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Los cuadernos de aventuras en España

Las estructuras del cuaderno en este periodo siguen siendo, como en la década anterior, básicamente las mismas que guían al folletín o la novela decimonónica de aventuras dado que son relatos asimilables al romance, pero las formas que adoptan son en muchos casos reelaboraciones que pueden llegar a hacer al modelo casi irreconocible. Por ejemplo, vemos cómo entre 1951 y 1956 las adaptaciones literarias van desapareciendo, o que lo mismo sucede con los monográficos de aventuras exóticas, o que la contextualización de los relatos —referida siempre a su inserción en universos familiares al lector— es mayor en la medida en que se apoya en referentes de ficción y se aleja del mundo real. Por otra parte, una sociedad cada vez más urbana tiende a abrazar las fantasías ambientadas en la ciudad contemporánea en detrimento de las de épocas pretéritas, proceso que entonces se inicia y que culmina en los sesenta con la asimilación del lenguaje televisivo.

Cualquier lector de cuaderno de 1955 a 1965 puede aspirar a encontrar violencia, pero desde luego no en las dosis suministradas en la etapa anterior. Es la época que inicia y ejemplifica El Capitán Trueno, con esa importante desdramatización que viene marcada tanto por el talante de los tiempos —que ya no hubiesen tolerado algunos aspectos de las aventuras de los cuarenta— como por el peso que ejerce la censura. Es en estos años cuando el imaginario del cuaderno queda fijado definitivamente.

Imagen 1. Un héroe destinado a perdurar: ‘El Capitán Trueno’. Portada de Ambrós.  

Desde 1951, que se revela como un año crucial, a 1956, en que con El Capitán Trueno surge el último gran héroe del medio, los arquetipos, la selección de temas, de personajes y de características narrativas cristalizan de forma definitiva. Puede argumentarse, y con razón, que después de 1956 esta clase de tebeos conocen aún una época de difusión extraordinariamente masiva, y que aparecen publicaciones y personajes como El Jabato o Pequeño Pantera Negra llamados a perdurar durante mucho tiempo en el recuerdo de sus lectores, pero todos acusan, en mayor o menor medida, su asimilación temática, gráfica o narrativa a otros tipos de historietas ya publicadas; como si el cuaderno se nutriese de sus propios referentes antes que de influencias derivadas de otros medios.

En lo estrictamente estético ocurre lo mismo, con una serie de diferentes planteamientos a la hora de afrontar la elaboración de una colección compartidos por cuantos se atreven a ello y con la consolidación de diferentes tendencias en las que pueden agruparse casi todos los dibujantes.

A nivel literario existen también dos grandes escuelas en este tipo de tebeos, determinadas por la diferente manera de contar los seriales gráficos. La primera es aquella que da preferencia al melodrama sobre la acción. No quiere decir que desaparezcan, ni mucho menos, las continuas escenas de combates y peligros sin cuento, sino que estos quedan insertos en un asunto más amplio, determinado tanto por el pasado de los personajes como por las relaciones que entre ellos se establecen. Son relatos necesariamente inscritos en el tiempo, en los que hay un ayer y un mañana, y una trama general que engloba todas las subtramas que van apareciendo, cuya resolución implica el final de la saga.

Guionistas como Manuel Gago o Pedro Quesada encarnan a la perfección esta tendencia, baste recordar El Guerrero del Antifaz y el enrevesado microcosmos en el que sus criaturas de papel literalmente viven, aman y mueren. Su patrón es la novela por entregas decimonónica y su fijación por el honor, el enigma y lo sentimental; una forma de ficción que obliga a comulgar con el relato al requerir la completa implicación del lector, sin lugar para distanciamientos o ironías. Decenas de colecciones pueden adscribirse a este esquema.

La otra forma podría calificarse como más actual y más visual. La acción es lo que cuenta en primer lugar y, una vez esta concluye, los héroes desaparecen en un limbo hasta el siguiente episodio. No hay dimensión temporal, los desplazamientos a países lejanos se efectúan sin apenas explicación, muy rara vez alguna figura del pasado, por crucial que haya sido, vuelve a aparecer en la narración y en todo caso si lo hace es invariablemente para repetir su primer papel. Lo esencial es la anécdota, lo espectacular, el momento: solo existe el presente.

Con el mismo objetivo, provocar sensación en el lector, se cuenta más con la imagen que con la palabra. Las relaciones entre personajes son muy simples, reduciéndose normalmente al pequeño círculo que rodea al héroe y a los imprescindibles secundarios que todo nuevo episodio comporta. Víctor Mora y su Capitán Trueno pueden ejemplificar esta tendencia, más heredera del cine y de Stevenson que de Ramón Ortega y Frías o Pérez y Pérez.

Al estar apegada a modos más contemporáneos este es el modo narrativo que domina desde los últimos años cincuenta, cuando la sociedad española aspira a dar por superada la larga posguerra y conectar con el mundo actual. Por descontado que la elección de una u otra manera de contar pocas veces se da en forma pura, y nada tiene que ver con la ideología sino con aspectos estructurales del relato.

