Cuando llegan los alienígenas, las películas de ciencia ficción nos dicen que solo tenemos que averiguar una cosa: si son amistosos o no. Si lo son, podrán servirnos de guía hacia una utopía (Ultimátum a la Tierra, 1951); quizá nos pidan ayuda (Starman,1984; E.T., 1982); o simplemente vengan para ofrecer su amistad (Encuentros en la Tercera Fase, 1977). En cualquiera de estos casos, su aparición marca el comienzo de un nuevo capítulo en nuestra historia como especie.
Pero si no vienen en son de paz, tenemos un verdadero problema. Puede que traten de exterminarnos (La Guerra de los Mundos, 1953); utilizarnos como incubadoras (Alien: el octavo pasajero, 1959); cazarnos por diversión (Depredador, 1987); beber nuestra sangre (El enigma de otro mundo, 1951); apoderarse de nuestros cuerpos (La invasión de los ladrones de cuerpos, 1956) o incluso hacerse con nuestras mujeres (Me casé con un monstruo del espacio exterior, 1958). La clave a recordar cuando se divisen las naves en el cielo es que todo gira siempre alrededor de Nosotros.
Esta vision «terracéntrica» no debería sorprendernos. Después de todo las películas se hacen para terrícolas. Hasta donde sabemos, no hay mucho mercado para ellas en ninguna otra parte del universo. Esa es la razón por la que Godzilla siempre ataca Tokio en los films japoneses, pero cuando es Hollywood la que hace su versión del dinosaurio atómico, se lo lleva a aplastar Nueva York. Es tan solo una razonable decisión empresarial: llegar a tu público.
Y eso es lo que hace de Vinieron del espacio (también conocida entre nosotros como Llegó del más allá) una película interesante. Aparentemente, es otro subproducto más de la paranoia que caracterizó la Guerra Fría; pero un examen un poco más detallado nos demuestra lo errado de tal apreciación. Y es que aquí los humanos son irrelevantes para los alienígenas visitantes. Accidentalmente nos convertimos en una molestia para ellos pero no sienten interés ni curiosidad alguna hacia nosotros.
Ambientada en la pequeña ciudad de Sand Rock, Arizona, la historia arranca una noche, cuando el escritor John Putnam (Richard Carlson) y su novia, la maestra Ellen Fields (Barbara Rush) son testigos de la caída de un meteorito en el desierto, no lejos de la casa del primero. Ambos acuden con un amigo al lugar del impacto y Putnam baja hasta el fondo del cráter para encontrar una enorme estructura geodésica y, en su interior, una criatura monstruosa parecida a una ameba con un gran ojo. Entonces, ese ser provoca una avalancha y lo que en realidad es una nave queda oculta a la vista.
El problema es que para la mentalidad provinciana de esa localidad, Putnam es un tipo excéntrico: elegante, culto y de modales pulidos que escribe artículos científicos. Por eso, cuando trata de convencer a las autoridades locales de lo que vio, nadie le cree. Sin embargo, empiezan a suceder cosas extrañas. Una criatura monstruosa aparece y desaparece en la carretera del desierto; algunas personas se comportan de forma extraña, mecánica y con voces planas…La gran revelación llega pronto, cuando John y Ellen averiguan que dos operarios de la compañía telefónica han sido copiados por los alienígenas metamorfos. Los cuerpos auténticos permanecen vivos y retenidos como rehenes mientras sus dobles, con mentes extraterrestres, realizan gestiones en la ciudad. Para impedir que John prosiga con sus pesquisas, secuestran a Ellen y le comunican que ella no sufrirá daño si él no interfiere en las próximas 24 horas
El resto de la película consiste básicamente en cómo John y el sheriff (Charles Drake) tratan de llegar al fondo del misterio. Éste se descubre al final: los alienígenas están usando la Tierra como algo equivalente a un taller o una vía de servicio en la que reparar su nave. No tienen interés en esclavizarnos o curar nuestras enfermedades físicas o sociales. Ni siquiera quieren interactuar con nosotros. Lo único que desean es hacer los arreglos necesarios y seguir su camino. Sólo han cogido «prestados» cuerpos humanos para poder moverse entre nosotros y conseguir suministros sin llamar la atención. De hecho, cuando Putnam les exige que revelen su existencia y auténtica apariencia, se niegan argumentando que los humanos no podrán aceptar su aspecto. Y, tal y como demuestran los hechos, están en lo cierto. Sus cuerpos son repugnantes a nuestros ojos –y muy en la línea de la ciencia ficción de los cincuenta–: un gran ojo rodeado de una masa informe y gelatinosa, tentáculos, un pelo grimoso…–. Putnam les protege del grupo armado organizado por el sheriff, facilita que los rehenes sean liberados y deja que vuelvan al espacio.
