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«Rogue One: Una historia de Star Wars» (2016), de Gareth Edwards

Independientemente de si se ama con pasión a Star Wars o se la considera un pesado aburrimiento, hay que reconocer que vivimos unos tiempos en los que su iconografía y fandom han pasado a formar parte de ese indefinido constructo que llamamos cultura popular. Pude asistir a las proyecciones originales en salas de cine de la Fase 1 de Star Wars: La Guerra de las Galaxias (1977), El Imperio Contraataca (1980) y El Retorno del Jedi (1983). Fue una experiencia irrepetible para una mente infantil como la mía en aquellos años, que despertó una fascinación maravillosa por aquel mundo tecnológico y alienígena que se mostraba en pantalla grande. Durante años, viví y respiré Star Wars, consumiendo todo lo que podía comprar, leer o tomar prestado… que no era mucho para los estándares actuales. Afortunadamente, esto ocurrió también en la infancia del fenómeno, por lo que en ningún momento se tenía la sensación de agresión por una avalancha de merchandising, material de todo tipo e información y rumores superfluos.

En su momento, Star Wars no sólo resucitó al género de su letargo y demostró la viabilidad comercial del mismo, sino que le devolvió el sentido de la aventura y de lo maravilloso e incluso desempeñó una labor educativa para los amantes de la ciencia ficción. Revistas y comentaristas del momento apuntaron a las influencias de las que había bebido George Lucas, como los cómics y seriales de Flash Gordon, Buck Rogers o los relatos pulp de E.E. Doc Smith o Jack Williamson. Muchos fans sintieron de este modo curiosidad por estos precedentes y los buscaron, llegando a partir de ahí a otras obras literarias o cinematográficas de lo más diversas, como Dune (1965) o THX 1138 (1971).

La Fase 2 del fandom de Star Wars dio comienzo en algún punto de la década de los ochenta del pasado siglo y explotó a comienzos de los noventa. En ello tuvo mucho que ver la forma en que George Lucas convirtió en mercancía vendible cualquier aspecto imaginable de su universo antes de estrenar su trilogía de precuelas, compuesta por La Amenaza Fantasma (1999), El Ataque de los Clones (2000) y La Venganza de los Sith (2005). Películas que, pese a todas las críticas negativas que recibieron y el desprecio de muchos de los fans de la trilogía original, obtuvieron un fenomenal éxito económico.

Tras esto, Lucas, desengañado con el cine, perdió interés en su creación y la vendió a Disney, donde decidieron que la vaca podía ordeñarse mucho más y de ahí el arranque de una nueva trilogía compuesta por El Despertar de la Fuerza (2015), Los últimos Jedi (2017) y El Ascenso de Skywalker (2019). Una vez más, estas nuevas adiciones a la franquicia se encontraron con múltiples comentarios despectivos, lo que no impidió a los fans llenar las salas y los bolsillos de Disney.

Rogue One fue el primero de una serie de spinoffs (colectivamente bautizados para su desarrollo como Star Wars Anthology) pensados para llenar el intervalo de un año que mediaba entre los episodios de la nueva trilogía. Seguirían Han Solo (2018) y la serie de televisión The Mandalorian (2019). Este sistema de explotación no es nuevo, aunque sí su sobreexposición debido en buena medida a las redes sociales. En los años ochenta del pasado siglo, Lucasfilm, ya lo he apuntado antes, se embarcó en una intensa campaña de marketing para la que recurrió a todo lo que pudo exprimir. Así, tenemos productos como la infame The Star Wars Holiday Special (1978); dos películas de los ewoks (1984 y 1986), las series de animación de los droides (1985-1986), los ewoks (1985-1987), Las Guerras Clon (2003-2005 y 2008-2014) o Rebels (2014-2018). A eso hay que añadir un largo, larguísimo catálogo de libros y comics protagonizados por hasta los personajes más secundarios. Rogue One forma parte de la versión Disney de aquella misma estrategia.

El antiguo diseñador de armas para el Imperio, Galen Erso (Mads Mikkelsen), huyó años atrás escondiéndose con su mujer e hija en el planeta Lah´mu, pero las tropas imperiales lo encuentran y le obligan a regresar para que complete su trabajo en la construcción de la Estrella de la Muerte. Durante la confrontación, la esposa de Galen, Lyra (Valerie Kane) resulta muerta pero su joven hija Jyn escapa y es hallada por rebeldes bajo el mando de Saw Gerrera (Forest Whitaker) que la protegen y entrenan.

