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«Star Trek VI: Aquel país desconocido» (1991), de Nicholas Meyer

Star Trek llegó con esta película a la década de los noventa. La tripulación original ya está en las últimas y su reemplazo, extraído de las filas de Star Trek: La nueva generación, exigen convertirse en titulares. Es el momento del canto del cisne para el reparto original que dio forma al sueño de tantos aficionados. Y, por fortuna, lo hizo con una película que rompió la racha de cintas mediocres que ya empezaban a acumularse en su haber.

El Imperio Klingon se deshace. Cuando la luna de su mundo, debido a la sobreexplotación delos recursos, experimenta un cataclismo que condena la capa de ozono del planeta, los klingon se encuentran con que su cultura guerrera no les ha preparado para hacer frente a semejante catástrofe. A tres meses de su jubilación, el capitán Kirk y la tripulación de la Enterprise son enviados a escoltar a una embajada klingon que se dirige a la Tierra para negociar la paz, su adhesión a la Federación y un acuerdo que permita a su pueblo establecerse en otros planetas. Es una misión que Kirk asume con escepticismo y rabia, pues no ha perdonado la muerte de su hijo a manos de los klingons.

Cuando la Enterprise se reúne con la nave diplomática y tras una cena algo accidentada con los emisarios, los klingons sufren un ataque y el embajador Gorkon es asesinado. Todas las evidencias apuntan a que la agresión partió de la Enterprise y los klingons arrestan a Kirk y el doctor McCoy. En interés de la paz, la Federación consiente en la celebración de un juicio que les sentencia de por vida al planeta prisión Rua Penthe. Mientras tanto, ahora al mando de la Enterprise, Spock trata denodadamente de encontrar al traidor que se esconde entre su tripulación y que demuestra que no todo el mundo en la Tierra y en el Imperio Klingon desea la paz.

Los fundamentos últimos de la serie televisiva de Star Trek (1966-1969) descansaban sobre el llamamiento que John F. Kennedy hizo a su país para que se volcara en la conquista del espacio. Era una perfecta representación de la política exterior de Kennedy y una de sus creaciones favoritas: los Cuerpos de Paz. Tras su cancelación, la serie fue mantenida con vida en las actividades de un nutrido y activo grupo de aficionados hasta que, a raíz del éxito de Star Wars (1977), revivió en la forma de saga cinematográfica a partir de Star Trek: La película (1979).

Sin embargo, veinte años después de la cancelación de la serie original, Star Trek se había ido deslizando hacia la senectud. Ya en 1986, cuando se estrenó la cuarta entrega, Star Trek: Misión salvar la Tierra, pudimos ver a Spock ataviado como un anacrónico hippy descrito como una “víctima del LSD”; era la simbólica aceptación de su rechazo a toda una época dominada por la energía juvenil.

La franquicia cinematográfica cayó en una calcificación letal. Los intentos de introducir nuevos personajes que podrían haber renovado su sangre –Saavik, Ilia, Decker, David Marcus…– habían acabado bien con su muerte bien con su marginación en historias sucesivas; la destrucción de la Enterprise y la promoción de sus protagonistas no llevaron a ninguna parte y dos décadas después de la cancelación de su serie nada había cambiado en el universo de Star Trek o el estatus de sus personajes. La asunción del control creativo por parte de los actores llevó a la autoindulgencia, los guiños a los fans y el estancamiento en el idealizado espíritu de equipo en el que se había basado el programa original con exclusión de todo lo demás.

La triste verdad es que Star Trek: La nueva generación (1987-1994), que había sido creada por Gene Roddenberry mientras el reparto original protagonizaba película tras película y que había sido calificada inicialmente como un proyecto advenedizo, en sus cinco años de emisión hasta la fecha, había ofrecido más ciencia ficción de calidad que cualquiera de aquellos filmes en una década.

Pero he aquí que los productores recuperan para la siguiente y última aventura al responsable de la que diez años después de su estreno, seguía siendo una de las mejores entregas de la saga: Nicholas Meyer, quien en 1982 había dirigido con éxito de público y crítica Star Trek II: La ira de Khan. Tras tres películas (En busca de SpockMisión salvar la Tierra y La última frontera) dominadas por la autoindulgencia, la autoparodia y el pánico por parte de actores/guionistas/directores a desprenderse de un conservadurismo creativo propio de su edad, casi resultó una sorpresa encontrarse con que la saga de Star Trek, incluso con el reparto original, era todavía capaz de ofrecer una buena película.

