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«Star Trek: Deuda de honor» (1992), de Chris Claremont y Adam Hughes

Hace ya mucho tiempo que el universo de Star Trek se convirtió en una región autónoma dentro de la ciencia ficción, con sus propias reglas y tópicos, su lenguaje, sus héroes y villanos, iconos y mundos. Y, sobre todo, sus aficionados.

El fenómeno trekkie registra una dimensión en Estados Unidos que, a ojos europeos, quizá menos mitómanos, tiene algo de incomprensible. Miles y miles de personas viven y respiran de esa ficción compartida siempre en expansión con un fervor que tiende a nublar la conveniente valoración objetiva. Desde su encarnación original como serie de televisión, Star Trek saltó al cine a finales de los setenta. A partir de ahí y conforme el fenómeno iba creciendo, aparecieron novelas, cómics, nuevas series de televisión, merchandising de todo tipo, revistas de aficionados y, con el advenimiento de Internet, páginas web, blogs e incluso cortometrajes realizados por los propios fans.

Actualmente, leer, ver y revisar todo el material relacionado con Star Trek sería una tarea de años que sólo los verdaderos fans se sienten con fuerzas para abordar. El resto, aunque amemos la ciencia ficción y alberguemos simpatía por ese universo, no estamos dispuestos a hipotecar una parte tan sustancial de nuestro tiempo. Pero, de vez en cuando, aparece alguna obra que, dados los creadores implicados, atrae la atención de un público que generalmente permanece ajeno al capitán Kirk y su tripulación. Deuda de honor fue una de ellas.

Adam Hughes es un dibujante extraordinario cuyo talento le granjeó en un breve periodo de tiempo una fama inusitada entre los lectores sólo equiparable a la pasión que levantó en su momento Arthur Adams tras tan solo un par de trabajos. La etapa en la que Hughes permaneció como responsable gráfico de la Liga de la Justicia de América a principios de los noventa fue una de las mejores en la historia de ese grupo de superhéroes. Su estilo naturalista y elegante, capacidad para dotar de su propia personalidad gráfica a todos y cada uno de los personajes y un talento especial para plasmar la expresividad gestual y corporal, lo convirtieron en uno de los artistas más cotizados del género superheróico.

Pero su espíritu perfeccionista y el detallismo con que le gustaba embellecer sus páginas le dificultaba ajustarse a una cadencia mensual y, una vez hubo consolidado su nombre, decidió abandonar la esclavitud de las colecciones regulares y concentrarse básicamente en la ilustración de portadas y, de vez en cuando, el dibujo de proyectos especiales, el primero de los cuales fue esta novela gráfica.

Compañero de Hughes en esta aventura espacial fue Chris Claremont, cuyo nombre era aún más conocido y respetado tras más de una década al frente de los guiones de los X–Men, etapa durante la cual había elevado a los mutantes al estatus de superestrellas y principal ariete comercial de Marvel.

Deuda de honor aspira a ser la última aventura de la vieja guardia de la Enterprise. su acción tiene lugar tras los eventos narrados en la cuarta película de la saga, Misión: Salvar la Tierra (1986). James T. Kirk, en el ocaso de su carrera, decide recurrir a sus viejos amigos y aliados para combatir, sin conocimiento de la Flota, la amenaza de una extraña y agresiva especie alienígena que ha ido apareciendo intermitentemente en la galaxia a lo largo de los años, cruzándose en su vida desde que era un simple oficial de mantenimiento en la Farragut. Sin embargo, esas criaturas ocultaron bien su rastro y Kirk nunca consiguió convencer al alto mando de la amenaza que suponían para la galaxia. Ahora es el momento de salir a su encuentro.

Buena parte de la historia consiste en la preparación de la que puede ser la última misión “no oficial” de la Enterprise: el reclutamiento del personal, el contacto con los aliados de otras especies, la puesta a punto de la astronave y, sobre todo, la rememoración de Kirk de aquellos momentos de su carrera en los que se encontró con la especie enemiga, momentos que Claremont aprovecha para homenajear la serie original y las primeras películas de la saga.

Ciertamente, Deuda de honor supuso un esfuerzo fenomenal a la hora de recopilar la esencia e historia de la franquicia hasta ese momento y plantear lo que hubiera podido ser un digno final para los personajes –final que los actores se resistían a abordar en la vertiente cinematográfica, dirigiendo e interviniendo en una serie de películas de calidad descendente–. Claremont ofrece una historia de tintes épicos pero sin descuidar el aspecto humano, muy en la línea del espíritu original de la serie televisiva. Sin embargo, los resultados no son todo lo satisfactorios que hubieran podido esperarse habida cuenta de los creadores implicados. ¿Por qué?

El principal problema reside en el estilo utilizado por Claremont. En esta ocasión parece incapaz de diferenciar entre lo que es una buena caracterización y un monólogo forzado e innecesariamente largo. Apenas deja espacio para que el lector, con ayuda del dibujante, descubra por sí mismo las motivaciones del personaje mediante concisos diálogos o precisos gestos u acciones, prefiriendo explicarlo todo con agobiante detalle en largos autoanálisis que sobrecargan de texto las páginas. Es una técnica que podría tener sentido en el marco de una novela, pero que en un lenguaje visual como el del comic desequilibra la necesaria armonía entre texto e ilustración y ralentiza el ritmo de la narración.