Quince años después, encontramos a Jyn (Felicity Jones) arrestada y bajo custodia del Imperio. Los rebeldes han recibido información que apunta a que Galen, a través de un piloto imperial desertor, ha filtrado un punto vulnerable en ese arma secreta. El problema es que el desertor ha acabado en manos de los hombres de Saw Guerrera, cuyo fanatismo le ha llevado a segregarse de la Rebelión para hacer la guerra por su cuenta. Así, los rebeldes liberan a Jyn para que, en su calidad de antigua pupila de Guerrera, les sirva de embajadora ante él y conseguir acceso a la información.

Tras varias peripecias, combates, muertes y destrucción de planeta incluida, Jyn encuentra a Galen en una base imperial de un tormentoso planeta solo para verlo morir en sus brazos mientras le revela que los planos de la Estrella de la Muerte están custodiados en el planeta Scarif. Un comando rebelde organizado por Cassian Andor (Diego Luna) realiza una arriesgada incursión en ese planeta para darle la oportunidad a Jyn de robar esa información.

Hasta cierto punto, uno no puede sino admirar la habilidad de Lucasfilm para, a partir de las más insignificantes facetas de las películas originales, extraer una interminable colección de aventuras, en su mayoría mediocres y prescindibles, pero consumidas con apetito por los fans más incondicionales. Por otra parte, esta proliferación hace cuestionarse lo realmente trabajado que está el universo Star Wars. ¿Cuántas historias puedes encargar sobre rebeldes contra el malvado Imperio o los Sith cuando la política se reduce a nítidos blancos y negros (maniqueísmo que se extiende hasta en los colores de los atuendos de los soldados de uno y otro bando) ¿Cuántas variaciones puedes hacer de duelos con espadas láser? Ya los hemos visto de diferentes colores, con varias hojas, a dos manos, con múltiples oponentes…(en favor de Rogue One hay que decir que no se ve un sable de luz hasta la escena final).

¿Cuántas veces tiene que destruirse la última iteración de la Estrella de la Muerte utilizando un Mcguffin? Ésta fue un elemento central en la película del 77; el Imperio estaba construyendo otra en El Retorno del Jedi; y la Primera Orden la suya en El Despertar de la Fuerza; en la trilogía de precuelas empezaba la construcción de la original y en Rogue One todo gira alrededor de la obtención de los planes de ésta.

Es cierto que Rogue One cosechó abundantes comentarios y críticas laudatorios, calificándola incluso como la mejor película de Star Wars desde El Retorno del Jedi. Estoy bastante de acuerdo y, de hecho, me parece un film considerablemente mejor y más entretenido e interesante que los pertenecientes a la nueva trilogía. Pero de ahí a colocarla, como algunos de los críticos hicieron en su momento, entre los títulos más destacados de 2016, media una gran distancia. Mi opinión es algo menos entusiasta. Viéndole virtudes, también detecto algunos defectos bastante llamativos.

Empezando porque, como aficionado veterano, me gustaría ver algo verdaderamente nuevo en el Universo Star Wars en lugar de productos que deriven en mayor o menor grado de lo visto en otras películas. Rogue One, en lugar de explorar otros rincones menos conocidos de la franquicia, se pone como objetivo completar la continuidad entre otros productos de la misma, en este caso explicar cómo los rebeldes supieron del defecto de construcción de la Estrella de la Muerte (lo cual, por otra parte, siempre había sido uno de los puntos débiles de toda aquella historia: por qué construir algo con una vulnerabilidad tan evidente?), defecto que utilizarían para destruirla en Star Wars (1977). De hecho, la película concluye enlazando directamente con aquélla, colocando a la princesa Leia en un crucero rebelde perseguido por el Destructor Imperial de Darth Vader.

Asimismo, abundan en Rogue One abundantes guiños para los fans más conocedores de la franquicia, insertos de pasada en la trama pero coherentes con la misma y que incluso rellenan huecos de continuidad con la película de 1977. Esto probablemente obedeció al relativo control creativo que se le otorgó a Lucasfilm (ahora al mando de Kathleen Kennedy) como parte de la venta de la franquicia a Disney. El personal de Lucasfilm pudo así aportar su amplio conocimiento del universo Star Wars para perfilar mejor su continuidad interna y mantener el espíritu del mismo. De hecho, la historia original la propuso John Knoll, uno de los históricos de Industrial Light & Magic en el apartado de efectos especiales.

