Star Trek (1966-1969) es hoy un clásico del género. Aunque en su emisión inicial no disfrutó de un gran éxito y fue rápidamente cancelada por la cadena, creció hasta convertirse en algo verdaderamente grande, un fenómeno multimedia e intergeneracional que ha propiciado cuatro series de televisión, once películas e incontables productos derivados, desde fan fiction hasta merchandising pasando por cómics, novelas, videojuegos…
A comienzos del siglo XXI, con el final de la penúltima serie de la franquicia, Enterprise (2001–2005) y los pobres resultados obtenidos con la película Star Trek: Némesis (2002), el universo trekkie parecía camino del agotamiento creativo. Paramount, su estudio madre, no sabía qué camino tomar para reactivar el entusiasmo no sólo de los fans, sino del público generalista.
Y entonces llegó J.J. Abrams, un nombre que se ha convertido rápidamente en una de las principales estrellas del cine y la televisión del nuevo siglo. Abrams empezó a despuntar en la década de los noventa gracias a guiones para películas como A propósito de Henry (1991), Eternamente joven (1992), Armageddon (1998) o Nunca juegues con extraños (2001) antes de pasar a crear y producir la teleserie Felicity (1998–2002).
A partir de ese momento fue cuando obtuvo la reputación de creador de series de elegante factura con temática de espionaje y misterio, tales como Alias (2001–2006) y, sobre todo, Perdidos (2004–2010). Otras aportaciones suyas para la pequeña pantalla antes de llegar a la película que nos ocupa fueron Fringe (2008–2013), Vigilados: Person of Interest (2011–2016), sobre un equipo que predice crímenes antes de que tengan lugar; Alcatraz (2012), acerca de convictos desplazados en el tiempo; la postapocalíptica Revolution (2012–2014), o Almost Human (2013–2014), protagonizada por un policía humano y su compañero androide. Paralelamente, gracias al éxito de Alias, Abrams fue contratado por Tom Cruise como director de Misión Imposible III (2006), película con la que enlazaría otros éxitos para la pantalla grande, como Star Trek (2009) o Super 8 (2011).
Cuando J.J. Abrams fue designado como responsable del relanzamiento de Star Trek en su vertiente cinematográfica, no se planteó ni mucho menos recuperar a los antiguos actores, sino utilizar a otros más jóvenes para encarnar a los protagonistas clásicos. Éstos recibieron por parte de los guionistas de Abrams un tratamiento más moderno, agudo, ágil y claramente sensual, justificando los inevitables cambios obrados en ellos mediante la inserción de una línea temporal alternativa. Así, Kirk, Spock, Bones y compañía no sólo eran más jóvenes que sus versiones televisivas y cinematográficas tradicionales, sino que sus vidas habían discurrido, en la nueva continuidad, por un camino diferente. Ese truco permitió a Abrams una mayor libertad, tanto con los personajes como con la propia continuidad “oficial”, respetando, eso sí, la esencia del Universo Star Trek. Como era de esperar, recibió muchas críticas por parte de los más acérrimos fans, que de repente veían tambalearse su mundo de ficción favorito en cuyo estudio, ampliación y mantenimiento habían invertido tantísimas horas.
Sea como fuere, el objetivo de Abrams y Paramount se había cumplido: por primera vez en mucho tiempo, una película de Star Trek alcanzó el éxito, superando la recaudación al presupuesto con creces. Y ello fue así porque a las salas de cine no acudieron solamente los irredentos fans de siempre, sino muchos otros espectadores ajenos a la franquicia o sólo ligeramente conocedores de la misma, animados, ahora sí, por un enfoque más dinámico y un nuevo comienzo, un punto cero en el que no era imprescindible tener conocimientos previos de la antigua continuidad. A la vista de los resultados obtenidos, Paramount volvió a confiar en Abrams y su equipo de guionistas para la continuación de esta nueva encarnación trekkie: Star Trek: Into Darkness.