Vinieron del espacio es un clásico del subgénero de invasiones alienígenas que se estrenó en un año crucial para el mismo, puesto que también aparecieron en las pantallas La Guerra de los Mundos e Invasores de Marte. Tres películas fundacionales que obtendrían múltiples imitadoras y derivadas en los años subsiguientes y a las que en esos mismos meses acompañaría otro hito, El monstruo de los tiempos remotos, que a su vez inició la moda de las bestias gigantes mutadas por la radiación.
Mientras que La Guerra de los Mundos planteaba un escenario de invasión abierta y total, Vinieron del espacio e Invasores de Marte llevaban el tema por una dirección diferente y más psicológica, haciendo hincapié en el suspense y la paranoia. Estaban menos preocupados por el concepto de un mundo amenazado desde el exterior que por la subversión interior, en este caso por alienígenas que adoptaban apariencia humana y se comportaban igual que aquellos a quienes habían copiado excepto en el plano emocional. Esta vertiente alcanzaría gran predicamento en películas posteriores, como Quatermass 2 (1957), Las sanguijuelas humanas (1958), Me casé con un monstruo del espacio exterior, The Day Mars Invaded Earth (1962) y, por supuesto, esa obra maestra que es La invasión de los ladrones de cuerpos.
Vinieron del espacio, como los títulos mencionados, tenía el objetivo de asustar al espectador impresionándolo con los misterios y peligros que nos acechan desde el espacio. Pero a diferencia de aquéllos, desafía el código que normalmente ayuda al público a distinguir los aliens «buenos» de los «malos» o siquiera los aliens de los humanos. Tradicionalmente en la iconografía del género, los extraterrestres «buenos» son humanoides, hablan inglés y dejan claro que no nos desean ningún mal. Algunos son bondadosos, incluso adorables y hasta podrían ser tomados por el muñeco favorito de un niño (como la famosa escena de E.T., en la que el visitante se esconde a plena vista entre un montón de peluches).
Por el contrario, los alienígenas «malos» se encuadran en dos categorías. Los más obvios tienen un solo ojo o multitud de ellos, tentáculos, no hacen intento alguno de comunicarse con nosotros y responden rápidamente a nuestras ofertas de paz con muerte y destrucción. Desde El enigma de otro mundo hasta Independence Day (1996), cualquier cosa que venga del espacio y difiera mucho de la forma humana, es malvado y hay que acabar con ello inmediatamente. Aquellos que se niegan a reconocerlo, pagan las consecuencias.
Menos obvios son los aliens que pueden cambiar de forma (como en La cosa, 1982) o que pueden tomar posesión de humanos (Alguien mueve los hilos, 1994; Invasores de Marte o las diferentes versiones de La invasión de los ladrones de cuerpos). Lo que sí es evidente con esta modalidad es que aunque puedan parecerse a nosotros –siempre, eso sí, con una forma de actuar extraña–, no pueden ocultar del todo su naturaleza. Los niños, familiares o amigos íntimos enseguida sospechan e incluso perros y gatos se alteran en su presencia. La pista más obvia para el espectador es que estos seres carecen de emociones o sentimientos, lo que los hace en el fondo inhumanos.
Vinieron del espacio es la excepción a esa regla. Los aliens se apoderan de varios humanos y cuando vemos su auténtica apariencia, resultan ser horribles. Pero no malvados, sólo desconfiados. Y, como he mencionado, tenían razones para ello. Cuando Putnam le explica al sheriff el temor que nos provocan los seres distintos a nosotros, señala a una araña en el suelo. La respuesta del policía es tan muda como elocuente: aplastarla.
De hecho, esta fue, junto a Ultimátum a la Tierra, la única propuesta cinematográfica que incluía la antedicha modalidad de alienígenas pacíficos, que solo recurrían a la amenaza cuando se veían obligados a ello por los propios humanos y que, por tanto, en vez de loar las virtudes de valentía y solidaridad de nuestra especie, se muestra crítica con uno de nuestros peores defectos: destruir todo aquello que no entendemos. Ambos films atacaban, por tanto, la mentalidad de la Guerra Fría y la Caza de Brujas entonces en su apogeo, apostando por presentar a los aliens como seres más avanzados, con mayores conocimiento y poder y de los que podíamos aprender mucho.
