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Christopher Lee, el hombre que fue Drácula

Cuando Christopher Lee fue nombrado Comandante del Imperio Británico (CBE) en 2009, título que otorga el derecho de anteponer la fórmula Sir al nombre, no le concedí importancia alguna a ese hecho. Yo me dirigía a él por el título nobiliario que se había ganado a pulso en 1958, más de cincuenta años atrás: conde. Conde Drácula, por supuesto.

Sin duda alguna, Lee ha sido quien mejor ha encarnado al vampiro creado por Bram Stoker. Su interpretación de Drácula en la cinta dirigida por Terence Fisher en 1958 es, sin duda alguna, definitiva: elegante, rodeado de un aura de oscura majestuosidad y cargado de lúbrico magnetismo animal.

Cierto es que, por razones puramente crematísticas –el presupuesto no daba para más–, no es la fiel representación del argumento literario original, pero sí es la versión que mejor se aproxima al espíritu de la novela, gracias al concurso de talentos como los del mencionado Fisher, el productor Anthony Hinds o el guionista Jimmy Sangster, entre otros.

Lo sé, hay quien dirá: «¿Y qué sucede con Bela Lugosi?». Bien, Lugosi hizo de su Drácula el estereotipo del vampiro en la cultura popular, ahí es nada, pero su vampiro, a diferencia del de Lee, no es el de Stoker.

En Drácula, Lugosi fue un villano melodramático, adornado por la patina grotesca de su acento húngaro, su dicción al ralentí y los movimientos de sus manos. Y quien quiera perder el tiempo comparando la versión interpretada por Lugosi y dirigida por Tod Browning en 1931 –»la mala película más influyente de la historia» (David J. Skal dixit)– con la de Lee/Fisher, es libre de perder el tiempo.

El Drácula de Christopher Lee es la encarnación del Mal. Sucumbir al vampirismo supone la muerte física, el tránsito al mundo de los no-muertos, condenados eternamente a diseminar ese mismo Mal. En este sentido, Lee puede pasar por un atento anfitrión, pero que nadie se lleve a engaño: se trata de un ser demoniaco.

Por otro lado, Lee plasma a la perfección la naturaleza sexual implícita de la figura del vampiro y de la que el propio Stoker hizo extenso uso, intencionado o no, en su novela: la mordedura del vampiro como metáfora de la penetración, las connotaciones eróticas de la sangre o la reacción anhelo/repulsión de las víctimas ante el ataque del no-muerto.

Es verdad que ambas películas están separadas por un lapso de casi treinta años y se puede achacar a la evolución de las leyes de censura que la más moderna fuera más explícita, pero este argumento puede ser refutado al ver la versión rodada en español en 1931, con distinto equipo y reparto, en paralelo a la de Browning.

Lugosi sólo interpretó dos veces a Drácula en el cine, de manera oficial y dejando aparte imitaciones y otros remedos del conde. En cambio, Lee lo hizo más de diez veces, con distintas aproximaciones, tanto de tono como apariencia: de las producciones Hammer a la bufonada de Drácula, padre e hijo (1976), pasando por El Conde Drácula (1970), aquel vano intento de adaptar fidedignamente la novela de Stoker al cine, perpetrado por Jesús Franco, en la que Lee sí consigue el aspecto del vampiro literario, o En busca de Drácula (1975), documental que desarrolla la teoría artificial de que el vampiro de Stoker está inspirado en el gobernante valaco del siglo XV.

A posteriori llegaron a este legendario papel Jack Palance, el lánguido Frank Langella,  el polifacético Gary Oldman –todos ellos enfermos de mal de amores–, Gerald Butler y Luke Evans. Podríamos añadir alguno más, pero lo cierto es que ninguno ha llegado a la altura de Lee.

«Con toda seguridad –escribe Francisco Montaner– que el éxito rebasó en mucho a los mejores vaticinios que se auguraron los productores. Drácula, obra maestra de Terence Fisher, es la más espeluznante y bella cinta de horror filmada en la que podríamos denominar «tercera época» del cine fantástico (etapa que empieza el año 1955 y va hasta los setenta). Fisher, además de su bienhacer cinematográfico lejos de toda duda, tuvo la fortuna de hallar para este papel a un artista que hizo una verdadera creación del personaje: Christopher Lee. Dotado de una presencia física impresionante, confirió a su caracterización de Drácula un profundo aire erótico y cruel como pocas veces se nos ha dado contemplar en la pantalla, y como complemento Peter Cushing en la interpretación de un Van Helsing que vive su fatalista papel con una dignidad encomiable. En resumen, una cinta realmente importante, una cinta «rompemitos» y que el mejor elogio que dársele pueda es dejar constancia de que la crítica «seria», esta crítica que, ignoro los motivos, siempre va predispuesta a reaccionar adversamente sobre este tipo de cine, se hizo eco e incluso se permitió aunar sus elogios a los que habían lanzado los especialistas del tema (…) El argumento, bastante fiel a la obra de Stoker, nos pone en contacto con todos los célebres personajes creados por el célebre novelista irlandés a excepción de uno: Renfield, al cual, ignoro los motivos, no se cita para nada» (Terror Fantastic, 3, diciembre de 1971).

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Copyright del artículo © José Luis González. Reservados todos los derechos.

José Luis González Martín

Experto en literatura, articulista y conferenciante. Estudioso del cine popular y la narrativa de género fantástico, ha colaborado con el Museo Romántico y con el Instituto Cervantes. Es autor de ensayos sobre el vampirismo y su reflejo en la novela del XIX.