La primera película de Star Trek había nacido a la sombra de Star Wars y se apoyaba en sus largas secuencias de efectos especiales. La segunda, La ira de Khan recuperaba lo mejor de la serie televisiva original, utilizando la ciencia ficción como fondo para reflexionar sobre la naturaleza humana. Star Trek III buscó un equilibrio entre las dos anteriores, mezclando la space opera, la filosofía y los efectos especiales.
Tras la muerte de Spock en el planeta Génesis, la Enterprise regresa a la base. Allí, Kirk recibe la visita del padre de Spock, Sarek, quien le comunica que su hijo no está muerto; recordando y analizando lo ocurrido, llegan a la conclusión de que el vulcaniano transfirió su alma a la mente del doctor McCoy justo antes de la muerte del cuerpo físico.
La convivencia de dos mentes en el cuerpo de McCoy le provoca confusión y extraños comportamientos. Desafiando las órdenes del alto mando, Kirk y su tripulación rescatan al doctor de su confinamiento, roban la Enterprise y parten hacia el planeta Génesis para recuperar el cuerpo de Spock y facilitar la reunificación con su mente. Pero el rescate se complica cuando se interpone una nave klingon que busca el secreto de la bomba Génesis y el propio planeta empieza a desintegrarse.
Con los satisfactorios datos económicos de La ira de Khan sobre la mesa y una buena acogida por parte de la crítica, Paramount tenía el futuro de la franquicia asegurada. Y no iba a perder el tiempo: antes siquiera de que la segunda entrega llegara a los video clubs ya se puso en marcha la producción de la tercera.
Con Star Trek II: La Ira de Khan, el productor Harve Bennett había dado el inesperado paso de matar a su personaje más popular y fascinante, el frío y lógico Spock. Fue una decisión que había indignado a los fans antes incluso del estreno de la película. Con Star Trek III: En busca de Spock, Leonard Nimoy recibe la oportunidad de, habiendo prácticamente eliminado la presencia de su alter-ego de la pantalla, sentarse en la silla del director para orquestar el renacimiento de su propio personaje.
Nimoy había dirigido previamente episodios de varias series televisivas, como Misión imposible (1966-1973) o Los poderes de Matthew Starr (1982-1983), pero En busca de Spock fue su debut cinematográfico, un debut que se puede calificar de aceptable. Demuestra tener buen ojo para las escenas dramáticas, sobre todo teniendo en cuenta que su presupuesto fue considerablemente escaso en relación a sus predecesoras (la película se rodó enteramente en estudio utilizando efectos bien poco convincentes, como plantas de plástico o confeti en lugar de nieve auténtica).
Menos acertado está en el ritmo impuesto a la película: sólo tras cuarenta minutos de innecesario misticismo sobre el alma de Spock, la historia cobra ímpetu cuando Kirk y sus hombres emprenden el viaje hacia el planeta Génesis. Los últimos veinte minutos son igualmente lentos, aunque entre medias hay partes destacables, como el robo de la Enterprise y su fuga del muelle espacial o la batalla entre aquélla y el ave de presa klingon y la subsiguiente destrucción de la mítica astronave.
Los actores principales se meten en sus papeles sin dificultad y la aportación de Nimoy consiste básicamente en permitir que cada uno protagonice su propia escena cómica. El resultado es ligero, entretenido aun cuando sólo sea Nichelle Nichols quien ofrezca una interpretación digna de mención en el pasaje en el que bromea y luego amenaza a un joven oficial en la sala de teletransportación. William Shatner tiene la oportunidad de dotar a su personaje de más profundidad de lo habitual. De hecho, ésta y la anterior película se cuentan entre los mejores trabajos de Shatner.
Robin Curtis reemplaza a Kirstie Alley (a quien se le denegó un aumento de sueldo) en el papel de la teniente Saavik. Como actriz, Curtis es sencillamente horrible. De acuerdo, los vulcanianos ocultan sus emociones, pero es que en su caso un maniquí de madera habría resultado más expresivo. Por su parte, Christopher Lloyd, apenas reconocible bajo el maquillaje klingon, interpreta a un aceptable villano aunque ni de lejos tan enérgico y carismático como el Khan de Ricardo Montalbán en la entrega anterior.
Sin embargo, En busca de Spock es un film decepcionante. Existe simplemente como continuación del argumento de La ira de Khan. Después del dramático sacrificio de Spock en aquella película, los de Kirk en este film (su hijo y su nave) no son más que repeticiones de lo mismo. Se podría eliminar de la continuidad de la serie y no pasaría nada. No es la peor de las películas con el reparto original, pero en eso se queda: la menos mala.
Star Trek III es el segmento central de una trilogía que comenzó con La ira de Khan y que finalizó en Star Trek IV: Misión, salvar la Tierra, compartiendo temas y personajes así como continuidad narrativa a pesar de haberse producido en un periodo de cuatro años y medio. Sin embargo, la fuerza inicial de la primera entrega fue desinflándose rápidamente, en buena medida debido a la intervención del reparto original en el aspecto creativo. En busca de Spock es una película fácil, sin complicaciones y claramente dirigida a los fans de Star Trek. ¿Un ejemplo? En ningún momento se explica en esta entrega que el comportamiento de los vulcanianos se basa en la lógica, no en la emoción –aunque tal información es imprescindible para comprender el final–. A los fans no les hacía falta que se lo explicaran. Es más, se sentían a gusto compartiendo esa complicidad, ese conocimiento «privado» que les separaba del espectador «no iniciado».
Así, el legado de Nimoy fue convertir a las películas de la franquicia en un barco tripulado y controlado exclusivamente por el reparto de la serie original de televisión. A la postre, Star Trek se asentó en un modelo previsible que servía de escaparate para los actores pero sin atreverse a llevar a los personajes más allá, mientras que cualquier sentido de la aventura y la exploración galácticas –motor último de la serie televisiva– fueron dejados de lado. Dicha tendencia es ya claramente identificable en esta película.
No es que sorprendiera a nadie que Spock volviera de la tumba. Al fin y al cabo irritar a los fans sólo serviría para poner en peligro la viabilidad económica de la película. Pero sí resultaba decepcionante la forma en que se llevó a cabo. Es muy probable que cualquiera de las encarnaciones televisivas de Star Trek hubiera aprovechado el tema para explorar cuestiones relacionadas con el alma o la reencarnación. En cambio, el film ignora esas posibilidades y se limita a revivir al personaje de la forma más pedestre y poco valiente que imaginarse pueda. No es que sea aburrido, porque Leonard Nimoy no tiene mala mano con la comedia y la tensión dramática, pero si no se es fan de la serie, probablemente tampoco se pierda nada.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.