Imagen 2. Epopeya e ideología: ‘Hazañas Bélicas’. Portada de Boixcar. 

Ateniéndose al aspecto puramente industrial del tema, es también a partir de 1951 cuando el mercado se estabiliza, con la consolidación de una serie de grandes editoras de planteamientos ambiciosos —Bruguera, Toray, Valenciana y en menor medida Maga— y la aparición de sellos más modestos que conocen fortuna y expansión: a las conocidas Marco y Grafidea se suman editoriales como Rollán, Ferma o Ricart, decisivas para el desarrollo del medio. Junto a estas, por supuesto, la creación de unas infraestructuras, sobre todo en cuanto a distribución y puntos de venta, cada vez más competitivas y a las que también corresponde su parte en el éxito de estos productos.

Parecen existir fechas señaladas, en las que un proceso largamente fraguado cristaliza en realidades contundentes.

Imagen 3. Décadas antes de que el FBI contase con Mulder y Scully para resolver sus casos paranormales, Scotland Yard tenía al Inspector Dan y Stella persiguiendo toda clase de amenazas sobrenaturales… y todo gracias a un par de españoles!

Tal sucede en 1951, auténtico año de las luces del cuaderno de aventuras en que aparecen varias de sus series más significativas: Hazañas Bélicas, que viene siendo publicada regularmente desde 1950 y a la que siguen distintas imitaciones; obras de gran calidad y difusión como Inspector Dan y El Cachorro, que colocan a Bruguera entre las grandes; Aventuras del FBI y El Jeque Blanco, donde la historieta madrileña descubre su fascinación por EE UU; Pacho Dinamita y Tony y Anita o el nacimiento de Maga, una editorial fértil como ninguna que marca todo el periodo; El Espadachín Enmascarado, con el que ya todas las grandes sagas de Manuel Gago coexisten en los kioscos… Completan este panorama Chispita, de Grafidea, continuación de su acertada política anterior, y El Puma que publica ediciones Marco, epítome del tebeo artesano, pobre, bienintencionado e indudablemente eficaz, con el que comienza la fructífera producción de Martínez Osete en los cincuenta. Y junto a estos, cerca de 400 títulos más de menor entidad cuya existencia no puede obviarse. Decenas de miles de páginas ilustradas, tal es la amplitud del fenómeno.

Ante un mercado prometedor, algunas empresas se convierten en auténticas factorías dedicadas a las diversas formas de la cultura popular impresa. Novela de género, cuentos infantiles, libros divulgativos, cromos y una línea de tebeos cada vez más en alza componen su oferta.

Capitulo anterior

Cap. 1 La historieta española de 1951 a 1970

Capítulos siguientes

Cap. 3 Los cuadernos de aventuras de Bruguera

Cap. 4 Los cuadernos de aventuras de Ediciones Toray y la Editorial Valenciana

Cap. 5 Los cuadernos de aventuras de la editorial Rollán

Cap. 6 La editorial Maga y la evolución de los cuadernos de aventuras

Cap. 7 Las revistas de historietas: el caso del ‘TBO’

Cap. 8 Las revistas de historietas: la escuela Bruguera

Cap. 9 Las revistas de historietas: Editora Valenciana

Cap. 10 ‘El Coyote’, ‘El Capitán Trueno Extra’ y otras revistas de aventuras

Cap. 11 La historieta española entre 1966 y 1970. Perplejidades y mutaciones

Copyright del artículo ‘La historieta española de 1951 a 1970’ © Pedro Porcel. Publicado previamente en ‘Arbor’, nº 187, con licencia CC y editado en ‘Cualia’ con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Pedro Porcel

Historiador de mitografías urbanas, lleva más de cuatro décadas navegando por los extensos mares de la cultura de masas. Siempre sin salir de tales aguas, ha dirigido editoriales, colaborado en diversos medios de prensa, impartido conferencias y seminarios universitarios, comisariado exposiciones, ejercido de documentalista en programas televisivos y escrito libros, con el propósito de cartografiar el territorio infinito de la ficción popular.
Ha firmado en solitario libros como ‘Clásicos en Jauja’, premio Romano Calizzi al mejor estudio teórico, ‘Tragados por el abismo’, la historieta de aventuras en España que le valdría el XXXV Premio Diario de Avisos, o ‘Superhombres Ibéricos’. Coautor de 'Karpa' y de 'Historia del tebeo valenciano', sus colaboraciones se extienden a muchos otros títulos, entre ellos ‘Bolsilibro & Cinema Bis’, ‘La bestia en la pantalla: Aleister Crowley y el cine fantástico’, las antologías sobre el cine fantástico español, británico e italiano editadas por la revista 'Quatermass', o los libros publicados por Cinefanía Cine Pulp, Shock TV, Monstruos y Weird Western. Revistas heterodoxas como '2000 maníacos', la argentina 'Cineficción' o 'Mondo Brutto' son otros tantos lugares donde ha encontrado acomodo duradero y confortable. Durante más de seis años su refugio en la red ha sido la página 'El Desván del Abuelito'.
Biografía e imagen © Desfiladero Ediciones.