Durante una misión en el planeta Nibiru, el capitán Kirk (Chris Pine) viola la Primera Directriz revelando la existencia de la nave Enterprise a los primitivos alienígenas nativos, si bien lo hace para rescatar a Spock (Zachary Quinto), atrapado en el interior de un volcán a punto de explotar. De vuelta en el Cuartel General de la Flota Estelar, el mentor de Kirk, el comandante Christopher Pike (Bruce Greenwood), lo despoja de su mando a resultas del informe que sobre su comportamiento ha presentado Spock. Pike lo pone bajo su mando como segundo de abordo justo cuando se convoca una reunión de emergencia de los altos oficiales para discutir la amenaza que supone John Harrison (Benedict Cumberbatch), un oficial renegado de la Flota que acaba de detonar una bomba en unas instalaciones de la Federación en Londres. Kirk rápidamente llega a la conclusión de que se trata de una trampa pero es demasiado tarde: mientras tiene lugar la reunión, Harrison, a bordo de un deslizador, tirotea indiscriminadamente la sala masacrando a varios oficiales, entre ellos Pike.
Dominado por la sed de venganza, Kirk solicita al almirante Marcus (Peter Weller) que le reinstaure el mando de la Enterprise para perseguir a Harrison, que se ha refugiado en una región desierta de Kronos, el planeta klingon. Marcus accede y ordena que la nave se arme con una serie de torpedos que deberán dispararse sobre Harrison desde la Zona Neutral con el fin de no provocar una guerra con los klingon. Scotty (Simon Pegg) dimite al no ver atendidas sus exigencias de revisar a fondo dichos torpedos antes de utilizarlos.
Al llegar al planeta, Kirk decide bajar a la superficie con Spock y Uhura (Zoe Saldana) para tratar de capturar vivo a Harrison. Son atacados por una partida de klingons y salvados in extremis por Harrison que acaba con todos ellos demostrando unas capacidades físicas sobrehumanas. Sin embargo e inesperadamente, se rinde a Kirk y en el viaje de regreso a la Tierra le revela que en realidad se llama Khan Noonian Singh y que fue parte de un grupo de humanos diseñados genéticamente trescientos años atrás para ser superiores en todos los ámbitos. Considerados extremadamente peligrosos, fueron colocados en animación suspendida, estado del que fue despertado Khan por un importante oficial de la Flota que le obligó a realizar trabajos sucios hasta que se rebeló. Khan convence a Kirk de que la Flota le ha mentido y que existe una peligrosa conspiración de la que la tripulación de toda la Enterprise va a caer víctima.
En esta segunda entrega de la nueva andadura del Star Trek cinematográfico, el gran punto de controversia de la primera parte, los protagonistas, funcionan bastante mejor que en la primera. Los actores parecen más cómodos en sus papeles e incluso se aproximan más a la esencia de los originales televisivos. Chris Pine construye un capitán Kirk más sólido, alejándose del joven novato que habíamos visto en la película anterior y sintiéndose más seguro en el sillón del comandante. Eso sí, aunque inteligente y con recursos, también se nos muestra más vulnerable y menos capacitado que en la primera entrega. Zachary Quinto también está mucho mejor como Spock, reproduciendo aquella jactancia carente de humor y empatía que tan bien construyó Leonard Nimoy para su personaje. De todas formas, con toda seguridad, al trekkie clásico le chirriarán las escenas en las que Spock llora de pena o, dominado por la ira, apalea a un caído Khan hasta casi matarlo. ara los más canónicos, esta forma de actuar viola la naturaleza más fundamental del personaje.
Buena parte de la energía que desprenden Pine y Quinto proviene de la habilidad de los guionistas a la hora de escribir sus personajes, quienes a lo largo de la trama se ven enfrentados a una serie de dilemas morales relacionados con la muerte, el sacrificio, el deber, el duelo y la emoción. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en el momento en el que durante el viaje en lanzadera a Kronos, Spock explica sus sentimientos a Uhura.
