos de esos manuscritos hablaré en otra ocasión.

El extraño caso de Arthur Conan Doyle

Hay una curiosa insistencia en olvidarse de Arthur Conan Doyle cuando se habla de Sherlock Holmes (algo a lo que son o somos aficionados todos los holmesianos). Esa tendencia a ningunear al autor para favorecer a su criatura ha llamado la atención de expertos holmesianos como Marcello Truzzi: «Es sorprendente que haya sido Holmes, y no Doyle, quien haya despertado tanto interés».

Sin embargo, quizá no sea tan extraordinario que, al hablar de un personaje, nos olvidemos de su autor. Cuando nos referimos a Don Quijote, muchas veces lo hacemos sin ni siquiera aludir a Cervantes; cuando hablamos de Hamlet, Otelo, Romeo y Julieta o Shylock podemos hacerlo sin mencionar a Shakespeare.

Lo cierto es que podemos acercarnos a los personajes literarios de dos maneras muy diferentes: en algunos casos siempre tenemos presente al autor, mientras que en otros nos olvidamos enseguida de él. Es raro oír hablar de un personaje creado por Borges sin mencionar una y otra vez a Borges, o de las extrañas criaturas de Lovecraft sin tener presente en todo momento a Lovecraft, pero casi nadie se acuerda del nombre de la autora de Pippi Calzaslargas o del creador del Zorro, y muchos confunden a los autores de Pulgarcito con los de El soldadito de plomo o Blancanieves.

En ciertos casos, un autor está presente en su obra o sus personajes, a la manera de Lovecraft y Borges, pero en otros está ausente, a la manera de Perrault o Andersen. Para los lectores que no lo tengan claro: Pulgarcito es un cuento de los hermanos GrimmEl gato con botas, de Charles PerraultEl soldadito de plomo de Hans Christian Andersen, aunque muchos de estos cuentos eran tradicionales, como El gato con botas, que ya fue contado por Giambattista Basile.

El autor no es el personaje

Esta distancia entre el escritor y el detective puede llevarnos a verlo como un impostor, en un juego metaficcional que convierte a Sherlock en una figura ajena a Doyle. Así, una vez descartado que Arthur Conan Doyle escribiera las aventuras de Sherlock Holmes, se han elaborado muchas teorías acerca del verdadero autor de las aventuras del detective.

Hay quien sostiene que las escribió el mismísimo Sherlock Holmes, pues no en vano en el corpus canónico de aventuras publicadas con la firma de Doyle hay dos escritas por el propio Holmes: «La melena del león» y «El soldado de la piel decolorada». El detective declara que se decide a tomar la pluma, cansado de las exageraciones románticas y el poco rigor de su cronista habitual. En base a estas declaraciones del propio Holmes, no parece razonable que él escribiera el resto de sus aventuras, pero ya sabemos que uno no se puede fiar de alguien tan astuto como nuestro detective.

Según otros especialistas, el verdadero autor era un primo de Holmes, o incluso la reina Victoria, lo que no es tan extraño, si tenemos en cuenta que recientemente un ordenador alimentado con millones de datos concluyó que la reina Victoria había escrito Alicia en el país de las maravillas, atribuido tradicionalmente a Lewis Carroll, seudónimo tras el que se esconde Samuel Lutwidge Dogson.

Para complicar un poco más las cosas, se han publicado nuevas aventuras de Sherlock Holmes, contadas por personas que conocieron a Holmes, como Mary Morstan, la esposa de Watson, en Memorias de Mary Watson, de Jean Dutourd. En casi todas estas nuevas aventuras se intenta desvelar un nuevo enigma detectivesco, aunque ahora el misterio se refiere casi siempre al propio Sherlock Holmes.

A veces, por cierto, se añaden al Canon, a las “Sagradas Escrituras”, o el Corpus Holmesiano algunas aventuras escritas por el sobrino de DoyleAdrian Conan Doyle, junto al gran escritor del genero policíaco John Dickson Carr.

«Desde el punto de vista de la ficción, es cierto que Sherlock Holmes vivía en Baker Street y, desde el punto de vista de la ficción, es falso que viviera en las orillas del río Spoon», señala Umberto Eco en Confesiones de un joven novelista. Eco se refiere, por supuesto, al río Spoon de la ficción, el de la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, que contiene los epitafios de un pueblo imaginario de Illinois. Eco cita una encuesta de 2008 que demuestra que la creencia en la realidad de Sherlock Holmes todavía pervive entre los propios británicos, que le otorgan más realidad que a algunos personajes históricos: «Leí hace poco que, según una encuesta, una quinta parte de los adolescentes británicos cree que Winston ChurchillGandhi y Dickens eran personajes de ficción, en tanto que Sherlock Holmes y Eleanor Rigby eran reales».

Es llamativo, sin duda, pero comprensible, que tantos admiradores y turistas incautos crean en la existencia de un personaje de ficción, pero quizá resulte más asombroso descubrir que decenas de investigadores, pertenecientes a todo tipo de disciplinas científicas, tratan a Holmes como a un colega.

Imagen superior: Arthur Conan Doyle finge que escribe una de las aventuras de Sherlock Holmes. Existen tantas fotografías de Doyle escribiendo que es casi inevitable pensar que se veía obligado a dar pruebas de una profesión que tampoco ejercía (como la de médico)Todavía en su vejez, Doyle seguía proclamando de una manera muy ruidosa que era escritor.

La bibliografía acerca de Holmes puede consultarse hasta el año 1974 en «World Bibliography of Sherlock Holmes and Dr.Watson», de Ronald Burt de Waal.

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[Esta entrada ha sido escrita a partir de capítulos inéditos de No tan elemental: Cómo ser Sherlock Holmes, que finalmente no incluí en el libro]

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Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guión del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
Su último libro es 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, pero casi siempre ignorada o silenciada. A este libro ha dedicado una página que se ha convertido en referencia indispensable acerca del escepticismo: 'Sabios ignorantes y felices'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guión, literatura y creatividad en España y América.