Casi setenta años después de su estreno, los alienígenas de Vinieron del espacio ya no dan ningún miedo, pero lo que sigue llamando la atención hoy es lo mundanos que resultan. No están interesados en nuestra cultura, nuestras guerras, nuestro potencial como alimento, mujeres o agua. Ni siquiera quieren nuestra amistad o atención. La Tierra es para ellos el equivalente a una gasolinera en una salida de la carretera, un lugar incómodo del que marcharse lo antes posible.
Además de por su inusual retrato del ser extraterrestre, esta es una película relevante en otros aspectos. Habiéndose limitado a la ciencia ficción más fantástica y barata en los años cuarenta con seriales como los de Flash Gordon, este film fue el primero de Universal en aprovechar la nueva moda por el género y la estética y tema futuristas del que tanto partido estaban sacando Paramount (Cuando los mundos chocan,1951; La Guerra de los Mundos) y 20th Century Fox (Ultimátum a la Tierra, Invasores de Marte). El estudio puso en este proyecto considerables esperanzas, como demuestra su rodaje en 3D, la asignación de un presupuesto abultadísimo de 750.000 dólares y el fichaje de Ray Bradbury para que escribiera la historia.
Bradbury, que ya había publicado con éxito Crónicas marcianas (1950), El hombre ilustrado (1951) o Fahrenheit 451 (1953), era ya por entonces un sinónimo de ciencia ficción y esta fue su primera colaboración directa con el mundo del cine. Aquel mismo año, un cuento suyo, «La sirena de la niebla», fue llevado a la pantalla por los guionistas Lou Morheim y Fred Freiberger bajo el título El monstruo de los tiempos remotos. Pero en el caso de Vinieron del espacio, fue un encargo directo del productor William Aland al escritor, que entregó un par de tratamientos con finales opuestos: en uno, los extraterrestres eran pacíficos; en el otro, no. El estudio se quedó con el primero.
Pero de lo que no estaban tan convencidos los ejecutivos de la Universal era del guion propiamente dicho. Así que echaron mano de un guionista profesional aunque no particularmente brillante, Harry Essex, para retocarlo. Desde ese momento se abrió un debate nunca resuelto acerca de las aportaciones de cada cual. Si bien Bradbury nunca quedó demasiado satisfecho con los resultados, algunas de las ideas y diálogos están claramente en línea con su sensibilidad, como esas evocadoras líneas que pronuncia uno de los técnicos de la compañía telefónica cuando describe el desierto: «Puedes ver lagos y ríos que no están allí y algunas veces crees que el viento se mete en los cables y canta para sí mismo».
El propio protagonista (interpretado por Richard Carlson en uno de sus mejores papeles y que le convirtió, junto a La mujer y el monstruo en rostro icónico del género en los 50) es también la quintaesencia del héroe bradburiano: un joven científico que desafía al sistema y combate la mentalidad pueblerina y cargada de prejuicios. De forma muy significativa, vive en las afueras de la ciudad y se siente y es sentido como una especie de paria. Esta soledad y su natural curiosidad y predisposición a maravillarse ante lo desconocido, son las razones por las cuales lo admiten los alienígenas como, digamos, «hombre de confianza» o intermediario.
En cualquier caso, Bradbury era un novelista puro y no tenía las habilidades requeridas para adaptar un relato a la pantalla. Por el contrario, Essex sí sabía cómo hacerlo pero carecía del sentido poético de aquél. Sea cual sea la opinión que a cada cual le merezca el guion definitivo, probablemente fue gracias a él que poco después John Huston contratara a Bradbury para escribir el de Moby Dick (1956), que, dicho sea de paso, se estrelló en taquilla.
El film supuso también el debut como realizador en la ciencia ficción de Jack Arnold, un profesional de 36 años con poco bagaje aparte de un semi-documental y el modesto drama criminal, Girls in the Night (1953). Su elección fue uno de los grandes aciertos del productor William Aland, que supo ver en él a alguien profesional y pragmático en lo que se refiere al planteamiento y desarrollo del rodaje, pero al mismo tiempo dotado de un sentido lírico y una inclinación a la fantasía. Este conjunto de virtudes lo convertiría en un referente del género de la ciencia ficción y el terror firmando en los años siguientes otros clásicos como La mujer y el monstruo (1954), La venganza del hombre monstruo (1955), Tarántula (1955) o El increíble hombre menguante (1957).