En cuanto al resto de personajes, queda en un segundo plano, algo comprensible dado que es imposible, con una trama tan rápida como la que aquí se desarrolla, detenerse en caracterizar a cada uno de ellos. De todas formas, no todos están igualmente logrados. Uhura, por ejemplo, supera con mucho a su contrapartida televisiva: no se limita a repetir las frases del capitán ni tampoco se contenta con ser “la novia de Spock”. Zoe Saldana da cuerpo y voz a una mujer de acción sin necesidad de ser “dura”; es independiente y tiene un fuerte carácter, pero también es sensible y leal. Karl Urban también acierta a la hora de dar vida al doctor McCoy hasta el punto de que su forma de hablar remeda con mucha precisión la del actor de la serie original, DeForest Kelley. Simon Pegg, por su parte, también imita el fuerte acento de James Doohan –que, por cierto, tampoco era escocés‒, pero su Scotty se me antoja excesivamente histriónico y perpetuamente nervioso. Sulu apenas tiene papel y Chekov se limita a servir de contrapartida cómica.
En la oscuridad recupera el personaje de Khan Noonian Singh, ese superhombre genético que había aparecido primero en el capítulo “Semilla espacial” (1967) de la serie original y luego en la película Star Trek II: La ira de Khan (1982). La razón por la que fue resucitado para la línea cinematográfica de la franquicia fue probablemente porque la serie televisiva carecía de nada similar a un supervillano que pudiera enfrentarse a los héroes. La decisión de recuperar a Khan para cumplir tal papel lo convirtió inmediatamente en uno de los personajes más recordados por todos los fans. A la postre, ésa fue también la razón por la que los guionistas de la película de Abrams lo utilizaron como enemigo en esta segunda parte, ya que inicialmente se mostraron más inclinados hacia la idea de crear de cero un villano más complejo y ambiguo.
Eso sí, a la hora de ver la película de Abrams conviene tratar de olvidar la interpretación que de Khan realizó Ricardo Montalbán en las dos ocasiones mencionadas, porque, aunque se reciclan algunos aspectos de esa continuidad –su superioridad mental y física, sus compañeros criogenizados‒ en realidad el personaje se desarrolla aquí de forma diferente. Benedict Cumberbatch, que por entonces se había convertido ya en una estrella gracias a su carismático Sherlock Holmes televisivo para la BBC (2010–), se hace de forma sobresaliente con el personaje, llevándolo al extremo opuesto del clásico: donde el de Montalbán era histriónico y vestía de forma estrafalaria, el de Cumberbatch es glacialmente frío y elegante, tan inteligente como amoral; a pesar de su hieratismo y suavidad de movimientos y habla, transmite perfectamente la sensación de que nadie a su alrededor está seguro.
El actor inglés aporta a su interpretación no sólo una gravedad que no se había visto en su Sherlock , sino una gran fisicidad y capacidad para las escenas de acción. Cada uno de los movimientos de Khan, ya sea en reposo o en combate, está perfectamente medido. La película, por tanto, presenta un Khan interesante, pero lo que no consigue es convertir el enfrentamiento entre él y Kirk en algo tan épico y personal como el duelo de ingenio y persecución en el interior de la nébula que los fans pudieron disfrutar en Star Trek II.
Tan pronto como se menciona el nombre de Khan, uno espera que sea el villano. En cambio, el equipo de guionistas compuesto por Alex Kurtzman, Damon Lindelof y Robert Orci, retuercen inmediatamente las expectativas. Así, en cuanto Harrison revela su verdadera identidad, el espectador se entera a través de él que a Kirk le han mentido y que él no es más que un inocente atrapado en las corruptas redes de la Flota Estelar. En un giro radical, Kirk se une al terrorista Khan para enfrentarse a lo que considera una amenaza peor: la corrupción de sus propios superiores. Son muy interesantes las ambigüedades morales en juego, con Kirk teniendo que confiar en Khan al mismo tiempo que lo sabe responsable de la muerte de Pike. Pero cuando al final –y predeciblemente‒ Khan resulta ser, después de todo, un villano integral, el meollo ético pierde peso rápidamente hasta desaparecer.
