Los tiempos difíciles llevan consigo la necesidad de evasión. Sucedió en los años treinta en los Estados Unidos cuando, a la sombra de la Gran Depresión, nacieron los cómics de aventura y los seriales cinematográficos de sesión matutina.
En España ese momento llegó en los duros años de la posguerra. Fue entonces cuando surgieron y prosperaron los cuadernos populares de aventuras en los que se serializaban las hazañas protagonizadas por héroes como El Inspector Dan, El Cachorro o Roberto Alcázar y Pedrín.
Hubo muchísimos autores que aportaron su grano de arena a este recordado periodo de nuestra historia tebeística y cultural. Pero sin duda el más prolífico fue Manuel Gago (1925-1980), en cuyo haber figuran decenas de series de aventuras ambientadas en las más diversas épocas: la Prehistoria (Purk el hombre de piedra, 1950), el siglo XVIII (El Espadachín Enmascarado, 1952) o el Salvaje Oeste (El Pequeño Luchador, 1945) por nombrar sólo las más conocidas. Pero desde luego, su personaje más leído y conmemorado fue El Guerrero del Antifaz, en su momento no sólo un éxito editorial, sino todo un fenómeno social.
Más allá de su validez artística, El Guerrero del Antifaz ha servido de objeto de agrias polémicas entre aquellos que ensalzan apasionadamente sus méritos y los que lo tachan de herramienta de la dictadura y símbolo de la España más retrógrada. Así que no resulta fácil encontrar comentarios que analicen la obra con distanciamiento ideológico y sin el entusiasmo propio de la nostalgia por los sueños de la niñez. Ni es una obra maestra que cambió el medio -como algunos han afirmado- ni ejerció de eficiente lavadora masiva de cerebros.
Según el estudioso al que se pregunte, el origen de El Guerrero del Antifaz podría rastrearse bien en la novela Los cien caballeros de Isabel la Católica (1931), de Rafael Pérez y Pérez; bien en un cómic italiano de 1942 titulado El Cruzado Negro, cuyo hispánico protagonista combate en las Cruzadas oculto bajo una capucha. Sea su origen el que fuere, El Guerrero del Antifaz debuta, bajo la égida de Editorial Valenciana, el 24 de octubre de 1944. En el marco de la Reconquista española un joven descubre de boca de su madre cómo fue separada a la fuerza de su marido, un noble cristiano, hallándose embarazada. El secuestrador, un árabe llamado Alí Khan, siempre creyó que el muchacho era hijo suyo, y cuando escucha la confesión, asesina a la mujer. El joven ataca entonces a Alí Khan, que consigue huir, y se pasa al bando cristiano, combatiendo incondicionalmente a partir de entonces junto a los Reyes Católicos, protegida su identidad por un antifaz.
El interés romántico aparece pronto: la casta Condesita Ana María, un amor imposible para el Guerrero, puesto que su clase plebeya le impide aspirar a contraer matrimonio con una noble. Así, el Guerrero pasará años luchando contra los perversos musulmanes y soportando el triste destino que lo aleja de su amada y, en virtud de su origen y sus actos, le impide gozar tanto del aprecio de cristianos como de árabes.
Por supuesto, como en todo buen folletín, a pesar de numerosas batallas, tribulaciones y desengaños, el Guerrero acabará conociendo a su auténtico padre, haciéndose acreedor de su propio título nobiliario y casándose con su amada (en el nº 362), lo que no termina con sus aventuras pero sí cierra el primer ciclo de éstas.
Llamar histórico al entorno de las peripecias de El Guerrero del Antifaz es ser magnánimo en exceso. En el género de aventuras de la España de los cuarenta no había ni interés ni motivación para respetar un mínimo rigor histórico. A la insuficiente preparación de los autores, el acelerado ritmo de trabajo que pesaba sobre ellos y la creencia de que la exactitud histórica no era requisito necesario en una obra destinada a un público mayoritariamente infantil, se unía la censura impuesta por el régimen político, que tenía la última palabra sobre el enfoque, histórico y moral, que la obra debía adoptar. Así, la complejidad social de la vida hispánica durante los turbulentos años de la Reconquista se convierten en una burda simplificación maniquea, en la que los musulmanes son presentados como infieles inmorales y los cristianos como paladines virtuosos.
El dibujo de Gago es sencillo, incluso esquemático. No encontraremos aquí escenas particularmente bellas como las que solían ser habituales en las series de Alex Raymond (Flash Gordon) o Harold Foster (Príncipe Valiente). El ritmo de trabajo que debía soportar el autor lo hacía imposible, por lo que se concentró en desarrollar un estilo narrativo ágil, hasta frenético, que conducía con fluidez al lector de principio a fin de la historieta; fin que, por otra parte, nunca era tal, sino tan solo un continuará que dejaba a miles de seguidores ansiosos por tener entre sus manos la siguiente entrega.
Además, Gago consiguió superar su rigidez inicial para administrar sabiamente su economía de líneas y utilizarla para transmitir esa potencia, rapidez y dinamismo que destilaban sus figuras, y que lo hacían inmediatamente reconocible. Ello le permitió concentrar la atención del lector sobre las figuras humanas y prescindir de los fondos.
El éxito de El Guerrero del Antifaz fue indiscutible. Durante más de veinte años (1943-1966) se publicaron 668 cuadernillos y una veintena de Almanaques (Hubo un periodo en el que Gago abandonó la serie por desacuerdos con la editorial, siendo sustituido por Matías Alonso). En su mejor momento la tirada alcanzó cientos de miles de ejemplares.