Si el productor George Pal firmó algunas de las películas más lujosas y visualmente espectaculares de la ciencia ficción de los cincuenta, a Jack Arnold puede considerársele el poeta del género gracias a su habilidad para convertir al paisaje en metáfora. En films como La mujer y el monstruo o Tarántula, Arnold convirtió al desierto y a la selva respectivamente en entornos en los que el hombre era visto casi como un intruso frente a la inmensidad geológica y natural de esos parajes, metáforas del vasto universo que nos rodea y que desafía nuestras vidas y nuestra forma de pensar. En Vinieron del espacio, las llanuras, promontorios rocosos, yucas y lagos secos del desierto de Mojave son el equivalente a un mundo alienígena desolado y la historia discurre sobre una fina y ambigua línea en la que las cosas nunca son lo que parecen: árboles resecos de troncos retorcidos se asemejan a fantasmas y hay una desasosegante escena en la que un extraterrestre se desliza silenciosamente por el desierto asustando a los pequeños animales a su paso.
Hay también algunas escenas bien construidas que apelan al sentido de lo maravilloso o crean misterio, como esa en la que John descubre la nave alienígena; cuando los dos operarios surgen tras una roca cogidos de las manos y mirando al sol sin parpadear; o cuando el protagonista los vuelve a encontrar inmóviles entre las sombras de un portal.
Vinieron del espacio fue originalmente rodada y proyectada en el entonces pionero formato 3D, por lo que algunos de los efectos, como el desplome de rocas o la caída del meteorito se pensaron a propósito para causar el debido impacto en el espectador. Sin embargo, Arnold, además de utilizar las tres dimensiones para sobresaltar al público, se sirvió de ellas sobre todo para aportar profundidad y perspectiva, proyectando los cables telefónicos hacia el horizonte, acercando la cámara a las escaleras de los técnicos, etc. El 3D proporciona imágenes más definidas en momentos como el descenso al cráter o los planos acuosos que representan el punto de vista de los aliens. El sistema en concreto, denominado «3D Anaglífico», no tardó en quedarse obsoleto en favor de otras más sofisticadas y sólo se volvió a utilizar en otra película más: The Mask (1961).
Es cierto que hay algunos puntos que han envejecido mal y que incluso para la época no estaban bien logrados, como el diseño del alien, repugnante sí, pero con una anatomía que claramente no estaba hecha para volar tal y como se sugiere; o los innecesarios coros celestiales que acompañan su vuelo. Más acertadamente, la presencia extraterrestre se subraya también con el uso del theremin, aquel primitivo instrumento musical inventado en 1919 que para entonces ya estaba muy asociado a la ciencia ficción y a películas de género fantástico donde se requirieran atmósferas extrañas e inquietantes.
Mostrar la apariencia física de los extraterrestres fue siempre un problema para el equipo de diseño. Inicialmente, se optó por diferentes soluciones indirectas. Así, aquéllos pueden ser invisibles o tomar forma humana. También se recurrió a la visión subjetiva de los aliens, algo bastante extraño si tenemos en cuenta que sólo tenían un ojo. El caso es que Vinieron del espacio se rodó originalmente sin incluir un solo plano del verdadero cuerpo de los alienígenas. Cuando se hizo un pase de prueba ante ejecutivos de la Universal, insistieron en que, ya que se estaba utilizando el 3D, había que incluir imágenes del monstruo que además pudieran explotarse en el material promocional, como carteles y anuncios. Así que el departamento de maquillaje y efectos especiales volvió al trabajo y a partir de los diseños de Millicent Patrick (ilustradora, actriz, especialista en maquillaje y animadora, que fue la primera mujer dibujante de Disney) construyó las criaturas con las que añadir nuevos planos y escenas. A Arnold nunca le gustó este enfoque «explícito», pero se avino a los deseos del estudio a cambio de que se conservase el mensaje general de la historia, cosa que consiguió.
Vinieron del espacio es un clásico de la serie B de los cincuenta que destaca tanto por la capacidad del director para construir atmósferas inquietantes con pocos recursos como por un guión más digno y valiente de lo habitual al reflejar el espíritu de su época sin por ello compartirlo, ofreciendo tanto un entretenimiento modesto como una inconformista y ácida crítica política y social que pudo estrenarse gracias a ese viejo prejuicio que lleva a tanta gente a no prestar atención al mensaje de una obra si éste viene disfrazado de ciencia ficción.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.