La serie original de Star Trek no tuvo reparos a la hora de convertir ciertos episodios en alegorías de las guerras o problemas sociales contemporáneos, aunque esta osadía se perdió en las películas en favor de apelar a la nostalgia de los aficionados. Abrams retoma aquel espíritu insertando a Khan en una trama que incluye elementos claramente vinculados a la actualidad política internacional: militares corruptos mintiendo en nombre de un supuesto bien común, guerras preventivas, atentados suicidas, manipulación de peones que acaban volviéndose contra su “amo”…Es el renacimiento del Star Trek de espíritu más crítico en tiempos de los gobiernos de Bush y Obama. Así, vemos a varios miembros de la tripulación del Enterprise rogando a Kirk que no lance los torpedos de fotón sobre un objetivo lejano –lo que esconde una invectiva contra los asesinatos con drones del presidente Obama‒ y el conflicto, que nunca antes parecía haber molestado a los protagonistas, inherente a convertir una nave de exploración en una militar.
Hacer una película de Star Trek no debe ser cosa fácil. Los guionistas deben conjugar, si no el respeto, sí al menos reconocimiento al material original, y al mismo tiempo ofrecer algo nuevo. En el caso de Abrams, optó, como en su anterior incursión en la franquicia, por narrar una historia entretenida, rápida y enérgica, con abundante acción, suspense, humor e innecesarios toques sexuales (la doctora Markus en ropa interior, Kirk en la cama con dos bellezas extraterrestres: algo, por cierto, que sectores de la derecha entendieron como promoción del bestialismo). En fin, confeccionar un blockbuster a medida, un producto en el que la solidez del argumento importa menos que el que sea bonito y divertido. Y es que el trío de guionistas apela con excesiva frecuencia y descuido a la capacidad de suspensión de la incredulidad del espectador. Así, por ejemplo, en la primera entrega, el capitán Kirk pasaba de cadete irresponsable a capitán de una astronave en el transcurso de un solo día; también, para salvar un problema del guión, se inventaron la teleportación transcurvatura, lo que permitía a Kirk viajar distancias estelares en un suspiro (en esta ocasión es Khan el que lo usa para transportarse al planeta klingon).
Todo esto se hace dolorosamente evidente en la secuencia de apertura, en la que Kirk deja a un lado la Primera Directiva sin pensárselo dos veces, se saca de la manga, muy convenientemente, un pergamino sagrado y lo cuelga de un árbol para detener a sus perseguidores nativos; luego se lanza desde un acantilado para entrar en la Enterprise, que se halla sumergida en el lecho marino; y todo eso antes de encabezar el milagroso rescate de Spock, que se encuentra atrapado en el interior de un volcán en erupción.
Tanto las series de Star Trek antiguas como las modernas recurrían a la tecnocháchara para cubrir las lagunas creativas de los guionistas o salvar callejones sin salida en el guión. Pero, al fin y a la postre, daba la sensación de que tras todos esos circuitos positrónicos, cristales de dilitio y pulsos inversos de taquiones, los guionistas tenían en la cabeza algún tipo de esquema técnico global y coherente que lo ataba todo. En cambio, en En la oscuridad se tiene la impresión de que los escritores carecían de ese espíritu porque toda la película es una gran cadena de deus ex machina con los que sacar las castañas del fuego a los personajes una y otra vez: Scotty aparece de repente en la nave de Marcus justo en el momento en el que más se le necesita, McCoy descubre las propiedades milagrosas de la sangre de Khan justo a tiempo para salvar la vida de su amigo; primero, el doctor no puede descongelar a los congéneres de Khan por desconocer la secuencia apropiada, pero luego, cuando es necesario sacarlos de los torpedos, los extrae sin aparente dificultad; para desarmar el torpedo eligen a McCoy porque su pulso es el único que puede lograrlo, pero al final éste no es más que un estorbo y es la doctora Markus quien lleva a cabo la tarea en un periodo brevísimo de tiempo…
Quizá la peor parte en este sentido sea la escena cumbre en la que (atención: spoiler) Kirk entra en el corazón del reactor de curvatura de la Enterprise para reactivarlo y salvar a la tripulación dando su propia vida a cambio. Se trata de un claro homenaje a la conmovedora muerte de Spock al final de Star Trek II: La ira de Khan, pero sin la intensidad que aquélla llevaba aparejada. ¿Por qué? Pues básicamente porque todos los espectadores podían imaginar que la película no iba a liquidar a su principal protagonista.