La intención de Paramount era estrenar una nueva película con ocasión del vigesimoquinto aniversario de la creación de Roddenberry y Aquel país desconocido fue de esta forma concebido inicialmente como una precuela de la serie original, con actores jóvenes encarnando a la tripulación de la Enterprise mientras aún estaban en la Academia de la Flota Estelar. La idea, sin embargo, fue descartada a la vista de la reacción negativa tanto del reparto como de los aficionados. Sería retomada veinte años después como guión del reboot de la franquicia cinematográfica, Star Trek (2009). Finalmente, y apremiados por la presión del calendario, se escogió una idea de Leonard Nimoy y se la entregaron a Nicholas Meyer y Denny Martin Flinn para que desarrollaran un guión a partir de ella.

Como el Star Trek más clásico, Aquel país desconocido también tiene un mensaje político. En la década de los sesenta, en plena Guerra Fría, los klingons representaban a los soviéticos. Ahora, la franquicia cinematográfica alcanza por fin el punto al que hace años había llegado Star Trek: La nueva generación y moldea el argumento para recrear la glasnost, el proceso de apertura al mundo que Gorbachov llevó a cabo en la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín. Esa idea queda reflejada en el recordatorio que Spock hace a Kirk en forma de “viejo proverbio vulcaniano”: “Sólo Nixon podría ir a China”.

Meyer equilibra con acierto el drama, el tratamiento de personajes, el sentido de lo maravilloso y un humor que no se fabrica a expensas de la dignidad de los personajes. Ya cuando se encargó de La ira de Khan había sabido reconocer e introducir en la historia el ineludible hecho de que los personajes ya estaban en ese periodo de la vida que amablemente se denomina “mediana edad”, algo que en las películas posteriores los actores, a cuyas manos pasó el control creativo de la saga, habían tratado de ignorar con resultados risibles. En su regreso a la saga, Meyer retoma el asunto del paso del tiempo. Así, vemos a Sulu ya separado de sus antiguos compañeros, comandando a sus 51 años su propia nave estelar. El final, en el que se da a entender que, por fin, la tripulación recibe su merecido retiro y el mando de la Enterprise entregado a la siguiente generación, y el inicio de los títulos de crédito mostrando las firmas de cada uno de los actores, cierra de forma emotiva toda una etapa del Universo Star Trek.

Es cierto que hay algunos agujeros muy considerables en el argumento de la película. Por ejemplo, que tras registrar la nave de arriba abajo infructuosamente, se hallen las pruebas de la conspiración de forma casual en un lugar claramente a la vista; o que los oficiales de la Enterprise pasen un mal rato con un diccionario klingon cuando tratan de engañar por radio a un puesto de vigilancia, habida cuenta de que la utilización de traductores instantáneos ha quedado bien establecida previamente en el film.

Pero estos fallos son relativamente leves en una película que consigue mantener a buen ritmo un argumento dramático y emocionante. Algunas escenas especialmente conseguidas son la llegada de los klingon a bordo de la Enterprise y la tensa cena que se celebra a continuación, el juicio a Kirk y McCoy o todas las que narran la investigación que Spock lleva a cabo para encontrar al traidor.

Pero hubo un tratamiento de la historia en particular que provocó una seria diferencia entre Meyer y Gene Roddenberry. En esta película, con excepción de Spock, los oficiales de la Enterprise demuestran tener claros prejuicios raciales hacia los klingons. El capitán Kirk los califica directa y agresivamente de “animales” y hay observaciones acerca de lo mucho que todos se parecen, el olor que desprenden… Esto le resultó profundamente ofensivo a Roddenberry, cuya visión de la naturaleza humana siempre había sido esencialmente positiva. Ello se demuestra en que en la serie original, los klingons podían ser enemigos, pero los humanos no demostraban una amarga animadversión contra ellos. Según declaró el propio Meyer, mantuvo una agitada e insatisfactoria reunión con Roddenberry acerca de este particular, sin que finalmente llegaran a acuerdo alguno (a Meyer no le hacía falta, puesto que él iba a ser quien tenía el control de la película). Roddenberry falleció en octubre de 1991, poco tiempo antes del estreno oficial en diciembre.