La idea consistía en alejarse en lo posible de la épica espacial para contar una historia de tono bélico, de comandos, y con dos referentes concretos: Black Hawk derribado (2001) y La noche más oscura (2012). Para elaborar el guion propiamente dicho, Lucasfilm contrató a Gary Whitta, quien ya tenía experiencia en la ficción de género gracias a escribir video juegos de éxito (sobre todo los relacionados con Walking Dead) y los libretos para El libro de Eli (2010) y After Earth (2013). Disney estuvo conforme a medias con el resultado y contrataron a Chris Weitz (Un niño grande, La brújula dorada) para retocarlo. Participó en el proyecto también y a diferentes niveles de la producción, Tony Gilroy (saga de Bourne, Duplicity, Michael Clayton), que se ocupó de escribir y dirigir escenas adicionales e incluso estuvo presente en el proceso de edición. El director elegido para rodar ese guion fue el británico Gareth Edwards, que había salido de la nada con su film Monster (2010, sobre gente atrapada en una zona infestada de aliens) y había confirmado su capacidad para películas con abundantes efectos especiales en el remake de Godzilla (2014).

Uno de los aciertos de Rogue One fue ofrecer una aproximación más “sucia” desde el punto de vista moral a la guerra entre la Rebelión y el Imperio. Siendo un producto de estudio sobre el que seguro que Disney ejercía una intensa vigilancia y control, se atrevió a darle un giro oscuro a lo visto en la trilogía original. Así, no sólo se muestran disidencias entre los rebeldes y miembros entre sus filas que se han fanatizado sino incluso agentes encubiertos que asesinan a sangre fría en nombre de la Rebelión. Aún más, los guionistas y el estudio osaron dar un final un tanto deprimente en el que mueren todos los protagonistas, una opción, por otra parte, lógica y coherente con la historia contada. Este tipo de remate agridulce en el que la victoria se mezcla con la muerte para arrojar una chispa de esperanza en el futuro, se había visto ya en La Venganza de los Sith; pero aquella entrega aún venía firmada por Lucas para su propia productora, mientras que, tratándose de Disney y en un producto considerado por ellos como “familiar”, resultó una decisión más inesperada. Ahora bien, este acierto no debería hacer olvidar que los personajes, siendo un heterogéneo grupo de tipos duros, no están particularmente bien delineados. “Realismo” no quiere decir solamente incluir protagonistas moralmente ambiguos o adoptar un estilo visual más agresivo. Sobre esto volveré después.

Edwards adopta el estilo de la casa en cuanto ritmo y montaje: directo, rápido y lineal, presentando nuevos personajes y desafíos a cada paso, alternando lo que ocurre en el bando imperial y en el rebelde y aliviando los pasajes expositivos con escenas de acción bien coreografiadas. La premisa de arranque del guión es lo suficientemente sólida como para sostener la película pero, por otra parte, se invierte casi la mitad del metraje en reunir a los personajes y enviarlos a su misión suicida. La primera mitad no ofrece la acción o escenas de efectos especiales que uno ha aprendido a esperar de una película Star Wars y que mantiene fijo el interés y el sentido de lo maravilloso. Al haberse rodado estas escenas en exteriores auténticos de Islandia y Jordania, los colores, iluminación y texturas son más auténticos, más realistas, pero también contrastan demasiado con la exuberancia cromática con la que se habían elaborado los decorados digitales de películas anteriores.

La peripecia cobra auténtico impulso y vitalidad ya en su parte final con la incursión de los comandos rebeldes encabezados por Jyn Erso y Cassian Andor a la base imperial de Scarif. Esta larga secuencia de acción ofrece toda la épica y el espíritu propios de Star Wars. Pero, por otra parte, no aporta nada verdaderamente original porque la saga ya había ofrecido ataques rebeldes a bases imperiales combinadas con combates espaciales en El Retorno del Jedi y El Despertar de la Fuerza.

Quizá la mayor pega sean los personajes, excesivos en número (hay unos diez que pueden considerarse importantes), poco interesantes y mediocremente interpretados. Jyn Erso es el punto focal de toda la historia y, a pesar de que es quien recibe más tiempo de metraje, la conexión del espectador con ella no llega a afianzarse nunca. Su relación con su padre es lo fundamental en su pasado y personalidad, pero no se explica ni justifica cómo pasa de ser de conflictiva adolescente a líder a la que están dispuestos a seguir veteranos militares. Al comienzo se la presenta como una diestra luchadora gracias al entrenamiento con Saw Gerrera, pero hacia el final parece olvidarse de esa habilidad. Es como si Jyn fuera el compendio de varios personajes desarrollados independientemente. Tampoco mejora las cosas la interpretación de Felicity Jones, que carece del fuego y determinación que requiere su personaje y que, por ejemplo, Daisy Ridley sí transmitía en El Despertar de la Fuerza (Mark Hamill, por su parte y en su época, revistió a su Luke Skywalker de una honestidad e integridad muy verosímiles).