En la película de los ochenta, sin embargo, esto no estaba tan claro, especialmente porque el personaje que allí moría, Spock, estaba interpretado por un Leonard Nimoy entonces muy reticente a continuar apareciendo en futuras películas. Es más, la tragedia inherente a la escena queda diluida al venir desarrollada en forma de claro homenaje. Orzi, Kurtzman y Lindelof debieron creerse muy ingeniosos al reconstruir la misma escena de Star Trek II pero invirtiendo los papeles, de tal forma que es Kirk el que muere y Spock quien grita “¡Khaaaaan!”. El ulterior –y, de nuevo, muy conveniente‒ descubrimiento de que Kirk puede ser resucitado gracias a una muestra de la sangre del villano es otro deux ex machina de primer orden que priva de suspense y dramatismo a la muerte del capitán en subsiguientes visionados (fin del spoiler).
Con todo, hay que apuntar que los agujeros de guión, aunque numerosos, no impiden disfrutar de la película siempre que se esté dispuesto a mostrar cierta tolerancia. Y es que resulta fácil dejarse llevar por la película. J.J. Abrams sabe bien cómo crear un apabullante espectáculo de efectos especiales. En la oscuridad es una película que constantemente sorprende en lo visual: Kirk y Khan realizando un salto por el vacío entre dos naves y sorteando a toda velocidad un campo de chatarra espacial; la reentrada de la Enterprise en la atmósfera y el choque de la nave de Khan contra la ciudad de San Francisco, los combates espaciales… Es, sin duda, la película de Star Trek más orientada a la acción hasta ese momento. También es cierto que algunas de esas escenas no funcionan como deberían. Por ejemplo, se ha visto ya en demasiadas ocasiones a naves girando noventa grados para introducirse por una grieta y burlar a sus perseguidores, mientras que la pelea a puñetazos sobre las plataformas de carga en el clímax resulta implausible (ninguno de los contrincantes parece experimentar el menor cansancio).
Por otra parte y a pesar de sus molestos tics (abundantes zooms, primeros planos de los ojos de los actores, cámaras que tiemblan), Abrams consigue mantener bien tanto el ritmo como la claridad narrativa gracias a su habilidad para contar en la misma escena dos o tres cosas al mismo tiempo sin que el conjunto devenga ruidoso o desordenado. Así, tenemos que aunque Kirk trata de escabullirse del análisis médico de Bones al tiempo que discute detalles legales con Spock y, simultáneamente, conoce a un nuevo miembro de la tripulación de la Enterprise, siempre se ve claramente lo que está sucediendo y por qué. Eso sí, con todo lo buen director de acción que pueda ser Abrams, también se echan de menos más momentos en los que poder recobrar el aliento y disfrutar de algunos minutos tranquilos dedicados a la caracterización y el estudio de la relación entre personajes.
El diseñador de producción, Scott Chambliss, realiza un buen trabajo en la visualización de la vibrante Enterprise, llena de máquinas y motores (filmada, eso sí, con un exceso de brillos y reflejos). Algunos de los decorados que se ven, no son tales, sino auténticas instalaciones científicas. El núcleo del reactor de curvatura, por ejemplo, es en realidad el sistema de láseres para fusión nuclear del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore, donde el equipo recibió autorización para rodar (por primera vez en la historia) durante el periodo de mantenimiento del complejo. También fue la primera vez que un film de Star Trek salía de Estados Unidos para rodar exteriores, en concreto a Islandia, cuyos desolados paisajes se utilizaron para la secuencia de Kronos.
En mi opinión, para disfrutar de Star Trek: En la oscuridad hay que realizar el mismo ejercicio que con la anterior entrega: dejar a un lado cualquier sentimiento de lealtad y simpatía hacia la encarnación original, no tratar de encontrar explicación coherente a todo lo que ocurre en el argumento y dejarse arrastrar por el espectáculo que ofrecen Abrams y su equipo. Son recomendaciones que asumieron sin problema muchos espectadores, porque esta fue con diferencia la más taquillera de todas las películas de Star Trek estrenadas hasta entonces, y eso no es en absoluto un logro menor.
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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.