Una de las ideas poco acertadas de Meyer fue la repetida inclusión de referencias literarias. En La ira de Khan, el hecho de que el personaje interpretado por Ricardo Montalbán citara a Melville o Dickens, tenía cierta gracia. Pero en esta ocasión el efecto no es el mismo. En una escena, Spock dice: uno de mis antepasados afirmaba que si se elimina lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad”, que, además, de ser una de las más famosas frases de Sherlock Holmes, establece un dudoso parentesco entre el vulcaniano y el igualmente ficticio detective victoriano.

El título de la película es una expresión extraída del Hamlet, de Shakespeare, una bella metáfora que hace referencia a la muerte, pero que en la película se utiliza como eufemismo de una nueva e incierta etapa, tanto para la Federación (la paz con los klingons) como para los protagonistas (su retiro de una vida de aventuras). Hasta aquí no hay problema. Pero la cosa empieza a bordear lo ridículo cuando el general Chang (Christopher Plummer) sugiere a Kirk que lea Hamlet en el original klingon; y que ese mismo personaje cite a Shakespeare en el clímax de la película resulta forzado y estúpido, estropeando lo que debería ser un final lleno de suspense y dramatismo.

En cuanto a la interpretación, no hay sorpresas. Difícilmente los maduros actores hubieran resultado verosímiles como héroes de acción, por lo que las escenas en las que tienen que pelear o correr se mantienen al mínimo. Shatner y Nimoy hacen lo que siempre han hecho: encarnar a sus personajes con una eficacia carente de energía, si bien es de agradecer que la tendencia a la autoparodia en la que se había caído en films anteriores se mantenga controlada. El resto del reparto principal no tiene ocasión para lucirse, ni siquiera –sorprendentemente– DeForest Kelley, cuyo personaje, el doctor McCoy, había formado en otras entregas parte del trío central de protagonistas.

David Warner y Christopher Plummer demuestran su talento y veteranía, imponiéndose al pesado maquillaje klingon –Plummer exigió que se aligerara el suyo para que sus facciones resultaran más visibles–, mientras que Kim Catrall da vida a la teniente vulcaniana Valeris, un personaje muy interesante que, por desgracia y como ya era habitual en las películas de Star Trek, es desaprovechado e incapacitado innecesariamente para posteriores apariciones.

El apartado artístico merece asimismo una mención. La fotografía y el elegante diseño de producción (a cargo, respectivamente, de Hiro Narita y la Industrial Light and Magic) fabrican escenas de gran belleza recurriendo a un tono más oscuro que en entregas anteriores y acorde con una historia de traiciones y magnicidios. La película fue además nominada a dos Oscars: Mejor Edición de Efectos Sonoros y Mejor Maquillaje.

La cinta fue un éxito financiero. El presupuesto fue de 27 millones de dólares, inferior al de las entregas precedentes tras el fracaso de la inmediatamente anterior, La última frontera. Pero quedó más que amortizado por los 97 millones que recaudó en todo el mundo, demostrando no sólo que la saga seguía siendo rentable, sino que cuando ofrecía una buena película, se atraía a espectadores que no necesariamente eran rendidos aficionados a Star Trek. El reconocimiento de la crítica especializada del género quedó plasmado en el Premio Saturn a la Mejor Película de Ciencia Ficción, el único film de la franquicia en ganar tal galardón.

Aquel país desconocido fue considerado desde el comienzo de la producción como la última película de la saga, pero cuando el estreno resultó mejor de lo esperado, el reparto volvió a mostrarse dividido en cuanto a la posibilidad de regresar para una nueva entrega. ShatnerNimoy y Kelley dijeron que aquella sería su última aparición, mientras que el resto apoyaron la producción de una secuela. Finalmente se tomó una decisión adecuada por salomónica: habría una Star Trek VII, sí, pero sería Star Trek: La nueva generación la que tomaría el relevo.

Star Trek VI: Aquel país desconocido fue, en resumen, una de las mejores películas de la etapa clásica de la franquicia cinematográfica, y un bienvenido y digno adiós a unos personajes que han pasado a formar parte del panteón de los inmortales del género y que hicieron soñar con sus aventuras a millones de personas en todo el mundo.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".