Diego Luna no tiene el carisma ni la presencia (y con ello no me refiero a atractivo varonil) que podría esperarse de un curtido veterano de la inteligencia rebelde. Como Jyn, tiene muchas escenas para explicar por qué actúa como lo hace, pero jamás llega a desprenderse del aura de ambigüedad moral. Habla de emociones, pero sólo se las vemos expresar muy de vez en cuando. Es posible que todas estas pegas deriven de la poca experiencia de Gareth Edwards y su mayor especialización en efectos visuales que en dirección de actores (algo que también puede apreciarse en su film anterior, Godzilla).

Los secundarios parecen querer destacar más de lo que lo hacen y tener su propio arco, pero más allá de sus intervenciones y líneas de diálogo puntuales, no son demasiado interesantes. Es como si el estudio los hubiera encajado en la historia para, en un futuro, poder explotarlos en otros productos derivados. Chirrut Imwe (Donnie Yen) y Baze Malbus (Wen Jiang) –aparte de ser actores orientales que evidentemente tratan de servir de anzuelo para el inmenso mercado chino– son una pareja de amigos monjes que se unen a la misión por el camino y que tienen una magnífica historia que nunca llega a contarse. Por no hablar de lo manido que resulta el tópico del chino experto en artes marciales.

El androide imperial reprogramado para servir a los rebeldes K-2SO es quizá el más destacable de los secundarios. Su sentido del humor y brutal honestidad animan todas las escenas en las que participa. Es la antítesis de Forest Whitaker como Saw Gerrera, un personaje exportado de la serie de dibujos animados The Clone Wars y que había generado muchas expectativas entre los fans pero cuyo papel en la historia es casi anecdótico. Parece querer ser un trasunto del coronel Kurtz, un soldado quemado y trastornado por años de guerra, dispuesto a cualquier cosa para ganar, pero que en el montaje se le quitaron tantas escenas que lo único que vemos es a un lunático con una personalidad inexplicadamente errática. En el bando imperial, el Director Orson Krennic (Ben Mendelsohn) constituye un adversario digno –aun cuando el actor a veces roce la caricatura– pero nunca llega a inspirar el miedo y la sensación de amenaza que se espera de un villano de Star Wars.

El apartado técnico, como puede exigirse de las producciones de Lucasfilm, es impecable. Los efectos digitales, el vestuario y diseño de criaturas son magníficos. Y aunque la banda sonora de Michael Giacchino no aprovecha tanto de la clásica partitura de John Williams como muchos fans hubieran deseado, se ajusta bien a la historia y el espíritu de Star Wars. También es de destacar la labor del director de fotografía Greig Fraser, que había demostrado manejarse igualmente tan bien en el realismo más sucio (Mátalos suavemente, La noche más oscura) como en la fantasía (Blancanieves y la Leyenda del Cazador), una versatilidad que aquí apreciamos en su capacidad para componer imágenes de gran belleza e impacto tanto en los planos cortos como en las panorámicas, en los espacios cerrados como en las batallas a campo abierto.

En lo relativo a los efectos especiales hay un aspecto que, justificadamente, acabó siendo uno de los más polémicos de la película. Y es que se decidió integrar a un par de creaciones digitales un tanto chirriantes. Por una parte, una réplica del actor ya fallecido Peter Cushing, que en la película de 1977 interpretó al Moff Tarkin; y, por otra, una joven Carrie Fisher como Princesa Leia (la actriz murió once días después de que se estrenara Rogue One). Ambas resultan admirables como logros tecnológicos y puede que incluso premonitorios del camino a seguir por Hollywood en el futuro (un escenario este de los actores digitales ya propuesto por la película El congreso, de 2013, basada en la novela de Stanislaw Lem). Sin embargo, el empeño no se salda con éxito dado que, fuera de planos medios y estáticos, la tecnología no está todavía preparada para engañar completamente al ojo del espectador y resulta incómodo y poco verosímil ver a imitaciones digitales de actores conocidos interactuar con otros de carne y hueso.

Rogue One es una película al tiempo atípica y coherente con el espíritu Star Wars. Hay muerte, destrucción, emoción y luchas desesperadas con un tono más oscuro del tradicional en la saga, pero que queda equilibrado con la iconografía ya tan familiar para cualquier aficionado a la ciencia ficción: naves, soldados, armas, droides, combates… A pesar de los problemas que arrastra (sobre todo en la caracterización de los personajes y la interpretación de los actores) y que parece ya más un eslabón rutinario de una franquicia producto de estudio que un film destinado a ser un clásico algún día, es una space opera con abundantes dosis de aventura y género bélico muy disfrutable.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".