El uso excesivo de estos textos psicoanalíticos no es la única pega. Los diálogos entre los principales personajes, como McCoy y Spock tratan de imitar la chispa que animó sus escenas en la pequeña pantalla, pero por desgracia Claremont, en lugar de respetar la concisión y agudeza de aquellas réplicas y contrarréplicas, alarga las conversaciones en exceso y las lastra con demasiada información, impidiendo que fluyan de forma natural. Resulta evidente el cariño que Claremont siente por la serie y sus personajes además de su profundo conocimiento de éstos, pero no acierta a reproducir su agilidad.

Por otra parte, el guionista, como ya dijimos, hace un esfuerzo por encapsular casi tres décadas de historias introduciendo varios flashbacks. Aunque éstos cumplen su función en el contexto de la historia general, también es cierto que parecen en exceso encaminados a presentar guiños y homenajes a la etapa clásica de la serie. Es algo que agradecerán y disfrutarán los fans de Star Trek, pero que despista y confunde al lector ocasional que quizá no haya visto dicha etapa o, sencillamente, no la recuerda con el suficiente grado de detalle como para identificar esas referencias.

Un ejemplo de lo antedicho es la tripulación que Claremont elige para la Enterprise en esta misión no autorizada, una plétora de personajes que intervinieron en episodios singulares de la serie televisiva… o incluso, en algunos casos, su descendencia. Puede interpretarse como un homenaje a la saga original o una edulcorada e inverosímil reunión de todos aquellos que Claremont pudo encajar en el guión. Una adecuada reescritura de éste podría haber eliminado el exceso de personajes secundarios –y sus irrelevantes diálogos– aligerando y compactando la historia además de haciéndola más accesible a los no iniciados en el universo trekkie.

Hay asimismo un intento de presentar una nueva mujer en la vida de Kirk: la mestiza de vulcano y romulana, T´Cel. Sin intención de arruinar la historia a quienes estén interesados en leerla, diré simplemente que comienza siendo un personaje prometedor en buena sintonía con Kirk. Por alguna razón, a medida que la narración avanza por la corriente temporal a través de los flashbacks y hasta el momento de comenzar la misión, Claremont no hace nada por desarrollar y enriquecer la relación entre Kirk y T´Cel más allá de su encuentro cuando ambos eran simples oficiales de baja graduación. Hay una sorpresa presentada con cierta sutileza hacia el final de la aventura, que en buena lógica debería haber provocado un mayor impacto emocional en Kirk. Si no es así, es porque parece un añadido sobre la marcha que no casa bien con lo mostrado al principio de la historia.

Especialmente decepcionante fue la amenaza alienígena usada como catalizador de la historia: tópica, nada inspirada y sin matiz alguno. Descuidar ese aspecto fue olvidar una de las directrices más importantes del Star Trek original. No son más que unos bichos grotescos y violentos con los que no se establece comunicación alguna ni cuyas motivaciones y acciones son investigadas o explicadas. Lo único que hacen Kirk y sus aliados es tratar de exterminarlos como si fueran animales, cuando resulta evidente que son criaturas muy inteligentes que disponen de avanzada tecnología. Es una auténtica lástima que una parte tan importante de cualquier aventura de Star Trek como es “el enemigo”, no sea aquí más que una figura genérica e intercambiable con la de cualquier producción barata.

En resumen, el argumento de Claremont se resiente del desequilibrio de haber intentado afinar en exceso en algunos puntos y descuidar completamente otros. Afortunadamente, ahí estaba Adam Hughes para compensar –total o parcialmente, según las opiniones– los fallos del guión. Rara vez en el mundo de las adaptaciones a viñetas de héroes cinematográficos, y desde luego nunca en el universo de Star Trek, se ha conseguido captar con tanta fidelidad no sólo la apariencia de los actores, sino toda la parafernalia tecnológica que los rodea, desde las naves hasta las armas, de las vestimentas a los transportadores. Esta novela gráfica es todo lo cerca que puede aproximarse un comic a su contrapartida fílmica (Curiosamente, Hughes patina en el mismo punto que Claremont: el poco original diseño de los malvados alienígenas: monstruos de ojos saltones, llenos de dientes y aspecto insectoide).

En otro universo, esta novela gráfica podría haber servido de base para una espectacular película de Star Trek y un final mucho más interesante que el que se le dio años más tarde en Aquel país desconocido (1991). A la postre, podría recomendarse este cómic casi exclusivamente a los aficionados a Star Trek. La abundancia de guiños al pasado de la franquicia, que tanto puede disfrutar un amante de esos personajes, al mismo tiempo aliena a los lectores no “iniciados”. Y, por supuesto, para todos aquellos seguidores de un dibujante tan poco prolífico y al tiempo tan genial como Adam Hughes.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".