¿Por qué murió entonces la serie? Sencillamente, España cambió. Cambiaron sus gustos, cambió su sociedad y cambió el panorama editorial. Surgieron nuevas series de aventuras más modernas y elaboradas como El Capitán Trueno o El Jabato, que sedujeron a los muchachos de una nueva generación.
Pero el Guerrero no estaba muerto del todo. La reedición de sus aventuras en un formato más moderno, vertical y a color, disfrutó de tal éxito a finales de los setenta, que Editorial Valenciana recuperó al personaje en una colección titulada, cómo no, Las nuevas aventuras del Guerrero del Antifaz. Manuel Gago, aparentemente infatigable, siguió firmando esas historietas hasta su muerte en 1980, momento en el que, al fracasar las negociaciones entre la editorial y el hijo del autor, se interrumpió la colección en el número 110.
En cuanto el régimen político cambió y la censura se esfumó, comenzaron a aparecer artículos condenatorios, atacando a la serie y los valores que representaba. Franquista, reaccionario, rancio… al pobre Guerrero le llovieron palos por todas partes, propinados por un sector de la crítica que subrayaba algunas de sus características menos edificantes.
No les faltaba razón. El Guerrero del Antifaz, por ejemplo, ensalza sin cesar las virtudes de la nobleza, virtudes que supone consustanciales a la “sangre azul”. El propio Guerrero, claro, es un noble aunque los demás no lo reconozcan como tal. Su rectitud, honradez y altos motivos lo eximen de cualquier crítica por las matanzas que comete. Por otra parte, el amor se sublima a tal extremo que se convierte en un sentimiento casi enfermizo. No digamos ya la expresión física de ese amor, que no se muestra por lado alguno: jamás se verá al Guerrero abrazando o besando a Ana María. Lo máximo que se permitirá será cogerla de la mano.
Las motivaciones del Guerrero son también más que cuestionables: la venganza y la intolerancia religiosa justifican, en nombre de Dios y la Cristiandad, cualquier acto de violencia siempre que ésta se dirija bien contra los musulmanes (retratados como viles y degenerados) o los judíos (mezquinos y avarientos). El honor se identifica con la Justicia y cualquier atentado contra aquél supone una afrenta a ésta que exige reparación.
Ahora bien, ¿fue El Guerrero del Antifaz un mero reflejo de la sociedad hispánica del momento, o tanta fue su influencia que llegó a modelarla? ¿Hasta qué punto un cómic leído en la infancia es capaz de condicionar la mentalidad, la ética y el comportamiento de un adulto? ¿Es que la venganza, el amor sublime y enfermizo y la intolerancia ‒religiosa o ideológica‒ no ha formado parte de gran número de obras de todo tipo en literatura, cine, teatro, cómic, pintura, música…? ¿No es la venganza lo que impulsa a dos personajes tan distantes ideológica y temporalmente como el Conde de Montecristo o el Castigador? ¿Acaso D’Artagnan o los caballeros del rey Arturo no se batían a muerte por estúpidas afrentas a su honor? ¿No se dedicaba Flash Gordon a conquistar a las tribus de Mongo para hacerse con un reino propio mientras Dale Arden suspiraba por su casto amor perfecto? ¿Cuántos westerns filmó John Ford en los que los malvados y anónimos indios morían a docenas ante el aplauso del público?
Los ejemplos de obras clásicas asentadas en tópicos hoy denostados son innumerables. Y pese a que la gente disfrutó esas obras, las absorbió y pasó a incorporarlas al panteón heroico occidental, fue capaz, al mismo tiempo, de evolucionar y progresar como sociedad, pese a que aún falte mucho por hacer. Vuélvase la vista atrás y reflexiónese sobre si nuestro mundo es igual al de los años cuarenta.
Da igual que hoy esas aventuras se quieran analizar bajo el prisma ético de los tiempos modernos ‒algo que, por otra parte, siempre es un error‒. Y da igual porque lo que no va a cambiar es que miles y miles de lectores (hay que tener en cuenta que en esos tiempos los tebeos corrían de mano en mano, por lo que cada tebeo vendido acumulaba de facto varios lectores) disfrutaron con unos personajes de evocadores nombres que les hicieron soñar y que formaron parte de sus juegos infantiles: El Pirata Negro, los Hermanos Kir, el Conde de los Picos, Kadul, Zoraida, el Capitán Rodolfo… Y esos sueños infantiles son algo que cualquier artículo, independientemente de las razones que aduzca, no va a cambiar.
El Guerrero del Antifaz no es una obra universal ni una muestra de la perfección del medio. Gago trabajaba sin descanso y a toda velocidad, tomaba atajos gráficos y narrativos y se ajustaba a clichés muy antiguos propios del folletín que le permitían trabajar con personajes sin apenas matices ni desarrollo. Hay drama, acción, romances ‒muy castos‒, villanos de maldad perfecta y héroes de virtud inmaculada… Hoy los lectores exigen un mayor grado de complejidad en la construcción de los personajes y las tramas y el nivel gráfico ha ido mejorando al compás del cambio de modelo editorial y los avances tecnológicos. Posiblemente, un muchacho de hoy escogería un tebeo de los Vengadores o un manga a la humilde manufactura de El Guerrero del Antifaz. Pero, dado que se trata de una obra muy anclada en su época, gráfica y conceptualmente, sería injusto valorarla fuera de su contexto.
Copyright © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.